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miércoles, 5 de febrero de 2020
El misterio de los cien monos (XXXI)
Los
fractales
La fascinante cualidad esencial del holograma,
el todo contenido en cada una de sus partes, lo relaciona en cierto modo con
una noción manejada por la más abstracta geometría: los fractales, que son
gráficos usados para representar y organizar el espacio más allá de los límites
euclidianos. Estas hermosas figuras se generan a través de iteraciones
(repeticiones al infinito) de un patrón geométrico establecido como fijo. Así,
un cuerpo fractal es definido como un ente geométrico “distinto”, lo que
significa “infinito”: aunque su área (superficie) es finita, su perímetro
(longitud) es ilimitado. La aplicación de los fractales abarca numerosos
territorios (de la medicina a la computación, de la robótica a la economía, de
la industria textil a la llamada música fractal), pero a nivel metafórico
destaca la que se hace en geología y topología: así por ejemplo, aunque un
litoral cualquiera posee un área finita, se le considera tendiendo a una
longitud infinita. El matemático polaco Benoît Mandelbrot, descubridor de la
geometría fractal junto con Gaston Maurice Julia, propuso que las galaxias y
los cuerpos celestes se rigen por el mismo concepto.
El
problema de la medición de una costa radica, de modo rudimentario, en la
utilización de sistemas que sólo miden el espacio euclidiano: a cada paso que
el medidor minucioso da para acercarse a los contornos y estribaciones de la
costa con objeto de medirlos mejor, nota que la longitud es mayor que en el
paso anterior. Mandelbrot llamó a esto “dimensión fractal”, que es
no-euclidiana. Al mirar muy de cerca un objeto euclidiano pueden apreciarse sus
últimos detalles, ya que está definido hasta una cierta escala: llega un punto
en que está completo a la vista y no revela más. Sin embargo, un fractal es un
objeto infinitamente detallado: cuanto más se acerca el observador, más
detalles contempla; en él, cada parte es parecida al todo. A esta propiedad se
le llama “autosimilitud” —en su propio territorio, Rupert Sheldrake habla de
“auto-resonancia”. De ahí que Mandelbrot acuñara la palabra “fractal” a partir
del latín fractus o frangere: romper en fragmentos irregulares.
El todo se halla en cada una de las partes y, a su vez, ese todo equivale a la aspiración
al infinito.[1]
Colocado
ante estos vértigos de la especulación, Sheldrake ha reconocido una mayor
influencia de la física cuántica que del paradigma holográfico e incluso que de
la biología misma: algunos de los fenómenos de resonancia mórfica y de lo que
este biólogo llama “causación formativa” podrían ser explicados en términos de
la no-localidad en la física cuántica, a tal grado que Sheldrake entrevé la
posibilidad de crear un nuevo marco teórico dentro del cual se integren la
visión cuántica y los campos mórficos. De hecho, otra enorme conciliación se
lleva a cabo de modo paralelo en cuanto a las dos “teorías de todo” esenciales
en el campo de la ciencia: la relatividad general (consagrada a estudiar el
universo a gran escala) y la mecánica cuántica (sujeta a describir el
comportamiento de las partículas subatómicas).
La teoría de la supercuerda
Ambas TOE (Theories of Everything,
“teorías de todo”) se han descubierto contradictorias entre sí en casos
extremos como los hoyos negros o los tiempos cercanos al Big Bang. Los físicos que intentan
desentrañar esa magna contradicción comienzan a servirse del metafórico
concepto de “cuerdas” (strings), como las de un instrumento musical,
para contar con un concepto que a la vez aluda a la materia y a la energía. En
lugar de considerar a las partículas como puntos (sucesividad), se tiende a
imaginarlos como líneas de energía vibrátil (simultaneidad) que forman una
suerte de loop o que cuentan con un filamento vibrátil que determina o
refleja su comportamiento; de este modo se estudia la frecuencia y resonancia
de la vibración de las invisibles cuerdas musicales que forman el universo.
Los intentos de
integrar la relatividad general y la mecánica cuántica en un corpus coherente
son descritos por Brian
Green en The Elegant Universe (2000). En este libro, el autor revisa la máxima TOE: la teoría de la
supercuerda (superstring theory), una de cuyas primeras propuestas es la
existencia no de tres ni cuatro dimensiones, sino de once, anidadas una dentro
de otra y en múltiple interacción. El fértil campo de búsqueda de los campos
mórficos se extiende hasta lo inimaginable. Escribe Green:
Si la teoría de
la cuerda [string theory] acierta, el tejido microscópico de nuestro
universo es un laberinto multidimensional, ricamente interconectado, dentro del
cual las cuerdas del universo se sacuden y vibran sin cesar, entonando
rítmicamente las leyes del cosmos. Lejos de ser detalles accidentales, las
propiedades de los bloques básicos de la naturaleza están íntimamente
engarzados con el tejido del espacio y el tiempo.
En el
supuesto caso de sintonizarse con esta novedosa “cuerda” teórica, es postulable
que Sheldrake corrigiera una de esas frases: “entonando rítmicamente los
hábitos del cosmos”, puesto que su mirada no busca superponer una
estructura de ideas a otra y menos aún sustituir lo viejo con lo nuevo sino
prestar oídos a lo que ya afirmaban las más antiguas intuiciones. En el caso de
la “teoría de la supercuerda”, desde luego, se trata de lo que la arcana sabiduría
llamó Música de las Esferas. Mientras esta teoría logra afirmarse (en un
periodo que Green calcula en décadas debido a la complejidad teórica e incluso
tecnológica necesaria), los investigadores que trabajan en los diversos niveles
de esa búsqueda avanzan de un modo ya conocido por Sheldrake: unos resultados
experimentales se descartan, otros se modifican, algunos se aceptan. Acaso la
fábula de los cien monos está presente también, a su manera, en el sentido de
que esta investigación podría acelerarse a partir de un punto en que se alcance
una “masa crítica”.
El
vértigo, ejercicio de abismo
Stephen Hawking hace un oportuno ajuste de
cuentas: “Una teoría científica es sólo un modelo matemático que hacemos para
describir nuestras observaciones: sólo existe en nuestras mentes” (A Brief History of Time, 1988).
Mas este concepto no implica una “ilusión” sino un esfuerzo de ver más allá.
Cuando el vértigo deja de ser barullo y se concibe como “ejercicio de abismo”,
sus modalidades no nacen para remplazar una a la otra sino para sumarse. En
todo caso, independientemente del respectivo soporte teórico y de lo
desmesurado de las “teorías de todo”, una noción se repite sin fin; la
característica de esta reiteración es ampliar e integrar algo que existe a la vez
en nuestras mentes (de modo sucesivo) y más allá de ellas (de modo simultáneo):
la conciencia.
*
Nota
[1] Mas el
fractal dista de ser una concepción abstracta debida a la geometría, y se
encuentra regado en todo el reino natural. Uno de los más sorprendentes
ejemplos de ello es el vegetal conocido como coliflor romana (cavolfiori
romano): cada una de las protuberancias que surgen de su cuerpo principal
son reproducciones de ese cuerpo en escala menor; del mismo modo actúan las
protuberancias que surgen de las protuberancias.
Libros citados
Greene,
Brian: The Elegant Universe:
Superstrings, Hidden Dimensions, and the Quest for the Ultimate Theory,
Vintage Books, Vancouver (Washington), 2000.
Hawking,
Stephen: A Brief History of Time. From
the Big Bang to Black Holes,
Bantam Books, Nueva York, 1988. [Historia
del tiempo. Del Big Bang a los agujeros negros, Crítica-Grijalbo,
Barcelona-México, 1988.]
Mandelbrot,
Benoît B.: “The Variation of Certain Speculative Prices”, en Journal of
Business, 36, Londres, octubre de 1963.
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