miércoles, 5 de febrero de 2020

El misterio de los cien monos (XXXI)

DGD: Morfograma 82, 2019.



Los fractales

La fascinante cualidad esencial del holograma, el todo contenido en cada una de sus partes, lo relaciona en cierto modo con una noción manejada por la más abstracta geometría: los fractales, que son gráficos usados para representar y organizar el espacio más allá de los límites euclidianos. Estas hermosas figuras se generan a través de iteraciones (repeticiones al infinito) de un patrón geométrico establecido como fijo. Así, un cuerpo fractal es definido como un ente geométrico “distinto”, lo que significa “infinito”: aunque su área (superficie) es finita, su perímetro (longitud) es ilimitado. La aplicación de los fractales abarca numerosos territorios (de la medicina a la computación, de la robótica a la economía, de la industria textil a la llamada música fractal), pero a nivel metafórico destaca la que se hace en geología y topología: así por ejemplo, aunque un litoral cualquiera posee un área finita, se le considera tendiendo a una longitud infinita. El matemático polaco Benoît Mandelbrot, descubridor de la geometría fractal junto con Gaston Maurice Julia, propuso que las galaxias y los cuerpos celestes se rigen por el mismo concepto.
          El problema de la medición de una costa radica, de modo rudimentario, en la utilización de sistemas que sólo miden el espacio euclidiano: a cada paso que el medidor minucioso da para acercarse a los contornos y estribaciones de la costa con objeto de medirlos mejor, nota que la longitud es mayor que en el paso anterior. Mandelbrot llamó a esto “dimensión fractal”, que es no-euclidiana. Al mirar muy de cerca un objeto euclidiano pueden apreciarse sus últimos detalles, ya que está definido hasta una cierta escala: llega un punto en que está completo a la vista y no revela más. Sin embargo, un fractal es un objeto infinitamente detallado: cuanto más se acerca el observador, más detalles contempla; en él, cada parte es parecida al todo. A esta propiedad se le llama “autosimilitud” —en su propio territorio, Rupert Sheldrake habla de “auto-resonancia”. De ahí que Mandelbrot acuñara la palabra “fractal” a partir del latín fractus o frangere: romper en fragmentos irregulares. El todo se halla en cada una de las partes y, a su vez, ese todo equivale a la aspiración al infinito.[1]
          Colocado ante estos vértigos de la especulación, Sheldrake ha reconocido una mayor influencia de la física cuántica que del paradigma holográfico e incluso que de la biología misma: algunos de los fenómenos de resonancia mórfica y de lo que este biólogo llama “causación formativa” podrían ser explicados en términos de la no-localidad en la física cuántica, a tal grado que Sheldrake entrevé la posibilidad de crear un nuevo marco teórico dentro del cual se integren la visión cuántica y los campos mórficos. De hecho, otra enorme conciliación se lleva a cabo de modo paralelo en cuanto a las dos “teorías de todo” esenciales en el campo de la ciencia: la relatividad general (consagrada a estudiar el universo a gran escala) y la mecánica cuántica (sujeta a describir el comportamiento de las partículas subatómicas).


La teoría de la supercuerda

Ambas TOE (Theories of Everything, “teorías de todo”) se han descubierto contradictorias entre sí en casos extremos como los hoyos negros o los tiempos cercanos al Big Bang. Los físicos que intentan desentrañar esa magna contradicción comienzan a servirse del metafórico concepto de “cuerdas” (strings), como las de un instrumento musical, para contar con un concepto que a la vez aluda a la materia y a la energía. En lugar de considerar a las partículas como puntos (sucesividad), se tiende a imaginarlos como líneas de energía vibrátil (simultaneidad) que forman una suerte de loop o que cuentan con un filamento vibrátil que determina o refleja su comportamiento; de este modo se estudia la frecuencia y resonancia de la vibración de las invisibles cuerdas musicales que forman el universo.
          Los intentos de integrar la relatividad general y la mecánica cuántica en un corpus coherente son descritos por Brian Green en The Elegant Universe (2000). En este libro, el autor revisa la máxima TOE: la teoría de la supercuerda (superstring theory), una de cuyas primeras propuestas es la existencia no de tres ni cuatro dimensiones, sino de once, anidadas una dentro de otra y en múltiple interacción. El fértil campo de búsqueda de los campos mórficos se extiende hasta lo inimaginable. Escribe Green:

Si la teoría de la cuerda [string theory] acierta, el tejido microscópico de nuestro universo es un laberinto multidimensional, ricamente interconectado, dentro del cual las cuerdas del universo se sacuden y vibran sin cesar, entonando rítmicamente las leyes del cosmos. Lejos de ser detalles accidentales, las propiedades de los bloques básicos de la naturaleza están íntimamente engarzados con el tejido del espacio y el tiempo.

En el supuesto caso de sintonizarse con esta novedosa “cuerda” teórica, es postulable que Sheldrake corrigiera una de esas frases: “entonando rítmicamente los hábitos del cosmos”, puesto que su mirada no busca superponer una estructura de ideas a otra y menos aún sustituir lo viejo con lo nuevo sino prestar oídos a lo que ya afirmaban las más antiguas intuiciones. En el caso de la “teoría de la supercuerda”, desde luego, se trata de lo que la arcana sabiduría llamó Música de las Esferas. Mientras esta teoría logra afirmarse (en un periodo que Green calcula en décadas debido a la complejidad teórica e incluso tecnológica necesaria), los investigadores que trabajan en los diversos niveles de esa búsqueda avanzan de un modo ya conocido por Sheldrake: unos resultados experimentales se descartan, otros se modifican, algunos se aceptan. Acaso la fábula de los cien monos está presente también, a su manera, en el sentido de que esta investigación podría acelerarse a partir de un punto en que se alcance una “masa crítica”.


El vértigo, ejercicio de abismo

Stephen Hawking hace un oportuno ajuste de cuentas: “Una teoría científica es sólo un modelo matemático que hacemos para describir nuestras observaciones: sólo existe en nuestras mentes” (A Brief History of Time, 1988). Mas este concepto no implica una “ilusión” sino un esfuerzo de ver más allá. Cuando el vértigo deja de ser barullo y se concibe como “ejercicio de abismo”, sus modalidades no nacen para remplazar una a la otra sino para sumarse. En todo caso, independientemente del respectivo soporte teórico y de lo desmesurado de las “teorías de todo”, una noción se repite sin fin; la característica de esta reiteración es ampliar e integrar algo que existe a la vez en nuestras mentes (de modo sucesivo) y más allá de ellas (de modo simultáneo): la conciencia.

*

Nota
[1] Mas el fractal dista de ser una concepción abstracta debida a la geometría, y se encuentra regado en todo el reino natural. Uno de los más sorprendentes ejemplos de ello es el vegetal conocido como coliflor romana (cavolfiori romano): cada una de las protuberancias que surgen de su cuerpo principal son reproducciones de ese cuerpo en escala menor; del mismo modo actúan las protuberancias que surgen de las protuberancias.

Libros citados
Greene, Brian: The Elegant Universe: Superstrings, Hidden Dimensions, and the Quest for the Ultimate Theory, Vintage Books, Vancouver (Washington), 2000.
Hawking, Stephen: A Brief History of Time. From the Big Bang to Black Holes, Bantam Books, Nueva York, 1988. [Historia del tiempo. Del Big Bang a los agujeros negros, Crítica-Grijalbo, Barcelona-México, 1988.]
Mandelbrot, Benoît B.: “The Variation of Certain Speculative Prices”, en Journal of Business, 36, Londres, octubre de 1963.






No hay comentarios: