jueves, 5 de marzo de 2020

El misterio de los cien monos (XXXIV)

DGD: Morfograma 85, 2020.



Internet como metáfora

La propia Internet puede servir como una ilustrativa imagen metafórica de las potencialidades de comunicación abiertas al hombre: cada quien tiene un receptor que se conecta a una serie de servidores y avanza por medio de enlaces (links). Quien se inicia en ese vertiginoso mundo virtual, aprende a “descargar” programas, o a “subir” y “bajar” información a la “red”. Hay “herramientas de búsqueda” capaces de localizar porciones de la vastísima información, y hay programas que permiten “navegar” en ese océano que es claramente una imagen del inconsciente colectivo. Existen también “interfaces” que ligan un sistema con otro. De la misma forma actúa el ser humano, inmerso en una vasta serie de vasos comunicantes: los campos conductuales (responsables de la coordinación del comportamiento instintivo o aprendido), los campos mentales (encargados de organizar la actividad mental) y los campos sociales (que organizan a los grupos humanos).
          Esta analogía con Internet ha sido colocada en otra perspectiva aun más asombrosa. En el alucinante The Age of Spiritual Machines (2000), el inventor, experto en inteligencia artificial y futurista Ray Kurzweil estima muy cercano el momento en que las computadoras —a las que ya se ha dado capacidad de aprendizaje— se volverán tan complejas que el ser humano ya no podrá entender sus intrincados funcionamientos; por tanto, las hará capaces de regularse por sí mismas y tomar sus propias decisiones. Ese será para ellas el momento en que la inteligencia se volverá conciencia. Kurzweil escribe:

Las computadoras pueden fácilmente compartir entre ellas su conocimiento. Si yo aprendo francés, o leo La guerra y la paz, no puedo transmitirte ese aprendizaje tal cual: tú debes adquirirlo a través del mismo largo y penoso método que yo utilicé. Pero si una computadora aprende una capacidad u obtiene una revelación, puede inmediatamente compartir esa sabiduría con billones de otras computadoras. Así que cada computadora puede ser maestra de conocimientos humanos o adquiridos por otras máquinas.

La visión es ciertamente fascinante a la luz de la fábula de los cien monos. Ésta presupone una considerable resistencia que sólo es vencida por una suma de individuos conscientes; en un proceso que puede ser lento y penoso, el sucesivo encadenamiento alcanza en determinado instante una “masa crítica” y traspasa un “umbral” gracias al cual la capacidad o la revelación logradas por unos cuantos pueden transmitirse más fácilmente a los individuos que hasta ese momento no eran conscientes de ellas.
          Mas la base de la fábula es (como la de todas las fábulas) humana. ¿Qué sucede si se traslada a otra “base”, en este caso el de la “inteligencia artificial”? Para las computadoras soñadas (o prefiguradas) por Kurzweil no hay resistencia qué vencer, ni masa crítica que alcanzar, ni umbral que trasponer. El aprendizaje de una capacidad (o el arribo individual de una revelación) es simultáneo a su transmisión tal cual a todos los demás cerebros cibernéticos. Esa inaudita comunicación instantánea y ubicua les permitirá ahorrar los dilatados periodos que implica para los seres humanos el transmitir conocimiento. Todo en la evolución tecnológica avanza a un grado exponencial: ya inteligentes, las máquinas desarrollarán no sólo conciencia sino espíritu.


Dos distintos grados de la misma conciencia

La premisa básica de The Age of Spiritual Machines consiste en que los ordenadores superarán muy pronto a la inteligencia humana. Mas las máquinas no son una “raza alienígena invasora” sino que han surgido del propio ser humano. Son, entonces, espejos del hombre, no su reemplazo. Ello significa, sencillamente, dos distintos grados de la misma conciencia (aquí en expansión aritmética, allá en avance exponencial). La máquina estaría mostrando al humano hacia dónde éste se dirige: el momento en que tampoco para el hombre exista una resistencia qué vencer, una masa crítica que alcanzar, ni un umbral que trasponer. La pregunta de cuánto tiempo llevará al hombre alcanzar esa meta puede responderse en siglos y acaso milenios (si es aritmética) o en un periodo mucho más reducido (si es exponencial); mas sucede con el ser humano lo mismo que con las computadoras, cuyo increíble desarrollo potencial estaba ya impreso en su propio origen. Por lo demás, el desafío es mayor en el individuo, porque no sólo debe ampliar su inteligencia sino también su sentimiento, mientras que el mundo cibernético debe en este último aspecto comenzar desde cero y desarrollar emociones e intuiciones: ésta puede representar su respectiva meta distante.
          La fábula de los cien monos es un esquema, un módulo. Pero ¿qué sucedería si lo que hubiera de transmitirse no fuera una determinada capacidad sino el módulo de transmisión en sí? ¿A dónde iría una humanidad con semejante poderío? El párrafo de Kurzweil permite entrever una respuesta que de seguro despertaría desconfianza, puesto que algunos argumentarían que si el conocimiento pudiera transmitirse tan fácilmente entre los hombres, si no mediara un esfuerzo por alcanzar ese saber, la humanidad desembocaría en la indolencia y, peor aún, en la uniformidad del “comunismo psíquico”. No habría ignorancia pero tampoco genialidad. Para estos críticos, la apertura de conciencia significa necesariamente pérdida de la individualidad, entendida como “derechos de autor”: ¿cómo seguir idolatrando a los grandes pensadores, artistas o místicos si sus mejores pensamientos, intuiciones o revelaciones pasan de inmediato a ser patrimonio de la humanidad?
          Sin embargo, no es eso a lo que tiende la propuesta: la teoría de la relatividad seguiría siendo de Einstein, sólo que la capacidad de entenderla, profundizar en ella y acaso construir a partir de sus hallazgos, estaría abierta a todos. No sólo el especialismo desaparecería, sino también los academicismos y la pedagogía: todos serían a la vez maestros y discípulos de todos, máquinas incluidas. Sin embargo, ¿no se caería en una especie de “promedio”, puesto que hacer a los genios comprensibles por todos se vería compensado por el hecho de incrementar la capacidad de los intelectualmente más desprotegidos y hacerlos comprender todo? Pregunta que sólo podría responderse en el —por ahora inconcebible— nivel que eso representaría. Acaso la fábula de los cien monos incluye todos estos cuestionamientos y riesgos, pero también contiene una posibilidad: la de que la apertura de la conciencia y los medios para expandirla sean, de una vez por todas, del “dominio público”. Por lo pronto, la fábula, colocada en este nivel de especulación, sugiere el punto en que las usuales dicotomías —espíritu-materia, mente-cuerpo, intuición-razón— dejan de ser insolubles. Acaso es a ese punto al que el filósofo Karl Jaspers llama Das Umgreifende (“lo abarcable”) para referirse a los límites últimos del ser, ese entramado en el que puede llevarse a cabo, indistintamente, cualquier experiencia objetiva o subjetiva y que no puede comprenderse por vías racionales.
          En una entrevista transmitida por la televisión inglesa en 1998, Sheldrake toca el proceso ulterior de las dualidades: “El yin y el yang son dos principios, pero en realidad se trata de una trinidad, porque el círculo que los contiene hace que la dualidad yin y yang sea parte de un todo mayor. Ese círculo es el tercer principio. Cuando uno encuentra cualquier dualidad de principios, como podemos ver en la naturaleza (forma y energía, positivo y negativo en electricidad, etcétera) e incluso en nosotros mismos, la resolución usualmente se halla en alguna unidad más alta que contiene e incluye a los dos polos”. En ese tercero armonizante (al que Nicolás de Cusa llamó Coincidentia oppositorum y Principio de No-Contradicción) todo salto, toda comunicación ulterior son tan posibles para el hombre actual, como lo fue para el primero que miró las estrellas y las vio formando constelaciones. Porque la noción de un tercero armonizante sólo se salva de los equívocos de la razón si se le contempla como un esfuerzo de contemplar la unidad en un nivel superior. Como Chuang-tzu, el antiguo sabio chino, escribió, “Lo que es uno, es uno. Lo que no es uno, también es uno”.

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Libros citados
Cusa, Nicolás de (Nicolas de Cues): De Docta Ignorantia (1440), en Complete Philosophical and Theological Treaties of Nicholas of Cusa, Banning Press, Minneapolis, 2001. [Un ignorante discurre acerca de la sabiduría, Eudeba, Buenos Aires, 1998.]
Jaspers, Karl: Philosophie (1931), 3 vols., Springer Verlag, Berlín/Heidelberg, 1948-1956. / Philosophy, University of Chicago Press, Chicago, 1969.
Kurzweil, Ray: The Age of Spiritual Machines: When Computers Exceed Human Intelligence, Penguin Books, Nueva York, 2000.





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