martes, 15 de septiembre de 2020

El misterio de los cien monos (LIII)

 

DGD: Morfograma 104, 2020.

 

Escepticismo, pretensión de normalidad, racionalidad informada

Los excesos y los ciegos entusiasmos de la New Age son también responsables de que los estudiantes de ciencias sigan considerando “clásicos” a libros como Fads and Fallacies in the Name of Science (1952), en el que Martin Gardner se dedica a “denunciar” los engaños e ilusiones que sufrió su época y a escandalizarse por credulidad de sus contemporáneos. Para la aplanadora mirada de Gardner, todo queda unificado en un mismo nivel de ridiculización: los platillos voladores, las teorías de la Tierra hueca o plana, la dianética de Hubbard (luego cientología), la percepción extra-sensorial, los esfuerzos de Trofim Lysenko por derrocar la teoría darwinista a favor de los trabajos de Lamarck, los “cultos médicos” (torvo eufemismo para aludir a la medicina alternativa), etcétera. En toda esta masa despachada bajo el mismo simple criterio, Gardner desliza cuidadosamente dos nombres esenciales: los de Wilhelm Reich y Charles Fort, cuyas respectivas obras reciben de Gardner el mismo desprecio paternalista, la misma mofa vulcánica que volverá a su volumen un “clásico” y un abanderado de la “verdad”. Fads and Fallacies in the Name of Science será un libro de texto para los maliciosos que, medio siglo más tarde, tienen a la ingenuidad de la New Age como gran vehículo para desmantelar, de tajo, a cualquier propuesta no cobijada bajo el consenso de lo que es verdad, de lo que cuenta con “evidencias” suficientes, de lo que descansa con soberana tranquilidad en una base científica.

          El propio Carl Sagan dedicó un libro al tema de los “mitos de la pseudociencia”: en The Demon-Haunted World: Science as a Candle in the Dark (1995), el afamado astrónomo recuerda en tono nostálgico su asombro en la infancia ante diversos misterios populares: humanos secuestrados por extraterrestres, curaciones por medio de la fe, canalizaciones de mensajes ultraterrenos, reencarnación, brujería, etcétera. Llegadas la edad adulta y la madurez racional, aquel asombro ha desaparecido, los misterios se han vuelto “falacias” y esa fe ha devenido “superstición”: Sagan define a aquellos fenómenos como producto de la culpabilidad, la alucinación o la mala identificación, y llega a sugerir que algunos de los llamados “encuentros cercanos” con seres extraterrestres pueden deberse a una proyección de soterrados recuerdos de abuso sexual.

          El primer intento de Sagan es, desde luego, advertir sobre los excesos de la New Age, y por eso escribe: “El canto de la sirena de lo irracional no marca sólo un giro cultural equívoco, sino una peligrosa zambullida en la oscuridad que amenaza a nuestras libertades más básicas”. Mas el autor de la novela Contact y de la exitosa serie Cosmos no podía dejar de intuir que también es muy peligroso identificar lo “racional” sólo con la ciencia ortodoxa y que, de hecho, es ésta precisamente, y no el misticismo, la que ha dado apoyo a la muy patente, diaria y concreta pérdida de las más esenciales libertades individuales en el mundo neoliberalista. Es por ello que Sagan busca un equilibrio, y al final de The Demon-Haunted World refuta el argumento de que la ciencia destruye a la espiritualidad. Pero esto se presenta muy tarde: su libro se ha sumado ya, a priori, a la corriente “escéptica” y es leído justamente como lo definió The Washington Post Book World: “una entusiasta defensa de la racionalidad informada”. El bien intencionado libro se suma así a la vasta corriente materialista que desde la Ilustración ha descartado de tajo a la metafísica justamente por sus errores y excesos.

          Se atribuye a T.H. Spencer una saludable frase que no podía estar más lejana al mundo del escepticismo inquisitorial: “Soy demasiado escéptico para negar la posibilidad de cualquier cosa”. La autoridad en el mundo neoliberalista se ha vuelto tan inquisitorial, que basta usar la bandera del escepticismo para cubrirse de la apariencia de una enorme sensatez, es decir de racionalidad, la única autoridad aceptada. Mas la línea del escepticismo, tan consagrada a advertir los peligros del exceso, es exceso en sí misma. Buen ejemplo se halla en The Borderlands of Science: Where Sense Meets Nonsense (2001) de Michael Shermer, fundador de la Skeptics Society y editor de la revista Skeptic. Luego de prevaricar contra el “ego fanfarrón” de Freud y definir a Darwin como el modelo del perfecto científico, Shermer no sólo descalifica el escepticismo de Sagan por “suave” sino que aprovecha el viaje para aportar su definición básica: “Ciencia es una forma específica de pensar y actuar común a la mayoría de los miembros de un grupo científico, como una herramienta para entender información acerca del pasado o el presente”. Dicho de otra forma: ciencia es lo que hacen los científicos, y sobre todo los que están de acuerdo unos con otros.

 

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Libros citados

Gardner, Martin: Fads and Fallacies in the Name of Science (1952), Dover Publications, Nueva York, 1957.

Sagan, Carl: The Demon-Haunted World: Science as a Candle in the Dark, Random House, Nueva York, 1995.

Shermer, Michael: The Borderlands of Science: Where Sense Meets Nonsense, Oxford University Press, Nueva York, 2001.

 

 

[Leer El misterio de los cien monos (LIV).]

 

 

 

 

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