sábado, 6 de noviembre de 2021

Los dioses (Una tipología) (XVII)

DGD: Postales, 2021.

 

 

Coda I. Para cantar

 

¡Ah, [los dioses,] encantadores divinos, / lo que hacen con nosotros! Por lo que nos falta, / reímos; por lo que tenemos, penamos; / en cierto modo aún somos niños.

William Shakespeare: Los dos nobles parientes

De los dioses, / que nunca se entendieron del todo con las cosas.

Roberto Juarroz: Novena poesía vertical

Los fantasmas crean fantasmas para no estar solos. / Los hombres, dioses.

Luis Cardoza y Aragón

Es por la falta de lugar para detenerse que uno camina. Es por la falta de saber que uno piensa, habla, escribe. Es por la ausencia de Dios que uno es santo.

Roger Munier

 

 

En la Ilíada y la Odisea, Homero desliza la más terrible de las suposiciones: “los dioses dan desventuras a los hombres para que las generaciones venideras tengan algo que cantar”. Con su ironía y distanciamiento característicos, Borges deriva de ese dictum que la única razón del universo es estética (o histórico-estética, porque en ese argumento se sobreentiende que cantar es contar). Sin embargo, apenas se considera más allá de la estética, el argumento se vuelve no tanto contra los hombres que lo idearon sino contra los dioses a los que esos hombres idearon para que con su comportamiento dieran lugar a esa única posible deducción. ¿Qué hay de equívoco en generaciones que no tuvieran nada que cantar? Porque cabe aquí formular una pregunta sólo en apariencia ociosa: si la humanidad no canta, ¿deja de existir? La respuesta más obvia es “no”: el canto es una necesidad humana, tenga o no asunto o tema. Por lo tanto, ¿qué tiene de ominoso un cantar al canto mismo, es decir, un cantar por cantar? (Un cantar sin propósito: un cantar que no acepta como su única carta de nacimiento el transmitir la certeza de que sólo la desventura puede cantarse, o de que el canto no tiene otro origen que la devastación, o de que apenas hay sentido o profundidad en lo que se canta si no refiere lamento, catástrofe o despojo. Antiguo subtexto: la tragedia es grave por verdadera y respecto a ella la comedia no es un correspondiente sino un escape, un desahogo a través de ilusiones.)

          Sin duda la idea de un cantar por cantar —que de inmediato se baña de connotaciones de liviandad, ingenuidad o irresponsabilidad— tiene que ver con la eterna discusión entre el arte por el arte y el arte comprometido, y también se relaciona con aquellos autores que han exclamado la necesidad de redefinir por completo al arte narrativo, puesto que más que nunca se halla contaminado por mil trampas cuyo orden no es literario sino ideológico. En todo caso, las connotaciones del dictum homérico son ominosas en sí mismas: los dioses parecen incapaces de cantar, y es por eso precisamente que crean a los hombres, porque de otro modo la única conclusión posible es que los crean para sufrir. Borges coloca el acento en cantar, pero es evidente que quienes inventan a los dioses colocan el acento en “desventura”. ¿Es por ello que “los pueblos felices no tienen historia”? Porque esta frase podría reformularse de dos maneras: una es “no tienen canto porque no tienen desventura”, y la otra “no tienen desventura porque no tienen canto”.

          (No son de desdeñarse las implicaciones de esta última reformulación, puesto que sugieren que el arte es en sí desventura, y que si no hay desventura no hay arte. ¿A los dioses les importa el arte porque son incapaces de crearlo? ¿Cómo son capaces, entonces, de crear a quien sí es capaz de hacer arte? Menos delirante sería deducir que ya han hecho arte al crear a la humanidad, y lo que les importa es que los seres humanos creen arte a su vez sin que ello los iguale a los dioses. Por eso éstos dan desventura a los hombres: para distraer el canto de una creación a una mera recreación: para los dioses cantar es contar, y sobre todo contar es no crear.)

          Los defensores incondicionales de la desventura dirán que lo que aquella idea significa es que los dioses dan a los hombres el tiempo a la vez que les otorgan la memoria. Dirán que “desventura” no es más que un eufemismo de “suceso histórico” y que los dioses, que por definición están fuera de la historia, crean a los hombres para que exista un decurso histórico y una memoria con objeto de que estas criaturas sean capaces de aprender de su pasado. No obstante, esta forma de acomodar lo inacomodable puede enunciarse de otro modo acaso menos incondicional: el mal inventa a la historia para que pueda recordarse que el mal creó a la historia.

          (Aprender del pasado queda como acto fundamentalmente humano: sólo puede aprender algo quien antes lo ignoraba, y los dioses lo saben todo: no pueden, por lo tanto, aprender, ni de sus errores ni de sus aciertos; dicho de otra manera: no pueden errar pero tampoco acertar. Probablemente este es el motivo de la creación de la humanidad: formar a seres capaces de aprender del pasado, es decir, de sus “errores”. Pero entonces el error queda tasado como estético, puesto que da tema al canto, y así, en la balanza dialéctica, el acierto se vuelve no sólo antiestético sino antiartístico y finalmente antihumano. Mensaje inferido: errare humanum est. El hombre sólo puede equivocarse, porque si acierta deja de ser hombre. El error no es sobreentendido como algo comprensible en criaturas imperfectas, sino como el único modo en que ellas se vuelven comprensibles. El poder y el deber quedan definidos: el hombre sólo puede errar y su deber queda restringido no a corregir esos errores sino a inventar siempre formas novedosas para lamentarlos. Una vez más, la creación se revela como desventura en sí misma, esto es, una interminable cadena de errores trágicos.)

          Los dioses dan desventuras a los hombres porque de otro modo estos últimos serían dioses y crearían a otros hombres felices, que a su vez... De ahí se sobreentiende que los dioses son felices, pero ¿por qué entonces crean a seres infelices? ¿Para experimentar aquello que los númenes no tienen, o bien para que las venideras generaciones humanas conviertan en sinónimos a la infelicidad y a los dioses, y canten para siempre este argumento? Los dioses son felices considerados en sí mismos, pero respecto a la humanidad equivalen a la infelicidad, o al origen de ella; sólo así los dioses pueden encarnar los actos divinos por excelencia: los de confortar, proteger, curar. Acaso lo que los dioses dan a los hombres es lo único que tienen los númenes: la locura, a la vez origen de las generaciones y tema de todos los cantos.

 

*

 

En Hojas de hierba, Whitman canta a las tribus nativas de Norteamérica, que “se desvanecieron, se marcharon, colmando el agua y la tierra de nombres”. ¿Qué tan diferente sería el dictum de Homero si hubiera dicho “Los dioses tejen desdichas para que las generaciones venideras tengan nombre y tengan nombres?”. ¿Sería lo mismo en última instancia?

          Acaso la más arraigada de las nociones filosóficas es aquella según la cual el sufrimiento es precondición del conocimiento: el hombre cuyas necesidades están satisfechas y su vida es plena tiende a estancarse, etcétera; dicho en palabras llanas, se estupidiza; ese es posiblemente el sentido manejado por Homero: el dolor como percutor de la inteligencia: el legado de los dioses es el canto, que despierta al hombre. En un cierto nivel, pues, podría equivaler a “los dioses dieron desdichas a los hombres para que éstos lleguen a conocerse y conocer el universo”. Y sin embargo, esa concepción del malestar como clave del estar, ¿no es más teórica que práctica?, ¿cuánto tarda el malestar en generalizarse como mal, de tal manera que a la inteligencia se le vuelve indispensable y ésta ya no puede captar sino aquello que esté sancionado por la tiniebla? En otras palabras: la idea de una “utilidad del sufrimiento”, más que una “verdad filosófica”, ¿no parece en realidad sino una convención impuesta para fundamentar el discurso del mal (cuyo nombre operativo es el poder)? ¿La “desdicha operativa” define a lo humano o es un intento de justificación ontológica de las ideologías basadas en supremacías, castas, clases, dominios y genocidios?

          Es bien sabido que los cantos de la devastación, los lamentos por el despojo, las historias del mal están bañados con un aura de seriedad, e incluso de verdad (y cubren automáticamente a sus opuestos con el subtexto de ilusión, huida, resentimiento). Tal vez plantearse aquella pregunta no sea tan gratuito como podría parecer, puesto que, a fin de cuentas, lleva a un solo interrogante ulterior: esos cantos, lamentos e historias de la desventura, ¿la expresan o la mantienen, prolongan y eternizan?

 

*

 

(Este es por cierto uno de los principales orígenes de la subversión que implicó Hojas de hierba y del considerable rechazo con que este libro fue recibido. Borges lo describe en el prólogo a su traducción de una parte del vasto poema: mientras casi todos los poetas y narradores dramatizan sus desdichas, Whitman poetiza su felicidad. Hojas de hierba no elude lo terrible o doloroso, pero tampoco lo convierte en esencia del individuo: “...la enfermedad de un pariente o de mí mismo, o la bajeza, o la pérdida o falta de dinero, o el abatimiento o la exaltación, / las batallas, los horrores de la guerra fratricida, la angustia por las noticias inciertas, los acontecimientos azarosos: / todo esto me asalta, de día y de noche, y sale de mí otra vez, pero no es mi Yo”.)

 

 

[Leer Los dioses (Una tipología) (XVIII).]

 

 

P O S T A L E S  /  D G D  /  E N L A C E S

Voces de Antonio Porchia

Postales

Postales de poesía

 

No hay comentarios: