lunes, 15 de noviembre de 2021

Los dioses (Una tipología) (XVIII)

DGD: Postales, 2021.

 

 

Coda II. Virgilio y el Fatum

 

...data fata secutus. [“Sigo a los hados que me ha dado el cielo.”]

Virgilio: Eneida I, 382

En contra de lo que puede pensar la mayoría de historiadores, las guerras son en su mayor parte fruto de la improvisación. Habitualmente se tiene un objetivo último, pero los medios para alcanzarlo no pueden establecerse por adelantado. Esta es la razón por la que la deidad favorita de los generales —y de Roma— es la Fortuna.

Gore Vidal: Juliano el Apóstata

 

En Virgilio hay tres sentidos de Fatum. El primero es el de muerte, de destino fatal de un individuo (la Moira homérica). El segundo deriva de éste y es ya no el final del destino mortal sino toda la carrera vital planeada por la divinidad, y ya no sólo de un hombre sino de un pueblo entero, porque también los pueblos tienen sus destinos propios. El tercero y menos frecuente en su obra es el de “dicho oracular” u oráculo enunciado por los dioses o decreto divino. De ahí se desprende la religiosidad de Virgilio, que con el tiempo va apuntando hacia un numen o rector supremo de los destinos humanos y del gobierno del universo. Se trata de una divinidad única, distinta en su naturaleza de las divinidades mitológicas. Sería a ella a quienes los dioses temen, y a la que sólo aciertan a dar el nombre de Fatum o Destino.

          Epicteto encontraría una contradicción en la frase “destino fatal”, puesto que hacía una distinción entre destino y fatalidad. Para este filósofo, el ser humano tiene la facultad de elegir entre el bien y el mal, y por lo tanto es responsable de su propio destino: a éste el individuo lo va construyendo con las cosas que hace suceder porque las elige. En cambio, la fatalidad es lo que al hombre “le sucede” y responde a causas externas fuera de su control.

          Por su parte, el emperador-filósofo Marco Aurelio hace una nueva combinación léxica: “Las obras divinas están llenas de providencia, las de la fortuna no son ajenas a la naturaleza, a los lazos del hado, al trenzado de lo que gobierna la providencia. Todo fluye de ahí” (Meditaciones, 2.3). Por cierto que Marco Aurelio dedica sus Meditaciones a describir una actitud estoica resumible en un consejo:

 

En cada momento preocúpate de realizar sólidamente, como romano y virilmente, lo que esté en tus manos con dignidad rigurosa y no fingida, con afecto, con libertad y con justicia, y procurarte a ti mismo reposo de todas las demás representaciones. Te lo proporcionarás si ejecutas cada acción como si fuera la postrera de tu vida, ajeno a cualquier atolondramiento, a renunciar por pasión a la razón directora, al fingimiento, al egoísmo, a la insatisfacción ante lo marcado por el destino.

Y concluye: “Estás viendo qué pocas son las cosas que debe uno dominar para poder vivir una vida próspera y respetuosa con la divinidad, porque los dioses no exigirán nada más al que mantenga esto”.

          En Virgilio hay, sí, una cierta tendencia a vincular a los Hados con los dioses antropomórficos y atribuir a éstos poderes supremos: es cuando en su obra máxima, la Eneida, dice fata deum o fata divum (“hados de los dioses”), en expresiones compuestas por la palabra fata antecediendo al nombre de diversos dioses: Iovis, Iunonis, Veneris... Pero hay aquí una ambigüedad debida a la construcción misma del lenguaje: entendidos como genitivos de origen, son “hados procedentes de los dioses” (así los entienden casi todos los mitógrafos), pero también pueden ser interpretados como genitivos de pertenencia: “hados que los dioses deben cumplir o hacer cumplir”, y que han sido dictados, evidentemente, por una magnitud superior a los dioses.

          Es aquí cuando Virgilio se ocupa de señalar a Júpiter, el padre y señor de dioses y hombres, como sujeto al Hado, al igual que todos los demás. Entonces, la “diferencia” de Júpiter es de cargo y ya no de naturaleza: le ha tocado en suerte ser el elegido por el Hado para recibir la misión de ejecutar los decretos divinos. Para ello le está concedido alterar las leyes pero en modificaciones nunca esenciales, sino sólo prácticas.

          Otra cosa es que en su propia hybris Júpiter hable como si él fuera el dictador de los destinos (y lo apoya en esto la tradición secular de la mitología, y hasta el propio Virgilio en numerosas ocasiones de la Eneida). Sin embargo, no es más que un funcionario, un delegado, un ministro del Hado.

          Virgilio, sin embargo, dista de pintar el sitio que Júpiter ocupa como el más alto en la pirámide del poder olímpico-terrestre. El poeta ve más allá, a una divinidad única aunque en la mayoría de los casos la designe por medio de un plural (fata, los Hados) y muy pocas veces en singular (fatum, el Hado). El mismo recurso retórico (porque no es sino eso) resulta notable en hebreo respecto a la Torá y entre los traductores bíblicos (Elohim es plural aunque sea singular: “en el principio el/los Dioses hizo/hicieron”). Cuando usa el plural, Virgilio se cuida mucho de sugerir la existencia de otra raza por encima de la de los dioses antropomórficos.

          En Metamorfosis, Ovidio narra numerosos casos de cambio de forma: los dioses transforman el cuerpo de los mortales, a veces por conmiseración, a veces por castigo o premio; en otras ocasiones, los propios dioses asumen diversas apariencias para engañar a los hombres. Un epigrama anónimo incluido en la Antología Latina (105) exclama: “De lo que es capaz muestra con cambios de figura la Fortuna”. No dice que por medio de los cambios de figura los dioses muestren de lo que son capaces, sino que su sujeto es la Fortuna, con una poderosa sugerencia de que ésta prevé, programa y pone en práctica todo cambio de dioses y de hombres. No deja de ser profundamente irónica aquella mención que se encuentra en un epigrama griego incluido en la Antología Palatina (IX 180-183), según la cual un templo de Tyché (la Fortuna) terminó por convertirse en taberna.

          El monoteísmo de Virgilio generó que se le llame pre-cristiano y que el cristiano Dante lo haya elegido como guía (aunque dejándolo fuera de la última gloria porque por más que estuviera iluminado no estaba bautizado). Pero hay una diferencia: la figura divina a la que Virgilio entrevé no tiene forma ni recibe un culto externo material. Sólo se da a conocer por su omnisciencia y su omnipotencia (y por el miedo que genera en los dioses antropomórficos).

          En este caso los dioses en Virgilio serían de dos tipos, tal como los ángeles y demonios del cristianismo: unos cuantos dedicados a colaborar con los hombres, otros, la mayoría, interesados en obstaculizarlos y perderlos.

          La otra característica es la que destaca la crítica judeo-cristiana: esta divinidad virgiliana rige a dioses y hombres sin coartar la libertad de cada uno, aunque en planos superiores y de un modo inefable las libertades se orienten al cumplimiento de una configuración preestablecida o necesaria.

          Y es aquí en donde vuelve la antigua discusión entre determinismo y libre albedrío. Por un lado autores ateos como Jacques Perret concluyen que “El fatum hace del hombre una víctima”.[1] Por otro, autores cristianos exclaman que “no hay en toda la Eneida ejemplo de violencia interna o externa, inferida al libre arbitrio, y desde luego nunca por obra del Hado. Todos los personajes de la epopeya, humanos y divinos, en todos y cada uno de sus actos, están haciendo libremente su voluntad. Si obedecen las órdenes del Hado, es porque quieren; si las desobedecen, es asimismo porque quieren. Casos hay en que les falta el gusto al obedecer, pero nunca la libre voluntad”.[2]

          A estos pensadores basta la idea (no es más que eso) de una libertad que, sin verse coartada, se orienta a un fin predeterminado o a un “plan inteligente”. A aquéllos este planteamiento resulta ridículo: la libertad deja de existir (como concepto y como práctica) no importa cuán sutil sea la “reorientación” que a ella se le aplique, en no importa qué “nivel superior”.

 

*

 

Notas

[1] Jacques Perret: Virgile. L’homme et l’oeuvre, Boivin, París, 1952.

[2] Aurelio Espinosa Pólit: introducción a Virgilio: Bucólicas, Geórgicas, Eneida en verso castellano, Jus, Clásicos Universales Jus n. 4, México, 1961. Espinosa Pólit, sacerdote católico, fue rector de la Universidad Católica del Ecuador y maestro de Lengua y Literatura Latinas en el Instituto Superior de Humanidades Clásicas de la misma universidad.

 

 

[Leer Los dioses (Una tipología) (XIX).]

 

 

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