sábado, 17 de agosto de 2024

Basho y el instante (3)

 

DGD: Postales, 2024.

 

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Basho y el instante (3)

D.G.D.

 

Dadas las lejanías temporales, espaciales y culturales, casi cada traducción de un haiku de Basho es una paráfrasis. De ahí que se dé tanta importancia al traductor en cada caso, puesto que más que en otros casos se le puede considerar co-creador. Pero también Basho es un co-creador, ya que colabora con una específica cosmovisión anterior a él; lo especifica aquella afirmación suya: “No sigo el camino de los antiguos: busco lo que ellos buscaron”.

      Una cierta traducción de un haiku de Basho lo ejemplifica: “Sobre la nieve / qué hermosura contemplar / a los caballos”. Una de las objeciones que se hacen a Basho es la de que a veces actúa como un occidental (objeción curiosamente hecha por occidentales), ya que es precisamente un poeta de Occidente el que diría “es hermoso contemplar”, incluyéndose en la imagen casi como autor de ella: es hermoso porque “yo” lo contemplo, la belleza está en el ojo del contemplador, etcétera. Se ha comentado que si este haiku hubiera asumido el supremo rigor de su tradición originaria, debería no sólo evitar la calificación (“es hermoso”) sino incluso el protagonismo (“contemplo”). El poeta oriental tendería a retirarse de la ecuación y diría más bien, en una tajante objetividad, “Sobre la nieve los caballos”, eliminando al “yo” que contempla y optando por una instantánea que pareciera surgir de sí misma. (Podría imaginarse incluso una paráfrasis: “Sobre la nieve / caballos blancos sueñan / con la hermosura”.)

      Sin embargo, lo que hay en ese haiku es una reunión del poeta oriental y el occidental; esta fusión se da en el hecho de reconocer ambos un privilegio doble: primero, el de haber encontrado a esos caballos; luego, el de registrar en unas cuantas palabras la intensidad del encuentro. Esta es la razón de que el haiku como cosmovisión se haya universalizado, de que tantos poetas de tantas épocas y lugares lo busquen independientemente de las advertencias y descalificaciones de quienes restringen su ámbito no sólo a Oriente sino a Japón, e incluso, a veces, a la época de Basho.

      El purismo cumple su labor al exclamar que sólo es haiku el escrito en japonés, en tierras niponas y por alguien formado por esa cultura. Pero el haiku sigue extendiéndose en el tiempo y el espacio, no como diferencia sino como similitud, no un coto alrededor del castillo sino una demanda intemporal. El poeta que va en pos de una cosmovisión que es a la vez “la” y “su”, no sigue el camino de los antiguos, sino busca lo que ellos buscaron.

 


 


 


 


 


 

 

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