jueves, 5 de mayo de 2022

Creer (VII)

DGD: Postales, 2021.

 

 

Lo que ha sido creído siempre por todos y por todas partes, tiene todas las probabilidades de resultar falso.

Paul Valéry

 

Fe y confianza

 

En tiempos de total materialismo es difícil imaginar eso a lo que Meister Eckhart llamaba pobre de espíritu. Acaso es el que confía, sin necesitar primero definir en qué o en quién deposita esa confianza. Primero confía y luego viene todo lo demás. Esta inocencia es como la de aquel personaje de Kazantzakis que dice de sí mismo: “Cuando abra la boca, Cristo pondrá en mis labios las palabras precisas”. Un lector religioso no necesitará explicarse esa confiada afirmación. Por su parte, un lector ateo o uno agnóstico dirán que, sencillamente, ese personaje ha encontrado la forma de entregarse al azar sin experimentar la menor inquietud: ni vergüenza por la sumisión, ni terror por la incertidumbre. Acaso todos estos lectores estén en lo cierto.

          Esa actitud es también una suerte de desgarramiento (“Su espíritu ya no se preguntaba nada; su corazón era el que desbordaba de respuestas”, exclama Kazantzakis), puesto que plantea a la religión como el estorbo mayor para llegar a lo inefable. Tal postura es muy clara en este pasaje de Cristo de nuevo crucificado:

 

Durante dos largas horas [un sabio teólogo] había hablado a los ingenuos monjes, empleando palabras sabias, para explicarles el misterio de la Resurrección. Hasta entonces los monjes habían considerado a la resurrección de Cristo como una cosa simplísima, naturalísima; jamás se habían preguntado acerca del cómo ni del por qué... La Resurrección de Cristo les parecía tan simple como la salida diaria del sol, y ahora este teólogo erudito con todos sus libracos y toda su ciencia embrollaba todas las cosas.

 

          En este párrafo, la límpida mirada de Kazantzakis genera en el lector la certeza de que la teología (toda la teología y no sólo la así llamada “negativa”) es una especie de venganza contra lo sagrado.

 

 

Creer como acto inocente

 

Qué difícil, qué lejano ese creer tal como lo postula la más antigua experiencia religiosa, esa claridad a la que Kazantzakis sintetiza tan bien: “Pobres de espíritu son aquellos que no tienen malicia”, propone uno de los personajes de Cristo de nuevo crucificado, “todos los que tienen un espíritu simple, puro, que no cortan un cabello en el aire, sino que creen con entera inocencia y confianza”. El hecho de haber perdido el hombre esa forma de la inocencia y de la confianza, ¿es una liberación o lo contrario? La malicia y la desconfianza ¿son ventajas o desventajas, privilegios o maldiciones?

          La inocencia tiene la ventaja de que no necesita creer: es entera confianza que no cuestiona al mundo ni se cuestiona (el embrollo comienza cuando a la confianza pura se le pide creer). La malicia tiene la desventaja de que necesita creer, y en ese instante cae en el bucle maldito: antes debe creer en el creer, y antes creer en el creer en el creer, y antes... El escepticismo honesto debe sospechar de sí, y luego sospechar de esa sospecha, y luego sospechar de la sospecha de esa sospecha...

          La desconfianza sistemática es una contradicción y un desgarramiento, porque necesita volverse sistema para no confiar y a la vez desconfiar de todo sistema... etcétera. No hay pobres de espíritu en un mundo desalmado en el que el espíritu es una “verdad increíble”.

 

 

Creer y saber

 

Con el espléndido misterio polisémico de sus voces, Antonio Porchia exclama: “Quien no sabe creer, no debiera saber”.

          Incluso probablemente el saber y el creer sean opuestos: “Porque crees que me has comprendido has dejado de comprenderme”, agrega el autor de Voces. Y ello debido a que “El alma de las cosas no es la que nosotros ponemos en ellas”.

 

 

Creer y hacer

 

Dice Antonio Porchia: “Lo que haces no es lo que crees que haces”. Hacer y creer son actos distintos. O dicho de otra manera: el hacer abarca mucho más de lo que se cree que abarca. O incluso: el hacer algo es un hacer distinto a lo que se cree.

          Qué regiamente lo dice el propio Porchia: “No hago nada y no sé cómo, pues cuando quiero no hacer nada, no sé cómo hacer”.

          El individuo termina siendo la suma de sus creencias. Porchia lo sabe: “No creo en nada de lo que tú crees. ¡Y te creo a ti!”.

 

 

Creer y dudar

 

Una de las voces de Porchia establece de manera insondable: “Duras en mí, cuando eres como es la duda en mí. Y tal vez el durar es duda”. Se confirma entonces que el creer tiene —siempre y por necesidad— una parte de duda: no hay un creer absoluto: todo creer en algo duda de ese algo en alguna medida. Y tal duda es lo que hace perdurar a esa creencia. La creencia nunca perdura por sí misma. Si no tiene duda, el creer no existe. No hay creer sin dudar. Y durará en la medida en que esa duda no se resuelva (e incluso seguirá estando ahí si se resuelve).

 

*

 

En una publicación dedicada a los objetos voladores no identificados surge de pasada este comentario de un supuesto testigo: “¡No se trata de convencer a nadie! Creer o no creer es problema de cada uno; los que hemos tenido la suerte de ver estos objetos ya no tenemos que ‘creer’. Seguramente que ya nos cuestionamos otras cosas, pero ¡no su existencia! ¡Ahí están! ¿Para qué cuestionarse su existencia?”. La partícula de “verdad” está en “Creer o no creer es problema de cada uno”. Creer es, en efecto, un problema, y uno estrictamente individual, del que el individuo es responsable, pero ¿qué tipo de problema son las sumas de creencias individuales y su inubicable responsabilidad?

          Y aquí es en donde surge una condición que no puede calificarse sino como diabólica. De la creencia colectiva nadie puede responsabilizarse, y tampoco identificar un origen o un sentido. Y la frontera no es precisa. De pronto descubro que una creencia que creía exclusivamente mía y personal, es en realidad del grupo al que pertenezco. La pregunta es ¿cómo se pasa de lo colectivo a lo individual para confirmar a ambos? ¿Está esa confirmación en la base de toda creencia, sea de uno o de muchos?

 

*

 

[Leer Creer (VIII).]

 

 

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