martes, 6 de septiembre de 2022

Creer (XIX)

DGD: Postales, 2022.

 

 

Un hombre está dispuesto a creer aquello que le gustaría que fuera cierto.

Francis Bacon

La fe es la creencia sin pruebas en lo que alguien nos dice sin fundamento sobre cosas sin paralelo.

Ambrose Bierce

 

“Ya no sé en qué creer.” Esa frase se repite en toda forma de narrativa (novelas, series de televisión, películas...), muy ligada a los relatos de suspense. Generalmente es proferida por personajes que se hallan en un estadio extremo de la confusión, puesto que enfrenta elementos que parecen probar la veracidad de una o varias hipótesis contradictorias entre sí. Al final una sola hipótesis (a veces la que no se había considerado) demuestra ser la verdadera; las demás desaparecen en el limbo de lo engañoso, de lo falso, de lo tramposo. Pero aún si no hay resolución ulterior, el acto de creer queda protegido, puesto que —como bien se sabe— nunca está solo.

 

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En Las palabras (1964), Sartre habla de una mujer de su familia que “no creía en nada; sólo su escepticismo le impedía ser atea”. Tal vez era el caso del propio Sartre, sólo que no en la dirección previsible: “Protestante y católico, mi doble pertenencia confesional me impedía creer en los Santos, en la Virgen, y finalmente en Dios en tanto que los llamara por su nombre. Pero me había penetrado una enorme potencia colectiva; establecida en mi corazón, acechaba, era la Fe de los otros”. El creer tiene asimismo esta direccionalidad: surge menos del interior que del exterior: el creer individual lucha con el creer colectivo y a veces termina por integrarse a él (por comodidad, por gregarismo, por resignación). Sin embargo, esa fe colectiva suele ser tan acomodaticia como la creencia individual; Sartre lo sabe: “La buena sociedad creía en Dios para no hablar de Él”.

          El creer no deja de ser parte del hacer, y en este caso, del quehacer artístico: “Militante, quise salvarme por las obras; místico, intenté develar el silencio del ser por un rumor encontrado de palabras y, sobre todo, confundí las cosas con sus nombres: eso es creer”.

          En Las palabras, Sartre se retrata en la época en que escribe su obra maestra, La náusea: “Falsificado hasta los huesos y mistificado, yo escribía alegremente sobre nuestra desgraciada condición. Dogmático, dudaba de todo, excepto de ser el elegido de la duda: restablecía con una mano lo que destruía con la otra y tenía a la inquietud por la garantía de mi seguridad: era feliz”.

          Se trata de una muy profunda función del creer: “La cultura no salva nada ni a nadie, no justifica. Pero es un producto del hombre: el hombre se proyecta en ella, se reconoce; sólo este espejo crítico le ofrece su imagen”. ¿Qué es entonces lo que define al hombre? ¿Puede suponerse que no es una idea determinada (el bien, por ejemplo) ni la contraria de ésta (el mal), sino la contraposición de ambas, es decir, no la individualidad de los contendientes sino la contradicción entre ellos, su guerra perpetua, el desgarramiento perenne?

 

 

Creencia y fidelidad

 

En uno de los cuentos de Países imaginarios, Ursula K. Le Guin hace decir a un personaje: “Cuesta mucho trabajo mantener unido al mundo si uno lo mira de esa manera. Pero vale la pena. Construir ciudades, sostener los techos por un acto de fidelidad. No de fe. Fidelidad”. El cambio de matiz es sustancial.

          Más adelante Le Guin matiza esa palabra: “Todos los futuros posibles e imaginables [...] son inagotable y sórdidamente tediosos, porque todo deleite está enclavado en el presente y el pasado, así como toda verdad, y toda fidelidad en la palabra y la carne, en el momento actual”. He ahí una acepción esclarecedora: la fe es inagotable y sórdidamente tediosa porque no implica ningún deleite, y por lo tanto es lo contrario de la fidelidad. Se cree por rutina o miedo o por influencia exterior, mientras que el fervor por la vida (construir ciudades, sostener techos) se expresa en ser fieles al instante presente. Mantener unido al mundo cuesta trabajo: lo humano se construye. La fe aspira a un orden ulterior; la fidelidad sólo requiere mantener instante por instante la plenitud de la vida.

 

 

Sistema de la fe

 

La teología como sistema se defiende no sólo convirtiendo en profecías a los textos anteriores (el Antiguo Testamento es vuelto predicción del Nuevo), sino haciendo que el propio Mesías advierta contra el cuestionamiento: primero hace una advertencia acerca de las falsas doctrinas (o “enseñanzas que faltan a la verdad”), y luego proscribe escudriñar las Escrituras porque éstas son las que dan testimonio de él (Juan 5:39). Independientemente de los matices que puedan desprender de estos textos los sistemas que los han adoptado como base, parecería que en este nivel el creer es ante todo un descreer de todo lo demás y, sobre todo, que depende de la prohibición tácita de cuestionar el acto mismo de creer. El sistema de la fe termina por convertirse en fe en el sistema.

 

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[Leer Creer (XX).]

 

 

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