lunes, 25 de septiembre de 2017
La literatura “rara” y las corrientes subterráneas (XIX)
El acto de
mirar a las flores es un lugar común en la literatura de todos los tiempos,
pero reconocer que las flores a su vez nos miran es llevar a aquel lugar común
más allá del punto de no retorno. Si escribo que veo una flor estoy haciendo
sencillamente literatura, lo cual es muy válido; pero en el momento en que
escribo la avasallante intuición de ser recíprocamente mirado por esa flor, y
lo digo no por retórica sino por una verdadera experiencia de descolocación de
los sentidos, estoy incursionando en la literatura de la extrañeza.
El primer
resultado es que ver una flor se revela como lugar común, ortodoxia, literatura
comprensible, lineal, convencional, típica, estable, conforme. El segundo resultado es que, sin que
me lo haya propuesto, mi intuición se coloca por derecho propio en lo opuesto:
lo heterodoxo, subterráneo, extravagante, raro, no lineal, no convencional, atípico, irreverente, y por ello se
acerca a los términos extremos con que este tipo de asomos suelen ser calificados:
lo delirante, lo maldito, lo demoniaco.
Acaso todo
depende de qué tan raro parezca a un determinado lector la intuición de que las
flores miran tanto como son miradas. Si este lector ha tenido alguna vez esa
intuición, aunque ella haya permanecido informulada, sentirá (más que pensar)
una afinidad, una cercanía inmediata con aquel autor que ha logrado ponerla en
palabras. Ese lector no hablará de un “raro” sino, sencillamente, de literatura. Si, por el contrario, este
tipo de experiencias está ausente de la percepción y la cultura de otro lector,
éste usará la mecánica de la segregación y hablará de literatura “rara”, atípica,
secreta, etcétera.
Flores parlantes
Reconocer
la posibilidad de que las flores miran es volverlas no sólo sensibles sino
parlantes: al menos en los casos que he citado, y sobre todo en los de Porchia
y Chazal, no es “dar voz a las flores” sino permitir que ellas hablen a través de quien las mira. Es en este
sentido que Antonio Porchia une los temas de las flores y la percepción:
La
intuición que contiene cada voz de
Porchia es tan poderosa como la liga de cada una con todas las demás. Así,
cuando exclama:
En la
última frase el lector casi siente una continuación: “Y el rosal te ha visto”.
*
domingo, 17 de septiembre de 2017
La literatura “rara” y las corrientes subterráneas (XVIII)
El escritor
venezolano José Manuel Briceño Guerrero, bajo su seudónimo Jonuel Brigue,
apunta:
Es la misma revelación a la que
llega Clarice Lispector en La pasión según G.H.:
O en un poema
del argentino Mario Morales:
En
este diálogo, que bien podría llamarse la
mirada recíproca, se inserta incluso la
versión de Nietzsche:
Todas estas visiones ya están en un célebre versículo (I
Corintios, XIII:12) al que Borges traduce de esta manera:
La frase “conoceré como ahora soy conocido” puede decirse de
otro modo: veremos como somos vistos.
Se trata de la posibilidad de una vuelta a lo unitario: el último periplo, la
aventura ulterior: ir más allá del punto de no retorno es acaso una metáfora
del verdadero retorno, de la vuelta a aquello a lo que Keats llamaba oneness (la unidad).
*
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