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DGD: Postales, 2021. |
¿Son efectivamente
dioses los que provocan este ardor en mi mente o cada hombre convierte en dios
a sus deseos irresistibles?
Virgilio: Eneida IX 185
Conviene que
existan los dioses, y como conviene creer en su existencia, aportemos a los
antiguos altares las ofrendas del incienso y el vino.
Ovidio: Arte de amar
Fue el miedo
quien primero en el mundo hizo dioses.
Petronio (Antología Latina)
El miedo fue
lo primero que dio en el mundo nacimiento a los dioses.
Estacio: Tebaida
Ningún hombre, Cirno, es responsable de su propia ruina o de su propio
éxito: estas dos cosas son don de los dioses. Ningún hombre puede llevar a cabo
una acción y saber si su resultado será bueno o malo... La humanidad,
completamente ciega, sigue sus fútiles costumbres, pero los dioses lo encaminan
todo al cumplimiento que ellos han proyectado.
Teognis
de Megara
La elegía
En Literaturas
germánicas medievales (1966), Borges plantea una mecánica análoga: “Otra
famosa elegía sajona es la titulada La
ruina. Stopford Brooke dice con dignidad que los sajones desdeñaban vivir
en ciudades; el hecho es que dejaron que las ciudades romanas que había en
Inglaterra se derruyeran y luego compusieron elegías para deplorar esas
ruinas”. Resulta evidente que no sólo los sajones sabotean, abandonan y
destruyen para que sus descendientes tengan algo que cantar.
El esplendor
sólo existe en pasado: un pretérito a añorar es más importante que un presente
insulso: “resplandecientes eran los castillos”, se canta en La ruina, “muchas las piletas, altas las
torres numerosas, grande el tumulto de los hombres, muchas las salas llenas de
alegrías humanas, hasta que el fuerte destino los derribó. Cayeron las murallas;
días de pestilencia sobrevivieron en soledades, la ciudad se desmoronó”. El fuerte destino es una decisión humana,
una forma de expresión verbal e incluso de estilo literario.
Dios creó el
mundo por medio de palabras: el lenguaje, como exclamaron los cabalistas, es
sagrado. No sorprende, pues, que el mundo sea menos importante que su canto. Y
si los pueblos felices no tienen historia, sabotear, abandonar y destruir no
sólo parecen actos necesarios para que no falte asunto al canto de las
generaciones futuras, sino para que haya
generaciones futuras.
Inmortalidad de los
dioses
—Héctor: “Así fuera yo inmortal, no tendría que envejecer y
gozaría de los mismos honores que Atenea o Apolo...” (Ilíada VIII): los dioses son inmortales, no envejecen y gozan de
honores.
—“[L]os
dioses, que han nacido para siempre” (Penélope, Odisea XXIII). Son inmortales pero han nacido. No son desde siempre. Cicerón muestra su
desacuerdo: “Los dioses han existido siempre y nunca han nacido”.
—Los dioses, mortales (Heráclito). Uno de
los aforismos que en mayor medida han granjeado a Heráclito el mote de “oscuro”
es: “Los dioses, mortales; los hombres, inmortales”. Los estudiosos de
Occidente encuentran imposible desentrañar el sentido de este aforismo; un
filósofo oriental, sin embargo, Sri Aurobindo, intenta una respuesta:
Pero ¿resulta en verdad imposible si no aislamos a
este pensador de las antiguas concepciones de los místicos? [...] En los Vedas constantemente se llama “hombres”
a los dioses, y es tradicional emplear los mismos términos para designar a los
hombres y a los inmortales. La inmanencia del principio inmortal en el hombre y
el descenso de los cielos en la representación de la inmortalidad constituyen
casi la idea básica de los místicos. Asimismo, Heráclito parece reconocer la
unidad inseparable de lo eterno y lo contingente, lo que es siempre y por ello
parece que no existe sino en esta lucha y cambio que son un continuo
extinguirse. Los dioses se manifiestan como lo que cambia y perece sin cesar, y
el hombre es en principio un ser eterno. No se trata de que Heráclito formule
antítesis estériles; su método consiste en una exposición de antinomias y un
bosquejo de conciliación en los términos mismos de su oposición.[1]
—La inmortalidad de los dioses no sólo se prueba, sino que
depende de la mortalidad de los hombres: “Los dioses, que son inmortales, no se
irritan por tener que soportar en tanta eternidad a los hombres a pesar de que
son tan ruines y de que son tantos. Por añadidura, cuidan de ellos de todas las
formas” (Marco Aurelio: Meditaciones,
7.70).
Atributos de los
dioses
—“[L]os dioses lo saben todo” (Menelao, Odisea IV).
—“[L]os
hombres eran de estatura menor [que los dioses]” (narrador, Ilíada XVIII). En el canto XXI de la Ilíada, Atenea ataca a Ares y éste cae
cuan largo es: “El dios vino a tierra y ocupó siete yugadas”; si la yugada es
la cantidad de tierra que puede arar una yunta o pareja de animales de labor en
un día, puede considerarse el respetable tamaño del dios.
—“[N]ingún
hombre sabio se opone a los dioses”.[2]
—“Los dioses
destinaron a los míseros mortales a vivir en la tristeza, y sólo ellos están
sin cuitas ni dolor” (Aquiles, Ilíada XXIV).
—“[L]os
dioses, que viven fácilmente” (Iftima, hija de Icario, Odisea IV; Calipso, Odisea V);
la contraposición indica no sólo que los hombres viven difícilmente, sino que
ambas condiciones, facilidad divina y dificultad humana, están relacionadas
como causa y efecto.
—“[L]os
dioses no se desconocen entre sí por más que uno habite lejos” (narrador, Odisea V). Este conocimiento a distancia
puede ser visto como ventaja (nada puede sorprenderlos) pero también como lo
contrario (se vigilan constantemente unos a otros).
—“Incluso los
dioses inmortales respetan al hombre que llega errante como yo llego ahora a tu
corriente y a tus rodillas después de sufrir mucho” (Odiseo, Odisea V): los dioses no respetan al
hombre que no sufre mucho.
—“[L]os
dioses honran a los hombres de más edad, hasta en los juegos” (Antíloco. Ilíada XXIII).
—“[En el
Olimpo] está la morada siempre segura de los dioses, porque no es azotada por
los vientos ni mojada por las lluvias, ni tampoco la cubre la nieve. Permanece
siempre un cielo sin nubes y una resplandeciente claridad la envuelve. Ahí se
divierten durante todo el día los felices dioses” (narrador, Odisea VI).
—“Padre Zeus,
ya nunca tendré honores entre los dioses inmortales si los mortales no me
honran” (Poseidón, Odisea XIII): los
dioses son tan celosos de las honras de los hombres para que los dioses mismos
honren a sus iguales.
—“Los dioses
felices no aman a las acciones impías, sino que honran a la justicia y a las
obras discretas de los hombres” (Eumeo, Odisea
XIV). Esta observación, que no parece más que un deseo, atribuye a los
dioses el carácter de sancionadores de aquello que los caracteriza (resulta
evidente que aman las acciones impías, la primera de las cuales es definir una
justicia que sólo beneficia a los dioses y a sus cómplices humanos).
—“[L]os
dioses no se hacen visibles a todos los mortales” (narrador, Odisea XVI).
—“[L]os
dioses, al dejarse ver, son terribles” (Hera, Ilíada XIX).
—“[Q]ue es
fácil para los dioses que poseen el vasto cielo exaltar a un mortal o
arruinarlo” (Odiseo, Odisea XVI).
—Los dioses
ven completa e íntegra la realidad a la que los hombres sólo aprecian parcial y
defectuosamente. Atenea dice a Diomedes: “[A]parté la niebla que cubría a tus
ojos para que en la batalla conozcas bien a los dioses y a los hombres. Si
alguno de aquéllos viene a tentarte, no quieras combatir con los inmortales;
pero si se presentara en la lid Afrodita, hija de Zeus, hiérela con el agudo
bronce” (Ilíada V): los dioses pueden
ser heridos.
—“[Apolo]
formó un simulacro de Eneas”; “El funesto Ares, tomando la figura del ágil
Acamante...” (narrador, Ilíada V):
pueden formar simulacros.
—“Atenea y
Apolo, el del arco de plata, transfigurados en buitres, se posaron en la alta
encina del padre Zeus” (narrador, Ilíada VII):
pueden tomar la forma de animales.
—“Que los
dioses andan recorriendo las ciudades bajo la forma de forasteros de otras
tierras y con otros mil aspectos, y vigilan la soberbia de los hombres o su
rectitud” (pretendientes, Odisea XVII).[3]
—Los dioses
pueden ser reconocidos por sus huellas, aunque intenten disimular su presencia
cobrando el aspecto de algún humano. “[H]e observado las huellas que dejan sus
plantas y su andar [de Neptuno, que se hace pasar por Calcante], y a los dioses
se les reconoce fácilmente” (Ayante de Oileo, Ilíada XIII).
—“[A] los
hombres, [...] el Cronión [los] hace venir a las manos por una roedora
discordia” (narrador, Ilíada VII).
—Los dioses
son capaces de cambiar de forma. Las Metamorfosis
de Ovidio describen a dioses cambiando la forma de los mortales, o cambiando la
propia figura.
—Los dioses
se enamoran. “Así pues, hasta los dioses se enamoran. Júpiter no halló en todo
su cielo al objeto de su amor; por eso bajó a la tierra a satisfacer su pasión,
pero sin perjudicar a nadie. La Ninfa que raptó a Hylas habría dominado a su
pasión si hubiera pensado que Hércules vendría a reclamar sus derechos sobre
ese joven. Apolo hizo revivir en una flor la sombra del joven Jacinto; y todas
las fábulas están llenas de amores sin rivalidades” (Petronio: Satiricón).
—“No le pidas
que te salve por segunda vez. ¿Recuerdas cómo Eolo recibió a Ulises cuando éste
volvió a pedirle vientos favorables por segunda vez? A las deidades no les
gusta repetirse a sí mismas” (Henryk Sienkiewicz, Quo Vadis, XXXIII).
—En cuanto a
la voz de los dioses, acaso no hay descripción más memorable que la de C.S:
Lewis en su novela Mientras no tengamos
rostro (1955): “Esta es, en fin, otra característica de las voces de los
dioses: una vez han cesado, aunque haya pasado apenas el tiempo que tarda el
corazón en dar un latido, y aunque las firmes, diáfanas sílabas, las gruesas
columnas u obeliscos inmensos del sonido aún estén haciendo mella en nuestros
oídos, es como si hubieran cesado hace mil años, y esperar que se vuelvan a
pronunciar es como pedir una manzana a un árbol que dio fruto el día de la
creación”.
*
Notas
[1] Sri Aurobindo:
“Heráclito y Oriente”, en Arya,
1916-1917. Acaso esto se relaciona con una frase atribuida a Pitágoras: “El hombre
es mortal por sus temores e inmortal por sus deseos”. Según Miroslav Markovich, la traducción completa del fragmento 47 (62 para Diels-Kranz) es: “Los inmortales son inmortales, los mortales, inmortales; porque aquéllos primeros viven de la muerte de estos últimos, y de su vida se morirían”. Markovich lo comenta de este modo: “Los inmortales (héroes) y los mortales (sobrevivientes de batalla) son ‘uno’, porque aquéllos primeros gozan de su vida eterna exactamente gracias a la condición mortal de estos últimos: de ganar éstos la inmortalidad, aquéllos tendrían que perderla, ya que la noción misma de la Polis (ciudad-Estado) envuelve una existencia simultánea tanto de ‘dioses’ (es decir, semi-dioses o héroes) como de ‘hombres mortales’, tanto de ‘hombres libres’ como de ‘esclavos’ (sin tal diferenciación no se da una Polis)” (Heraclitus. Editio minor, Talleres Gráficos Universitarios, Mérida, Venezuela, 1968).
[2] Robert Graves: The Siege and Fall of Troy, Cassell,
Londres, 1962. [La guerra de Troya, El Aleph, Barcelona, 2009; trad.: Lucía
Graves.]
[3] Este mitema tiene
incluso un nombre: teoxenia. Se le
encuentra en las tradiciones mitológicas del próximo Oriente, los cuentos de
hadas, así como en la Biblia e incluso entre los pueblos de América del Norte.
En la teoxenia un dios o dioses
visitan la tierra de incógnito y bajo formas humanas humildes, y piden
hospitalidad. Los númenes, luego de manifestarse como tales, recompensan a los
que los acogieron y castigan con la muerte a quienes los despreciaron. (Cf.
Ovidio, Metamorfosis VIII, historia
de Filemón y Baucis.)
[Leer Los dioses (Una tipología) (III).]
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