domingo, 26 de enero de 2025

Reunión (16). La mirada, 3

 

DGD: Postales, 2022-2024.

 

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Reunión (16). La mirada, 3

 

[Ruskin y Magritte se reúnen para celebrar la visión: “Lo más grande que un alma humana puede hacer es ver”, dice el primero, y agrega que de mil personas que hablan, una de ellas piensa (pensar es más interesante que saber, dice Goethe); de mil que piensan, una sola es la que ve. Mirar es el acto más exigente, más complejo, más inalcanzable; lo sabe el poeta, que mira y mira en su heroico empeño visual, afinando la mirada como el alquimista en el atanor. Sabe que no sabe ver, y lo dice con todas sus letras, y de ahí su desgarradora autenticidad. Wilde mira el mito de Narciso y practica en él algo que es menos una inversión que una correspondencia: el espejo se mira en los ojos que en él se miran, sin duda porque para el alma mirar es tocar (Pessoa). Nicholas Ray hermana al cineasta con el poeta: el oficio de ambos es contemplar; lo hacen de distinta manera, pero íntimamente saben —como indica la sabiduría ancestral— que los ojos encuentran a los ojos. Es esta última una inmejorable definición del cine, refrendada por Musil: el cine enseña al espectador que hay cientos de imágenes diferentes detrás de cada imagen que le muestra la pantalla; después de ver una película lúcida (visionaria), ese espectador sale a la calle con una constante inquietud y observa la vida cotidiana del mismo modo analítico, crítico y dramático con que ha enfrentado el discurso cinematográfico: el cine lo enseña a ser espectador del mundo. Saramago relaciona todo esto con los sentidos de los primeros seres humanos: probablemente no todos ellos percibían en igual grado: uno tenía un olfato excelso pero un oído apenas en ciernes; otro miraba más allá de las cosas pero no lograba ir tan lejos en cuanto al tacto se refiere. Y con todo —reflexiona el autor de El hombre duplicado—, acaso la percepción global de los ancestros era muy superior a la nuestra; tal vez poseían un mayor número de sentidos, esos que hoy echan tanto de menos los poetas y los cineastas. (DGD)]

 


 


 


 


 


 


 

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 [Leer Reunión (17). La mirada, 4]

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jueves, 16 de enero de 2025

Reunión (15). La mirada, 2

 

DGD: Postales, 2021-2024.

 

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Reunión (15). La mirada, 2

D.G.D.

 

En los versos de José Manuel Briceño Guerrero se refleja el amante arquetípico que conoce a la perfección el arma más peligrosa: los ojos del ser amado, y que encuentra la única estrategia posible: ocultarse en esos ojos, pero no para protegerse de ser devastado (¿qué le importa la seguridad personal si en el amor no hay ya persona sino campo de resonancia, y si, además, como se dice a veces, la única seguridad es lo inseguro?). Poder mirar al otro sin peligro, sí, pero no se trata de un riesgo para el amante sino para el ser amado. El peligro de que Medusa se mire al espejo.

 

 


                Otra ladera de la mirada explora Lichtenberg: la del hombre que cree no ser mirado si él no mira. Este hombre está, sin embargo, lejos de caer en la mera ingenuidad, y es que recuerda una verdad que en la infancia conocía a profundidad —como tantas otras—: los niños se cubren los ojos para no ser vistos porque saben que todas las miradas son vasos comunicantes y que lo que uno ve sólo adquiere dimensión si lo ven todos (y que si uno deja de mirar, lo mismo ocurrirá a los demás). Todos: es decir, todo ser consciente y sintiente. O dicho de otro modo, con la matemática exactitud de Antonio Porchia: “Si no creyera que el sol me mira un poco, no lo miraría”. 

 

 


 


                Luc Dietrich, en las páginas de Le bonheur des tristes, ofrece otro matiz: el niño se cubre los ojos para seguir viendo a quien se ha alejado. O bien, como dice Felisberto Hernández en un sentido aún más físico, sencillamente para ver lejos. Esta última palabra no significa aquí una distancia insalvable sino profundidad.

               El poeta, el artista, el hombre consciente —como tan bien lo dice Jaime Sabines—, no quiere hacer sino mirar.

 

 


                La pregunta de por qué el poeta, capaz de hacerlo todo, lo único que quiere es mirar, movido por una insoportable nostalgia, es respondida por Antonio Porchia: el hacer no hace nada, pero modifica el mundo.

 

 


                Porque lo que uno mira es lo que uno es. Pessoa sabe a la perfección que uno deja algo de sí en lo que mira. Ahí queda uno en un sentido muy claro. En eso quedamos. Por eso el poeta quiere mirarlo todo. Para quedar en todo. Para ser mirado por el todo. Para ser todo. Para cantarlo todo.

 

 

 

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 [Leer Reunión (16). La mirada, 3]

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