martes, 20 de mayo de 2025

Maurice de Guérin: la perla en el fondo del océano

 

DGD: Postales, 2022.

 

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Maurice de Guérin: la perla en el fondo del océano

 

[El nombre de Maurice de Guérin pertenece a una ladera de la literatura nunca suficientemente atendida: “es uno de esos escritores secretos”, escribe José María Espinasa, “cuya escritura circula por las venas del cuerpo literario sin que nos demos cuenta. Contemporáneo de Víctor Hugo, nace en 1810 en el seno de una familia noble ya empobrecida, en el Languedoc francés, y muere el 18 de julio de 1839 a la edad de veintiocho años. No fue uno de esos genios marginados en los que resulta pródigo el romanticismo francés, ni un precursor como Nerval, ni un visionario como Rimbaud. Sin embargo dejó entre otras obras un intenso diario, El cuaderno verde, en el que da un apasionado testimonio de existencia y donde por momentos consigue fijar el vértigo de una realidad más vasta”.

   Según escribía George Sand en la Revue de Deux Mondes de mayo de 1840, De Guérin era consciente de su genio; Sand basa tal afirmación en este fragmento del Cuaderno verde: “Nunca sacaré nada bueno de este maldito cerebro en el que, sin embargo, estoy seguro, hay algo que no carece de valor: es el destino de la perla en la ostra en el fondo del océano. ¡Cuántas, y de las aguas más hermosas, nunca saldrán a la luz!”. Resulta innegable que el Cuaderno reúne numerosas perlas; sin embargo, el impulso de este cuaderno se debe precisamente a aquellas que nunca saldrán a la luz. Las que llegan a la página palidecen si se les compara con las que han de quedarse en el fondo del océano. Pero si ese es su destino, ¿vale la pena preocuparse por ellas? No, si se tratara de lo que no llegó a decirse, pero a las que el poeta se refiere son aquellas en las que ya está dicho lo que tienen que decir. Sólo haría falta que el buzo lograra sumergirse lo suficiente, asir las ostras que las contienen y llevarlas a la superficie... Ese es el modo en que De Guérin era consciente de su genio: no del valor de lo que había logrado capturar en la página impresa sino de intuir, dolorosamente, aquello que dice la perla cuyo destino es permanecer en el silencio del fondo del océano. (DGD)]

 


 


 


 


 


 

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Maurice de Guérin: El cuaderno verde (Journal —Juillet 1832-Octobre 1835—, luego Le Cahier Vert, 1862), Universidad Veracruzana / Ediciones Sin Nombre, Los libros de la oruga, México, 2006; versión de Jorge Esquinca.

 

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P O S T A L E S  /  D G D  /  E N L A C E S

Voces de Antonio Porchia

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jueves, 8 de mayo de 2025

Hermann Hesse: la sinceridad dolorida

 

DGD: Postales, 2022-2025.

 

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Hermann Hesse: la sinceridad dolorida

D.G.D.

 

La influencia de Hermann Hesse (1877-1962), novelista y poeta alemán nacionalizado suizo, fue enorme en la época de la contracultura norteamericana por su celebración del misticismo oriental, su rebeldía ante toda forma de autoridad y su decidida apuesta por las búsquedas interiores. En las décadas siguientes, sin embargo, su renombre se fue apagando hasta casi desaparecer. Pero eso el propio Hesse lo había previsto en una carta de 1932: “Creo, mejor aún, lo sé con absoluta certeza, que muchos de aquellos para quienes mis escritos han sido interesantes y alentadores durante un cierto periodo, luego se sentirán desconcertados por ellos y tendrán que arrojarlos a un lado. En su lugar, vendrán otros para quienes seré útil durante un trecho de su camino hacia la madurez humana. Crezcan aquellos otros, busquen compañeros de viaje más vigorosos que yo, encuéntrenlos, y emprendan sendas más audaces. Yo permaneceré en la mía, por muy dudosa y cuestionable que pueda parecer, en ciertos momentos, a mí mismo y a los demás”.

               En estas líneas Hesse responde a los detractores que ya habían aparecido en su época, pero también, en cierta forma, a los que surgirían después; dos de los más notorios serían Jorge Luis Borges y Julio Cortázar. En 1962 Borges comenta a Bioy Casares: “Ya les llegará el momento a Hermann Hesse y a Charles Morgan de quedar como impostores”; en 1974 añade a esa lista a Romain Rolland y agrega: “No sé por qué los alemanes insisten en escribir novelas, si no sirven para eso. Pero Hesse se portó bien. No fue nazi: emigró a Suiza y se hizo suizo”.

               En una página incluida en Diario de Andrés Fava hacia 1950, Cortázar afirma que el único libro de Hesse que leyó fue Demian, que le produjo tal repulsión que le retiró el deseo de conocer otros libros del autor. En 1977, año del centenario del nacimiento de Hesse, Radio Deutsche Welle organizó una conmemoración de este escritor, e invitó a Cortázar a intervenir en ella; éste grabó una fonocarta basada en aquella página de 1950 en la que califica a Demian como un libro falso, estafador y de una “sensiblería de modista” que, para colmo, colabora con la ideología burguesa: “Hesse es otro de los pilares de esa larga tradición que afortunadamente está siendo destruida como correspondía y como era necesario: la tradición del enclaustramiento individualista, de la realización individual sin tener en cuenta lo que sucede en torno, el pequeño nirvana propio, el pequeño paraíso a domicilio, la belleza y la felicidad metidas dentro de la heladera junto con los cubitos de hielo”.

               Las acusaciones de estafa, engaño y manipulación de las angustias existenciales de los jóvenes han perdurado en muy diversos lectores, escritores y críticos: ¿se trata de un “juicio de la posteridad” o de ese conjunto de opiniones que, como toda “tendencia”, ha de irse apagando hasta desaparecer? Y es que ese tipo de impugnaciones retroceden para un lector que emprende la obra de Hesse con la innegable transparencia que emana de esas páginas. Más que de un engaño sostenido a lo largo de la obra hessiana, ¿no puede hablarse más bien de una sinceridad dolorida, como toda sinceridad? En una carta en la que habla de Demian, Hesse escribe: “El camino de Demian no es [...] claro y llano [...]. Exige no sólo entrega, sino también vigilancia, desconfianza, autoexamen; no protege de las dudas, antes bien las busca. No es un camino para aquellas personas que necesitan ayuda mediante ideales y órdenes claros, unívocos y estables. Es un camino para desesperados, precisamente para quienes desesperan de la posibilidad de reducir a fórmulas lo sagrado, de la simplicidad unívoca de los ideales y deberes; un camino para aquellos a quienes abrasa el corazón la miseria de la vida y la angustia de la conciencia”. Y sobre todo: “Mi obra literaria, la confesión de un poeta que envejece, intenta, como muy bien dice usted, presentar lo irrepresentable, traer a la memoria lo inefable. Y esto es un pecado. Pero ¿conoce usted verdaderamente una poesía o filosofía cualquiera que intente otra cosa distinta que hacer posible lo imposible y atreverse a realizar lo prohibido con un sentido de responsabilidad? [...] Sin contrición, y sin el valor para llegar a esta contrición, ningún autor debería atreverse jamás a emprender la aventura de escribir y ningún crítico a emitir juicio sobre el autor”.

               Es la honestidad esencial de Hesse la que lo lleva a exclamar en otra carta, en agosto de 1929: “He fracasado, he naufragado. Con residuos más dignos y concesiones menores, quizá, que otros idealistas, pero he naufragado. Mi modo de escribir es personal, es intensivo, es con frecuencia, para mí mismo, portador de dicha y de paz; pero mi vida no lo es, mi vida no es sino disposición y prontitud para el trabajo. Y los sacrificios que he de hacer por mi vida en absoluta soledad, etcétera, no los hago desde hace mucho tiempo en consideración a la vida, sino en consideración al trabajo literario. El valor y la intensidad de mi vida se hallan en las horas en las que soy productivo desde el punto de vista literario, esto es, precisamente en aquellos momentos en los que expreso lo insuficiente y desesperado de mi vida”.

               La conclusión de Hesse es una invitación a detectar los verdaderos engaños, a combatir las verdaderas manipulaciones: “El hecho de que, pese a todo, yo viva, y de que esta época y esta atmósfera de mentira, codicia, fanatismo y tosquedad no me hayan matado ya, debo agradecerlo a dos felices circunstancias, a saber: la rica herencia de savia natural que llevo dentro de mí, y la circunstancia de que yo, aunque sea un acusador y un enemigo de mi época, pueda ser, al mismo tiempo, un creador. Sin esto no podría vivir, y aun así, mi vida es con frecuencia un infierno”. Por el tiempo en que, tras la publicación de El juego de abalorios, le fue concedido en 1946 el premio Nobel de Literatura, declaró: “Yo pertenezco a ese género de personas que albergan una desconfianza inicial contra la voluntad y contra lo querido por ella, y buscan una armonía entre el espíritu y la naturaleza, entre la voluntad y la gracia”.

 


 


 


 


 


 

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Hermann Hesse: Cartas escogidas (Selected Letters), Sudamericana, Buenos Aires, 1980.

Adolfo Bioy Casares: Borges, Ediciones Destino, col. Imago mundi volumen 101, Buenos Aires, 2006; ed. de Daniel Martino.

Julio Cortázar: Diario de Andrés Fava (1950), Alfaguara, Buenos Aires, 1995. | Fonocarta de Cortázar sobre Hesse: publicada al final del tomo 4 de J.C.: Cartas. 1969-1976, Alfaguara, Madrid, 2012; ed. de Aurora Bernárdez y Carles Álvarez Garriga.

 

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