viernes, 26 de mayo de 2017
La literatura “rara” y las corrientes subterráneas (VII)
En la lista de autores estudiados en Atípicos en la
literatura latinoamericana —que como todas las listas es incompleta y
arbitraria—, se sobreentiende que cada uno de estos autores manifiesta una muy
personal “atipificidad”; sin embargo, aún así puede sorprender a ciertos
lectores la inclusión de nombres como los de Silvina Ocampo, Elena Poniatowska,
Martín Luis Guzmán y Juan Gelman, quienes a todas luces disfrutan de esa
difusión y renombre que se consideran injustamente ausentes en los demás
escritores (en los “atípicos”).
Los autores de los respectivos ensayos podrían aducir que,
aunque Ocampo, Poniatowska, Guzmán y Gelman son “típicos” (lo cual, dentro de
la inferencia general del libro, significa que son “conocidos”), hay zonas en
sus obras que bien pueden considerarse “atípicas”, en el sentido de partes
marginales, zonas subversivas, textos poco conocidos que son heterodoxos o de
difícil comprensión.
Sin embargo,
¿no puede aplicarse este mismo razonamiento a cualquier escritor “conocido”, y
sobre todo a los más célebres? Si se aceptan “áreas atípicas en escritores
típicos”, ¿por qué entonces no incluir a Borges, por mencionar el ejemplo más
inmediato de un autor “tipificado” por la celebridad y desconocido en sus
laderas menos estudiadas? (Buen ejemplo sería, en el teatro de García Lorca, la
irrepresentable El público respecto a
las siempre representadas Yerma o Bodas de sangre.) Cualquier gran nombre
de la literatura, por lo tanto, podría incluirse en el libro. ¿Qué es entonces,
lo “atípico”?
Cuando se
dice “blanco” o “negro”, estos conceptos se sobreentienden como polos de una
escala que los conecta: entre ambos se localizan los “matices del gris” tan
requeridos por quienes rechazan el “maniqueísmo”.
El libro Atípicos en la literatura latinoamericana crea,
pues, una escala que iría de lo “más a lo menos atípico”, pero ello, en lugar
de dar armas al lector, lo invita y casi lo obliga a establecer la escala
contrapuesta: la que va de lo “más a lo menos típico”. Ambas escalas se
conectarían en un punto medio en el que podría encontrarse a escritores que son
a la vez “menos atípicos” y “menos típicos”.
Puede sustituirse el adjetivo: escritores “más bien
conocidos que desconocidos”, “más amables que peligrosos”, “más superficiales
que subterráneos”, etcétera. En ese caso estarían Ocampo, Poniatowska, Guzmán y
Gelman, autores que también resaltarían en una imaginaria antología de lo
“típico”. Por lo demás, un libro titulado “Antología de lo típico” no existe ni
podría existir, puesto que faltaría al respeto tanto a los autores ahí
incluidos como a los posibles lectores. ¿Qué clase de respeto, si lo hay, se
aplica entonces a los escritores “atípicos”? Llamar “típicos” a escritores
consagrados sería impensable porque estamos siempre de su lado, apoyándonos en
su autoridad; los “atípicos”, en cambio, siempre están del otro lado, son lo que nosotros no somos y su utilidad estriba
únicamente en desconcertarnos para concertar (confirmar) lo que queremos seguir
siendo.
*
martes, 16 de mayo de 2017
La literatura “rara” y las corrientes subterráneas (VI)
Lo típico y lo
atípico
Un buen ejemplo se halla en un libro aparecido en Buenos
Aires en 1996 que reúne ensayos sobre escritores latinoamericanos “poco
conocidos”: Atípicos en la literatura latinoamericana (compilado por Noé
Jitrik).
Este libro de 434 páginas propone, pues, su propio
eufemismo: “atípicos”. Cuando en cualquier medio de comunicación se usan frases
de cajón como “escritor de reconocido prestigio”, brinca por detrás una especie
de autoridad que parece totalmente independiente de esos medios: si algo es
mencionado repetidamente y con respeto (aunque éste sea formal y de mero
trámite), se provoca de inmediato en el escucha un sobreentendido
correspondiente a “Por algo será”. Toda mención acerca de lo divulgado y lo
desconocido se hace siempre pensando que sucede en un mundo abstracto, puro,
desapasionado, en el que el reconocimiento se da por sí mismo, “por méritos
propios”, y que por lo tanto no depende —como en realidad sucede— de una
avalancha de factores sociales, culturales y políticos, y sobre todo de
mecanismos de propaganda y publicidad, como en el caso de cualquier “producto”.
Tipificar a
lo “atípico” es convertirlo en producto; un producto anómalo, pero un producto
de todos modos. Decir “escritor secreto” implica a todos los que no son
secretos, mientras que decir “escritor atípico” vuelve “típicos” a todos los
demás. Al revisar el índice de Atípicos en la literatura latinoamericana
resulta notable que sólo tres de los autores de estos ensayos usaron esa
palabra en el título, como si en los demás ensayistas suscitara una especie de
pudor, de incomodidad.
¿Y por cuáles palabras ha sido
sustituido el término “atípico”? Un artículo sobre Felisberto Hernández se llama “Excentricidades
al borde del agua”.
Otro sobre Arturo Cancela lo califica como “un best-seller
olvidado”.
Hay
un texto cuyo nombre es “Somos geniales, locos y peligrosos: el nadaísmo
colombiano”. Todos estos ensayos (independientemente de su respectiva
carga de ironía) se hallan incluidos en un libro con un nombre determinado que
los baña a todos; así, el lector sobreentiende que “atípico” es algo entre excéntrico, genial,
loco, peligroso u olvidado.
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