DGD: Morfograma 87, 2020. |
miércoles, 25 de marzo de 2020
El misterio de los cien monos (XXXVI)
Los
autómatas celulares
Persio
—personaje central de Los premios
(1960) de Julio Cortázar— da el nombre de Argos, el diez mil ojos, a una mirada
colectiva que es la suma de lo que cada individuo irrepetiblemente ve; este personaje cortazariano se maravillaría, por ejemplo, con un libro
desbordante (en todos los sentidos) debido al físico y experto en cibernética
Stephen Wolfram, que ha detectado la base analógica de la Creación (el
objeto de búsqueda de Persio) por medios tecnológicos. En A New Kind of
Science (2002), Wolfram, dueño de la compañía multimillonaria de software
que publica el libro, revela los experimentos en computadora que durante más de
veinte años llevara a cabo de modo más o menos marginal.
Todo
comenzó en 1982, cuando un cierto programa al que Wolfram había “corrido” en su
ordenador arrojó resultados totalmente imprevistos y en apariencia fuera de las
capacidades de ese programa. Cuando esto se reiteró suficientes veces, el
analista se dedicó a investigar y al cabo de un tiempo no pudo sino concluir
que lo que sucedía era en cierto modo como si el programa, en determinadas
circunstancias, por iniciativa propia se conectara con otros programas mucho
más complejos e indetectables, y mostrara las secretas configuraciones no tanto
de estos programas sino de la conexión inusitada con ellos (un todo
mayor que la suma de sus partes: un rizoma, en término de Deleuze y Guatari).
En
las 1280 páginas de A New Kind of Science, la mayoría de ellas dedicada
a lujosas ilustraciones, el autor delinea una nueva forma de modelar sistemas
complejos a los que denomina cellular automata, a partir de la “teoría
del autómata celular” de Johannes von Neumann. La tesis de Wolfram afirma que
el universo no está constituido por leyes matemáticas sino por leyes
programáticas: ni siquiera las más complejas ecuaciones pueden lograr modelos
de los sistemas biológicos, mientras que los “autómatas celulares” reproducen
en pequeña escala los esquemas esenciales de la naturaleza (a los que Persio
llamaría simplemente figuras): los aparentemente azarosos patrones de
las ramas de árboles, los remolinos en las corrientes o las manchas en la piel
de los leopardos, se hallan también en el movimiento de los planetas, los
sistemas solares y las galaxias.
Todas
estas intuiciones forman, en efecto, una Figura que no comienza en Von Neumann
ni termina en Wolfram; sobre el primero habían influido los estudios de Warren
S. McCulloch y Walter Pitts sobre “neurones” (1943), la abstracción matemática
sobre expresiones regulares de S.C. Kleene (1951), los fundamentos generales de
la cibernética introducida por Norbert Wiener (1948), la “dinámica simbólica”
elaborada por George Birkhoff y Gustav Adolf Hedlund (1969) e incluso las ideas
de Henri Poincaré sobre la mécanica clásica en términos de estabilidad,
propiedades ergódicas y “recurrencia de órbitas”.
Todo
esto, más los trabajos de Von Neumann, habría gravitado sobre Wolfram,
incluyendo las propuestas de James Gleick en Chaos: Making a New Science
(1987) en cuanto a los patrones aparentemente azarosos que caracterizan a muchos
fenómenos naturales. En términos muy sucintos, la propuesta de Gleick aduce que
existe en el caos un orden secreto que sólo necesita ser identificado y
codificado. De ahí que otro de los puntos influyentes en Wolfram es lo que la
teoría del caos —también llamada teoría de los sistemas dinámicos— denomina
“SDIC” (sensitive dependence to initial conditions, “dependencia
sensitiva a las condiciones iniciales”), es decir los pequeños cambios
introducidos en los sistemas que pueden conducir a enormes cambios tan
impredecibles como incontrolables, en los términos de un fenómeno conocido como
“efecto mariposa”.
El
efecto mariposa
Tal efecto es tan célebre y polémico como
revelador. Dentro de esa teoría se denomina caos al comportamiento impredecible
de un sistema determinista, debido a la gran sensibilidad respecto a las
condiciones iniciales. Esto provoca que dos puntos que de modo arbitrario están
juntos, diverjan exponencialmente, de manera que su evolución futura no es
predecible. El famoso “efecto” afirma que el batir de las alas de una mariposa
puede afectar de tal forma a la evolución meteorológica, que tiempo después —y
a través de la red de las repercusiones— puede determinar la diferencia entre
la calma y un huracán.
La
ramificación de este árbol de teorías habría entusiasmado a Persio, consciente
de que la búsqueda de una base analógica de la Creación se expresa justamente
de manera analógica. Resulta interesante constatar cuánto se relaciona esto con
el antiquísimo símbolo llamado eneagrama, ese complejo esquema estudiado
por Gurdjieff y parecido a una estrella de nueve puntas que representa al
movimiento perpetuo, un mapa de la realidad integral.[1]
Acaso la trasposición de este principio al campo de la ciencia se halla en el
concepto de lattice. De acuerdo con la mecánica cuántica, la lattice
es una red o matriz de energía que conforma la estructura básica del
espacio-tiempo. El estado original de la lattice es de coherencia
absoluta y simetría total, y permanece invisible hasta que alguna de sus partes
altera ese estado original por cualquier causa; así, una alteración de su
estructura básica da lugar a una partícula elemental, que es precisamente una
desorganización de esa gran red.
Todo
campo energético equivale a una alteración específica de la lattice.
Cualquier objeto “material” es en realidad una organización irrepetible de esa
magna estructura. Fuera de la lattice, cuando se halla en su estado
original de total coherencia, no existen ni objetos ni alteraciones temporales:
es únicamente cuando la lattice cambia su estructura fundamental que el
tiempo transcurre y los objetos aparecen. Se trata, pues, de la matriz del
espacio-tiempo, como en cierto modo lo representa la exitosa película The
Matrix (1999).
La
lattice, en su acepción de “reticulado”, es usada como modelo en la
llamada teoría de la cromodinámica cuántica (QCD por sus siglas inglesas,
Quantum Chromodynamics), para representar interacciones entre partículas
subatómicas. El campo de investigación de la QCD se basa en reconstruir
ambientes físicos, y sus asombrosas aplicaciones van desde hacer un modelo del
interior de una estrella de neutrones hasta preguntarse cómo era el universo un
nanosegundo después del Big Bang. La QCD es una “teoría de reticulados” (gauge
theory) y constituye un ejemplo de la teoría cuántica de los campos, en la
que cantidades físicas son representadas por funciones (“campos”) del
espacio-tiempo.[2] En este caso se trata de
construir un modelo, un símbolo, un mapa: resulta imposible contemplar y
estudiar el espacio-tiempo infinito, pero es posible representarlo en una lattice
finita de cuatro dimensiones compuesta por puntos: es una forma de recrear la
realidad mediante una abstracción matemática.
*
Notas
[1] Cf. Anthony G.E. Blake:
The Intelligent Enneagram, Shambhala Publications, Boston, 1996.
[2] Cf. H.J. Rothe: Lattice
Gauge Theories: an Introduction, World Scientific (Physics Series, vol.
43), Singapur, 1992. Istvan Montvay y Gernot Münster: Quantum Fields on a
Lattice, Cambridge University Press (Cambridge Monographs on Mathematical
Physics Series), Cambridge, 1994.
Libros citados
Birkhoff,
George David: Dynamical Systems, American Mathematical Society,
Providence (Rhode Island), 1983.
Deleuze,
Gilles,
y Felix Guatari: Rhizome, Éditions de Minuit, París, 1976. / Capitalism
and Schizophrenia, vol. II: A Thousand Plateaus, University of
Minnesota Press, 1987. [Rizoma, Pre-Textos, Valencia, 1978.]
Gleick,
James: Chaos: Making a New Science, Viking Press, Nueva York, 1987.
Kleene,
Stephen Cole: Introduction to Metamathematics, Elsevier Science, Nueva
York, 1971.
McCulloch,
Warren S.: Embodiments of Mind, The MIT Press, Cambridge, 1988.
Poincaré,
Henri: La Science et l’Hypothèse, Flammarion (Champs), París, 1968.
Wiener,
Norbert: Collected Works - Vol. 1:
Mathematical Philosophy and Foundations; Potential Theory; Brownian Movement,
Wiener Integrals, Ergodic and Chaos Theories, Turbulence and Statistical Mechanics,
The MIT Press, Cambridge, 1976.
Wolfram,
Stephen: A New Kind of Science, Wolfram Media, Champaign (Illinois),
2002.
domingo, 15 de marzo de 2020
El misterio de los cien monos (XXXV)
DGD: Morfograma 86, 2020. |
La base analógica de la Creación
Cuando el niño era niño andaba con los brazos
colgando, quería que el arroyo fuera un río, que el río fuera un torrente y que
este charco fuera el mar. Cuando el niño era niño no sabía que era niño, para
él todo estaba animado, y todas las almas eran una.
Peter Handke
Las cosas pesan más cuando se las mira
La teoría predominante de la percepción indica
que las imágenes del mundo exterior se forman en el cerebro. En búsqueda de la
sabiduría ancestral, Rupert Sheldrake postula que la percepción se da en ambos
sentidos: los impulsos de la luz fluyen de afuera hacia adentro del perceptor,
pero también existe una proyección de adentro hacia afuera de las imágenes
formadas en el cerebro del contemplador. “Las imágenes se proyectan hacia
afuera”, escribe, “y en una percepción normal, la proyección hacia afuera y el
flujo hacia adentro coinciden, de tal forma que veo la imagen de un objeto en donde
realmente está ubicado.” La virtud de este concepto es la de por fin conceder
una atención seria y profunda a antiguas intuiciones antes desdeñadas por
“idealistas”, por ejemplo “las cosas pesan más cuando se las mira” y “dos más
dos son cuatro y el que suma”.
Grandes
intuidores como Julio Cortázar basaron su obra en este tipo de pre-visiones.
Conceptos como el de figura en la obra cortazariana (así como el
universo de la brujería en los libros de Carlos Castaneda) serían campos
mórficos que Sheldrake requiere incluir para encontrar ecos complementarios y
definitivos rumbos de búsqueda. Este biólogo se sorprendería al leer las
búsquedas que, en la novela Los premios (1960) de Cortázar, el personaje
llamado Persio —un mago y metafísico independiente de las escuelas esotéricas—
emprende para entrever la base analógica de la Creación:
¿Han pensado en los dibujos? Si en este mapa de
Portugal marcamos todos los puntos donde hay un tren a las dieciocho y treinta,
puede ser interesante ver qué dibujo sale de ahí. Variar de cuarto de hora en
cuarto de hora, para apreciar por comparación o superposición cómo el dibujo se
altera, se perfecciona o malogra. He obtenido curiosos resultados [...]; no
estoy lejos de pensar que un día veré nacer un dibujo que coincida exactamente
con alguna obra famosa, una guitarra de Picasso, por ejemplo, o una frutera de
Petorutti. Si eso ocurre tendré una cifra, un módulo. Así empezaré a abrazar la
creación desde su verdadera base analógica, romperé el tiempo-espacio que es un
invento plagado de defectos.
Sin duda el tiempo-espacio es un invento
plagado de defectos, y es por ello que las intuiciones que apuntan en la
dirección buscada por Persio son cada vez más numerosas. Como todo gran mago,
lo que Persio hace es demandar la assimilatio (término usado por Nicolás
de Cusa y Meister Eckhart), el último proceso cognitivo caracterizado por la
asimilación de las proporciones esenciales del cosmos.
Porque
en el fondo no hay realmente sino una misma esencia tanto en el párrafo citado
como en este otro de Alejo Carpentier:
Llego a preguntarme a veces si las formas superiores
de la emoción estética no consistirán, simplemente, en un supremo entendimiento
de lo creado. Un día, los hombres descubrirán un alfabeto en los ojos de las
calcedonias, en los pardos terciopelos de la falena, y entonces se sabrá con
asombro que cada caracol manchado era, desde siempre, un poema. [Los pasos
perdidos, 1953.]
Una novela del español Luis Landero dibuja
deliciosamente la figura de otro mago analógico que, como Persio, adivina la
trama de repercusiones y correspondencias en esa cotidianeidad en la que los
demás no ven sino una mera mecanicidad sin sentido:
Todos los días salía de casa subiéndose sus
imaginarias solapas de espía, un cigarrillo colgado del labio y la mirada esquinada
de astucia. Deteniéndose en los escaparates y simulando curiosidades
imprevistas, angulando reojos, hurtando el perfil, burlando persecuciones y
salvando emboscadas, vencía sin novedad la primera etapa del trayecto. A partir
de allí, le esperaba otra suerte de peligros. Si aguardaba la luz verde para
cruzar una calle y se ponía a su altura una mujer con alguna prenda negra,
perdía una baza de semáforo. Si azul, ganaba el derecho a acelerar el paso
durante un minuto. Si alcanzaba a un transeúnte ciego o cojo, no podía
adelantarlo mientras no lo liberase algún hombre con un peso a la espalda.
Quedaba cautivo de una plaza si la estaban regando o había un niño con un
gorro, y no podía franquearla hasta que cruzase un perro o levantase el vuelo
una paloma. Pero si el perro se paraba a hacer una necesidad, también él debía
pararse y contener la respiración, pues en caso contrario las reglas del juego
lo obligaban a retroceder hasta encontrar una monja o cualquier otra persona de
uniforme. Por momentos la vida le parecía apasionante.
Todas esas intuiciones tampoco guardan una
gran distancia con esta otra, proveniente de un complejísimo tratado
matemático, Chaos
Near Resonance
(1999) de György Haller, que intenta confirmar los fundamentos armónicos en la
“teoría de los sistemas abiertos en la ecología radical” (ecology open
systems theory) a través de la necesidad de entender y predecir “el efecto
global de las resonancias en un espacio de fases multidimensionales”:
En dinámica
molecular se sabe que las resonancias dan origen a patrones caóticos, a
múltiples escalas de tiempo y a una aparente irreversibilidad en la
transferencia de energía entre distintos estados oscilatorios de las moléculas.
Dentro de la ingeniería de las estructuras, las interacciones entre modos
resonantes son responsables de más complejos fenómenos dinámicos, que de nuevo
incluyen transferencia de energía, comportamiento de múltiples escalas de
tiempo y movimientos caóticos. Es de gran importancia práctica entender el
mecanismo común que se halla detrás de estos rasgos irregulares.
La
ciencia podrá llamarlo “mecanismo común” —tendiendo siempre a la concepción
maquinal del universo—, pero otras disciplinas del pensamiento hablarán de
resonancia. (Un nuevo puente se tiende aquí hacia la resonancia mórfica de Sheldrake, puesto que el trabajo de Haller
tiende a saltar de la teoría del caos a la teoría de la resonancia.) En algún
punto intermedio permanece aún esquivo el secreto de una mirada capaz de
acceder, sin pérdidas, a la base analógica de la Creación. Ese punto se halla
acaso a mitad de camino entre la palabra y la imagen conjuntas, en una
suma orgánica, como bien lo intuye Paul Valéry: “Cada quien ha visto cosas que
nadie más ha visto. Y la suma de todas estas cosas es... cero. Lo que cuenta es
lo que todos los hombres han visto, juntos” (Analecta, 1935). También
Ortega y Gasset lo sabía:
La verdad, lo
real, el universo, la vida —como queráis llamarlo— se quiebra en facetas
innumerables, en vertientes sin cuento, cada una de las cuales da hacia un
individuo. Si éste ha sabido ser fiel a su punto de vista, si ha resistido a la
eterna seducción de cambiar su retina por otra imaginaria, lo que ve será un
aspecto real del mundo. Y viceversa: cada hombre tiene una misión de verdad.
Donde está mi pupila no está otra; lo que de la realidad ve mi pupila no lo ve
otra. Somos insustituibles, somos necesarios. Dentro de la humanidad cada raza,
dentro de cada raza cada individuo es un órgano de percepción distinto de todos
los demás y como un tentáculo que llega a trozos de universo para los otros
inasequibles. La realidad, pues, se ofrece en perspectivas individuales. Lo que
para uno está en último plano, se halla para otro en primer término. El paisaje
ordena sus tamaños y sus distancias de acuerdo con nuestra retina, y nuestro
corazón reparte los acentos. La perspectiva visual y la intelectual se
complican con la perspectiva de la valoración. [El espectador,
1916-1934.]
*
Libros citados
Carpentier,
Alejo: Los pasos perdidos, EDIAPSA, México, 1953.
Cortázar, Julio: Los premios,
Sudamericana, Buenos Aires, 1960.
Haller,
György: Chaos Near Resonance, Springer Verlag, Nueva York, 1999.
Landero,
Luis: Juegos de la edad tardía, Tusquets (col. Fábula), Barcelona, 1989.
Ortega
y Gasset, José: “El espectador” (1916-1934), en Obras completas, t. 2,
Alianza Editorial-Revista de Occidente, Madrid, 1983.
Valéry,
Paul: Analecta, NRF/Gallimard, París, 1935.
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