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DGD: Morfograma 96, 2020. |
Materia negra y mirada sutil
El
profeta mensajero
El profeta es un mensajero, sin duda, pero el
mensaje fundamental es él mismo. Un visionario dice muchas cosas pero la
primera de ellas consiste en que el ser humano es capaz de recordar el futuro
—por así decirlo—, lo cual significa que el tiempo no es esa supercarretera
inflexible en la que son absolutamente imposibles las variantes: saltos hacia
adelante o hacia atrás, rodeos, caminos vecinales, paraderos. El severísimo
carril de tránsito y su implacable ritmo de avance no son absolutos.
Aquí
bien podría aducirse que “la excepción confirma a la regla”, puesto que ningún
profeta ha explicado claramente su método de transgresión de las “leyes” de la
supercarretera. “No cualquiera puede ser Mesías”, dirán los trascendentalistas
puritanos neoliberales, y de ahí el intento de separar a la humanidad
“corriente” de esas figuras “excepcionales”. Los iluminados son —se afirma— de
un orden distinto, y por ello se expresan enigmáticamente: no enseñan a
deambular libremente por la supercarretera —esa técnica no es para todos— y se
limitan a insertar dentro de ella un camino por el que pueda seguírseles sin
romper lo “establecido”, es decir, de manera pausada y en obediencia a las
leyes del movimiento. Y esto implica que los profetas no son humanos y sólo por
ello resultan capaces de recordar el futuro; la humanidad sólo puede respetar
las leyes y confortarse mutuamente por medio de la transmisión de las verdades
enigmáticas de los profetas, cuidadosa y oportunamente traducidas y explicadas
por seres humanos que se erigen en voceros o traductores.
Pero
el profeta es el mensaje primordial,
anterior a lo que dice y hace. Y ese mensaje avisa a la humanidad que las
“leyes” no son más que hábitos y específicamente dogmas, y que la
supercarretera no es otra cosa que una pista de despegue. Bien lo saben los
únicos que asumen ese mensaje primordial: los poetas. Ellos saben que el
lenguaje se ha manipulado e instituido como una supercarretera paralela a la
del tiempo, igual de sucesivista e imponderable. Saben, sobre todo, que la
definición de lo humano no depende de los “traductores autorizados”. También
todo poema, antes de lo que dice, es
una ruptura de lo “irrompible”, una transgresión de lo “intransgredible”, una
relativización de lo “absoluto”, una flexibilización de lo “inflexible”, una
inmediata posibilitación de lo “imposible”.
Decir
que el poeta “recuerda el futuro” es cierto pero en última instancia tendencioso,
porque termina por apoyar la idea —no es más que eso— de un tiempo sucesivista
compuesto por pasado, presente y futuro, dispuesto espacialmente en atrás, aquí
y adelante. Más que recordar el futuro, el poeta asume lo simultáneo. De ahí la
identidad marcada por las palabras poeta
y profeta.
El
universo es una metáfora de sí mismo
Aldous Huxley llama filosofías perennes
a los temas esenciales expuestos por aquellos visionarios que experimentaron una
revelación o una apertura mística. Independientemente de su tiempo y su
cultura, estos visionarios tienen en común ciertas creencias y valores
fundamentales que parecen haber adquirido a través de experiencias limítrofes.
Interesado en estas últimas, el psicólogo humanista Abraham Maslow ha tratado de
comprender el estado cognitivo que los visionarios alcanzaron durante sus
respectivas iluminaciones; en su libro Religions, Values and Peak
Experiences (1964), Maslow concluye que “estas características del mundo
tal y como es percibido en nuestros momentos más perspicaces son casi las
mismas que la gente, a lo largo de las épocas, ha llamado verdades eternas o
valores espirituales o alta sabiduría”. (Maslow debe el núcleo de su teoría al
análisis que en 1902 emprendió William James en The Varieties of Religious
Experience.)
Por
su parte, el filósofo y místico Prabhat Rainjan Sarkar entendió que esta
sabiduría, este modo intuitivo de conocimiento, es sintético, lo que no
significa reduccionista sino simultáneo. En contraste con el reduccionismo
racional, que es analítico y rigurosamente sucesivo, la facultad intuitiva de
la mente humana tiende hacia el absoluto, hacia la totalidad, es decir, hacia
lo ubicuo. Los estados privilegiados, las experiencias limítrofes, las
iluminaciones y epifanías, son asomos a un estado de conciencia unitaria en la
cual los individuos se identifican directamente con el Todo. Para ser
comprendidos, los maestros espirituales de todas las épocas formulan esa
conciencia unitaria a través de metáforas, parábolas, símbolos. Ello podría decirse
de otra manera: para los que ven, el universo es una metáfora de sí
mismo.
Buen
ejemplo para atisbar la simultaneidad es el descubrimiento de la materia negra
(dark matter), el esencial componente del cosmos al menos en un 90 por
ciento. El anterior “todo” de la ciencia se ha reducido a un mero diez por
ciento y ello ha dado un duro golpe a la concepción mecanicista, para la cual
el universo era totalmente conocible. Incluso hay quienes afirman que todo lo
que sabíamos, e incluso todo lo que podemos conocer e imaginar, se ha reducido
a una décima parte: el porcentaje restante equivale a comenzar desde cero,
puesto que las leyes, certezas y paradigmas que rigen al diez por ciento,
simplemente no funcionan en (o apenas tienen que ver con) el nuevo todo
develado. A decir de Rupert Sheldrake, es como si la ciencia hubiera
descubierto el “inconsciente cósmico”.
Los
cuerpos sutiles del ser humano
Respecto a la composición de la materia negra
se manejan dos principales teorías: 1) restos de estrellas incineradas —enanas
blancas u hoyos negros—, o 2) materia que no está compuesta por partículas
eléctricamente cargadas. Esta última característica no sólo la vuelve invisible
a la mirada normal sino capaz de pasar a través de la materia visible. A partir
de esta asombrosa interpenetrabilidad, el biofísico Deno Kazanis ha relacionado
a la materia negra con la antigua concepción mística hindú y tibetana de los cuerpos
sutiles.
Según
esta arcana enseñanza, el cuerpo integral del ser humano está compuesto por
cinco capas o cuerpos sutiles llamados kosas, hechos de materia de
distintos planos y cada uno con distinta densidad. El cuerpo físico equivale a
la primera capa, la más densa y la única visible por la percepción cotidiana.
La segunda, prana-maya-kosa, conocida como cuerpo etéreo, da vida al
cuerpo físico y a la conciencia a través del prana; en el misticismo de
Occidente, el cuerpo astral está asociado con el cuerpo etéreo o pránico. La
siguiente capa es el “cuerpo mental” o “personalidad”, la mano-maya-kosa
necesaria para el pensamiento racional e intelectual. La cuarta capa, la de la
conciencia potencial o vijnana-maya-kosa, se extiende más allá del
pensamiento activo y comprende las capacidades espirituales; equivale al alma
del misticismo occidental. La última y más fina, que comprende a las demás, es
el cuerpo de la conciencia universal, ananda-maya-kosa, sólo capaz de
ser experimentada a través de la iluminación, o en los más altos estados de la
meditación (dhyana); en la terminología del budismo mahayana,
corresponde al “cuerpo de la inspiración o de la gracia”.[1]
Asociados
a los cinco cuerpos sutiles están los chakras, o centros de energía, y
los nadis, canales a través de los cuales fluye esa energía universal de
la vida (prana) de una capa a otra. En Flower Essences and
Vibrational Healing (1983), Gabriel Cousens afirma que los nadis no
son otra cosa que “un sistema nervioso etéreo extendido más allá del cuerpo
físico y que está directamente conectado con el sistema nervioso”. Como
siempre, el poeta ha llegado antes; así, el maestro argentino Antonio Porchia
escribe: “Mis venas, más allá de mi cuerpo, no son visibles” (Voces). La
muy extendida intuición de una “comunión plenaria” cobra voz en este poema de
Oliverio Girondo:
Los nervios se me adhieren
al barro, a las paredes,
abrazan los ramajes,
penetran en la tierra,
se esparcen por el aire,
hasta alcanzar el cielo.
El mármol, los caballos
tienen mis propias venas.
Cualquier dolor lastima
mi carne, mi esqueleto.
¡Las veces que me he muerto
al ver matar un toro!...[2]
Kosas, chakras
y nadis forman una compleja estructura a la que bien podría llamarse
jerarquía anidada, totalmente acorde con los campos mórficos de Sheldrake. La comunión
plenaria cobra distintas categorizaciones; por ejemplo, la sabiduría china habla de
“meridianos” en vez de nadis, y de ch’i en lugar de prana.
*
Notas
[1] Cf. Anagarika Govinda: Foundations of
Tibetan Mysticism, Samuel Wiser, Nueva York, 1974.
[2] Oliverio Girondo:
“Comunión plenaria”,
en Persuasión de los días (1942), Losada (Biblioteca Clásica y
Contemporánea), Buenos Aires, 2002.
Libros citados
Cousens, Gabriel, Kevin Ryerson,
Jon C. Fox y R. Gurudas: Flower Essences and Vibrational Healing,
Cassandra Press, San Rafael (California), 1983.
James, William: The Varieties of Religious Experience
(1902), Touchstone Books, Nueva York, 1997.
Kazanis, Deno: The
Reintegration of Science and Spirituality, Styra Publications, Tampa, 2002.
Maslow, Abraham
Harold: Religions, Values and Peak Experiences, Ohio State University
Press, Ohio, 1964; Viking Press, Nueva York, 1994.
Porchia, Antonio: Voces reunidas, Universidad
Autónoma de Querétaro, Querétaro, 2020.
Sarkar, Prabhat
Rainjan: Universal Humanism: Selected Social Writings of P.R. Sarkar,
Proutist Universal Publications, Calcuta, 1983. Ed.: Timothy G. Anderson.