DGD: Morfograma 54, 2019. |
sábado, 27 de abril de 2019
El misterio de los cien monos (III)
El
efecto de onda
Acaso sin quererlo, la novela Pay It
Forward se encadena a movimientos mucho más “amables” de la New Age,
como el de la empresa norteamericana Conari Press, creadora de la Random Acts
of Kindness Foundation y de la semana del mismo nombre (“Actos de Bondad al
Azar”), además de incontables libros dirigidos sobre todo a los niños. En
sucesivas reediciones, los editores hablan de un “efecto de onda”, quizá no
exponencial, pero sí acumulativo. Buscan, acaso, una “masa crítica” que termine
por vencer al aparentemente indomable egoísmo (a veces incluso denominado
“solipsismo autista”) que caracteriza al individuo occidental y que minuto a
minuto es reforzado por los media.
Sin
embargo, hay una clara diferencia en los “actos de bondad” propuestos: la New
Age asume un predominante carácter de exculpación burguesa, de limpia de la
mala conciencia de clase; esto resulta notable en uno de los numerosos libros
de esta corriente, Acts of Kindness,[1] cuyo subtítulo original
era How to Create a Kindness Revolution y que fue cambiado por How to
Make a Gentle Difference para no molestar a quienes son susceptibles a la
palabra “revolución”, esto es, evitar la menor inferencia “roja” y garantizar
más amplias ventas del volumen. Mientras que Pay It Forward exige
emprender actos tan arduos que en cualquier otro contexto parecerían imposibles
(por ejemplo, una mujer madura, tras una vida entera de rencor acumulado, logra
perdonar las heridas emocionales causadas por su madre alcohólica), Acts of
Kindness postula acciones en sí altruistas pero que no implican un
verdadero sacrificio y no parecen sino extensión del propio egoísmo (como pagar
el boleto del desconocido que sigue en la fila o donar comida sobrante a
instituciones de beneficencia).
En
este punto conviene subrayar un elemento de la fábula de los cien monos: el
cambio benéfico de conducta surge de la propia especie que la hereda y
transmite. Es la legendaria Imo la que tiene la iniciativa, no los humanos que
hacían “experimentos” con los monos (en una de las numerosas versiones de la
historia, los primatólogos de Koshima ofrecen a los monos esas frutas para
evitar que éstos ataquen las cosechas de los agricultores locales, pero en ninguna
de las variantes les enseñan a lavarlas). De modo paralelo, ciertos individuos
toman la fábula no como una vaga promesa de iluminismo reaccionario, sino como
percutor de militancia pacífica. Así, el activista anti-nuclear Rick Springer,
basado en las premisas de Keyes, creó un movimiento ecologista llamado “The 100th
Monkey Project”.
En
estos casos, y desde un ángulo parapsicológico, el fenómeno asombroso —es
decir, esa suerte de “telepatía espontánea” entre los monos— parece usarse como
ejemplo de que un cambio de conducta puede extenderse, de formas misteriosas,
en una comunidad que, como todas las comunidades, es renuente a los cambios.
Esto sucede, de nuevo, en ambas direcciones, hacia adentro (sería muy arduo
enseñar a los monos la técnica de la fruta sumergida en agua, puesto que habría
que enfrentar una resistencia) y hacia fuera (existe también una dificultad
para sacar de esa historia un método “práctico”, lo que no invalida la
fascinación que genera). Pese a que la historia de los cien monos es ambigua y
modular, también parece apuntar en una sola dirección.
En
1989 Lyall Watson hizo a un lado la ambigüedad y se autonombró el iniciador de
la ya para entonces muy prestigiada historia de los cien monos: “Es una
metáfora que yo mismo hice, basada en un poco de evidencia y un mucho de rumor.
Nunca pretendí otra cosa”. Más allá de la vanidad o la modestia —ambas
presentes en su declaración—, este autor tiene el acierto de afirmar que esa
historia nació como metáfora. Sin duda en esta palabra radica la mejor
clave para examinar el fenómeno que esa historia ha generado,
independientemente de sus “fuentes originales”.
Una metáfora modular
La imaginación es más importante que el conocimiento.
Albert
Einstein
El
número cien
El origen de esta historia es misterioso tanto
hacia adentro, es decir el contenido (el cambio benéfico de conducta en los
monos se extiende inexplicablemente a través de grandes distancias) como hacia
fuera, es decir la forma (quien escucha esta fábula experimenta un reacomodo de
ideas). La fascinación que produce la historia de los cien monos no disminuye
aunque se la confronte con la “historia real” que le dio origen. Sin duda, una
parte de esa fascinación se debe al hecho de que los protagonistas son
antropoides, lo que facilita la trasposición a seres humanos; bien conocido es
el hecho de que las ficciones literarias o cinematográficas protagonizadas por
antropoides resultan especialmente fascinantes para todos los públicos, desde Tarzán
de los monos hasta King Kong, desde la secuencia inicial de 2001:
Odisea del espacio hasta El planeta de los simios.
Por
otra parte, ciertas metáforas situadas en ese espectro precedieron a las de los
“cien monos”, por ejemplo la “soga del mono”, el símbolo usado por Melville en Moby
Dick (1851) para aludir al lazo invisible que une a los humanos no sólo
entre sí, sino con su común origen antropoide.[2]
Y curiosamente, otro grupo de monos había ya aparecido en el campo de las
hipótesis científicas, en este caso la teoría de la probabilidad; en The
Nature of the Physical World (1928), Arthur Stanley Eddington imaginó que
“si un ejército de monos golpeteara máquinas de escribir, podrían escribir
todos los libros del Museo Británico”.[3] De
modo muy significativo, la memoria colectiva recogió esta idea y le dio cifras:
“Si cien monos teclean al azar en cien máquinas de escribir, en cien años uno
de ellos terminaría por escribir una obra de Shakespeare”. (En otra versión con
más agudo sentido del humor, lo que este mono escribe es precisamente El origen de las especies de Darwin.)
El
número cien no parece especialmente cabalístico (como lo serían, por ejemplo,
los numerales 77, 99 o 111), pero ello parece más una virtud que una
“deficiencia mítica”. Frecuente en las fábulas, este número también aparece en
la Biblia, por ejemplo en la parábola de las cien ovejas (Lucas 15:4-7). No
menos antigua es la Sad-dar (“Las
Cien Puertas o Capítulos”), parte de la literatura zoroástrica en Persia.)
Si
se quiere fatigar la aritmética, surge otra extraña evidencia; la forma en que
se propaga la información es exponencial: 1:2, 2:4, 3:8, 4:16, 5:32, 6:64,
7:128, 8:256, 9:512, 10:1024, etcétera. Al llegarse al legendario número cien,
la cifra resultante es descomunal; con mucho menos de cien de estas
diseminaciones se cubriría la población entera del planeta. Mas el número cien
parece tener su propia carga mágica; en este sentido, acaso no sea excesivo ver
sus repercusiones en la cotidianidad política, como las asambleas de países
conocidas como “Grupo de los Cien”; al elegir
esta cifra, ¿se pretende que los acuerdos mundiales, o las formas de
pensamiento que los determinan, sean simbólicamente transmitidos como modelos
económicos o diplomáticos al resto de la humanidad?
*
Notas
[1] Meladee y Hanoch McCarty:
Acts of Kindness: How to Make a Gentle
Difference, Health Communications, St. Leonards (New South Wales,
Australia), 1994.
[2] Este símbolo ha
sido estudiado por Jerry M. Lewis en The Monkey-Rope: a Psychotherapist’s
Reflections on Relationships, Bernel Books, Lexington, 1995.
[3] Arthur Stanley Eddington:
The Nature of the Physical World, AMS
Press, Nueva York, 1995.
martes, 16 de abril de 2019
El misterio de los cien monos (II)
DGD: Morfograma 53, 2019. |
Cualquier
problema creado
por la mente humana
por la mente humana
Keyes enuncia la moraleja del “Principio”
transformado en fábula:
Aunque el número exacto puede variar, este Fenómeno
del Centésimo Mono significa que, cuando sólo un número limitado de personas
conoce una nueva forma, ella permanece como la propiedad consciente de ese
grupo. Pero cuando se da un punto en el cual sólo una persona más se conecta
con esa nueva conciencia, un campo se fortalece de tal manera que esta
conciencia es recogida por casi todos.
En No
Boundary (1979), el filósofo Ken Wilber reflexiona acerca de cómo la mente humana crea a todas las divisiones y
separaciones, a tal grado que casi siempre el individuo contempla a quienes lo
rodean como “ellos”, y casi nunca como “nosotros”. Wilber agrega: “Limitamos
cada vez más nuestro mundo y huimos de nuestra verdadera naturaleza para entonces
abrazar límites, fronteras, barreras”.[1]
Basado en esta premisa, Keyes urge a un cambio del paradigma “yo contra ti” por
el de “yo y tú”, necesario para la supervivencia de las especies. En su ladera
menos esotérica, la fábula de los cien monos ha servido para apoyar la idea de
que la acción masiva posee efectividad no sólo en cuanto a afectar las
circunstancias inmediatas, sino en cuanto a alterar los hábitos mentales
separatistas (provenientes de una concepción del yo separado del mundo) que
crearon el problema nuclear desde el principio. Keyes escribe:
Un grupo de nuestros mejores científicos, trabajando
en el Proyecto Manhattan durante la segunda guerra mundial, desarrolló la bomba
atómica en sólo cuatro años, desde la teoría hasta la práctica en Hiroshima.
¿Qué sucedería si un grupo igualmente dedicado y respaldado por los recursos de
nuestra nación, trabajara para crear una conciencia mundial de nuestra humanidad
y una unidad de corazones y mentes que volviera inútiles a todos los
armamentos? Cualquier problema creado por la mente humana puede ser resuelto
por ella misma. [...] En nuestro mundo,
las energías en conflicto son hoy tan grandes que quizá necesitamos al
“millonésimo mono” para proyectar la energía de totalidad y cooperación, de
amistad y amor, de compartir todos la vida en este planeta. Cualquiera que sea
el número crítico, cada uno de nosotros es necesario para salvar a la
civilización. [...] La fuerza de nuestra
especie no reposa en colmillos afilados o garras perforadoras, sino en la
habilidad de usar nuestras mentes para cooperar unos con otros a medida que
jugamos los juegos de la vida. Las mismas mentes poderosas que crearon las
bombas nucleares y los misiles intercontinentales pueden también aprender a
crear la unidad y la solidaridad.
A este apasionado libro de Keyes seguirá una
larga lista de volúmenes y artículos que se multiplicaron como la propia acción
inusitada del legendario mono. No menos asombroso resulta comprobar que esa
idea, convertida en fábula por la vox populi, se ha difundido de un modo
análogo: la historia de una transmisión enigmática se transmite
enigmáticamente.
Profecías
Cualquiera que haya sido su origen (o bien el
percutor que un día lanzó a los cuatro vientos a una historia que había estado
“flotando en el aire” desde mucho antes), las frases one hundred monkeys
y the hundredth monkey se volverán lugares comunes en numerosas
publicaciones norteamericanas, surgirán grupos pacifistas, ecologistas y de
artes escénicas con ese nombre y hasta una campaña presidencial se basará en
ella: en 1992 John Hagelin, candidato del “Natural Law Party” financiado por el
movimiento de la Meditación Trascendental, basó sus promesas en la idea de que
el mundo podría cambiar si un número suficiente de personas se consagraba a la
meditación.
Maharishi
Mahesh Yogi, el iniciador de la Meditación Trascendental (cuya amistad con The
Beatles y en particular con George Harrison le abrió el universo de la
contracultura y de los públicos jóvenes sedientos de respuestas) promovió
ciertas experiencias para probar que si en una ciudad determinada un grupo de
personas se conjunta en meditación, el índice de criminalidad y violencia
desciende en las áreas vecinas, además de que la gente se lleva mejor y está
dispuesta a interactuar más allá de los problemas personales.[2] El intento era crear una cadena de meditadores
alrededor del mundo, bajo la creencia de que cada actitud y pensamiento
individuales se convierten a la larga en una profecía que cada quien cumple; a
nivel colectivo, ello significa que el planeta está cumpliendo las profecías
creadas no sólo por los individuos, sino también por el “espíritu de los
tiempos” (zeitgeist) y la ideología dominante.
Entre
los adeptos a la Meditación Trascendental, varios métodos son usados para
eliminar la negatividad: el canto o la pronunciación de mantras, los
actos de llorar o de hacer reír a otros, el masaje corporal. Según la teoría
detrás de este último, los músculos cuentan con una memoria particular que
retiene a los sentimientos negativos; la tensión muscular resultante impide que
la energía fluya libremente. En ello se basó el ex-masajista Robert N. Calvert
que, en Hundredth Monkey Conspiracy (1995), intenta una ficción en donde
la fórmula de los cien monos se aplica a lograr la paz mundial a través de una
conspiración por medio del tacto y el masaje.[3]
Muchas otras personas han actuado con la misma íntima confianza que
parece vencer a todo pudor y a toda “malicia intelectual”.
En
principio, la fábula de los cien monos podría ser vista como un eco tardío de
los años sesenta del siglo XX. Puesto que al principio de la siguiente centuria
ya no parece posible el entusiasmo colectivo que caracterizó a aquella década,
el imaginario popular, que sigue añorando una revolución, sueña una que podría
denominarse “políticamente correcta” en tanto que no implica la violencia. El
pesimismo individualista del fin de siglo suele reducir a la contracultura
sesentera, una corriente compleja y profunda, a las imágenes del movimiento hippie
y a los lemas peace and love y make love not war, vistos como
“insostenible ingenuidad”. Sin embargo, esos lemas reaparecen en la New Age
con otras palabras y es precisamente por esto que la fábula de los monos
encontró en ella terreno propicio, ya que conlleva la idea de una revolución no
basada en la ideología sino en la mística: al alcanzarse un cierto número de
individuos que despiertan, ese “umbral” posibilita y extiende tal despertar en
los demás. Este marco teórico parece tan ingenuo como insostenible. No
obstante, en la historia de los monos parece haber más que los referentes
históricos que suelen relacionarse con ella en primera instancia.
Los
rastros de esta fábula están en todas partes aunque no se la mencione de modo
directo. Buen ejemplo es la exitosa novela Pay It Forward (2000) de
Catherine Ryan Hyde, basada en uno de los lemas de la New Age que sin
duda desciende de la fábula de los monos: think globally, act locally
(“piensa en el mundo, actúa en tu localidad”).[4]
En esa novela, un maestro de ciencias sociales pide a sus alumnos de primaria
la elaboración y puesta en práctica de un proyecto para mejorar el mundo de
modo concreto e imaginativo. Uno de esos alumnos idea un método llamado pay
it forward (algo así como “pagar hacia adelante”), convencido de que
cambios positivos pueden ocurrir si él hace tres buenas acciones a otras tantas
personas (no cualquier favor sino algo realmente difícil, comprometido y hasta
arriesgado), y cada una de ellas, en lugar de regresarle el favor (pay it
back), hace el bien a otras tres personas (pay it forward), que
quedan obligadas a proceder del mismo modo. De forma inusitada, esto genera una
cadena exponencial que se extiende de ciudad en ciudad hasta formar un
movimiento, una “revolución basada en la bondad”. (La novela de Hyde fue
llevada a la pantalla hollwoodense en el año 2000 con dirección de Mimi Leder y
actuaciones de Helen Hunt, Kevin Spacey y Haley Joel Osment; el título del filme
en español intenta trasladar la difícil noción del nombre original como Cadena de favores.)
*
Notas
[1] Ken Wilber: No Boundary: Eastern and Western Approaches
to Personal Growth, Center Publications, Los Ángeles, 1979. [La conciencia sin fronteras, Kayrós,
Barcelona, 1990.]
[2] Cf. John S.
Hagelin et al.: “Effects of Group Practice of the Transcendental
Meditation Program on Preventing Violent Crime in Washington, D.C.: Results of
the National Demonstration Project, June-July 1993”, en Social Indicators
Research, v. 47, n. 2, Springer Science and Business, Berlín, junio de
1999.
[3] Robert N. Calvert:
Hundredth Monkey Conspiracy, Noah Publishing Company, Davis
(California), 1995.
[4] Catherine Ryan Hyde:
Pay It Forward: A Novel, Pocket Books, Nueva York, 2000.
viernes, 5 de abril de 2019
El misterio de los cien monos (I)
DGD: Morfograma 52, 2019. |
La
leyenda tropical de los cien monos
Umbral y
masa crítica
En los años finales del siglo XX, una especie
de fábula comenzó a brotar por todas partes. Bien podría llamársela una leyenda
urbana, aunque su ubicación es en el trópico y no está protagonizada por seres
humanos. Según afirma esta “leyenda tropical”, todo comenzó en una remota isla
caribeña en donde un pequeño mono, tras tomar una de las frutas que constituían
su principal alimento, descubrió que era más fácil pelarla si la mantenía bajo
el agua por un tiempo. (En distintas versiones de esta historia, la
protagonista es una hembra, y lo que ella hace es lavar la fruta antes de
consumirla. En otras, aprende a desenterrar raíces de ciertas frutas.) Otro
mono, que observaba al primero a cierta distancia, lo imitó; más tarde un
tercero y luego otro, siguieron el ejemplo. En un corto tiempo, un centenar de
monos había hecho suya esa acción. Entonces, monos similares en otra isla muy
distante, sin contacto alguno con la isla en la que todo comenzó, empezaron a
pelar las frutas de igual manera. Quienes narran esta historia (tan frecuente
en Internet que ya puede ser considerada parte del “folclor de la red”) la
visten de “suceso verdadero” y hasta aportan nombres de lugares y otros
detalles que varían según el relator; lo curioso es que también varían las
moralejas y los contextos en que aparece: lo que se trata de “demostrar” con
esta narración es, en principio, tan vago como su origen.
Las
llamadas “leyendas urbanas” son historias generalmente impactantes que se
transmiten de boca en boca como “realmente acaecidas” y que suelen ventilar las
pesadillas de los núcleos citadinos. La curiosa historia de los monos tiene
algo de esa cualidad, aunque significativamente carece de lo atroz o lo
sórdido, y lo que hace es llamar la atención hacia una posibilidad que de otra
manera continuaría insospechada. En efecto, esa historia funciona de un modo
bastante menos elemental que las leyendas urbanas, es decir, no como un espejo
deformante sino uno que da a otros espejos. Si se hurga lo suficiente,
preguntando a los relatores dónde la escucharon y remontando este camino, surge
la evidencia de que en sus inicios fue una hipótesis científica conocida como
“Principio del centésimo mono”. En la extensa transmisión de esta idea, a veces
se le refiere como “Síndrome de los cien monos”; en otras ocasiones la primera
palabra es cambiada por “Fenómeno”, “Fórmula” y hasta por “Regla”.
Al
parecer, el primer registro de esta idea en libro (es decir, insertada en un
aparato de ideas) se debió a Lyall Watson, que en 1979 incluyó, en las páginas
de su Lifetide,[1] una historia
“real” ocurrida 27 años antes en la isla japonesa de Koshima. Según Watson, en
1952 ciertos primatólogos llevaron ahí a cabo un experimento con un grupo de
veinte monos de la especie macaca fuscata, consistente en poner a su
alcance tomates dulces colocados sobre la arena. Imo, una joven mona, lavó su
tomate en el océano antes de consumirlo. Con el tiempo (entre 1952 y 1958),
otros monos de la misma especie de macacos aprendieron el “truco” y lo
transmitieron a sus descendientes. En este punto, Watson escribe:
Uno tiene que reunir el resto de la historia a partir
de anécdotas personales y trozos de folclor entre los investigadores de
primates, porque todavía muchos de ellos no están seguros de lo que sucedió.
Así que me veo forzado a improvisar los detalles. [...] Digamos, en beneficio
del argumento, que el número [de monos que habían aprendido la nueva conducta]
era 99 y que a las once de la mañana de un martes, uno más fue convertido de la
manera usual. Pero la adición del centésimo mono aparentemente arrastró el
número más allá de una especie de umbral, impulsándolo a través de una suerte de
masa crítica.
Quienes leyeron esto, se desentendieron de la
expresión “digamos” y de la frase “en beneficio del argumento”, y registraron
una demostración, una evidencia. El “fenómeno” fue primero recogido con
singular entusiasmo por la literatura de la New Age y luego por la
memoria colectiva.
Una
transmisión pre-cultural
A finales de los años ochenta la fábula se
había extendido tanto, que la revista Skeptical Inquirer, órgano del
CSICOP (Committee for the Scientific Investigation of Claims of the Paranormal),
grupo dedicado a desacreditar evidencias de lo paranormal, encargó una
investigación a Ron Amundson, maestro de filosofía en la Universidad de Hawai.
Amundson contactó a Masao Kawai, quien fuera en la década de los cincuenta el
jefe del grupo de primatólogos de la isla Koshima, y éste le confirmó que nunca
hubo una “transmisión pre-cultural” del cambio de conducta entre los monos. Si
bien entre 1952 y 1958 los monos jóvenes adoptaron la modalidad del lavado de
la fruta, ello no fue adquirido por los monos adultos nacidos antes de 1950.
Por lo demás, los “cien monos” eran en realidad sólo 36 en 1962. En los
reportes originales, que Lyall Watson dice haber consultado, no hay rastro
alguno de una transmisión inusual de conocimiento.[2]
Amundson informa de esto en “The Hundredth Monkey Phenomenon” (Skeptical
Inquirer, verano de 1985). La controversia resultante, así como las
declaraciones de Lyall Watson, provocaron una mayor investigación y otros dos
artículos de Amundson.[3] El caso fue tan
resonante, que cuando la revista publicó en libro una antología de sus
materiales más destacados, algunos de ellos con firmas de Isaac Asimov y Carl
Sagan, fue el artículo de Amundson (el de 1985) el que dio título a ese
volumen.[4]
Curioso
que se haya desatado tal polémica, cuando el propio Watson había advertido en Lifetide
que su versión era en su mayor parte imaginativa. No obstante, tal advertencia
manejaba con eficiente ambigüedad la línea entre hechos y fantasía: Watson no
dijo claramente que la anécdota lo había llevado a imaginar una conclusión. Esa
ambigüedad se convirtió en el perfecto caldo de cultivo para iniciar un árbol
de transmisión que continúa hasta la fecha. La historia del centésimo mono —a
la que Watson dio una envoltura científica sin cancelar su misterio de fondo—
lanzó a numerosos autores en inusitados rumbos de búsqueda, o al menos les dio
un principio sintético en torno al cual aglutinar ideas antes dispersas. En
mayor o menor medida, lo mismo parece suceder a quien escucha la historia, que
es lo suficientemente misteriosa como para trascender lo que tiene de mera
hipótesis científica.
El
siguiente en incluir la fábula como demostración de una posibilidad
insospechada fue Ken Keyes en un volumen llamado precisamente The Hundredth
Monkey (1982). A estas alturas, la historia ya se había convertido en el
muy serio “Fenómeno de los cien monos”, cuyo mensaje ulterior es descrito así
por Keyes: “Cuando el suficiente número de personas toma conciencia de algo,
todas las demás la adquieren. [...] ¡Hay mayor poder en los números de lo que
jamás hemos soñado!”.[5] Ya no hay
ambigüedad, sino un hecho que en este caso el autor usa en el contexto
de una advertencia sobre el peligro de las armas nucleares. Tras acumular
escalofriantes datos y estadísticas al respecto, Keyes propone que si un número
suficiente de individuos decide que las armas nucleares son letales y que deben
prevenirse a toda costa, los demás seres humanos llegarán a la misma
conclusión: de ese modo podrá evadirse la demencia nuclear.
*
Notas
[1] Lyall Watson: Lifetide:
a Biology of the Unconscious, Simon & Schuster, Nueva York, 1979.
[2] Esos
reportes se han vuelto en sí legendarios, puesto que son la “prueba” o
“evidencia” requerida por el mundo científico para otorgar su credibilidad. Por
lo pronto no se conoce a tales reportes sino por referencias y, desde luego, en
los fragmentos citados no está exento lo asombroso; así, se incluye una hazaña
más de la inteligente Imo. Según esta versión “citada”, los humanos hicieron
otra prueba: rociaron granos de arroz sobre la arena y pidieron a los monos que
los recogieran uno a uno. Imo los sorprendió lanzando un puñado de arena al
agua: la arena se hundió mientras que los granos flotaron. Como puede
observarse, en esta historia resulta muy delgada la línea entre los “hechos” y
la fantasía.
[3] Ron Amundson:
“Watson and the Hundredth Monkey Phenomenon” (1987), y “Senior Researcher
Comments on the Hundredth Monkey Phenomenon in Japan” (1996), en colaboración
con el físico alemán Markus Pössel.
[4] Kendrick Frazier
(ed.): The Hundredth Monkey and Other Paradigms of the Paranormal: a
Skeptical Inquirer Collection (1991).
[5] Ken Keyes Jr.: The
Hundredth Monkey, DeVorss & Co., Los Ángeles, 1982.
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