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DGD: Redes 26 (clonografía), 2009
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En Los
hermanos Karamazov, Dostoievski pinta a uno de los hermanos, Iván, que en
el transcurso de una alucinación sostiene un diálogo con el diablo. Y éste
exclama: “Fui un simple emisario; se me obligó a hacer crítica, y la vida
empezó entonces. Pero yo, que comprendo esta comedia, deseo desaparecer. ‘No’,
me replican; “es necesario que vivas, porque sin ti nada existiría. Si todo
fuera buen juicio en la tierra, no pasaría nada. Sin tu intervención no se
producirían acontecimientos, y los acontecimientos son necesarios.’ Por eso,
aun contra mi voluntad, cumplí mi misión de producir acontecimientos, y
obedezco la orden de ir contra la razón”.
Aquí el diablo se muestra de acuerdo con el
fundamental sobreentendido de la filosofía y de la teología occidentales, bien
sintetizada por Robert Musil en unas cuantas palabras: “El mundo no puede
existir sin el mal, porque el mal nos trae el movimiento. El bien sólo provoca
la parálisis”.
Por su parte, Séneca intenta demostrar la
existencia de un orden en el universo: “la naturaleza no consiente que los
bienes dañen a los buenos". El bien no daña a los que lo eligen, y tampoco
a los malos. Y agrega:
Cuando vieras que los varones
justos y amados de Dios padecen trabajos y fatigas, y que caminan cuesta arriba
y que al contrario los malos están lozanos y abundantes de deleite, persuádete
a que, del mismo modo que nos agrada la modestia de los hijos, y nos deleita la
licencia de los esclavos nacidos en casa, y a los primeros frenamos con
melancólico recogimiento, y en los otros alentamos la desenvoltura, así hace lo
mismo Dios, sin tener en deleites al varón bueno, de quien hace experiencias
para que se haga duro, porque lo prepara para sí.
¿Por qué Dios da trabajos, fatigas e injusticias
a aquel al que ama, mientras que los malos gozan y se deleitan? ¿Por qué la
divinidad endurece al justo para “prepararlo para sí”? ¿De dónde proviene esta
idea según la cual el malo, tratado con privilegios y abundancias en vida, con
ello se “ablanda” y por ello su tortura es mayor en el infierno, mientras que el
justo, que tuvo una vida tan dura, apreciará doblemente los privilegios y
deleites del cielo?
En el nivel más inmediato hay aquí, desde luego,
una clara muestra del lado ideológico de la teología (convencer a la feligresía
de conformarse, de no cuestionar a la autoridad terrenal, de esperar la
justicia en la otra vida, que no en ésta, etcétera), pero también hay, en el
fondo, una sugerencia que no ha pasado desapercibida para muchos a lo largo de
la historia: la del mal como un entrenamiento para un bien inimaginable.
En el cuento “Ningún lugar a dónde ir” (1971) de
Norman Spinrad se da un diálogo entre dos cardenales católicos con puntos de
vista opuestos. Uno de ellos afirma:
El mal es infinitamente sutil;
¿por qué no podría esconderse bajo la apariencia del supremo bien? Hay buenas
razones para que el Demonio sea conocido como el Príncipe de las Mentiras. Creo
que está usted sirviendo a Satán aunque crea sinceramente que está sirviendo a
Dios. ¿Tiene usted alguna forma de saber que estoy equivocado?
El otro responde con una pregunta igualmente
eficaz: “¿Tiene usted alguna forma de saber que yo no estoy en lo cierto? Si lo
estoy, está usted intentando frenar a la voluntad de Dios, con lo que se aparta
cada vez más de Su Gracia”. Al primero no queda sino una demostración “lógica”
que resulta paradójica y hasta algo ridícula tratándose de los terrenos de la
religión: “Ambos no podemos estar en lo cierto...”.
Y entonces, a partir de esas palabras el segundo
cardenal tiene una terrible y “abrumadora iluminación de las relaciones entre
la Iglesia y Dios: ambos interlocutores no podían estar en lo cierto, pero no
había ninguna razón para creer que ambos no estaban equivocados. Además de Dios
y Satán, existía también el vacío”.
Interesante re-colocación de los términos del
problema, que es siempre, al parecer de modo inevitable, binario. La lucha de
los opuestos (bien-mal, alto-bajo, divino-humano) implica, y a veces exige, que
ambos polos no pueden prevalecer al mismo tiempo, pero a la vez oculta la idea
correspondiente: que ambos pueden estar equivocados a la vez. Es la entrevisión
de un inimaginable tercer interlocutor,
de un “tercero en discordia” (o más bien, acaso, en concordia).
En toda esta discusión, es Tomás Segovia quien
muestra que la aparente condena es el principio de una redención: “Qué paz la
del que se persuadiese sin sombra de duda de que es un malvado total y está
corrompido sin remedio. Lo terrible de la vida humana es que todos somos
redimibles siempre”.
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Bibliografía
Norman Spinrad: “No
Direction Home” (1971), en No Direction
Home, Pocket Books, Nueva York, 1975. [“Ningún lugar a dónde ir”, en Llorad por nuestro futuro, Acervo (col. Ciencia Ficción 28),
Madrid, 1978; traducción de Domingo Santos y Sebastián Castro.]