martes, 10 de junio de 2025

Roger Munier: la mirada de las cosas

 

DGD: Postales, 2020-2024.

 

r e t r a t o s   (e n)   (c o n)   p o s t a l e s

Apuntes del cuaderno de Roger Munier

 

[Desde Contre l’image (1963) hasta L’Extase nue (2003) y Vision (2012), el universo del poeta y filósofo francés Roger Munier (1923-2010) dialoga, entre otros grandes interlocutores, con los fragmentos de Heráclito, la ontología heideggeriana, las gnosis místicas, el pensamiento discontinuista de Maurice Blanchot, la teología negativa, la metafísica de Antonio Porchia, la poesía vertical de Roberto Juarroz. Eminente traductor de Angelius Silesius. Heidegger, Kleist, Rilke, Juarroz, Octavio Paz, Munier es autor de la espléndida versión francesa de las voces de Antonio Porchia, lanzada por Fayard en 1978 con prefacio de Borges y postfacio de Roberto Juarroz.

   En la obra de Munier, el mundo se dispersa en fragmentos, la realidad es la adición infinitamente repetida de fragmentos que no encajan entre sí. En palabras de Hugo von Hofmannsthal: “Todo se desintegra en fragmentos, y estos fragmentos a su vez se fragmentan, ya nada puede confinar dentro de un concepto” (Lettre de Lord Chandos, 1902).

   Munier lo certifica: “La masa misma del lenguaje en movimiento se agita, se mezcla silenciosamente. Partes, fragmentos, se empujan, lo que uno podría haber creído separado, inconexo. Las regiones aparentemente más distantes se unen. Se logra la relación impensable” (Le Parcours oblique, 1979).

   “Roger Munier es un poeta”, escribe José María Espinasa, “primero en un sentido amplio, en el mismo que se dice que, van Gogh o Satie lo son. Después, en el sentido más lato: que ha escrito poemas (textos en verso), de lo que es un ejemplo deslumbrante su libro El instante (L’instant, 1973) o su Mujer (Femme, 1986). Y es también poeta en un tercer sentido: el escritor contemporáneo que habla escindido entre el mundo y la escritura, y que por ello habla siempre y necesariamente tartamudeando. Poeta en el más terrible sentido, en el de un habla fragmentaria, cuya voz se oye mejor cuando se quiebra.” En los casos más altos, ese quiebre es reintegración, y el tartamudeo el único acceso a la relación impensable.

   Los aforismos de Roger Munier aquí seleccionados proceden de El orden del día (L’Ordre du jour, 1982), El visitante que no vendrá jamás (Le visiteur qui jamais ne vient, 1983), Permaneciente (Au demeurant, 1985), El cuerno de bruma (Le corne de brume, 1985) y Brazas (Braises, 1986). (DGD)]

 

 


Se puede escapar de la mirada de los hombres. Pero ¿de la mirada de las cosas?

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No apegarse ni sólo a lo visible, ni sólo a lo invisible. Porque éstos no son ni invisible, ni visible.

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La araña en su tela toca el arpa.

 

 


 

Esto no se deja decir. Es casi insignificante. Y sin embargo, es esto únicamente lo que está por decirse, lo que no ha sido, y no será nunca dicho, sino al sesgo.

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Jamás podremos decirlo. Es por esto, como por error, que hay un decir. Si pudiéramos decirlo, todo decir se detendría.

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Es la vista misma la que impide ver, el oído el que impide escuchar, el amor el que impide amar.

 

 


 

Rosa: al decir rosa, te he robado el nombre. Y ahora ya no tienes nombre.

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No estoy conmigo por causa del mundo. El mundo no está consigo mismo, por mi causa.

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En el fondo no hace falta sino una palabra, que todas las otras buscan febrilmente remplazar.

 

 


 

La cosa que se mira sin distancia, casi sin mirada, vuelve sobre sí, se colma, se diría que se anima, trepa sordamente como en otro espacio.

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Tenemos acceso sin comprensión, porque generalmente entendemos sin acceso.

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Tú perturbas al comprender, tal vez tanto como alteras aquello que comprendes.

 

 


 

Todo lo que los hombres piensan, dicen y hacen, no concierne finalmente sino a los hombres. ¡Qué soledad tan grande!

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Hay, en este mundo que es, un mundo que no es. No es diferente de este mundo que es.

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Nunca se consigue nada: así es la historia. Todo está a punto de lograrse, siempre lo ha estado. El tiempo, y la historia que es su lugar, es el dominio del casi.

 

 


 

Toco el árbol. Pero ¿es el árbol lo que toco o es que me toco en el árbol?

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Tuve que evitar esta piedra en el camino, no sé por qué. No se puede pisar impunemente cada piedra del camino.

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Todo aquello que es signo o maravilla llega como antes de que tenga lugar. Se precede admirablemente.

 

 


 

Eso no dice nada y sin embargo uno escucha. No aparece y sin embargo uno mira. Uno no ve ni escucha el mundo sino porque uno no escucha y no busca ver ante todo sino aquello que no dice nada, aquello que no aparece.

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Lo que no es sueño se llama estado de vigilia. Así que debemos vigilar.

 

 

 

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Antonio Porchia: Voix (Voces), Fayard, collection Documents spirituels, París, 1978; trad. de Roger Munier, prefacio de Jorge Luis Borges, postfacio de Roberto Juarroz,

Roger Munier, Universidad Nacional Autónoma de México, Material de Lectura, México, 2012; selección del autor; trad. y nota de José María Espinasa.

 

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viernes, 30 de mayo de 2025

W.H. Auden: resistencia frente al caos

 

DGD: Postales, 2020-2024.

 

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W.H. Auden: resistencia frente al caos

 

[En 1938 Wystan Hugh Auden (1907-1973) especificaba su territorio: “El único retiro justificado es aquel en el que las cosas y los hombres se hacen más visibles: la soledad en el centro de las cosas y no en sus orillas”. En efecto, “Auden veía el incesante proceso de afinamiento de su poesía”, escribe Eduardo Iriarte, “como una manera de aspirar a la plegaria perfecta, un acto de resistencia frente al caos”. Auden es el poeta y el ensayista de una objetividad que a la vez resulta desgarradora y hedonista. Otro poeta y ensayista, José Joaquín Blanco, le dedica un párrafo que se erige en el retrato exacto, la aguja de acupuntura que da en el centro neurálgico mismo: “Auden —que tenía fama de Herodes: Herauden— compuso una de las canciones de cuna más famosas del siglo: ‘Pon tu cabeza, mi amor, tan humana, / y duerme, sobre mi brazo infiel’, en la que celebra los amores imperfectos de gente imperfecta: ‘pero en mis brazos, hasta que amanezca / repose la criatura viva, / mortal, culpable, mas para mí/  enteramente bella’. El amor ordinario de la carne ordinaria es todo el paraíso, hay que temer ‘entre los glaciares y las rocas/ el éxtasis carnal del ermitaño’. Ningún mal nos será ahorrado, dice, pero hay minutos (nunca exentos de ironía y hasta de comedia bufa) de amor y paraíso, que son todo lo que queda de ese Dios al que en otra parte se refiere como ‘ese pan del que somos los pedazos’”. (DGD)]

 


 


 


 


 

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W.H. Auden: Canción de cuna y otros poemas, Lumen, Barcelona, 2006; trad.: Eduardo Iriarte.

 

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 [Leer Roger Munier: la mirada de las cosas]

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