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DGD: Textiles-Serie verde 8
(clonografía), 2009
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(XI) Lo ideal y lo
real
Premisa general de estos fragmentos: las dicotomías (bien-mal,
eternidad-tiempo, fascismo-democracia, deseo-realidad, cordura-demencia,
Nadie-Alguien) no existen separadas y son en realidad vasos comunicantes. Cada
una actúa en su nivel y está sujeta a muy diversos contextos, pero lo que
sucede en una, sucede en las demás, así sea a nivel metafórico (pero toda
dicotomía es metafórica).
*
Todas las dicotomías se concentran en una sola: tradición-ruptura.
La relación general entre estos dos polos es como aquel “torbellino cuyas leyes
se gozaban en su incumplimiento” del que habla Lezama en Paradiso.
*
Lo positivo y lo negativo. El acto de afirmar (la tradición
es afirmativa) actúa como la retórica del poder, que achaca a su enemigo la
negación: lo sataniza (la ruptura es negación). El diablo es conocido como el
gran negador, pero cuando se le hace hablar se le sumerge en lo positivo: dice
“Yo soy tal cosa”, “Yo pienso tal otra”. Si se quisiera ser fiel a su
“naturaleza”, tendría que hacérselo expresarse solamente en términos negativos.
En lugar de “Yo soy esto”, debería decir “Yo no soy aquello, ni eso otro, ni lo
de más allá”, lo cual significa que tendría que ir agotando punto a punto todo
lo que “no es” para que, por eliminación, se infiriera lo que “es”.
*
Triste papel el del diablo, reducido al del “negador”. En la
dicotomía afirmación-negación (o positivo-negativo, o bien-mal) se le da el
papel del patiño cuyas acciones sólo sirven para dar realce a las de su
enemigo. Este último necesita a un antagonista, que no puede ser débil (sería
un abuso imperdonable doblegar a lo frágil) sino incluso superarlo en potencia
(para que la victoria sea heroica o santa). La teología se comporta a veces como
la más ingenua de las pastorelas.
En Cartas desde la Tierra, Mark Twain hacer
decir al diablo: “Todos los hombres de la Tierra poseen una porción de
intelecto, grande o pequeña; y sea grande o pequeña, los pone muy orgullosos. Y
el corazón del hombre se expande en la sola mención de los jefes intelectuales
de su raza y ama los cuentos de sus espléndidas realizaciones..., [y] luego
imagina a un Cielo que no tiene ni una pizca de intelectualidad por ningún lado”.
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Y este diablo imaginado por Twain se atreve a decir: “Todos
los estatutos de la Biblia y de los libros de Derecho son un intento de derrotar
a la Ley de Dios”. Magnifica audacia sólo posible en el gran “negador”: afirmar
(no negar) que las máximas tradiciones no son sino rupturas de una tradición
aún mayor, tan inefable como insoportable para el ser humano.
*
Los individuos en el poder, si tienen el suficiente
entrenamiento, saben que deben evitar las negaciones (cosa que los acerca
peligrosamente a la ruptura, popularmente mal vista). En lugar de “Esto no es
así”, aprenden a decir “Aquello es así”, “Eso otro es así”, “Lo de más allá es
así”, de tal manera que, por eliminación, se sobrentienda lo que esto “no es”.
Pero a la vez
los políticos y dirigentes saben que no basta evitar totalmente la ruptura,
porque ello los coloca demasiado en el extremo de los conservadores radicales,
también socialmente mal vistos. Entonces, si tienen el suficiente
entrenamiento, sabrán coquetear con la ruptura, introducir hábilmente algunas
negaciones que den a sus “discursos” un cariz de progresismo, de liberalidad,
de oposición, para que el “cambio” que proponen parezca sustancial.
*
El “cambio” debe
parecer sustancial precisamente porque no lo es. Estos gatopardistas pueden
exclamar como la Reina roja de A través
del espejo: “Aquí, como ves, hace falta correr todo cuanto una pueda para
permanecer en el mismo sitio”.
*
En contra de lo que parece, tal estrategia por parte de los
políticos no requiere de inteligencia; eso es precisamente la política: la
demostración de que no es la inteligencia, sino la conveniencia, la que puede y
debe dirigir los destinos humanos. Como dice un personaje de la película Mindwalk (1990): “Los votantes norteamericanos
quieren que sus líderes sean más tontos de lo que son. Se imaginan que de esa
manera harán menos daño”. Grave error. En la sucesión de líderes la
inteligencia se reduce, en efecto, pero ocurre todo lo contrario con el daño
provocado.
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Sucede asimismo en el otro extremo de esa escala. En el
tercer capítulo de Paradiso, Lezama
Lima habla de un personaje que “en su brumosa teología en impromptu, [oponía] destino y voluntad, con la misma huesosa
arbitrariedad con que Calvino quería unir la rebeldía y la dedicatoria de su
principal obra a su príncipe y soberano señor”.
Del mismo
modo en que se opta por el determinismo (destino) cuando no se quiere enfrentar
la responsabilidad ética, y se habla de libre albedrío (voluntad) cuando
conviene no desmoralizar a la “iniciativa privada”, así Calvino une
insurrección y sometimiento. La sabiduría popular dirá, con la secreta
complicidad de quien ha aprendido a navegar en aguas agitadas: “es rebelde pero
no tonto”.
Calvino
entiende que la ruptura (rebeldía) necesita el apoyo de alguna forma de la
tradición (autoridad) para difundirse, o será aniquilada sin miramientos. La
historia de las conquistas está llena de menciones de esos sojuzgados que, con huesosa arbitrariedad, afectan sumisión,
a veces para ganarse privilegios, a veces para organizar a los corderos desde
la boca del lobo.
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La novela The Hustler
(1959, adaptada a la pantalla por Robert Rossen en la célebre película
protagonizada por Paul Newman y ubicada en el submundo del billar), de Walter Tevis,
contiene una significativa definición de los principales prototipos de la
cultura norteamericana: el ganador (winner)
y el perdedor (loser). Según esta
novela, el perdedor es aquel que, siendo capaz de ganar, se busca pretextos
para perder, generalmente llevado por la lástima hacia sí mismo. No pierde por “destino”
sino por “debilidad”.
El
protagonista aprende, por la mala, que sólo cuando adquiera un “carácter” podrá
ganar; esto significa aplicarse una férrea deshumanización que elimine a los
sentimientos. Así como no tendrá piedad para sí mismo, no la tendrá para el
mundo. Lo que hace Tevis es dar un sustento “filosófico” a lo que se
autoproclama como la más alta tradición: el discurso del éxito. Y el
protagonista alcanza por fin el tan aclamado carácter de ganador al perder la
humanidad.
Nadie
considera que sea un precio demasiado alto. Y, a fin de cuentas, se trata de
una tradición que no consiente rupturas, puesto que atentar contra ella sería
automáticamente caer en el rubro del perdedor “por destino”. El destino, pues, es
la gran coartada de la deshumanización, tan necesaria para el poder.
*
Evidentemente, el “mensaje” de The Hustler (que pertenece a esa mentalidad mayoritaria y
dominante según la cual la literatura y el arte mismo son indesligables de un mensaje) es así de simple y
“aleccionador”: la debilidad del loser
esconde a la fuerza del winner. Esta
es la tradición manipulada. No obstante, existe otra lectura posible,
metafórica y oculta, si el “mensaje” de Tevis se confronta con una frase de
Cyril Connolly cuando en La tumba sin
sosiego analiza la figura mítica de Palinuro en la Eneida. Ahí habla de
quienes abandonan la pelea y huyen “porque no quieren triunfar, porque
encuentran algo vulgar y aun de infausto en el triunfo”. La verdadera tradición
es a veces conscientemente intuida; por lo general, se le entrevé de modo
oscuro e instintivo. Connolly emprende el reconocimiento de aquellos
que se niegan a la deshumanización como “único” destino de lo humano.
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