DGD: Textil 84 (clonografía), 2008 |
martes, 6 de agosto de 2013
Tradición y ruptura: el conflicto esencial. Apostillas (XXIV: La tradición del sacrificio)
(XXIV) La tradición del
sacrificio
Dos grandes denuncias del discurso de la conveniencia. Una
se halla en el primer párrafo de Historia
de dos ciudades (1859) de Dickens:
Era el mejor de los tiempos, era el
peor de los tiempos, era la edad de la sabiduría, era la edad de la estupidez,
era la época de la fe, era la época de la incredulidad, era la estación de la
luz, era la estación de la oscuridad, era la primavera de la esperanza, era el
invierno de la desesperación, lo teníamos todo por delante, nada teníamos por
delante, íbamos todos directamente al Cielo, íbamos todos directamente en
sentido contrario.
La otra procede de la novela Galápagos (1985) de Kurt Vonnegut Jr.:
Las meras opiniones, de hecho,
gobernaban a la conducta de la gente, tanto como la más probada verdad, y
estaban sujetas a súbitos cambios como jamás podría estarlo la más probada
verdad. De modo que las Islas Galápagos podían ser el infierno en un instante
dado y el cielo en el siguiente, y Julio César podía ser un estadista en un
momento y un carnicero en el siguiente, y el papel moneda ecuatoriano podía
cambiarse por alimentos, vivienda y ropas en un momento y forrar el suelo de
una jaula en el siguiente, y el universo podía ser la creación de Dios
todopoderoso en un momento y el producto de una gran explosión en el
siguiente... y etcétera, etcétera.
*
En 1810 E.T.A.
Hoffmann afirmó que la Quinta Sinfonía de Beethoven pertenecía plenamente
al romanticismo; por su parte, la crítica del siglo XX exclamó que es “el
ejemplo consumado de la lógica sinfónica”, “la expresión definitiva de la
racionalidad clásica que rehúsa ceder a las violentas convulsiones del
romanticismo inmanente”. ¿Quién acierta? En principio, Hoffmann y la crítica
del siglo XX no hacen otra cosa que afirmar a su propia modernidad a partir de
una obra de fuerza inclasificable. Que ambos aciertan y que ambos se equivocan
lo demuestra Tomás Segovia (entrevistado por Eduardo Vázquez Martín en
diciembre de 2004):
Lo que los románticos dicen es:
“Nosotros sabemos lo que Homero dijo, pero también lo que quiso decir sin darse
cuenta, cómo se hace un poema épico y cuál era el contexto histórico que hizo
posible su escritura, pero al saber eso hemos perdido el poder de escribir la Ilíada”. Pero esta reflexión no la
hacían confrontados a la razón o contra la ciencia, sino desde la razón y con
la ciencia. Los románticos eran científicos y se consideraban herederos de
Rousseau y Voltaire; lo que buscaban era la síntesis, eran críticos de la
objetividad que nos hizo perder el genio, por eso se acercan a los lenguajes
oscuros, como el religioso o el mágico, al lenguaje de los que han sido
proscritos por la razón: los locos, los niños, las mujeres, los salvajes.
*
Para Tomás Segovia, la insistencia de la modernidad en el
valor de lo nuevo es una inmensa campaña de persuasión y tiene que ver con el
más esquivo de los conceptos: la Significación. Y todo parece indicar que este
concepto resulta esquivo no sólo por su complejidad inherente, sino sobre todo
por los esfuerzos de otra gran campaña que lo mantiene en los claustros del
especialismo y fuera de la atención colectiva.
“Cortarse de
la tradición”, escribe Segovia en 1987, “es la primera tentativa que se le
ocurre al que quiere una significación en sí, salvada del movimiento
indominable de la Significación. La Significación no existe realmente, quiero
decir de hecho, sino como tradición. El acto mismo que la hace existir,
aparecer en un presente efectivo, la empuja ya hacia el pasado y la hace ya
tradicional, como se ve en la propia historia efectiva de las vanguardias, que
se constituyen de inmediato en la famosa ‘tradición de la ruptura’. Hacer de lo
moderno y lo nuevo un valor en sí y negar consiguientemente la tradición
(ignorarla sobre todo, como por fin está empezando a suceder) tiene obviamente
el sentido de escapar de la Significación. (La crítica de la tradición empezó
mucho antes, por lo menos en el siglo XVIII.)”
*
A nadie se le ocurre inventar una tradición. Ésta, como dice
Segovia, implica al pasado: mientras más antigua, más venerable. De ahí el
regusto de culpabilidad e incluso de traición que se adhiere a la ruptura (invención,
vanguardia, cambio), y que resultan mayores en la medida de lo vetusto de la
tradición contra la que atentan. Y existe otro regusto que se adhiere a la
tradición: el de sacrificio. Basta considerar este ejemplo nada infrecuente: el
muchacho que debe estudiar la profesión de su padre porque fue también la de su
abuelo y la tradición “debe mantenerse”: para ello tendrá que sacrificar sus
propias vocaciones, renunciar a sus verdaderos deseos. Si se sacrifica, resulta
muy posible imaginar el tipo de padre, profesionista y ciudadano que será con
el tiempo: un juez severo e implacable de la más pequeña ruptura, puesto que si
él se sacrificó a tal grado, nadie tiene
derecho a renunciar al sacrificio. Este es sólo uno de muchos otros
sacrificios, individuales y colectivos, que se consideran no sólo justificados
sino necesarios para que la tradición continúe.
Esa es una de las razones de que la palabra tradición sea tan venerada en los
discursos oficiales y de que a la vez, en privado, se le contemple con odio
soterrado.
*
En términos llanos y casi generales: para ser en sociedad se
debe sacrificar lo que se es (poeta,
revolucionario, librepensador, homosexual o bisexual, etcétera)
en función
de lo que no se es; en otras palabras, todo
aquello que no sea conveniente (útil,
productivo) para la sociedad. La sociedad es el discurso de la conveniencia. Ayer las cosas eran blancas, hoy son negras, mañana serán... lo que convenga al poder para que los sacrificios sean no sólo aceptados por los ciudadanos sino impuestos por ellos mismos, los unos sobre los otros.
*
A nadie se le ocurre inventar una tradición. Y sin embargo,
es precisamente eso lo que ha hecho el poder, y con mayor virulencia de lo
imaginable. El desarrollo de las tradiciones fue uno de los intereses del
ilustre historiador marxista Eric Hobsbawm (1917-2012); en sus estudios acerca de
la construcción de lo tradicional en el Estado-nación, argumenta que muchas
tradiciones son inventadas por élites para justificar la existencia y
supremacía de sus respectivas naciones (mejor dicho, del discurso político que
en ese momento las rige). La invención de tradiciones de acuerdo al interés
resulta, desde luego, clandestina y secreta; a la luz pública se les presenta
como antiguas y venerables, es decir, dignas de confianza. Porque uno de los
sobreentendidos que bañan al concepto “antigua tradición” indica que mientras
más añeja más ha probado su eficiencia, es decir que mucha gente ha confiado en
ella y ha obtenido en reciprocidad: seguridad, tranquilidad, estabilidad, paz:
las máximas promesas del poder.
*
Segovia llega a uno de los momentos más recordados de su
obra ensayística cuando llama a los románticos “nuestros clásicos”. ¿Está
convirtiendo en tradición a la más profunda ruptura de la historia? Lejos de
ello.
*
Cuando a principios del siglo XX Tzara y Breton comenzaron a
reivindicar el sueño, el mito, la magia, hubo una violenta sacudida: ¿cómo la
vanguardia, que es lo más nuevo, lo que está más adelante, exalta a lo viejo, a
lo que está en la mayor retaguardia, es decir lo que se ha dejado atrás en la oscuridad del pretérito? Los líderes del
dadaísmo y del surrealismo se beneficiaron de lo que habían dicho y hecho
numerosos artistas inclasificables y solitarios en un relativo aislamiento,
esto es, sin el ruido suficiente como para llamar la atención (vanguardia es
ruido, tradición es silencio). Y lo primero que exclamaron fue que la verdadera
tradición había sido manipulada y que había que volver a ella. Es lo mismo que
habían dicho los románticos: que había habido una manipulación no sobre el
pasado sino sobre la memoria, borrando convenientemente del recuerdo colectivo
todo aquello que pudiera cuestionar a la definición de lo humano impuesta por
el poder.
“Hasta el
romanticismo inclusive”, escribe Segovia, “lo que busca el pensamiento y el
arte más audaz de Occidente es justamente reanudar la tradición. Una tradición
que ellos consideran perdida o traicionada y que se trata de rescatar de sus
falsificaciones y deformaciones.” Éstas consisten, ante todo, en “neutralizar
el movimiento tradicional de la Significación, disolviéndolo o controlándolo
desde fuera”.
Lo que sucede
en la actualidad es visto de esta manera por Segovia: “Pero lo que es nuevo en
estos últimos cien años es la existencia de una guerra total contra la
tradición, aunque coexista con la crítica restauradora y a veces se mezcle con
ella o pacte con sus posiciones. En el arte (incluyendo la poesía), esa guerra
total moderna es la que combate a la Significación a la vez negando el valor de
la tradición con la que la identifica (justificadamente, aunque claro que
deformando esa identificación) y negando la interpretabilidad”.
*
Segovia insiste una y otra vez en hacernos recordar que el
sentido, como su nombre lo indica, está siempre orientado. En esto descansan
sus principales sinónimos, valor y significación. Segovia escribe: “El Valor —y
por ende la significación como valor y el valor como significación— está
directamente incorporado en el Círculo de la Existencia. Sólo una estrategia, o
sea una praxis práctica, una interpretación del uso, una reflexión en y sobre
el tiempo puede abordarlo. La reflexión sobre el arte, como sobre el Valor (o
sea sobre ‘la vida’) no puede ser teórica porque no puede captar sus
condiciones de posibilidad, que son incaptables, sino sólo darlas. No hay
teoría del arte como no hay teoría de ‘la vida’. Hay meditación. (Tampoco, en
rigor, hay teoría del lenguaje, por supuesto.)”
El arte de la
ruptura conveniente hace lo mismo que el poder: contribuye a la amnesia
impuesta, a la guerra contra la significación. Segovia nos hace ver que no otra
cosa son las vanguardias más aclamadas, “todo ese arte, que reúne a la vez la
buena conciencia de declararse maldito y rebelde y amenazado, y la buena suerte
de monopolizar todo el éxito, los honores y el dinero, busca no decir”. La manipulación
de la verdadera tradición se basa precisamente en manipular la más antigua de las certezas: la cultura es la historia que es el sentido que es el hombre.
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