DGD: Textiles-Serie roja 9 (clonografía), 2008 |
lunes, 6 de octubre de 2014
Fragmentario (XVI)
El deseo
infinito
Tu cuerpo siempre deja mucho qué desear.
*
Ecce deus fortior me
Todo enamorado dice, con Dante: Ecce deus fortior me, qui veniens
dominabitur mihi. “He aquí a una deidad más fuerte que yo, que viene a
dominarme.” Hermosa suma de paradojas: es más fuerte que yo porque le doy la
fuerza para serlo, una fuerza que no es mía y que no tengo sino en el momento
de darla. “He aquí” es menos un reconocimiento que una elección, o mejor, el
reconocimiento de una elección, pero yo no elijo, ni tampoco la deidad; quien
elige es precisa y misteriosamente, el “He aquí”. Es una de-signación: me vacío
de signos para tenerlos. “Viene a dominarme” no es un lamento, sino un deseo.
El deseo de ser dominado por la parte mía que es capaz de sumisión. Sumisión a
su misión: la de dominarme. Una misión que le doy no por deseo de sumisión sino
de fervor, de adoración. Sólo entonces habrá “a mí” (mihi). Sólo cuando pronuncio “Ecce deus” habrá un “Ecce homo”. Será
la única fuerza del yo.
*
Muralla
Tu cuerpo no me deja llegar a ti.
*
El
conocimiento crea al pensamiento
Según el budismo hay cinco skandhas, que son las capacidades esenciales de todos los seres
inteligentes: forma, percepción, pensamiento, acción y conocimiento. Qué bella
es esta jerarquización; qué exacto que sea la forma la que la comienza, y que
sólo después venga la percepción (primero el universo; luego los órganos
capaces de percibirlo). Y más hermoso aún que el pensamiento esté claramente
diferenciado del conocimiento. Pensar no es conocer. De la misma manera en que
el universo, que para contemplarse a sí mismo crea al ojo, así, el conocimiento
crea al pensamiento. Y aún más bello es el hecho de que en la lista de las skandhas la acción esté entre el
pensamiento y el conocimiento. Así toda acción, aún la aparentemente gratuita o
banal, tiene una dirección y un sentido.
*
La
identidad como virtud
Los discípulos de Confucio afirmaban que las
cuatro principales virtudes esenciales eran la piedad filial, el respeto
fraterno, la lealtad y la honradez; sin embargo, para los budistas eran la
permanencia, el gozo, la identidad y la pureza. Esa es la gran enseñanza: que
la identidad sea una virtud, y no un hecho dado, como es en Occidente, y que
esté rodeada por la permanencia, el gozo y la pureza.
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