DGD: Textil 140 (clonografía), 2016 |
viernes, 16 de septiembre de 2016
La luz sonora (8)
D
Patricio Marcos aporta un preciso
ejemplo del silencio en que se basa el poder: “Difundida de manera prolija por
los autores de las novelas modernas para señalar el carácter moral de
personajes tristes, apesadumbrados y hasta melancólicos, la palabra taciturno
deriva de la voz ‘tácito’, participio pasivo del verbo callar. Sin embargo,
en ningún diccionario se da noticia de una diosa, musa o ninfa de nombre
Tácita, venerada por los romanos durante el reinado del virtuoso sabino Numa
Pompilio, a la que éste refiere sus vaticinios en recuerdo y estima de la sabia
taciturnidad de la escuela pitagórica. Una distancia casi infranqueable entre
el silencio filosófico de la Antigüedad, signo de la mayor virtud práctica en
el hombre superior, la prudencia, y el vicio contemporáneo de la vergüenza, la
mudez por incapacidad o molestia en el hablar”.
En
efecto, la náyade que se convertiría en la diosa Tácita tenía como nombre Lara y
era también conocida como Lala (“habladora”), Laranda o Larunda; era hija del
dios-río Almón y célebre tanto por su belleza como por su incapacidad de
guardar secretos. Su historia mítica es tormentosa: Júpiter se enamora de la
ninfa Yuturna y ésta se arroja al Tíber para esconderse de él; Júpiter llama
entonces a las náyades y les ordena que busquen a Yuturna; todas ellas obedecen
menos Lara, que, incapaz de guardarse un secreto, cuenta todo esto a Juno, la
esposa de Júpiter. En castigo, el dios le arranca la lengua y la condena a los
infiernos; en el camino, según narra Ovidio en las Metamorfosis, la viola; ella da a luz a dos gemelos llamados lares,
encargados de custodiar las encrucijadas y las ciudades. Numa Pompilio inició
su culto bajo el nombre de Tácita, la diosa silenciosa (Dea Muta).
Hallazgo
de una lectura política del lenguaje: la voz tácito significa “no
especificado, que se infiere o sobreentiende”. Óptimo ejemplo de ese sistema
que calla para sobreentenderlo todo en la oscuridad y así eliminar los
enfrentamientos claros con lo que se dice: la diosa Tácita implica el
silencio del que sabe callar (no sólo el prudente sino el hermético, el
que guarda para sí la sabiduría que no puede difundirse sin desintegrarse); por
su parte, el moderno héroe “taciturno” es aquel que si no habla es porque ha
sido acallado: no el que se apena por hacerse oír sino el que teme decir
lo que piensa, lo que siente, lo que ve: el que ha aprendido “a
establecer con los demás una relación semejante a la del actor con su público”
(según observa Aristóteles: “El desconocimiento del don de la palabra lleva a
las sociedades a hablar como ciertos actores de teatro, los cuales recitan
parlamentos aprendidos de memoria sin saber lo que dicen”).
En
la modernidad todo es tácito, todo se sobreentiende: el discurso del poder se
construye a partir de rodeos, veladuras, supuestos. Si enfrentar las cosas es
aclararlas y declararlas a la luz pública, ese discurso inunda la vida
diaria en Occidente para que no haya sino tiniebla individual: islas
inconciliables (cada uno es actor y los demás son público), interminable
torrente de palabras-cascarón, reino del no saber lo que se dice, del mucho
hablar para decir nada, para inferirlo todo, para acallarlo todo.
*
Referencias
Patricio Marcos: Los
nombres del imperio. Elevación y caída de los Estados Unidos, Nueva Imagen,
México, 1991.
*
[Leer La luz sonora (9).]
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