domingo, 16 de julio de 2017
La literatura “rara” y las corrientes subterráneas (XII)
Se dice, acaso sin demasiada exageración, que cada escritor
que llega a la “marquesina” desbanca a sus antecesores y representa (u oculta)
a otros cien que permanecen en la sombra y que “naturalmente” luchan con furia por
ocupar el mismo sitio. Quien analiza el panorama a partir de esta mentalidad se
basa en un razonamiento que, en principio, no parece falso: no hay escritor que
voluntariamente se autodefiniría como “secreto”. Ergo, la meta de toda
literatura es la marquesina, ya sea (en un extremo) por ansia de poder o (en el
otro) por necesidad de divulgación. Y si todas las motivaciones —éticas o no—
tienen una sola meta, el rubro “escritor secreto” surge siempre desde fuera e
implica a aquel cuya estrategia de poder falla (en un extremo), lo mismo que a
aquel otro que no tiene los medios para promocionarse (en el otro).
Todos los
escritores, pues, estarían jugando el mismo juego, independientemente de sus
respectivas motivaciones: un juego de poder. Parte de ese juego, entonces, es
que todo jugador acepte que si carece de “méritos” se le atribuyan rubros que
jamás habría elegido para sí mismo o para su obra y que provienen siempre desde
fuera: excéntrico, marginal, heterodoxo, anómalo, inclasificable.
Todos estos adjetivos están en la misma línea que loco,
peligroso, olvidado..., y estos últimos se dirigirán a todo aquel que quiera
jugar el juego, para advertirle de los peligros que corre si en verdad
quiere dejar el anonimato, y si persiste, los modos aceptados de llamar la
atención.
Ese sobreentendido
según el cual todo escritor heterodoxo necesita por fuerza de la ortodoxia, se
apoya en la obviedad de que aun los escritores secretos publican, es
decir requieren lectores, buscan reconocimiento.
Sin embargo, ¿se trata de lo mismo? ¿Será posible intuir una
diferencia, aunque sea difícil especificarla en cada caso, entre los escritores
que demandan ser reconocidos en todos los niveles, y los que publican para
encontrar lectores, en el más alto sentido del término? Si esa diferencia
existe, puede acaso enunciarse de otro modo: hay escritores que hablan para ser
notados, y existen aquellos que “hablan como no debiendo hablar”, esto es, que son
vencidos por lo que dicen. Es la afirmación del maestro italo-argentino
Antonio Porchia:
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