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DGD: Morfograma 1, 2017. | |
La clonografía
depende de un largo proceso de trabajo, mientras que el morfograma depende de
la instantaneidad: busca la eventualidad no deliberada, por ejemplo cuando se
acciona el disparador sin quererlo en un instante en que la cámara está en movimiento. Son las
imágenes que generalmente se desechan como errores, las que
“salen movidas”.
* * *
a Aline Davidoff e Ignacio Guadalupe
a Alma Muriel y Pedro Armendáriz
a Isabel Benet y Roberto Sosa
Nota introductoria
[El hombre es] eterno actor, sin duda, pero actor natural, porque
su artificio le resulta congénito, y es incluso uno de los caracteres de su
estado de hombre... Ser hombre quiere decir ser actor, ser hombre es simular al
hombre, comportarse como un hombre sin serlo en profundidad, interpretar a la
humanidad... No se trata de aconsejar al hombre que se despoje de su máscara
(cuando detrás de ésta no hay ninguna cara); lo que se le puede pedir es que
tome conciencia del artificio de su estado y que lo confiese.
Gombrowicz
Existe algo esencial acerca de los actores que nunca termina
de decirse o comprenderse del todo. Para entreverlo basta considerar algo que
parece un lugar común: el actor, que es un ser humano, representa al ser
humano. A continuación basta plantear un razonamiento que se desprende de aquél
y que también posee toda la apariencia de obviedad: cualquier ser humano
tendría que poder representar a cualquier ser humano, al menos dentro de sus
propios parámetros (género, raza, edad, cultura de origen, educación...).
Que esto
dista de ser así suele explicarse por la inmensa artificialidad que representa
el medio en el que se inserta la representación: el propio escenario implica
una cantidad tal de artificios que extermina a toda espontaneidad, a toda
naturalidad, y, para algunos, a toda apariencia de realidad. Así nace la máxima
paradoja: sólo unos cuantos seres humanos son capaces de representar al ser
humano, y esto depende de un oficio tan complejo como demandante, que para
colmo ninguno de sus practicantes y teóricos termina por definir de un modo
específico. En otras palabras; sólo unos cuantos aprenden a tomar la
espontaneidad de la vida, hacerla atravesar un interminable laberinto hecho de niveles
de artificialidad y hacerla brotar de nuevo en el centro mismo de ese
laberinto, como un loto en el pantano.
Pero ¿a qué
tipo de ser humano representan los actores? O puesto en otras palabras: ¿qué
definición de lo humano podría derivarse de la suma total del trabajo de los
actores, en una época determinada y en todas ellas, dado el excepcional punto
de partida consistente en que los actores (y en general los demás profesionales
que incursionan en el arte narrativo) renuncian de entrada a definir, no sólo a
aquello a lo que representan sino al modo (el “método”) según el cual se lleva
a cabo esa representación?
La esencia de
la actuación se escapa por todas partes, por más volúmenes que se hayan
acumulado para explicarla y describirla. Respecto a todas las artes puede tal
vez decirse que, en última instancia, el artista no sabe cómo hace lo que hace,
pero en ningún caso será esto más exacto que en el terreno de la actuación. En
ningún otro territorio el no saber cómo
se hace lo que se hace no sólo no es un defecto, sino la calidad más
íntima, el requerimiento más profundo. Casi podría decirse que el actor que
sabe puntualmente cómo hace las cosas es un mal actor.
Desde luego
que hay una técnica: ella existe al menos desde los tiempos de la tragedia
clásica griega y se ha ido depurando hasta las revueltas actorales del siglo
XX. Pero se trata de técnicas, en
plural, de una suma de quehaceres que están parcialmente depurados: de la
oratoria al maquillaje, del manejo de emociones hasta la gestualidad. Y sin
embargo, el todo es mayor que la suma de sus partes. La actuación sigue siendo
un misterio, y acaso así debe quedar para preservar al más esquivo de los
lenguajes artísticos.
Este texto y
los siguientes recogen la palabra de los propios actores hablando de su oficio.
Que cada uno de ellos, a su manera irrepetible, se encargue de entrever ese
misterio sin fondo al que ha ofrecido su cuerpo, voz, conciencia, sensibilidad,
memoria y talento expresivo: el misterio de la representación, del arte, de lo
humano.
*
El actor llega al estadio de Nadie de la manera más
impensada, más irreductible, más contundente y misteriosa. No se le piden
opiniones sino concreciones, ni se espera de él duda sino certeza; se espera
que diga la verdad y si no la conoce, que la transmita como si pudiera volverse
el más puro material conductor, el puente más firme, el radiotelescopio más
finamente sintonizado en las profundidades siderales. Ni el actor ni el
espectador conocen esa verdad pero de alguna manera la reconocen. Es el actor
el que proporciona esa manera al
encarnar tal verdad en el transcurso de su representación. No sabe lo que
transmite. No sabe lo que hace ni cómo lo hace. Se limita a hacerlo de la mejor
manera posible, sin que sus dudas lo inmovilicen ni sus razonamientos lo
contaminen. Borra su identidad, anula su personalidad para que algo aparezca o
se trasluzca, algo que ni el espectador ni el director ni el
escritor/guionista/libretista conocen pero que una parte suya reconoce de modo inequívoco: una parte muy
secreta que es acaso despertada por el vacío logrado en el actor: el Nadie vivo en cada uno. El actor se
vuelve Nadie para mostrar el vacío, para encarnarlo y para transmitirlo sin
entenderlo ni conceptualizarlo. Pero algo hace con él; ese algo es la “verdad”
actoral: algo que hará que una representación sea fértil o no, viva o no, catártica
o no. Algo que realizará por enésima vez el milagro escénico que nadie
comprende y todos dicen entender; el que nadie espera y todos buscan
ávidamente; el que da sentido a lo que no parece pedir otro sentido que la
representación misma. Un mensaje que depende de que no se verbalice, de que no se racionalice, acaso de que no llegue, pero un mensaje
que por eso mismo llegará precisamente en su ausencia (porque sólo puede “llegar”
de vacío a vacío). Una vida humana
que se reflejará en el escenario o ante la cámara precisamente porque nadie
sabe qué es una vida humana ni cuál es su configuración, ni sus antecedentes,
ni su intimidad, ni lo que verdaderamente le pertenece, ni los términos reales
de su libertad. El actor se vuelve Nadie como nadie más ha podido imaginar
siquiera que alguien pudiera volverse Nadie.
Inside the Actors Studio
En el arte de la actuación es más cierto que nunca el dictum “No hay técnica sino técnicos”.
Un internamiento en este mundo, por lo tanto, tendría por fuerza que apoyarse
en una serie de entrevistas con actores (y también con directores, dramaturgos,
guionistas, etcétera). Esta es precisamente la riqueza que ofrece una
excepcional serie televisiva: Inside the
Actors Studio.
Esta serie comenzó
a transmitirse en agosto de 1994 en el canal Bravo de televisión por cable y
continuó de manera ininterrumpida a lo largo de numerosas temporadas. Al menos
en principio, se singulariza por su tono “universitario”: el público “en vivo”
está compuesto por los alumnos de las carreras de actuación, dirección y
dramaturgia en la Pace University de Nueva York, colegio que continúa la
tradición establecida por el célebre Actors Studio de Lee Strasberg, discípulo
de Stanislavsky. Los actores (y también, de manera minoritaria, directores,
productores y guionistas; alguna vez músicos y comediantes “de pie”) son
invitados a hablar de su vida y carrera de manera coloquial, aunque despojada
de la usual frivolidad que rodea a las “estrellas” en los media, y sobre todo en el medio electrónico.
El tono de Inside the Actors Studio no es el de una
entrevista destinada al público televidente en general, sino una especie de
seminario interno dirigido al alumnado; de ahí el título de la serie, que infiere
ofrecer a los espectadores una entrada (inside)
a la vida académica de una institución consagrada a la formación de actores,
directores y dramaturgos. Esta singularidad convierte a muchas de las
entrevistas conducidas por James Lipton (deán
fundador en 1994 de la Actors Studio Drama School en la Pace University) en recuentos
que a veces terminan por transformarse en exámenes de conciencia.
Uno de estos
entrevistados, el actor Tom Hanks, menciona la diferencia: “Por lo general, cuando
uno entra en un estudio de televisión con cámaras, automáticamente debe entrar
en un ritmo altisonante y acelerado, ‘¡Es grandioso estar con ustedes!’, y en
cambio aquí simplemente nos sentamos a tener una conversación, y eso está bien”
(XII-11, 14-5-2006).
(Para
identificar el programa de esta serie de donde proviene la cita se indica en
números romanos el número de temporada, seguido en arábigos por el número del
episodio dentro de esa temporada, y por la fecha de primera emisión en orden
día-mes-año. Casi todos los programas de la serie están disponibles online y pueden encontrarse en youtube. Se citan aquí los fragmentos de
entrevistas de manera literal, sin alteración alguna y en la traducción más fiel posible al
español.)
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