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domingo, 15 de julio de 2018
El misterio de los actores y de la actuación (XXVI)
¡Cuántas cosas ve y adivina un cómico cuando observa
la actuación de otro! Aprecia cuándo un músculo no acompaña a un gesto; deja a
un lado esas cosas ficticias que se ensayan por separado y a sangre fría
delante del espejo y que no logran fundirse con el conjunto; advierte cuándo el
actor se ve sorprendido en escena por su propio artificio y con su sorpresa
echa a perder el efecto. ¡De qué modo tan distinto ve un pintor al hombre que
se mueve delante de él! Ante todo, ve muchas más cosas de las que existen en
realidad, para poder completar lo que tiene delante y producir el efecto;
ensaya en su memoria diferentes iluminaciones de un mismo objeto; da variedad
al conjunto, con base en añadir a él una oposición. ¡Ojalá tuviéramos los ojos
de ese cómico y de ese pintor para mirar el mundo del alma humana!
Nietzsche: Aurora
La impotencia
Dustin Hoffman desacraliza a la actuación e identifica como
alimento del actor no a la técnica sino a la impotencia. Sobre una célebre escena
de su trabajo en Rain Man (Barry
Levinson, 1988) exclama: “No hay ninguna magia en la actuación, si quieren
saber la verdad. La verdad es que tenía que hacer una escena en la que llegaba
un momento en que debía hacer esa cosa, y yo estaba tan enojado por mi
limitación, por mi inhabilidad de acercarme, que eso fue lo que salió. Ese es
el subtexto, no la escena, eso es lo que salió: ‘¡No puedo hacer esta maldita
escena!’. Eso es lo que pasa a veces: tienes que acercarte no a la escena sino
a tu propio sentido de impotencia artística. Eso es todo lo que hay” (XII-14,
18-6-2006).
Y agrega, ya
aludiendo específicamente al actor de cine: “Siempre he pensado que la toma [the take] es el tiempo del actor para
fracasar o fallar. Todo arte debe tener su fracaso medido [cautioned]”.
El método es
individual e irrepetible
La carrera de Dustin Hoffman se distingue por la angustia y
el rigor que han llevado a este actor a infligirse dietas severas o
descomposición física para encontrar a su personaje. De ahí la famosa anécdota
del rodaje de Maratón de la muerte (Marathon Man, John Schlesinger, 1976) en
la que Hoffman ensaya con su coestelar, Laurence Olivier, y muestra a éste el
intenso deterioro físico que se ha impuesto para lograr a su personaje; según
esta anécdota, Olivier, luego de observar esta suma de esfuerzos desgarradores,
le hace una sugerencia: “¿Por qué no intentas actuar?”.
En una
búsqueda de completa verosimilitud, Hoffman se coloca deliberadamente en la
delgada línea que separa al actor del personaje; casi podría decirse que se
deja invadir por el papel. En los inicios de su carrera, Robert De Niro hará lo
mismo, hasta el grado, por ejemplo, de engordar treinta kilos para su papel en El toro salvaje (Raging Bull, Martin Scorsese, 1980). Uno de los casos extremos es
el de Heath Ledger, que para su papel de Joker
en El caballero de la noche (The Dark Knight, Christopher Nolan, 2008)
se aisló para sumergirse en su propia oscuridad, con la resultante de un
insomnio y una angustia que sólo podían ser combatidas con barbitúricos; el
papel, verdaderamente excepcional en la historia de la actuación, le costó la
vida debido a una sobredosis.
Jack Lemmon,
actor perteneciente a una escuela muy distinta, advierte el peligro y lo
señala:
A veces ciertos personajes te llegan más de cerca que
otros y no es bajo tu control. Es un misterio para mí. [...] Una cosa muy
peligrosa que puede pasar de vez en cuando, y advierto a los actores que sean
cuidadosos con ello, es cuando el personaje comienza a dominarme, en lugar de
ser yo quien controlo al personaje. No es nada bueno. Nunca darán una buena
actuación porque no están en control. Debe haber una cierta luz encendida,
totalmente separada, y debes ser tú el que mira, sin importar cuán
profundamente estás involucrado en la escena y cuánto del personaje tienes en
tu retrato de él. La mejor actuación es cuando tú estás en control, no el
personaje. [IV-10, 25-10-1998.]
Alec Baldwin ofrece otros matices en ese proceso:
Una vez, cuando hice Secretaria ejecutiva [Working
Girl, Mike Nichols, 1988], en la que hacía el personaje de un mujeriego,
Melanie Griffith, que es una persona adorable, me dijo: “Cada papel que haces
es una oportunidad para enterrar esa parte de ti mismo que encuentras
desagradable o que es una cualidad desagradable que tienes”. [...] Y es verdad.
Esa vez pensé, en una especie de manera psicótica, que los papeles que he hecho
habían sido puestos en mi vida por algún ser superior para obligarme a
confrontar mis problemas [issues], y
que yo estaba listo ahora para enfrentar esa parte de mí, que yo era ese hombre
[el mujeriego] que exhibía ese comportamiento y yo necesitaba deshacerme de
eso. [I-2,
10-10-1994.]
Angelina Jolie lo dice de una forma aparentemente inversa:
Cuando estudié con Strasberg tenía una necesidad, como
la hay en todo artista, de comunicar, de saber qué había dentro de mí, esa
parte que uno quiere alcanzar: lanzar emociones con la esperanza de obtener una
respuesta. [...] En cada papel hay algo que es parte de ti y una parte hacia la
que vas a evolucionar, algo que admiras y que es aquello en lo que te vas a
convertir. [XI-19, 5-6-2005.]
Acaso se trata de un mismo proceso: Griffith y Baldwin
contemplan a cada papel como una oportunidad de enterrar una parte negativa en
la personalidad del actor —es decir, un dejar atrás—, mientras que Jolie
concibe cada rol como evolución —es decir, un ir hacia adelante— y casi como
oráculo —un anuncio de aquello en lo que ese actor se va a convertir.
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