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lunes, 16 de septiembre de 2019
El misterio de los cien monos (XVII)
Una
milla en cuatro minutos
Los numerosos transmisores de la fábula de los
cien monos añaden otro ejemplo, ya decididamente instalado en la escala humana:
el momento en que el primer atleta consiguió correr una milla en cuatro
minutos. Se trata del inglés Roger Bannister, representante de la Amateur
Athletic Association, que el 6 de mayo de 1954 hizo un tiempo de 3 minutos 59
segundos 4 centésimas. Antes de este récord, se pensaba que era imposible
lograrlo, pero luego de que sucedió por vez primera, en cuestión de semanas
numerosos atletas habían alcanzado la marca de una milla en cuatro minutos.[1] La Figura de los cien monos es una metáfora de
lo imposible que se vuelve posible y luego habitual.
Para
ejemplificar lo que llama resonancia mórfica, Sheldrake actúa de un modo
similar a como lo hiciera Lyall Watson en la primera difusión documentada de la
fábula de los cien monos: menciona una serie de hechos reales de los que no
puede sino imaginarse la hipótesis que los aglutina (porque existen grandes
dificultades prácticas para que sea científicamente comprobada). El ejemplo de
Sheldrake es este: durante largo tiempo, una importante compañía europea de
productos químicos ha tratado de desarrollar un cristal con determinadas
propiedades. Luego de enormes esfuerzos que duran años, los investigadores de
esa compañía tienen éxito y comienzan a producir un buen número de esos
cristales. De súbito, en diversos puntos del mundo, otros investigadores que
buscaban el mismo resultado, casi sin esfuerzo logran cristales similares. Se
piensa primero en espionaje industrial; luego se considera la risible teoría de
que alguna de las “semillas” de los cristales originales ha sido portada en las
barbas de científicos que han viajado de un lugar al otro. Más tarde se postula
que las semillas fueron llevadas, como esporas, por las corrientes del viento.
Para
delinear este ejemplo, Sheldrake se basa en algo que varias veces parece haber
sucedido (pero que no está documentado porque este tipo de fenómenos carece de
una ilación teórica que los relacione): cuando varias personas se dedican a
aprender algo o a conseguir un proceso para lograr determinado fin, una vez que
tienen éxito, en otras partes del mundo ese proceso se vuelve cada vez más
fácil (o menos arduo) para otras personas que buscan algo parecido.
En
este fenómeno, Sheldrake ve una confirmación de su teoría de los campos
mórficos, que se relaciona con los casos climáticos de las llamadas “coincidencias”,
y también con lo que Jung llamó sincronicidad,[2]
idea a su vez ligada con la cosmovisión de Giordano Bruno y con la Ciencia de
las Correspondencias de Swedenborg. Se trata de una cosmovisión que ha visitado
las intuiciones de numerosos pensadores; se halla, por ejemplo, en la metáfora
del árbol acuñada por Carlyle en la conferencia Los héroes (1841):
Cosa curiosa e insuficientemente considerada: como
todas las cosas cooperan con el todo, sin que ni una hoja desprendida del árbol
y pudriéndose por los senderos deje de formar indisoluble parte de los sistema
solar y estelar, no hay tampoco pensamiento, palabra ni humana acción que no
provenga de todos los demás hombres y que no trabaje influyendo, más o menos
tarde, de un modo conocido o desconocidamente, sobre los demás hombres. Podemos
comparar la cosa a un árbol: la circulación de la savia y demás influencias, la
mutua combinación de la hoja más indiferente con la fibra más íntima de una
raíz con todas y cada una de las demás partes grandes y pequeñas del todo.
Si se compara el ejemplo de los cristales con
el “Principio del centésimo mono”, brota ya una simetría: hay una necesidad que
enlaza a quienes la comparten sin importar la distancia que los separa o el
hecho de que unos no sepan de la existencia de los otros (los monos tendrían
esa necesidad de mejorar sus hábitos alimenticios; los investigadores buscan
cristales similares). No se trata de “telepatía espontánea”, o mejor dicho, es
algo que podría explicar a la telepatía una vez que se deja de considerarla
como fenómeno aislado y se la contempla como un campo que mantiene
unidos a ciertos seres y que depende de lazos sociales o de hábitos más o menos
conscientes. Como exclamaban Pauwels y Bergier, lo realmente “paranormal” es
que lo paranormal no suceda en todas partes sin cesar (o quizá lo hace, pero la
mirada cotidiana está desalentada para advertirlo: el poder dominante se ha
encargado de volver al estado de alerta el más impopular de los
conceptos).
Subsistemas
Sheldrake ha basado su corpus teórico
precisamente en una ambiciosa forma de ver que aglutina a todos los
fenómenos aislados. No es posible ver o tocar un campo mórfico, o situar sus
límites, más de lo que puede hacerse con un campo gravitatorio o magnético. Sin
embargo, existe un elemento en común: el hábito o la costumbre parecen siempre
fortalecer a los campos mórficos y al modo en que resuenan entre sí. La
repetición de una conducta crea un hábito y éste genera un campo mórfico que se
reproduce en donde hay una necesidad análoga: los monos de distintas
islas, los pájaros de diversas ciudades, los investigadores que parecen
comunicar sus resultados a desconocidos que buscan algo similar, etcétera.
De
vez en cuando aparecen ideas modulares que tienden a unir fenómenos
aparentemente dispersos y percibir sus ligas secretas. Establecido el
comportamiento del “esquema esencial”, es posible observar los más básicos
elementos en común. El átomo, los cuanta o los fotones son buenos ejemplos, y a
ese tipo de ideas pertenece la de los campos mórficos. El problema con este
tipo de subsistemas es que para validarse deben convertirse en sistemas
totales: no hay límite para su rango especulativo. No sólo el átomo o los
fotones podrían ser insertados dentro de la teoría los campos mórficos, sino que
estos últimos también podrían “explicar” áreas como la parapsicología, el
arquetipo junguiano, las enseñanzas esotéricas y hasta el orden secreto del
universo.
La
teoría de Sheldrake es cauta en sus aplicaciones concretas:
El concepto de leyes eternas tenía sentido en un mundo
eterno, mas no en uno evolutivo. [...] Prefiero la idea de la naturaleza
gobernada por hábitos, mantenidos por un proceso que llamo resonancia mórfica.
Por ejemplo, [...] si los niños en Japón aprenden a jugar un nuevo juego de video,
más fácil será para otros niños aprenderlo en otros países. Estos efectos deben
suceder incluso sin ningún medio normal de comunicación. Estas hipótesis son
controversiales, por supuesto, y están siendo comprobadas. Pero hasta ahora la
mayoría de los resultados indica que esos efectos son reales. Más que ser
gobernada por leyes eternas, la naturaleza podría muy bien tener una memoria
inherente.
Sin embargo, detrás de las aplicaciones
prácticas hay una enormidad (un atisbo de lo Absoluto), y ésta descansa en una
corta y contundente frase que esa visión infiere directamente y que el biólogo
no ha querido enfrentar en toda su inconcebible magnitud: no hay leyes.
Basta una pregunta experimental para revelar el hecho de que esa mínima frase
podría detonar cualquier territorio al que se aplicara: si el universo entero
está vivo y se basa en costumbres que generan su propia inercia, ¿es también la
muerte nada más que un hábito?
*
Notas
[1]
Bannister relata su hazaña en The Four Minute Mile (1955). En el año 2001
el atleta marroquí Hicham El Guerrouj estableció el récord mundial, con un
tiempo de 3 minutos 43 segundos 13 centésimas.
[2] Carl
Jung, en colaboración con el físico Wolfgang Pauli, definió a la sincronicidad
como “coincidencias significativas que no pueden ser explicadas por las
nociones convencionales de tiempo y causalidad”. La investigación conjunta de
estos autores pretendió revelar tales coincidencias como fenómenos que
involucran tanto a la materia como a la mente, a la ciencia tanto como a la espiritualidad,
y que podrían explicar fenómenos como la intuición, la telepatía y la
precognición. Cf. Allan Combs y Mark Holland: Synchronicity (2000).
Libros citados
Bannister,
Roger: The Four Minute Mile, Lyons & Burford, Nueva York, 1955.
Combs,
Allan, y Mark Holland: Synchronicity: Through the Eyes of Science, Myth and
the Trickster, Marlowe & Co., Nueva York, 2000.
Carlyle,
Thomas: On Heroes, Hero-Worship and the Heroic in History (1897),
Kessinger Publishing Company, Belle Fourche (South Dakota), 2003. [Thomas Carlyle
y Ralph Waldo Emerson: De los héroes/Hombres representativos,
CONACULTA-Océano, México, 1999. Prólogo de Jorge Luis Borges.]
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