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DGD: Morfograma 71, 2019. |
El espejo en los otros
Del reconocimiento por el hombre, con temor y
temblor, de que hay algo incognoscible, viene todo lo que es mejor en las
exploraciones de su mente, incluso aunque ese reconocimiento quede con
frecuencia desviado en superstición, esclavitud y excesiva confianza.
Una
mente colectiva
En A New Science of Life, Rupert Sheldrake
explica que los campos mórficos son creados por la repetición y la costumbre, es
decir por el uso de los mismos patrones básicos, que en todo caso admiten
cambios graduales y resultados igualmente paulatinos. La observación de estos
patrones, sugiere el biólogo, puede aplicarse a áreas tan diferentes como
predecir el curso de los huracanes o explicar el fenómeno del déjà-vu.
Sin embargo, una de las propuestas más audaces de la noción de resonancia
es aquella que sacude la concepción occidental de la individualidad.
Hasta
principios del siglo XX, la ciencia aceptaba, al observar el comportamiento de
las hormigas o las termitas, la hipótesis de un organismo colectivo compuesto
por individuos-células, tolerando incluso la posibilidad de contemplar así, en
cierto modo, a los grupos humanos. Mas esta aceptación se volvió negación
cuando hacia los años treinta la idea de colectivismo fue relacionada con el
nazismo y se volvió aterradora. Curiosamente, esa idea fue también peyorativa y
hasta peligrosa hacia los años sesenta de ese siglo, cuando el dominante
materialismo individualista la asoció con la ideología comunista. Como
resultado, se desalentó toda experimentación en esa área, mientras que núcleos
políticos de ultraderecha centraron sus estudios en el colectivismo para
perfeccionar las formas de explotación de ese miedo.[1]
Así,
por ejemplo, para la teoría de la propaganda el individuo es indesligable de la
masa. Crear convicciones en los individuos, uno a uno, toma demasiado tiempo y
es arduo; de ahí que ellos sean reducidos a promedios, estadísticas y listas de
lo que comparten con otros (sentimientos, motivaciones, mitos): cuando el
individuo es parte de la masa, sus defensas psíquicas se debilitan y sus
reacciones son más fáciles de provocar. Por eso se dice que un ser humano se
“disuelve” en la masa, lo que alude directamente a la enorme serie de presiones
que cualquier persona recibe cuando se halla en uno u otro grupo, justamente
para ser aceptada por él y permanecer en su seno. La propaganda se dirige a la
parte gregaria del individuo no menos que a la parte individual de las sociedades.
Para estos estrategas no es una “abstracción” el principio de una mente
colectiva. El ensayista Jacques Ellul clarifica este proceso:
Emocionalidad, impulsividad, exceso, todas estas
características del individuo cuando se halla atrapado en una masa son bien
conocidas por la propaganda y muy útiles para ella. Nunca se considera aislado
al individuo; el escucha de una transmisión radiofónica, aunque físicamente
esté solo, es sin embargo parte de un vasto grupo, y está consciente de ello.
Se ha probado que los radioescuchas exhiben una mentalidad masiva, que forman
una masa con existencia orgánica, aunque difusa y no cohesionada en un punto:
una masa psicológica, si no biológica. Todos ellos están unidos y constituyen
una suerte de sociedad en la cual sus integrantes son cómplices y se influyen
unos a otros sin saberlo. [...] El espectador de cine también está
perfectamente solo, aunque se halle codo a codo con su vecino, debido a la
oscuridad y a la atracción hipnótica de la pantalla. Esta es la situación de la
“multitud solitaria”. [Propaganda, 1965.]
Sucede lo mismo con las encuestas: el mero
hecho de entrevistar a un individuo para recoger sus opiniones, lo convierte
automáticamente en masa, y no tanto porque comparte ideas, mitos y
formas de vida con otros encuestados, sino simplemente porque ha sido enfocado
por un organismo en particular: el partido, movimiento o institución que
organiza la encuesta, es decir, otra instancia grupal sin rostro. Para la
propaganda, y pese al aparente culto a la individualidad en Occidente, el
individuo es masa y a la inversa: los media, los discursos políticos o
las “campañas” ya no se dirigen a un muy específico “Fulano de Tal” sino al
segmento de una corriente que fluye en una particular dirección; es justamente
esa dirección lo que se trata de preestablecer (y se logra día a día con
asombrosa eficacia). Sin embargo, para que esto funcione —escribe Ellul—, “cada
uno debe sentirse individuado, tener la impresión de que es a él al que
se mira, de que es a él a quien alguien se dirige personalmente. Sólo
entonces responderá y dejará de ser anónimo, aunque en realidad jamás abandona
el anonimato”.[2]
El
consciente colectivo
No obstante, desligado de esos referentes (y
también de los turbios conductismos de Skinner), el colectivismo (o “consciente
colectivo”, como lo llama el sociólogo francés Émile Durkheim) puede ser
devuelto a su carácter de espejo. Según Sheldrake, los grupos humanos poseen
campos mórficos sociales y culturales que cohesionan y organizan a sus integrantes.
Sólo por ello una sociedad puede funcionar y responder como un todo, pese a
estar compuesta por millones de individualidades. Un campo magnético funciona a
la vez dentro y alrededor de un imán; un campo gravitacional se encuentra tanto
dentro de la Tierra como en torno a ella; así, el campo mórfico de un
hormiguero funciona como lo hace el de un cuerpo humano que coordina las
funciones de sus órganos internos. Un campo mórfico grupal o social haría lo
mismo con sus integrantes.
Esta
visión no intenta negar al individuo (noción engañosamente reverenciada en el
Occidente neoliberalista), sino devolverle su totalidad escatimada por sistemas
políticos que requieren a los seres humanos, o bien con una individualidad
disuelta en la masa, o bien obsesionados por ella y aislados unos de otros... y
de sí mismos. R.D. Laing reflejó esto en una sola frase: “Sólo puedes ser
quebrado si estás hecho de piezas” (You can be broken only if you are in
pieces).
En
este punto, Laing y Sheldrake coinciden con Frithjof Schuon: “La personalidad
de un hombre se deriva esencialmente de una idea, o más exactamente, de un
racimo de ideas agrupadas alrededor de una idea central o determinante” (The Transfiguration of Man, 1995). El
gran método del poder occidental para manipular y dominar al ser humano
consiste en influir directamente en esa idea central. Así, lo que los aparatos
de poder producen es la “masa”, a través de la imposición de “ideas centrales
estandarizadas”. Lo que el poder teme, pues, no es a la masa, sino a un conjunto
de individuos libres, capaces de elegir, diseñar y abrir esa idea central a
mayores esferas de la conciencia.
Una
mente no local
Sheldrake está convencido de que el lado
oscuro del colectivismo ha obliterado a un lado luminoso, precisamente por el
miedo que la parte oscura suscita. Uno de sus campos de investigación más
frecuentados es la medicina alternativa y en especial las facultades
terapéuticas y curativas del rezo y la oración. No se encuentra solo en estas
búsquedas: en Healing Words (1993), el médico Larry Dossey toma la
apariencia de secularizar la oración a través de un simple cambio de nombre (no
se rezaría a Dios sino al Absoluto que vive en todas las cosas). Convencido de
la existencia de una “mente no local”, y de que la oración conecta con las
esferas más allá del tiempo y el espacio, Dossey llega a sugerir que un
paciente puede re-escribir su historia clínica por el método de intervenir en
procesos subatómicos del pasado. Sheldrake, cuyas tesis no son tan audaces,
tendría sin embargo que admitir que ello cabe perfectamente en la teoría de los
campos mórficos.
El
biólogo inglés estudia también los rituales de todo tipo en diferentes culturas
y, dentro de ellos, la capacidad del mantra (antiguas frases sagradas
orientales, por lo general procedentes del sánscrito) para posibilitar una
apertura de la conciencia. Ya desde el punto de vista del manejo de campos
mórficos, analiza fenómenos como la telequinesis, la clarividencia y la
telepatía. Su libro Seven Experiments that Could Change the World: a
Do-It-Yourself Guide to Revolutionary Science (1994) se ha convertido en
una especie de best-seller porque propone una serie de sencillos
experimentos que el lector no especializado puede emprender en su casa (y cuyos
resultados puede enviar a Sheldrake para que éste los añada a las estadísticas
que por años ha ido reuniendo para probar sus teorías). Pese a este lado
“práctico” de divulgación popular apoyado decididamente en el método
científico, el autor no desaprovecha las páginas de Seven Experiments
para deslizar la sugerencia de que ciertas “constantes universales” como la
velocidad de la luz pueden muy bien sufrir variaciones.
Evadiendo,
pues, los riesgos en todo lo posible, Sheldrake se pregunta: cuando una bandada
de pájaros en vuelo da un súbito viraje, ¿por qué sus integrantes jamás chocan
unos con otros? Tanto en este como en otros ejemplos que llenan los escritos y
teorías de Sheldrake se trasluce el sentido de gestalt, el término
alemán referido a forma, figura, configuración o esencia y que es usado para
aludir a estructuras completas o totalidades que no pueden reducirse a la suma
de sus partes (una influyente escuela psicológica usó esta palabra para basar
sus tesis). El sentido general de la gestalt (en tanto formación,
diseño, ensamble o figura) está presente en los grupos humanos cuyos
integrantes podrían no estar conscientes del grupo del que forman parte y que
influye en sus comportamientos individuales.
Cuanto
mayor conciencia tienen los individuos de su pertenencia a un grupo —y sobre
todo cuando media en ello una deliberación—, las manifestaciones de la gestalt
son tanto más visibles; pueden encontrarse, por ejemplo, en las descripciones
aportadas por atletas sobre el trabajo conjunto en sus equipos deportivos: a
través del entrenamiento se desarrolla su capacidad de respuesta de uno a otro,
de tal modo que en los mejores momentos el equipo actúa como un solo organismo.
Sheldrake se apoya en su tesis para iluminar los estudios que se han hecho de
grupos y multitudes humanas en diversas situaciones, así como las siempre
misteriosas formas en que se propagan las modas, los rumores o incluso los
chistes. En todos estos ejemplos está resonando silenciosamente la metáfora de
los cien monos.
*
Notas
[1] El lado
teórico de este desprecio al socialismo y al pensamiento colectivo, a favor del
individualismo, el interés personal y el capitalismo irrestricto, está bien
representado por los libros de la filósofa rusa Ayn Rand, en especial su Virtue
of Selfishness: a New Concept of Egoism (1961).
[2] Cf. Edward S.
Herman y Noam Chomsky: Manufacturing Consent (2002).
Libros
citados
Sheldrake,
Rupert: A New Science of Life: the
Hypothesis of Formative Causation, J.P. Tarcher, Los Ángeles/Nueva York,
1981.
——: Seven Experiments that Could
Change the World: a Do-It-Yourself Guide to Revolutionary Science, Fourth
Estate, Londres, 1994; Riverhead Books, Nueva York, 1995.
Ellul,
Jacques: Propaganda: The Formation of
Men’s Attitudes (1965), Random House, Nueva York, 1973.
Durkheim,
Émile: Selected Writings, Cambridge
University Press, Cambridge, 1972.
Laing,
R.D.: Divided Self, Penguin Books,
Nueva York-Londres-Toronto, 1979.
Frithjof
Schuon: The Transfiguration of Man,
World Wisdom Books, Bloomington, 1995.
Dossey,
Larry: Healing Words: the Power of Prayer
and the Practice of Medicine, Harper & Collins, San Francisco, 1993.
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