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miércoles, 15 de abril de 2020
El misterio de los cien monos (XXXVIII)
No la
nada sino el todo en potencia
Un modo holístico de oponerse a las dualidades
es postular que la realidad y la conciencia de la realidad son sinónimos: de
ahí la afirmación de tantas escuelas esotéricas en el sentido de que la
realidad no es ideal, material, espiritual, concreta, mecanicista o vitalista:
es un nivel de conciencia y sólo ese nivel es real. Dicho de otro modo: la
vivencia no es tal o cual punto de vista, sino la ausencia de ellos en función
de esa mirada integral que han buscado tantos místicos y metafísicos. Esa
mirada se halla en el centro del Zen: es el vacío, lo que en otros puntos del
gran árbol (de la Gran Figura) es llamado agnoia (el término griego para
el “estado de no conocer”), sunyata (no el sentido de “nada” sino de todo
en potencia usado por la rama kadampa del budismo mahayana) o, en los
términos siempre redondos, sencillos y exactos de don Juan Matus, ver.
En
una entrevista realizada en 1984, Carlos Castaneda se remonta a la conquista de
México: “Cuando llega el español, le quita al indígena las libertades visibles.
El español deja al indígena sin nada, un paria total. Lo que le queda a don
Juan, y a los indígenas como él, es encararse con la libertad total, que no
tiene nada que ver con las libertades políticas, ideológicas, o con el derecho
a la felicidad y al bienestar”.[1] La
libertad a la que aspira don Juan es la que para él es la única verdaderamente
abierta al hombre: la libertad de percibir.
La
brujería, tal como la entiende esa singularísima tradición a la que don Juan
pertenece, es la habilidad de percibir más de lo que está aceptado y permitido
por el mundo cotidiano. Otra discípula de don Juan, Florinda Donner, llega al
extremo de afirmar que todo lo que contemplamos como material es resultado
directo del modo en que lo percibimos: “Incluso nuestros cuerpos físicos son,
nuevamente, una consecuencia de la percepción. Estamos atrapados como personas;
estamos atrapados en el lenguaje, y eso es exactamente los que quieren los
brujos: escapar a través de la energía. [...] Para los brujos, nuestras
elecciones en la vida están limitadas por el orden social. Nuestras opciones no
tienen límites pero, al aceptar las opciones del orden social, evidentemente
establecemos un límite para nuestras ilimitadas posibilidades”.[2]
El
número crítico y la revolución perceptual
Otra de las discípulas de don Juan, Taisha
Abelar, amplía este horizonte: “Nosotros no percibimos directamente. Desde la
infancia hemos filtrado nuestra percepción a través del lenguaje, de nuestra
cultura, de nuestras experiencias pasadas. El entrenamiento de los brujos tiene
como fin regresar a esa percepción directa de la realidad”.[3] Es a lo que Carlos Castaneda alude una y otra
vez:
Don Juan dice que toda la energía con la que podemos
contar ya está distribuida. De ahí que no podamos romper la hegemonía de la
percepción, y cuando nos encontramos con un brujo creemos habernos topado con
un hombre incoherente, porque no está usando la energía disponible como
nosotros lo hacemos. Entonces para poder disponer de energía, ya que toda está
distribuida, tenemos que ahorrarla, y para él hay un único modo de hacerlo:
deshacernos de aquello que no reporta nada. Y ese aquello es la importancia del
yo personal. [...] Si se pudiera ahorrar esa energía, habría suficiente
capacidad para percibir esa otra realidad, esa realidad aparte y, sobre todo,
habría suficiente energía para percibir el regalo del conocimiento total. [...]
El hombre de poder es el que puede entrar en mundos de percepción inconcebibles
para el que no ha podido ahorrar energía, para aquellos que han empleado toda
su energía en defender sus personas.
La tradición milenaria revelada a Castaneda
por don Juan es esotérica en el sentido más riguroso del término: pueden
encontrársele similitudes con otras tradiciones mágicas, místicas o herméticas,
pero en sí no se parece a nada: casi no puede hablarse de ella y mucho menos
esperar una iniciación. “El mundo de don Juan Matus”, recapitula Castaneda, “es
tan vasto, misterioso y contradictorio que no se presta a un ejercicio de
exposición lineal; cuando mucho, se puede describir, y esto haciendo un
esfuerzo supremo. [...] Nada de lo que don Juan nos enseñó parece tener una
contrapartida en el conocimiento occidental, que yo sepa”.[4] Sin embargo, en un punto coincide con los
territorios que hemos intentado conjuntar aquí en todas sus manifestaciones: el
concepto de una masa crítica. Una discípula de Castaneda, la argentina Rosa
Coll, refiere: “Me explicaba entonces el tema del número crítico a través del
ejemplo de las hormigas que caminan en desorden y se orientan con dificultad,
andando y desandando camino, hasta que el grupo de hormigas completa cierto
número —su número crítico— que, por ese solo hecho, las organiza y las ordena,
de modo tal que son capaces de orientarse y dirigirse sin titubeos en la
dirección que necesitan. Ha habido hombres ejemplares que soñaron una humanidad
libre; Carlos Castaneda, brujo, soñaba entonces con lo que él llamaba la
‘revolución de la percepción’. [...] Me decía que nuestro mundo, este mundo que
nos parece tan sólido, tan firme, tan bien armado, está sostenido apenas por
unos hilos muy finos, y que se necesita muy poco —un número crítico de perceptores—
para que esta férrea estructura se desmorone. Ese desmoronamiento es la
revolución de la percepción”.[5] De este
modo Coll desglosa esa revolución:
Que la cárcel del hombre sea la percepción, significa
que estamos presos en un determinado mundo, en cuya constitución no tuvimos
arte ni parte: no se nos preguntó si queríamos vivir en él, no tuvimos otra
opción. El brujo ve que nuestro malestar básico se enraíza en la estrechez de
nuestra percepción, porque sabemos, de una manera sorda y tenue, que tenemos
posibilidades inauditas sin usar. De allí la necesidad de esa revolución de la
percepción [...], para cuya realización Castaneda consideraba esencial que un
número determinado de personas compartiera una nueva y más amplia manera de
percibir. Ese número determinado —desconocido— es el número crítico, el que
permite que las hormigas se organicen en torno a una meta común, y el que
permitiría que la humanidad rompiera los parámetros de su percepción cotidiana
—su cárcel—, aventurándose en un mundo diferente, nuevo.
Según esta autora, Castaneda emplea el
concepto de “hombre-masa” según lo entiende Ortega y Gasset en La rebelión
de las masas (1930), en tanto pérdida de identidad del individuo; sin
embargo, le da un sentido especial: a la vez que se da esa pérdida, el
individuo adquiere la capacidad de realizar ciertos actos que le resultarían
imposibles estando solo. “Masa”, pues, no significa “amasijo” sino un conjunto
de individuos conscientes —conscientes, ante todo, de las posibilidades que les
ofrece el entregarse a la masa sin por ello ceder la actitud despierta. Estos
individuos no se “disuelven en la masa”, sino se suman a ella en un esfuerzo de
trascendencia de los límites perceptuales de la personalidad.
El arte
de la conciencia
El hombre se disuelve en la masa a través de
un criterio personal, socialmente inducido, que constantemente lo hace evaluar
la orientación de su vida en función de lo que “se dice”, “se piensa” o “se
hace”. El individuo despierto, por el contrario, se integra a la masa y utiliza
las características de la masificación precisamente para perder ese criterio
comparativo y evaluativo. Según Rosa Coll, Carlos Castaneda afirmaba que si en
principio era necesaria la presencia física de los reunidos, con el arribo de
la tecnología de la comunicación el hombre ya no precisa encontrarse
físicamente en una situación de “masa” para deshacerse del criterio personal.
Coll se encarga de aclarar que este concepto no proviene de don Juan Matus:
Carlos Castaneda decía que el fenómeno de la masa, tal
como él lo estaba experimentando con referencia a las enseñanzas de su maestro
don Juan, era algo desconocido para la brujería, algo acerca de lo cual don
Juan no tenía idea. Para Castaneda la masa significaba una fuerza especial,
algo así como el impulso de un motor del que el individuo, por sí solo, carece.
Para Castaneda los individuos en una situación de masa se potencian y también
lo hacen aquellos que conducen a la masa. Energéticamente hablando, la masa no
es sólo la suma de sus partes, porque produce una energía propia de la que
pueden beneficiarse todos los que la integran.
La fábula de los cien monos adquiere, pues,
una insospechada profundidad, evidente en una frase de Carlos Castaneda: “La
maestría de la percepción es el arte de la conciencia”.
*
Notas
[1] Javier Molina: “Entrevista con Carlos Castaneda”, en unomásuno,
México, junio de 1984.
[2] Alexander Blair-Ewart: “Entrevista con Florinda Donner”, en Bitácora,
n. 1, Buenos Aires, julio de 1992.
[3] “Entrevista a Taisha Abelar”, en Bitácora, n. 2, Buenos Aires,
febrero de 1993.
[4] Daniel Trujillo Rivas: “Navegando en lo desconocido: entrevista a
Carlos Castaneda”, en Uno Mismo, Santiago de Chile/Buenos Aires, febrero
de 1997.
[5] Rosa Coll: “La masa y el número crítico”, en Bitácora, n. 3,
Buenos Aires, mayo de 1993.
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