DGD: Redes 190 (clonografía), 2012 |
miércoles, 6 de febrero de 2013
Tradición y ruptura: el conflicto esencial. Apostillas (VI: Lo literal y lo metafórico)
(VI) Lo literal y lo
metafórico
Hay dos maneras opuestas de interpretar el Oscar por mejor
documental que la Academia hollywoodense dio en 2003 a la película Bowling for Columbine (2002) de Michael
Moore. Una es que la tradición se apropia de sus más imprevisibles irruptores y
los incorpora en su constante necesidad de legitimarse. La otra interpretación
es que hay numerosos detractores dentro de la Academia y la propia industria
hollywoodense que se creían aislados y habían sido vencidos por la apatía, y
que de pronto se identificaron con la película y se solidarizaron con ésta para
hacerse oír, así fuera fugazmente (es decir, tímidamente, anónimamente, sin
perder sus privilegios individuales).
Acaso se
trate de una combinación de ambas formas de interpretar ese premio, pero lo que
permanece es una serie de preguntas: ¿qué es la tradición y por qué de forma
casi automática todo invita a considerarla como un sinónimo del aparato de
poder? ¿Fue así desde el principio (si existe un principio), en cuyo caso la
tradición no es sino el método de las estructuras dominantes para perdurar? ¿O en
algún momento la tradición (entendida como el sentido originario del tótem) fue
modificada, es decir manipulada, para que coincidiera con los intereses y
conveniencias del poder?
*
Si acierta la tesis de una manipulación, el intento de
averiguar cuándo y en dónde se originó es acaso impracticable; sin embargo, no
resulta tan arduo establecer quién la originó; basta hacerse la pregunta
detectivesca esencial ante un determinado hecho misterioso: “¿a quién
beneficia?”. El quién aparece por sí
mismo, puesto que la manipulación del tótem ha beneficiado, a lo largo de la
historia y sin excepciones, al poder instituido.
*
La prohibición del incesto literal fue violentamente
instaurada, pero el incesto metafórico fue manipulado para volverse, de nuevo,
literal en el siguiente nivel. El sentido originario del tótem (muy
posiblemente matriarcal) era sacar a las familias endogámicas de su encierro y
su estancamiento autodestructivos y dar a la colectividad un marco de
referencia abierto, transformándola en una única familia abierta y fluyente en
la que todos sus integrantes estarían ligados por una consanguinidad metafórica
(lo cual no significa “ilusoria” o “ficticia”, como lo entiende la modernidad,
sino todo lo contrario: una consanguinidad más real que la literal puesto que
actúa en un contexto mayor, cósmico).
La
manipulación (indudablemente patriarcal) se produjo a través del paradigma de
la guerra.
*
La guerra literal (entre clanes endogámicos) fue detenida en
el siguiente nivel gracias al tótem y su noción de fraternidad de todos los
hombres; sin embargo, nació entonces la guerra simbólica (entre clanes exogámicos),
que encontró la manera de volverse de nuevo literal sin descender de nivel. La
estrategia consistió en la formación de bandos masculinos cuyos miembros (no
ligados por una consanguinidad literal, que es inevitable, sino por una
consanguinidad metafórica, que se elige)
se comportan como hermanos incestuosos (fraternidades)
en una especie de endogamia metafórica que sigue apostando por lo literal.
*
La guerra es un conflicto, y la Historia con mayúscula,
sucesión de conflictos, es apenas
algo más que historia de la guerra. Resulta innegable que la Historia se ha
militarizado, junto con todas sus manifestaciones, las historias, privilegio de las artes narrativas y la ficción.
Se dice que
sólo hay historias cuando hay conflicto, y todo conflicto es bélico. El
paradigma es castrense, en todos los niveles. El ejército es prácticamente el
modelo de toda estructura narrativa, y la conflagración el único modo de
encuentro entre las fuerzas. Aun en las historias que menos parecen ser “de
guerra”, los personajes establecen conflictos bélicos consigo mismos, entre sí
o con el mundo que los rodea. No otra cosa es lo que se conoce, lo mismo en las
artes dramáticas que en la política, como realismo.
*
Occidente sólo acepta realidad en lo literal, lo cual no le
impide tomar los elementos de lo metafórico que por una u otra razón le son
útiles; lo hace, además, burlonamente, para acallar a la mala conciencia. La
burla alienta en el fondo del uso de lo metafórico en la cotidianidad; nadie
que diga “se me hace agua la boca” acepta literalmente estarse disolviendo, ni
cuando una persona reprocha a otra que “anda en las nubes” le está reconociendo
la capacidad de levitación. Hay en estos giros una ironía sangrienta soterrada,
un burlarse de la “ingenuidad” del lenguaje figurado. El uso, regido por la
conveniencia, racionaliza a lo
metafórico, a lo simbólico, a lo mágico; es lo que en última instancia hace el
reino de lo literal en todos los niveles: racionalizar, normalizar, comprimir.
*
La burla al lenguaje metafórico es esencial en la comedia
norteamericana, y la parte más hilarante (y más burda) de ésta se basa en tomar
literalmente a los lugares comunes. Buen ejemplo se halla en esa secuencia de
la película Spaceballs (Mel Brooks,
1987) en la que ciertos soldados afirman estar “peinando la zona” y, en efecto,
a continuación se les ve pasar por las dunas de un desierto enormes peines de
varios metros de longitud. En esencia se trata de la misma burla que el
racionalista ateo dirige a los mitos religiosos, por ejemplo a los seis días de
la creación, al que por cierto los científicos anteponen otro mito, el del Big Bang. La única diferencia entre
ambos mitos es el tipo de autoridad que los respalda.
Sin embargo,
ambas autoridades coinciden en un punto: el rechazo hacia la palabra “mito” por
inconveniente (ya que se define como ensoñación primitiva, superstición pueril).
La creación bíblica en seis días es un “dogma de la fe” o una “verdad
revelada”, mientras que el Big Bang es
un “modelo científico” o un “paradigma cosmológico que explica el origen y
evolución del universo”. El rechazo de la palabra “mito” desde ambos extremos
de la escala no es sino un ejemplo del empobrecedor discurso de la conveniencia.
*
En las artes narrativas la literalidad es el primordial
paradigma. El realismo no es otra cosa que la negación constante, y a la vez la
burla sangrienta, de los usos verdaderamente subversivos de la metáfora, del
símbolo y del lenguaje mágico. Son subversivos porque están prohibidos, es
decir, vueltos tabú en un mundo social en el que el tótem ha sido manipulado y
vuelto pura literalidad.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario