DGD: Paisajes-Ciudad alienígena 10 (clonografía), 2001 |
sábado, 15 de febrero de 2014
El Héroe de las Mil Caras contra el Emperador de Todas las Cosas (II de II)
Norman
Spinrad es un escritor inclasificable que se ha interesado por la
ciencia-ficción y la fantasía (un outsider
a la segunda potencia), y por ello da por sobreentendido que estos territorios
son no sólo capaces de examinar los temas humanos más profundos (en territorios
filosóficos, políticos, sociales) sino que por su propia naturaleza se
encuentran en un punto privilegiado para ese examen. No parece así a los lectores
poco aficionados a la ciencia-ficción y la fantasía, y tampoco a los
espectadores de cine que, cansados de la saturación de fórmulas y clichés en
esos géneros fílmicos, optan por el “realismo”. Pero en ese mismísimo realismo,
si se analiza a fondo, está presente la deformación de la única Historia
contada por el mito. Y esta deformación es tanto menos notable cuanto se rodea
de elementos “cotidianos”, de tal manera que en las historias de personajes
“comunes” que se superan —o que al
menos ventilan su amargura y resentimiento, en general por medio del resorte
supremo del realismo, la venganza— no es tan fácil encontrar los elementos y la
ideología del Emperador de Todas las Cosas. Pero están ahí, puesto que los
resortes de la “superación” del personaje no son otros que el cinismo, la
crueldad, la ambición y un muy especial sentido de la “superioridad” respecto a
sus semejantes.
En un esfuerzo por demostrar la
seriedad que alienta detrás de su desparpajo irónico, Spinrad escribe:
Las repúblicas degeneran en imperios, los caminos para
conseguir la iluminación degeneran en religiones jerarquizadas y los líderes
inspirados por una idea degeneran en tiranos; y lo mismo ocurre a la historia
del Héroe de las Mil Caras, que tiende a degenerar en la del Emperador de Todas
las Cosas, y por razones muy parecidas.
Pero no es que “tienda a degenerar” —frase equívoca que parece definir la
naturaleza del Héroe de las Mil Caras a través de su propia degradación—, sino
que ha sido deliberada y muy estratégicamente manipulada a través de la
desviación del más íntimo deseo de lo humano. Spinrad se libra de ese equívoco
cuando usa el adjetivo “despojado”:
Superficialmente hablando, tanto la una como la otra son
fantasías de poder, pero la auténtica historia tiene también una dimensión moral
y espiritual. Despojado de sus hazañas, el Héroe de las Mil Caras es un mito de
iluminación, como Siddartha [Hesse], La Montaña Mágica [Mann] o Los vagabundos del Dharma [Kerouac], en
los que el lector se ve recompensado con una trascendencia mística y una
elevada conciencia moral vividas de manera indirecta. Pero despojada de su
corazón espiritual, despojada del clímax de democracia mística [...], la
historia sólo puede convertirse en lo que Hitler hizo de Nietzsche.
Y
la pérdida no es poca, puesto que todos necesitamos historias y si se pierde
ese corazón espiritual, “se pierde la luz interior de la historia, y en vez de
un paradigma de madurez moral nos queda la pornografía del poder, con la
egoísta fantasía masturbatoria faustiana de la mística fascista, mientras el lector en sus
ajustados pantalones de cuero negro se ve a sí mismo como el super-hombre
todopoderoso instalado en el podio definitivo”.
Ahora bien: ¿cómo se traduce esto en
la propia ficción de Spinrad? Pese a su postura anarquista, es un escritor
profundamente norteamericano y sus modos de combatir al Emperador de Todas las Cosas
pueden no ser tan eficientes como la denuncia que de éste emprende en ese
ensayo. Su respuesta literaria fue una sangrienta ironía a la manera
norteamericana, la novela El sueño de
hierro (The Iron Dream, 1972), en
donde incluye todos los engaños, trampas y traiciones del Emperador de Todas
las Cosas en una novela dentro de la novela escrita por un oscuro autor de
ciencia-ficción llamado Adolf Hitler. ¿Por qué los grupos nazis pusieron el
libro de Spinrad en la lista de sus libros favoritos? Sin duda se debe a la
elevada carga de estulticia necesaria a esos grupos, pero también a que la
ironía de la novela, de tan concentrada, termina por volverse una mera
literalidad para lectores no avisados.
Spinrad insiste en que el paradigma
del Héroe de las Mil Caras puede fácilmente ser manipulado hasta volverse el
“paradigma” (entre comillas) del Emperador de Todas las Cosas. “Lo más
corriente”, escribe, “es que ni el mismo escritor sea enteramente consciente de
lo que hace, porque es demasiado fácil perder de vista el significado interior
del Héroe de las Mil Caras. En ese momento, la entropía y la presión comercial
suelen hacer que la historia degenere en el Emperador de Todas las Cosas, como
sucedió incluso a Frank Herbert con las últimas novelas de Dune. Otro ejemplo es el descenso de Robert Silverberg, desde su
genial versión de Hijo del hombre,
hasta la narración hábil pero desapasionada de El castillo de Lord Valentine; o la trayectoria de Orson Scott Card
desde Maestro cantor y La esperanza del venado, pasando por El juego de Ender, hasta llegar a La voz de los muertos”.
Norman Spinrad publicó “El
emperador de todas las cosas” en 1987; la distancia temporal permite apreciar, en ese último ejemplo,
la culminación de tal línea: la exitosa adaptación al cine de la primera
novela, El juego de Ender, estrenada
en 2013, que es un enésimo canto al Emperador de Todas las Cosas y que al final amenaza
claramente con la secuela, La voz de los
muertos. Ya resulta perfectamente significativo el hecho de que no se han
adaptado a la pantalla Maestro cantor ni La esperanza del venado; la película El juego de Ender se vende (y está
hecha) con la misma antigua estrategia de mercado de The Matrix y Harry Potter
(por no hablar de cientos de películas que van desde Terminator y Highlander hasta El rey león, o de interminables series de
televisión semejantes).
Y en este panorama es aún más evidente otro fenómeno: el de que la
ideología del Emperador de Todas las Cosas toma elementos, sin ningún escrúpulo
(no es de sorprender, puesto que su esencial ingrediente es el cinismo) de su
opositor ideológico y filosófico, el Héroe de las Mil Caras. Esto se nota, por ejemplo,
en la influencia nunca confesada que la novela El
juego de Ender de Orson Scott Card tiene de El nombre del mundo
es Bosque de Ursula K. Le Guin, novela que ya había sido significativamente
saqueada, desde luego sin crédito, en Avatar
de James Cameron. Se ha convertido ya en una “tradición” el tomar impunemente y
sin crédito alguno elementos de la obra de Le Guin para el cine de
ciencia-ficción, por ejemplo el decidido plagio que hace la película Enemigo mío (Enemy Mine), de la gran novela de Le Guin La mano izquierda de la oscuridad; y lo mismo sucede en el cine de
fantasía: basta mencionar todo lo que debe Harry
Potter a Los libros de Terramar
de la propia Le Guin. Esta última referencia permite una clara diferenciación:
Harry Potter es el Emperador de Todas las Cosas, mientras que Ged, el protagonista de Los libros de Terramar, es sin duda alguna una encarnación perfecta
del Héroe
de las Mil Caras.
En su página de Internet, Spinrad incluye unas líneas que son más
vigentes en un tiempo como el nuestro, en el que cada vez se radicalizan más los
paradigmas del reino de las artes narrativas; un tiempo en que la
ciencia-ficción verdaderamente especulativa ha sido prácticamente desterrada
del panorama:
Hay una cosa mal con la ciencia-ficción, y creo que proviene
de la cultura también. ¿Cuánta ciencia-ficción de la que se publica ahora está
ambientada en mundos que sean mejores que los nuestros? No que tengan grandes
centros comerciales o naves espaciales más rápidas, sino mundos cuyos
personajes sean moralmente superiores, y donde la sociedad funcione mejor y sea
más justa. No muchos. Se vuelve difícil hacerlo, y eso es una relación de
retroalimentación con lo que está pasando en la cultura, con la ciencia-ficción
como la nota de menor importancia. ¡La gente ya no le da crédito! No sólo
mejores aparatos y más equipos de realidad virtual, sino mejores sociedades. La
gente no cree que el futuro será un lugar mejor. Y eso da miedo.
Ofrecer esperanza es
algo que la ciencia-ficción debería estar haciendo. Suena arrogante decirlo,
pero si no lo hacemos, ¿quién diablos va a hacerlo? Una de las funciones
sociales de la ciencia-ficción es ser visionaria, y cuando no lo está siendo,
hiere al sentido visionario de la cultura. Y cuando la cultura no es receptiva,
tampoco lo es la ciencia-ficción. Es una espiral descendente.
La mitología puede fabricarse (en el sentido de manipularse, de volverse
producto manufacturado): lo sabe bien la “fábrica de sueños”, cuya tendencia
ideológica quedó aplastantemente definida desde la aparición de Hollywood como
“Meca”. Resulta evidente que el Emperador de Todas las Cosas, como matriz
mítica, como paradigma moral (el reinado del cinismo y la crueldad) y
filosófico (el fascismo infinitamente renovado y enésimamente vuelto
fascinante) es la única veta que todos los poderes detrás de Hollywood están
dispuestos a apoyar.
*
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1 comentario:
Muchas gracias, Daniel, por ayudarme de nuevo a mirar a través de tu visión alteroscópica, el tema del héroe. Lúcido ensayo que será socializado con los estudiantes-escritores que tienen como propósito contribuir a contar la única historia del Héroe. Gracias a nombre de ellos, también.
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