DGD: Redes 144 (clonografía), 2012 |
jueves, 5 de junio de 2014
La cura de luz
En el
tomo II de En busca del tiempo perdido,
Charles Swann, ese personaje tan noble y sabio como contradictorio y dolorido,
y que nunca se aplica a sí mismo la agudísima mirada que posa en el mundo, está
hablando de una música que le gusta inmensamente, la Sonata de Vinteuil, y específicamente de una “frase” de la Sonata de la que está profundamente
enamorado (no lo dice así, desde luego, pero basta ver cómo se ilumina cuando
intenta comunicar a otros —contradictorio como es— las “razones” de ese
enamoramiento). En ese transcurso hace una mención que pasa de largo, y que no
podría resultar más críptica: “No tiene nada de extraordinario que un
tratamiento de luz, como el que sigue mi mujer, tenga influencia sobre los
músculos, porque la luz de la luna no deja moverse a las hojas”. He aquí toda
una metafísica de la luz que pasa tan rápida e imperceptible como la propia Sonata de Vinteuil de la que Swann está
hablando metafóricamente.
La expresión cure de lumière (“cura de luz”) sigue siendo usual en Europa, así
como en los países en donde las estaciones del año están claramente
diferenciadas; se emplea como tratamiento a una afección física que en esas
latitudes es conocida como “depresión estacional” y que se presenta en la
proximidad del invierno debido a la “falta de luz”. En esas zonas del planeta,
una de cada cinco personas sufre este mal cuyos síntomas son “insomnio,
tristeza al despertar, irritabilidad”, etcétera. En los casos en los que
resultan impracticables los baños de sol, se utilizan técnicas de
luminoterapia, con base en luz artificial.
En los países en donde siempre hay
luz, y raramente falta el sol, son desconocidas expresiones como “cura de luz”
o “depresión estacional”, y resultará, por tanto, por completo esotérica una
idea como la de Swann, según la cual la luz de la luna mantiene inmóviles a las
hojas de los árboles. Y es que en una cultura en la que la luz no es un hecho
dado, y cuya falta provoca trastornos notables y enfermedades serias, existe
una específica y muy antigua conciencia de la luz.
Para Swann, la Sonata de Vinteuil evoca precisamente uno de esos paisajes que sólo
son notables y significativos en una cultura dotada de conciencia de la luz.
Swann lo describe como “el bosque de Boulogne en estado cataléptico”. Y agrega:
Y a orillas
del mar es en donde sorprende aún más, porque entonces las olas dan unas tenues
respuestas que se oyen muy bien, porque todas las demás cosas no se pueden
mover. En París ocurre lo contrario: uno nota a lo sumo resplandores tenues en
los monumentos, un cielo iluminado como por un incendio sin color y sin
peligro, una especie de suceso entrevisto.
Que la luz, que es movimiento absoluto
y eterno, se encargue de aquietar a la naturaleza, es una idea más que turbadora.
Pero sólo es una “idea” en las latitudes en las que el sol casi nunca falta.
Porque en la cultura de las “depresiones estacionales” no es una idea en
absoluto, sino una imagen, un hecho
tan incontestable como lo es la propia luna. Sólo que no hay palabras para
describirla de modo tan rotundo como a la luna misma.
Pero es que además Swann habla de la
noche: es de noche cuando la luna inmoviliza a las hojas, lo cual implica que
de día la luz las mueve e impulsa. Y de ahí lo misterioso de su imagen del mar
nocturno en el que la luz aquieta casi por completo a las olas.
Y es, además, una noche en la
naturaleza abierta, porque en las ciudades la “depresión” es otra: en París,
dice, se notan “resplandores tenues en los monumentos, un cielo iluminado como
por un incendio sin color y sin peligro, una especie de suceso entrevisto”. En
las ciudades no hay peligro (o no hay ese
tipo de peligro indecible); bien lo sabe la mitología: el verdadero peligro
radica en las espesuras, en los bosques, en las zonas en donde se concentra la
penumbra, ahí a donde no llegan los rayos solares. De ahí que para el mito y la
leyenda, a mayor oscuridad mayor peligro. De ahí el ominoso carácter
arquetípico de la noche.
Swann reconoce, pues, una diferencia
entre la luz diurna y la nocturna, y un efecto inverso en cada caso. ¿La
inmovilización por la luz afecta ante todo a los cuerpos que se retiran al
interior de ellos mismos? Swann no es un filósofo y menos aún un místico: habla
de cosas tangibles, de hechos, de
curas de luz, de músculos que reciben la influencia de un agente físico. “No
tiene nada de extraordinario”, dice, “que un tratamiento de luz, como el que
sigue mi mujer, tenga influencia sobre los músculos”, y aquí lo primero que hay
que subrayar es No tiene nada de
extraordinario; Swann se sentiría como pez fuera del agua si se viera de
pronto en terrenos de la filosofía, la metafísica o la mística; no hay nada extraordinario en lo que está diciendo,
no hay nada que se salga de lo ordinario en su amor por la Sonata de Vinteuil, como no hay nada portentoso —para Swann, que es
portentosamente contradictorio— en el hecho de que la luz de la luna no deje
moverse a las hojas de los árboles... o en el hecho de que se asocie tan
naturalmente a la luz con la curación.
Swann es un hombre del Viejo Mundo,
hijo de una cultura para la cual existe una diferencia sustancial, gravísima,
entre el verano y el otoño, y no se diga entre la primavera y el invierno. Está
hablando de lo que para la medicina europea es un hecho, una afección física grave, algo no sólo físico sino
ordinario desde tiempos remotos y casi diríase constitucional (qué curioso que
en el Nuevo Mundo la “depresión estacional” suena a la inversa: algo fantástico,
metafísico, completamente extraordinario).
Y si lo que dice Swann puede y debe
correlacionarse no con la metafísica sino con la física, ¿es, pues, por eso que
la ciencia habla de ese inhibidor de los músculos que en la mayoría de los
casos impide que los durmientes realicen las acciones corporales emprendidas
por su yo onírico? La excepción serían los sonámbulos, aunque el sonambulismo suele
presentarse durante las horas de la noche en que aún no se ha llegado a la
etapa o fase de movimientos oculares rápidos, aquella en la que surgen las
imágenes oníricas.
A la luz de todo esto, qué inquietante
resulta esa observación que puede verse en cualquier libro de fisiología, según
la cual los sonámbulos suelen tener los ojos hacia arriba, debido, según
explican los especialistas, a la adaptación natural del cuerpo al hecho de no
recibir luz en el acto del dormir. ¿El sonámbulo busca la luz en general o,
lleno de la luz nocturna (que lo llena y llena su sueño), pide la luz diurna
(que le permitiría unificar sus movimientos y despertar)?
Y en un nivel aún más metafísico: ¿es
la luz una cura precisamente de la oscuridad, es en sí misma bálsamo y conjuro?
¿He ahí el origen de todo? ¿He ahí la explicación final del Fiat lux?
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