DGD: Redes 129 (clonografía), 2009 |
martes, 16 de junio de 2015
El enemigo oculto
Aunque san Agustín y toda la Iglesia católica han condenado como herejía maniqueísta a la creencia en dos principios universales
contrapuestos, la memoria colectiva da por sentado que el demonio es la
contraparte de Dios, es decir, asume la existencia de un summum malum de igual fuerza que su enemigo, el summum bonum que es la
divinidad. La modernidad no cree en el diablo pero sí, y con fruición, en el
mal absoluto bajo la forma —escribe Henri-Irénée Marrou— de “un ser personal que encarna el Principio del
Mal, concebido como terriblemente real, y que responde antitéticamente al
Principio del Bien, [...] y tan poderoso que no es sólo un antagonista sino un
rival de Dios: literalmente un Anti-Dios”.
Juan Pablo II afirma en la catequesis de 1986: “La fe de la Iglesia
nos enseña que la potencia de Satanás no es infinita. Él es sólo una criatura,
potente en cuanto espíritu puro, pero siempre una criatura, con los límites de
la criatura, subordinada al querer y al dominio de Dios. Si Satanás obra en el
mundo por su odio contra Dios y su reino, ello es permitido por la Divina
Providencia, que con potencia y bondad dirige la historia del hombre y del
mundo”. Con ello se retorna a la álgida pregunta cuya respuesta es siempre
debatida y finalmente diferida: ¿por qué la Providencia lo permite? Y más aún
cuando este Papa añade: “Podemos decir con san Pablo que la obra del maligno
concurre para el bien y sirve para edificar la gloria de los elegidos (II
Timoteo 2:10)”.
Cristo califica al demonio como “príncipe de este mundo” (Juan 12:31;
14:30; 16:11) y lo identifica como su adversario; Juan el evangelista añade:
“Nosotros sabemos que hemos nacido de Dios, mientras que el mundo todo está
bajo el maligno” (I Juan 5:19). Sin embargo, el Apocalipsis describe la
victoria final sobre Satanás, liberado tras mil años de cautiverio (Apocalipsis
20:7-10). Las
oficialidades católica y cristiana, pues, aseveran
que no hay ningún “sumo mal” y que el demonio es una incidencia con fecha de
caducidad. Mas, confrontada la doctrina con la realidad cotidiana del mal, lo
que surge es la “imagen” de un adversario igualmente poderoso, un summum
malum que además dispone de una aterradora proliferación. De ahí que en la
conciencia colectiva predomine la idea de una contienda entre el summum
bonum, que es uno, y un multiplex malum, que es muchos. Esta figura,
de nombre Nadie, es legión. “No es nuestra lucha contra la sangre y la carne”,
dice San Pablo, “sino contra los principados, contra las potestades, contra los
dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos de los aires”
(Efesios 6:12).
El propio Papa Paulo VI exclama en su homilía de 1972: “Y que no se
trata de un solo demonio, sino de muchos, nos lo indican muchos pasajes
evangélicos (Lucas 11:21; Marcos 5:9); pero el principal es uno: Satanás, que
quiere decir el adversario, el enemigo; y con él muchos, todos criaturas de
Dios, pero degradadas, porque han sido rebeldes y condenadas; todo un mundo
misterioso, trastornado por un drama infeliz del que conocemos bien poco”. Para
no caer en la herejía maniquea (es decir, atribuir el mal a una entidad
contrapuesta a Dios y de igual en poderío), la teología ha imaginado la
metáfora de la “mano izquierda de Dios”. Pero esta mano parece diferenciarse de
la otra en su multiplicidad.
Pese a
todo, Paulo VI parece describir al mal como
entidad contrapuesta: “Es el enemigo número uno, el tentador por excelencia.
Sabemos así que este ser oscuro y turbador existe realmente, y que actúa
todavía con traicionera astucia; es el enemigo oculto que siembra errores y desventuras
en la historia humana, [...] el encantador pérfido y astuto que sabe insinuarse
en nosotros por medio de los sentidos, de la fantasía, de la concupiscencia, de
la lógica utópica”. Es en efecto muy arduo para el creyente común no mantener
la idea de dos supremos adversarios. En uno de los episodios evangélicos,
Cristo, en tanto gran exorcista, es acusado de una alianza con los demonios, y
responde: “Si Satanás arroja a Satanás, está dividido contra sí; ¿cómo, pues,
subsistirá su reino?” (Mateo 12:26). Sin embargo, a la vez se propone a la
feligresía la idea general de una divinidad dividida contra sí: si
Satanás “es sólo una criatura”, y no un numen, es tan parte de lo divino como
lo es el ser humano.
Es, pues, muy fácil sucumbir al mysterium iniquitatis al que
san Pablo se refiere. Y no sólo eso, sino que existe también la sugerencia de
una divinidad que se vale de su adversario de una forma muy concreta; escribe
este apóstol: “Y por eso Dios les manda una fuerza poderosa de seducción que
los lleve a creer en la mentira, de suerte que acaben condenados todos los que
no creyeron en la verdad, sino que se complacieron en la iniquidad” (II
Tesalonicenses 2:11-12). Paulo VI concluye: “El problema del mal sigue siendo
uno de los más grandes y permanentes para el espíritu humano, incluso después
de la victoriosa respuesta que le da Jesucristo”.
Resulta
no poco inquietante ese incluso, lo
mismo que aquella visión del mal como un “mundo
misterioso, trastornado por un drama infeliz del que conocemos bien poco”,
puesto que, por inmediata contraposición, se identifica al bien como lo
contrario, es decir, un mundo que no es misterioso y que estaría armonizado por
una felicidad de la que conocemos mucho. ¿Todo misterio pertenece al mal? ¿Éste
depende de que sepamos bien poco de su misterioso drama? Si el drama es
sinónimo de trastorno, ¿explica ello por qué en la práctica sabemos mucho más
del mal que del bien?
En el relato “Los caminos de los alrededores de Pisa”, Isak Dinesen
(Karen Blixen) anota que cierto personaje “daba la impresión, además, de no
pensar en nada, lo que debe ser natural en el Paraíso, en donde no hace falta
pensar”. Cierto: el pensamiento parece efecto de la Caída, e incluso la
teología misma sería por completo innecesaria en un mundo sin mal, en donde
incluso la propia divinidad no hace falta.
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Bibliografía
Henri-Irénée Marrou: “Un ange
déchu, un ange pourtant”, en Satan. Études carmelitaines, Desclée de Brouwer, París, 1948.
Isak Dinesen (Karen Blixen): “Los caminos de los
alrededores de Pisa” (“Siete cuentos góticos”), en Cuentos reunidos, Alfaguara, Madrid,
2011; trad. de Francisco Torres Oliver.
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