DGD: Redes 192 (clonografía), 2012 |
domingo, 7 de junio de 2015
La mano izquierda de Dios
Una de las
más imaginativas y extrañas teodiceas se debe al teólogo protestante Karl Barth
(1886-1968), uno de los más influyentes impulsores del movimiento neo-ortodoxo
(conocido también como teología dialéctica o “de la crisis”), que luchó contra
la frecuente maniobra de manipular a la teología con objeto de apoyar
ideologías políticas y dar así sentido religioso a genocidios, guerras y
conquistas. Barth se opuso a la teología rutinaria que, olvidando el original
impulso del cristianismo, sólo sirve para mantener a la idolatría en tanto
motor ideológico de devastadores patriotismos. Para Barth, las discusiones
basadas en la literalidad de la Biblia son tan abstrusas y relativas como
cualquier otro discurso humano; la divinidad sólo se revela en el amor y la
caridad, no en la Escritura (Dios queda definido como “el que ama en libertad”
y Cristo como el criterio para la verdadera humanidad). Una teología más viva,
afirma Barth, ayuda en primer término a contrarrestar la influencia de los
líderes y conquistadores (en 1935 Barth debió dejar Alemania luego de rehusarse
a apoyar al nazismo); así, afirmó que el error de la teología liberal es tratar
de insertar a Dios en la historia humana en lugar de darse cuenta de que ésta
es sólo un perfil de la historia divina.
En su Kirchliche
Dogmatik (1932-68), un vasto trabajo que quedó inconcluso, este autor
supone una indefinible “no-realidad” intermedia entre Dios y el mundo, a la que
llama Das Nichtige (algo que, para distinguirlo de “la nada”, podría
traducirse como “la nadeidad”), una zona intermediaria que es lo opuesto a Dios
y a su Creación, un no-mundo correspondiente a lo que no es creado por la
divinidad, aunque proviene del Creador como “no querido y rechazado”, producto
de la “mano izquierda de Dios”. Das Nichtige es el territorio en el que
el mal prospera, y no por otra cosa se dice de éste que es negativo, una
ausencia, una carencia... o un despojo. He aquí un punto de encuentro con
aquella otra zona intersticial que el mito y el inconsciente colectivo asignan
a la figura Nadie, y a la que suele llamarse Tierra de Nadie.
De un
modo muy concreto, el arquetipo de Nadie es concebido precisamente como el de
quien renuncia a la razón, pierde la identidad y se sumerge hasta los abismos
de la psique. Es por ello que a veces el demonio recibe el nombre de Nadie (Cuius
nomen Nemo est, “aquel cuyo nombre es Nadie”): es el que se rebela “de la
nada”. Nadie es la mano izquierda de Dios. Acaso la primera aparición de Nadie
en la filosofía fue aquel Demiurgo imaginado por Plotino, que es otro
“intermediario”, otro puente negativo entre Dios y la materia impura, y en esto
repercute de forma esencial aquel momento en que el Ulises de la Odisea
homérica exclama que su nombre es Nadie.
John Hick
se escandaliza de la imaginación de Barth: “Esta visión puede ser criticada,
tanto desde dentro del propio pensamiento de Barth [...] como desde fuera de
él, en cuanto construcción ingenuamente mitológica que no puede resistir a una
crítica racional” (Evil and the
cod of love, 1978). Pero acaso se trata justamente
de criticar a la racionalidad, que es la verdadera Nichtige en la
existencia misma del hombre. Se trataría, sobre todo, de usar —como bien
advierte Hick— el propio lenguaje del mito. Porque ¿quién puede negar que la
modernidad habita justamente en el mito de la Nadeidad, y que las sociedades se
basan en el aplastante anonimato, en la “masa” cuya esencia es el diario
sacrificio que se hace de los más profundos deseos,
necesidades y vocaciones de los individuos? La Nadeidad es la Nadiedad.
Barth insiste
en que, para la teología católica, sólo pude haber mal en los seres finitos
que, “debido a sus orígenes de la nada, son sujetos a la privación de forma u
orden o medida correcta y, por la oposición que encuentran, son sujetos a un
aumento o disminución de la perfección que tienen”. Dicho de otra manera, el
ser humano, en tanto parte de lo finito y porque nace de la nada, ya está
inmerso en el mal; para colmo, todo tiende además a privarlo de lo poco que
tiene, y a alejarlo de la satisfacción de sus necesidades. El aumento de la
perfección que “tienen” los seres es rara y casi excepcional, mientras que la
disminución de ella resulta mayoritaria. Esto último implica volver al
individuo Nadie, y cuando se llega al extremo de esa disminución, se alcanza
también el extremo del mal; de ahí el epíteto “Nadie” dado al demonio. La única
diferencia entre este último y el hombre, es que la criatura humana es finita
y, por tanto, incapaz de malicia infinita. ¿Se acepta así,
indirectamente, que también el demonio (el mal) participa de lo infinito,
aunque las Escrituras pongan principio y final a su reinado?
*
Bibliografía
Karl Barth: Church
dogmatics, 14 v., T&T Clark, Edinburgh/Nueva York, 1960. Eds.: G.T.
Thomson, Harold Knight, G.W. Bromiley y T.F. Torrance. / Church dogmatics: a
selection with introduction, Westminster/John Knox, Louisville, 1994. Ed.:
Helmut Gollwitzer.
John Hick: Evil and
the cod of love, Macmillan, Nueva York, 1978.
*
[De Libro de Nadie 3. Leer el capítulo siguiente.]
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