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DGD: Redes 81 (clonografía), 2009 |
[Con esta entrega termina el adelanto de Libro
de Nadie 3. Coincide azarosamente (pero
ya sabemos que el azar no es sino el estilo vuelto destino) con una fecha
significativa: este blog celebra su
séptimo año, número cabalístico, como bien se sabe. Es, por tanto, un buen
momento para agradecer a los amigos, a los seguidores, a los comentaristas, a
todos los que han seguido de cerca un trecho de esta aventura o ella completa y
la han apoyado de una u otra manera. El blog es el cuaderno de lectura online, abierto y dispuesto: la escritura no existe sino como voz, y la voz
como oído, es decir que sólo el diálogo le da sentido, sea con otras voces o
consigo misma (el soliloquio es interlocutor; el monólogo es corresponsal y
corresponsable). Gracias a quienes han recordado este pequeño, casi íntimo
aniversario, y han enviado felicitaciones. El blog es el cuaderno de lectura y la lectura es todo ese ir y venir de voces
a oídos, de ojos a imágenes, de abrazo en abrazo. Salud. (DGD)]
En el lenguaje crístico pocas frases resultan
tan enigmáticas como aquella pronunciada en el Sermón de la Montaña:
“Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los
cielos” (Mateo 5:3). De entre el cúmulo de interpretaciones que se ha dado a
esta sentencia, la de Alejandro Jodorowsky destaca por una sencillez que podría
llamarse práctica:
Ser pobre de corazón no significa serlo
financieramente. Los poderosos se han aprovechado bastante de esta
bienaventuranza para procurar que la mayoría soporte la miseria. Sin embargo,
está escrito “Bienaventurados los pobres de corazón” y no “Bienaventurados los
pobres”.
El
corazón es, entonces, lo primero a liberar, y el trabajo comienza ahí porque el
corazón tiene un enorme requerimiento. Los problemas fundamentales de la
humanidad son los emocionales. Tener un corazón enfermo consiste en el hecho de
que no somos nosotros mismos. Desde pequeños se nos impide serlo: la familia
nos da un destino que no nos corresponde. El corazón está poblado por numerosos
deseos: de poder, de triunfo, de ser el centro del mundo...
Ser
pobre de corazón quiere decir no tenerlo poblado por todos estos deseos.
Aceptamos pura y simplemente lo que él porta. El corazón carece de deber: late.
Es un canal en el que nada hace obstrucción. El corazón es pobre cuando es lo
que es. Cuando somos pobres de corazón, tenemos la capacidad de amar al otro
por lo que es y no por lo que proyectamos sobre él. Además, somos capaces de
perdonar.
Existe otra lectura que en ciertos sentidos
difiere de la citada y en otros le es totalmente armónica. Se trata de una de
esas cimas que alcanza la teología cuando deja de ser angustia lógica y entra
de lleno en la poesía (porque conserva su misterio sin volverlo mera retórica):
uno de los sermones alemanes de Meister Eckhart (ca. 1260-1327), llamado
Beati pauperes spiritu (“Bienaventurados los pobres de espíritu”). Johannes Eckhart —Meister equivale a Maestro— abordó la mística como nadie
lo ha hecho antes o después. Para explicar qué es un hombre pobre, Eckhart
aprueba la definición de Alberto Magno, “aquel que no se contenta con todas las
cosas creadas jamás por Dios”, pero se propone ir más allá y lo define como
“aquel que no quiere nada y no sabe nada y no tiene nada”. Eckhart habla, pues,
de un Nadie a la vez físico, moral/social y metafísico.
El
filósofo comenta que la noción “un hombre que no quiere nada” no es comprendida
por aquellas personas “que se empecinan en conservar su propio yo en sus
penitencias y ejercicios exteriores, a los que esas personas consideran gran
cosa”. Otras personas —añade— piensan que un hombre que no quiere nada equivale
a quien “ha de vivir de modo tal que no cumpla nunca, en ningún caso, su
voluntad, sino la de Dios”. Pero Eckhart tampoco habla de ellos. Explica:
“Mientras el hombre todavía posee la voluntad de querer cumplir la queridísima
voluntad de Dios, semejante hombre no tiene la pobreza de la cual queremos
hablar, porque todavía tiene una voluntad con la que quiere satisfacer la
voluntad de Dios, y esto no es pobreza genuina. Porque si el hombre de veras ha
de poseer la pobreza, debe estar tan libre de su voluntad creada como lo era
antes de ser”. El Maestro llega, pues, al centro de su sermón:
Cuando estaba yo en mi causa primera, no tenía a Dios
y era la causa de mí mismo; no quería nada ni apetecía nada porque era un ser
libre y un conocedor de mí mismo en el gozo de la verdad. Me quería a mí mismo
y no quería nada más; era lo que quería, y quería lo que era, y estaba libre de
Dios y de todas las cosas. Mas cuando, por libre decisión, salí y recibí mi ser
de criatura, entonces tuve un Dios; porque antes de que fueran las criaturas,
Dios aún no era “Dios”, sino era lo que era. Pero, cuando las criaturas
llegaron a ser, recibiendo su ser creado, Dios no era “Dios” en sí mismo, sino
que era “Dios” en las criaturas.
Ahora
diremos que Dios, en cuanto es “Dios”, no es la meta perfecta de la criatura.
Porque tan elevado rango de ser lo ocupa también la criatura más humilde en
Dios. Y si sucediera que una mosca tuviera entendimiento y buscara
racionalmente el abismo eterno del ser divino, del cual ha provenido, diríamos
que Dios, por más que fuera “Dios”, no podría satisfacer ni contentar a esa
mosca. Por eso suplicamos a Dios que nos libre de Dios, y que concibamos la
verdad y gocemos eternamente de ella, ahí en donde los ángeles supremos, la
mosca y el alma son semejantes, ahí en donde yo estaba y en donde quería eso
que era y era eso que quería.
“Nadie” es el único que en verdad puede ser
llamado pobre en espíritu (y no “de”:
esencial matiz eckhartiano): “Por
ende decimos: si el hombre ha de ser pobre en voluntad, debe querer y apetecer
tan poco como quería y apetecía cuando no era. Y de esta manera es pobre el
hombre que no quiere”.
No resulta extraño que el Maestro
Eckhart haya sido “cuestionado” por su gran enemigo, el Papa Juan XXII, y que
éste lo haya acusado de “errores” heréticos que no pudieron exculpar los
discípulos de Eckhart tras la muerte de éste.[1] El sermón continúa así:
Por otra parte es un hombre
pobre el que no sabe. En alguna oportunidad dijimos que el hombre debía vivir de
tal modo que no vivía ni para sí mismo ni para la verdad ni para Dios. Mas
ahora decimos otra cosa, agregando que el hombre, que ha de poseer esta
pobreza, debe vivir de modo tal que ni siquiera sepa que no vive ni para sí
mismo ni para la verdad ni para Dios; antes bien ha de estar tan despojado de
todo saber que no sabe ni conoce ni siente que Dios vive en él; más aún: debe
estar vacío de todo conocimiento que en él tenga vida. Porque, cuando el hombre
se mantenía aún en el eterno ser divino, no vivía en él ninguna otra cosa:
antes bien, lo que vivía, era él mismo. Por lo tanto decimos que el hombre ha
de mantenerse tan libre de su propio saber, como lo hacía cuando no era, y que
deje obrar a Dios lo que Él quiera, y que el hombre se mantenga libre.
“Nadie”
se hace infinito de modo concreto, aquí y ahora. Se vuelve más que “Dios”. Se
mantiene libre. Y para especificar de qué y cómo mantiene a esa libertad,
Eckhart afirma: “Dios no es ni ser ni racional ni conoce esto o aquello. Por
eso Dios es libre de todas las cosas y por eso es todas las cosas. Quien ha de
ser, pues, pobre en espíritu, debe ser pobre en cuanto a todo su saber propio,
de modo que no sepa nada de nada, ni de Dios ni de la criatura ni de sí mismo.
Por eso hace falta que el hombre aspire a no poder saber ni conocer nada de las
obras divinas. De tal manera, el hombre puede ser pobre respecto a su propio
saber”.
¿Qué
significa para este filósofo tener nada? “Un hombre pobre es aquel que no
quiere cumplir la voluntad de Dios, más aún: que el hombre viva, hallándose tan
despojado de su propia voluntad y de la voluntad de Dios, como estaba cuando no
era todavía. De esta clase de pobreza decimos que es la pobreza más insigne.
[...] Cuando uno se mantiene tan libre del saber y conocer, como Dios se
mantiene libre de todas las cosas, esta es la pobreza más pura.” La más ardua
pobreza, más allá del no querer nada y del no saber nada, es la de no tener
nada:
Es esta la pobreza en
espíritu: que el hombre se mantenga tan libre de Dios y de todas sus obras que
Dios, si quiere obrar en el alma, sea Él mismo el lugar en el cual quiere obrar
[...], y esto lo hace gustosamente. Porque, cuando encuentra así de pobre al
hombre, Dios está operando su propia obra y el hombre tolera en su fuero íntimo
a Dios, y Dios constituye un lugar propio para sus obras gracias al hecho de
que Él es un Hacedor en sí mismo. Ahí, en esa pobreza, obtiene el hombre otra
vez el ser eterno que él fue y que es ahora y que ha de ser eternamente. [...]
El hombre debe ser tan pobre que no constituya ni posea ningún lugar en cuyo
interior pueda obrar Dios. En donde el hombre conserva en sí un lugar, ahí
conserva una diferencia.
Se ha
observado una extraña ambivalencia en Eckhart, que a veces resulta en extremo
tradicionalista y en otras ocasiones toca extremos del pensamiento herético
como ningún disidente llegó a hacerlo. En este sermón se contiene sin duda el
punto más alto de esta segunda parte de su obra:
Por eso ruego a Dios que me
libre de “Dios”, porque mi ser esencial está por encima de Dios, en cuanto
entendemos a Dios como origen de las criaturas. Porque, en aquel ser de Dios en
donde Dios está por encima del ser y de la diferencia, ahí estuve yo mismo, ahí
quise que fuera yo mismo y conocí mi propia voluntad de crear a este hombre que
soy yo. Por eso soy la causa de mí mismo en cuanto a mi ser que es eterno, y no
en cuanto a mi devenir que es temporal. Y por eso soy un no-nacido y según mi
carácter de no-nacido, no podré morir jamás. Según mi carácter de no-nacido he
sido eternamente y soy ahora y habré de ser eternamente. Lo que soy según mi
carácter de nacido, habrá de morir y ser aniquilado, porque es mortal; por eso
tiene que perecer con el tiempo. Junto con mi nacimiento eterno nacieron todas
las cosas y yo fui causa de mí mismo y de todas las cosas; y si lo hubiera
querido no existiría yo ni existirían todas las cosas; y si yo no existiera no
existiría “Dios”. Yo soy la causa de que Dios sea “Dios”; si yo no existiera,
Dios no sería “Dios”.
Eckhart
no sólo desea el “hacerse infinito” sino lo comprueba en sí mismo. El máximo
deseo implica no desear ni saber ni tener nada: el Nadie metafísico aparece,
por fin, ya no como maldición sino como desafío. En estas líneas el misticismo
llega a su clímax: logos y no-logos, lógica y revelación. Eckhart
concluye: “Allá, Dios no halla lugar alguno en el hombre porque el hombre
consigue con esta pobreza lo que ha sido eternamente y seguirá siendo por
siempre jamás. Allá, Dios es uno con el Espíritu, y esta es la pobreza extrema
que se pueda hallar”. La eterna figura de Nadie cobra al fin sus rasgos más
ocultos, aquellos que, paradójicamente, no ve en sí mismo. Y acaso no los ve
porque cumple con la revelación: no quiere nada, no sabe nada, no tiene nada.
La pobreza de espíritu es el espíritu mismo.
*
Nota
[1] Pocas veces puede decirse
que unas comillas sean tan determinantes. En general, los traductores a
diversas lenguas transmiten la frase “Por
eso suplicamos a Dios que nos libre de Dios”, eliminando las comillas en el
segundo “Dios”; no comprenden, pues, el poderoso uso que hace Meister Eckhart
de los niveles semánticos. No debe olvidarse que era un venerado maestro en
teología sagrada del siglo XIV, el vicario general de la orden dominica que
había recibido la dignidad de Magister
Actu Regens luego de Tomás de Aquino. En este contexto, una exclamación
como “Por eso suplicamos a
Dios que nos libre de Dios”, sin comillas ni matices de diferenciación, habría
merecido a Eckhart la
condena y la hoguera inquisitoriales. De un modo muy concreto puede decirse que
fueron precisamente esas comillas las que lo salvaron del destino de Giordano
Bruno. Ante todo, quien elimina esas comillas revela precisamente la herejía
que “sospechaban” los comisarios de Enrique II y los teólogos de Aviñón, y lo
que ya sin eufemismos terminó condenando Juan XXII en 1329, en una especie de
hoguera post mortem. Según el Maestro, Dios (sin
comillas) es la divinidad absoluta y sin divisiones; cuando las criaturas
entran en la existencia, son en cierto modo separadas de la divinidad (aun
cuando a su manera la contengan todavía, ahora son algo “con respecto a”, y en
ese sentido resultan distintas de la divinidad) y entonces ésta se les aparece
como “Dios” (con comillas). Así lo entiende el anotador Josef Quint: “[Eckhart]
se refiere a la existencia pre-natal del hombre como idea en el actus purus
del divino fondo existencial, en el que la idea del individuo es consubstancial
con la divinidad, y donde, en consecuencia, ‘yo’ tampoco tenía ni conocía a un
‘Dios’” (Deutsche Predigten
und Traktate, Zürich, 1990). Cuando Eckhart escribe “suplicamos a Dios que nos libre de ‘Dios’”, pide una
reintegración total al actus
purus, el primer estado absoluto de existencia en que no eran concebibles las
distinciones ni los “con respecto a”; transcribir el segundo “Dios” sin comillas
invierte el sentido y lo lleva al terreno de quien exclama la célebre frase
“Soy ateo gracias a Dios”, es decir, “Creo en Dios lo suficiente como para
pedirle que nos libre de la religión”.
Bibliografía
Alejandro Jodorowsky: Los evangelios para sanar, Grijalbo
Mondadori, México, 2002.
Meister Eckhart: The essential
sermons, commentaries, treatises and defense, Paulist Press (Classics of
western spirituality), Mahwah (NJ), 1981. Eds.: Edmund Colledge, Bernard McGinn
y Houston Smith. / Meister Eckhart: Selected writings, Penguin Books
(Penguin classics), Nueva York, 1995. Ed.: Oliver Davies.
*
[Hasta aquí el adelanto de Libro de Nadie 3.]
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