domingo, 7 de mayo de 2017
La literatura “rara” y las corrientes subterráneas (V)
En un texto esencial,
Kafka dibuja la otra gran postura, contraria a la del periplo, la de la
aventura, que es sin duda el paradigma de la literatura indócil o
inclasificable:
Esta es la primera
aproximación a la que quería llegar: quizás no hay más que una literatura y la
diversidad se da entre escritores que alcanzan o no ese punto de no retorno (que es a la vez foco de terror y de
fascinación).
Otra cosa es
preguntarse si se cruza ese punto por deliberación o por destino. Para raro no
se estudia. Sería aberrante para nuestra mentalidad crear facultades de lo
heterodoxo. Las universidades enseñan las reglas: las excepciones se dan solas,
de manera espontánea, y las reglas, por su propia naturaleza, no pueden hacer
otra cosa que adoptar a las excepciones como partes de la regla y a veces, en
el colmo de la malicia, como confirmación
de la regla. Proponerse, pues, una tipología de lo raro es entrar en el
territorio del absurdo. Sin embargo, acaso pueda proponerse experimentalmente
que la aventura es un periplo a la segunda potencia.
Regla y excepción
Intentemos ahora una aproximación por otro ángulo. Una de
las características de la mentalidad binaria occidental es la trampa
dialéctica: resulta imposible concebir lo “alto” sin lo “bajo”, lo “lejano” sin
lo “cercano”, lo “antiguo” sin lo “moderno”.
Cualquier adjetivo implica, por contraposición, a su
contrario. Por eso se dice que el poder depende de sus detractores: sólo una
mentalidad binaria puede afirmar, con total convicción, que la excepción “confirma”
a la regla. Este mecanismo se presenta, desde luego, en la esfera del arte. Así
por ejemplo, cualquier eufemismo que intenta calificar a la literatura
“heterodoxa” reafirma (o recrea) a la ortodoxa. Cuando Rubén Darío usó la
denominación “raros” para aludir a artistas irreductibles a fórmulas o
corrientes, no desconocía que esa misma palabra consagraba indirectamente a lo
opuesto: a los “normales”. Incluso la frase “escritor secreto” parece destacar
automáticamente, quiérase o no, a aquello que no es secreto, es decir, a lo que
tiene divulgación.
Por lo demás,
si la palabra “secreto” resulta peligrosa, no es sólo porque con ella parece
sugerirse que se trata de escritores que no llegaron a publicar sino, peor aún,
que se escondieron de la sociedad. Y sin embargo ese eufemismo acierta en un
aspecto, puesto que una de sus acepciones es “esotérico”, esto es, parte de una
corriente intemporal cuya sola existencia prueba que es perfectamente posible
trascender a lo binario. En los casos en que se hace trampa, llamar
“subterránea” a esta corriente no hace sino afianzar el reinado de lo
superficial; pero existe otra forma que podría llamarse “transparente”, para la
cual la literatura secreta (si queremos transparentemente llamarla así) es un
poderoso testimonio de lo irreductible, de lo paradójico, de lo inclasificable.
Entre todas las clasificaciones, la de escritores
inclasificables es acaso la menos equívoca, aunque no se ignora el hecho de
que “inclasificables” es ya una clasificación en sí misma. Al menos no es una
noción cerrada, sino una que invita a revisar los intentos organizativos y a
devolverlos a su calidad de provisionales y funcionalmente efímeros.
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