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sábado, 16 de noviembre de 2019
El misterio de los cien monos (XXIII)
Una
perpetua función de gladiadores en el Coliseo
La manipulación de las ideas científicas con
objeto de dar sustento a la ideología dominante era muy clara para el
anarquista ruso Pëtr Kropotkin (1842-1921); así, la tesis de Darwin acerca de
la supervivencia del más apto había sido usada por intelectuales como Spencer o
Hobbes para apoyar teóricamente a la explotación, la conquista y el dominio.
Eran los tiempos del darwinismo victoriano en que Thomas Huxley y Thomas
Malthus declaraban que el mundo animal era una perpetua función de gladiadores
en el Coliseo, sangrienta y sin piedad, en la que únicamente los más fuertes,
los más listos y los dotados con mayores recursos sobreviven para pelear al día
siguiente. Puesto que el ser humano tiene sus raíces en la animalidad
(curiosamente sólo en estos casos se echa mano de esa genealogía), de ahí la
“base biológica” de la que, de modo tan fatal como natural, surgirían todas
las verdades morales y las instituciones sociales humanas.
Así,
la teoría malthusiana afirma que la guerra, la hambruna, las enfermedades y la
miseria surgen cuando la población es demasiado cuantiosa y que todos estos
males son necesarios para mover a las sociedades más allá de la mera
subsistencia.[1] Malthus fue una influencia
importante para Darwin, quien entendió que la presión poblacional es un
“selector natural” que hace posible la evolución. También Maquiavelo, en su
filosofía realista opuesta al idealismo, consideraba deseable el conflicto en
la creación de sistemas perdurablemente estables: la fricción es inevitable y
un sistema realista debe tomarla en cuenta para no caer en sistemas idealistas
más y más autoritarios en su deseo de cancelar la fricción. De ahí el llamado
de Maquiavelo a un gobierno que a la vez contuviera a una principalidad, una
aristocracia y una democracia, “para que cada una vigile a las demás”, y su
clara certeza (puesto que no está escribiendo cómo debería ser la política,
sino cómo “es”) de que un príncipe —cargo extensible a cualquier dirigente en
cualquier época— “no puede observar las virtudes por las cuales los hombres son
reputados como buenos, porque con frecuencia es necesario actuar contra la
piedad, la fe, la humanidad, la franqueza o la religión, para preservar el
Estado” (El príncipe, 1512).
La
militancia social de Kropotkin comenzó con la exigencia de redefinir la
evolución biológica: con base en su experiencia como naturalista, aceptó que
había conflictos entre especies pero llamó la atención en el hecho de que,
dentro de cada especie, los conflictos se resuelven no por medio de la
competencia sino de la sociabilidad y la colaboración a nivel individual.
Así, escribió en Mutual Aid: a Factor of Evolution (1902): “Si
preguntamos a la naturaleza ¿quiénes son los más fuertes, los que están en
continua guerra unos con otros, o los que se apoyan entre sí?, veremos de
inmediato que los animales que adquieren hábitos de ayuda mutua son sin duda
los más fuertes: tienen mayores posibilidades de sobrevivir y obtienen, en sus
respectivas clases, el mayor desarrollo de inteligencia y organización”.
Kropotkin entendió que un mundo más justo tendría que comenzar con un cambio de
paradigma científico y exigió devolver el poder del Estado a las pequeñas
comunidades humanas.
Kropotkin
se basó en un fragmento de la escritura de Darwin que había sido cuidadosamente
ignorado por sus exegetas: en The Descent of Man (1871), Darwin acepta
que en numerosas especies animales, la lucha de individuos por conseguir medios
de subsistencia desaparece y la lucha se remplaza por la cooperación, lo que
propicia un desarrollo que asegura las condiciones de supervivencia de la
especie. Sin embargo, al aplicar esta visión a los grupos humanos, Darwin
sugiere que aun los más altos atributos del hombre, como la inteligencia y la
emoción, surgen de la selección natural. A la inversa, Kropotkin
afirmó que la selección natural se daba en las especies pero no en los
individuos.[2] Se trata de una
distinción asombrosa en todos los sentidos, puesto que niega el sobreentendido
de que las “leyes” que rigen (o parecen regir) a lo colectivo, afectan y
determinan automáticamente al individuo.
La
sugerencia de Kropotkin genera un cúmulo de preguntas: ¿pueden existir entonces
ciertos determinismos en lo general y a la vez un libre albedrío en lo
particular? ¿Debe hablarse de modo distinto de las especies y de los
individuos? Si una persona no es sólo la parte de un todo sino un todo en sí
misma, ¿es justamente lo humano el desafío de re-enunciar sus propias leyes?
Darwin colocaba el acento en la lucha colectiva como factor de la supervivencia;
Kropotkin lo cambió a la cooperación y la solidaridad individuales como
factores de la evolución (de ahí el título de su libro). Era el sentido
de “evolución” que manejaba la teosofía: no un determinismo ciego sino el
resultado del libre albedrío. No el ser humano esclavizado por lo que Darwin
llama el “instinto social” sino el individuo capaz de elegir y diseñar su
camino evolutivo a partir de la ayuda mutua.
La
“nueva biología” confirma la visión de Kropotkin: “La naturaleza emplea
técnicas extraordinariamente ingeniosas para evitar el conflicto y la
competencia, y esa cooperación está ampliamente extendida en el mundo natural”,
escriben Robert Augros y George
Stanciu en The New Biology (1987). Por lo demás,
cada vez surge con mayor insistencia la sospecha de que son las sociedades las
que evolucionan mientras que el individuo permanece estancado; máxima paradoja,
puesto que el ser humano es consciente y está lleno de posibilidades
insospechadas, mientras que no puede decirse lo mismo de las sociedades (que
tienden a cerrarse y a eliminar lo que podría amenazar su conservación). El
cuestionamiento que se plantean diversas áreas indagatorias es: ¿puede crear el
individuo un sistema evolutivo para sí mismo? Mientras esa ardua pregunta
encuentra horizontes, es el paradigma darwinista-malthusiano el que sigue
vigente. Muy curioso resulta que la ideología imperialista de la guerra acepta
sin empacho que el hombre no es más que un “mono desnudo” (según la famosa
metáfora del zoólogo y teórico de ultraderecha Desmond Morris),[3] al mismo tiempo que todas las retóricas del
“desarrollo” y el “progreso” colocan al individuo en la cima de todas las
escalas, en tanto la criatura más sofisticada y la medida de todas las cosas,
lo cual da una “justificación teórica” a toda predación.
*
Notas
[1] Cf. Thomas Robert
Malthus: An Essay on the Principle of Population (1798). Marx y Engels
respondieron contundentemente a las tesis malthusianas (cf. Marx and Engels
on the Population Bomb: Selections From the Writings of Marx and Engels Dealing
With the Theories of Thomas Robert Malthus, 1971).
[2] En el
amplio cuerpo teórico dedicado a la refutación del concepto de “selección
natural” destaca Not by Chance: Shattering the Modern Theory of Evolution
(1998) del biofísico Lee M. Spetner.
[3] La
noción “mono desnudo”, es decir la de un primate que ni siquiera cuenta con el
pelaje, las garras o los colmillos de sus ancestros para defenderse (y que
debido a esta “carencia” inventa modos sustitutivos de predación), se extendió
incluso a estudios más serios como From Naked Ape to Super Species
(1999) del genetista y ecólogo David Suzuki. La mejor respuesta a la
simplificación de Morris se encuentra en L’Homme nu (1971) de Claude
Lévi-Strauss.
Libros citados
Maquiavelo
(Niccolò Machiavelli): The Prince
(1512), Bantam Classics, Nueva York, 1984. [El
príncipe, Espasa-Calpe (Colección Austral), Buenos Aires, 1939.]
Kropotkin,
Pëtr: Mutual Aid: a Factor of Evolution
(1902), Porter Sargent Publishers, Boston, 1914; Extending Horizons, Boston,
1972.
Darwin,
Charles Robert: The Descent of Man and
Selection in Relation to Sex (1871), Princeton University Press, Princeton,
1981.
Augros,
Robert, y George Stanciu: The New
Biology: Discovering the Wisdom of Nature, Shambhala Publications (New
Science Library), Boston, 1987.
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