DGD: Morfograma 83, 2019. |
sábado, 15 de febrero de 2020
El misterio de los cien monos (XXXII)
Lo humanamente útil
Todo en
el cosmos es interno
Rupert Sheldrake es un científico, pero su
última visión no podría ser más tributaria de la más activa mística: la de una
mente única extendida a lo largo del tiempo y el espacio, cuyas partes internas
(todo en el cosmos es interno) se comunican e influyen entre sí a través
de campos mórficos —en los que depositan su memoria, que es a la vez individual
y colectiva. Sin embargo, no deja de ser un científico que reclama la evidencia
tras la especulación, y aunque sus metas son muy altas, declara:
Es importante, sin embargo, no visualizar lo que yo
llamo “mente extendida” (en oposición a la idea comúnmente aceptada, la de una
mente contraída, encerrada en el cerebro y el cráneo de cada quien) como un
campo amorfo, una especie de indiferenciada Mente Universal. No creo que
debamos dar un salto tan grande a partir del concepto de una mente contraída
hasta el de una ilimitada Mente Universal. Tal salto no es científicamente
útil.[1]
No obstante esta prudencia, su salto es de
todos modos considerable, sobre todo para aquellos a quienes importa más lo humanamente
útil. A una pregunta sobre sus investigaciones en torno a la efectividad
del rezo y la oración (a los que Sheldrake ha probado estadísticamente),
responde: “Los campos mórficos no son Dios. Digo que son no-locales en el
sentido de que pueden extenderse a través de inmensas distancias, de tal modo
que si en Londres rezo por alguien que está en Australia, el campo mórfico
portará la información y la oración podría funcionar. Pero mi campo mental no
llegaría a Marte, por ejemplo, porque no hay nada que me conecte con alguien en
ese planeta”.
En
este comentario trasluce la firme intención de Sheldrake de no ser tomado como
un místico, sino como un científico que se basa en los hechos; sin embargo, las
ramificaciones de su teoría no se detienen en el punto en que dejan de ser
“científicamente útiles”. Por lo demás, a continuación él mismo declara: “Por
extrapolación, podríamos extender las series de campos mórficos concéntricos
más allá de lo planetario, del sistema solar y de los límites de las galaxias,
hasta abarcar el universo entero”.
La
negación cartesiana del alma
Basta recordar que, antes de Descartes, la
filosofía aceptaba tres tipos de alma, correspondientes a los reinos vegetal,
animal y humano; el alma vegetal estaría incluida en los animales, mientras que
las tres formarían al hombre (su parte vegetativa controlaría la fecundación y
el crecimiento, mientras que el alma animal en él correspondería al instinto,
el movimiento y la conducta). En el siglo XVII, el soberbio Descartes negó las
dos primeras almas y sólo aceptó la tercera, la razón humana (“pienso, luego
existo”), cuya mayor gloria eran las matemáticas.
Para
la orgullosa vanagloria de Descartes, ni las plantas ni los animales tenían
alma (eran solus automata, parte de la “naturaleza bruta”) y por tanto
equivalían a máquinas muertas, inanimadas, lo que significaba que en el hombre
había partes igualmente inertes y mecánicas, entre ellas el cuerpo. La tesis
cartesiana de que el pensamiento era la única actividad consciente (la ciencia
se autocoronaba en el sitio más alto de las posibilidades humanas), ha regido
el pensamiento occidental desde entonces. De modo paradójico, el propio
Descartes, al definir la mente como sólo la parte consciente, y al explicar
todo lo demás como muerto o mecánico, creó una especie de vacío que demandaba
la “reinvención” del lado inconsciente de la mente humana, que la filosofía
pre-cartesiana había simplemente dado por hecho al incluirla en el concepto del
alma.[2]
Uno
de los más promisorios puntos de la teoría de Sheldrake es que no niega las
almas vegetativa y animal. Así, uno de sus libros más difundidos se titula De
perros que saben que sus amos están camino de casa (1999). Acerca de este
libro comenta: “Creo que tanta gente mantiene animales como mascotas porque
todos queremos tener esa conexión con la naturaleza a través de ellos.
Comprender mejor nuestras ligas con los animales y estudiar los enlaces
telepáticos que tenemos con ellos, nos ayudará a reconectarnos con el reino
animal, o al menos a reconocer más explícitamente que tal conexión existe”.[3]
Si
por un lado explica los campos mórficos como “principios organizativos,
invisibles y no materiales, que hacen la mayoría de las cosas que antes se
atribuía a las almas”, por otro lado revalora y revive, con la suficiente carga
de información moderna, el término que la filosofía animista presocrática usó
para definir al reino natural: anima mundi. Minerales, plantas,
animales, seres humanos, planetas y galaxias están profundamente ligados no
sólo por una única gran Memoria universal, sino por una red que va del
microcosmos a lo macrocósmico y que se expresa a través de figuras. La
tradición hermética lo había expresado ya a su manera: lo grande está en lo
pequeño, lo de arriba se halla en lo de abajo. Existe una sola alma, es decir
una sola conciencia, de la que participa cada una de las partes del universo.
La más arriesgada e innovadora ciencia moderna vuelve a maravillarse ante el anima
mundi. Si por un lado —especula Sheldrake— los campos mórficos no tienen
que ver con lo racional, es decir no pueden ser atrapados por la razón humana,
en sus puntos más altos son conscientes, aún más que los propios individuos.
La
ciencia ortodoxa contempla esto con sorna, puesto que ha desterrado toda
posibilidad de conciencia en el universo con excepción de la del cerebro
humano. Mas en todas las tradiciones existe la intuición de formas de
conciencia superiores a la del hombre; y puesto que con frecuencia la tradición
occidental las llama ángeles, Sheldrake no ha desdeñado esa noción y la ha
estudiado con tanta seriedad como a las demás implicaciones de los campos
mórficos, en el contexto de una nueva cosmología: “Mi interés radica en una
nueva visión de la ciencia, a través de la cual contemplemos al universo como
un ser viviente. Me interesa explorar qué significaría la aceptación de que hay
formas de conciencia superiores a la humana. Según las más antiguas
tradiciones, existen innumerables niveles y tipos de conciencia entre la humana
y la divina, que abraza a todas las cosas. Esto es mucho menos ingenuo que dar
un salto de la conciencia divina a la humana, concibiendo nada entre ambas sino
‘materia bruta’”.
El
mayor problema para la ciencia occidental es descrito por Erwin Schrödinger
(1887-1961): “Una cosa puede decirse en favor de la enseñanza mística de la
‘identidad’ de todas las mentes entre sí y de todas con la mente suprema, y en
contra de la temible monadología de Leibniz. La ciencia no puede aceptar la
doctrina de la identidad por el hecho empírico de que la conciencia nunca es
experimentada en plural, sino sólo en singular. Ninguno de nosotros ha
experimentado más de una conciencia; no hay evidencias circunstanciales de que
esto haya pasado alguna vez en cualquier parte del mundo. Si digo que no puede
haber más de una conciencia en la misma mente, esto parece una tautología:
somos en verdad incapaces de imaginar lo contrario” (Geist und Materie, 1959).
*
Notas
[1] Sheldrake
entrevistado por Christian de Quincey: “Prayer: a Challenge for Science”, en Noetic
Sciences Review, Petaluma (California), verano de 1994.
[2] La figura de Descartes como el involuntario
precursor de Freud y Jung en el estudio del inconsciente es analizada por
Lancelot Law Whyte en The Unconscious Before Freud, Julian Friedman, Londres,
1979.
[3] Los
oscuros motivos de la casi general reticencia a reconocer un alma en los animales,
son estudiados por Jeffrey Masson y Susan McCarthy en When Elephants Weep:
the Emotional Lives of Animals, Bantam-Doubleday-Dell, Nueva York, 1996.
Libros
citados
Schrödinger,
Erwin: Geist und Materie (1959), Vieweg & Sohn, Braunschweig, 1961.
/ Mind and Matter, Cambridge University Press, Cambridge, 1958.
Sheldrake,
Rupert: Dogs that Know When Their Owners
are Coming Home, and Other Unexplained Powers of Animals,
Hutchinson-Prometheus Books, Loughton-Buffalo, 1999. [De perros que saben que sus amos están camino de casa, Paidós, Buenos Aires, 2001.]
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario