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viernes, 6 de abril de 2018
El misterio de los actores y de la actuación (XVI)
La celebridad
Existen innumerables testimonios de que la humillación es el
pan de cada día para el actor, y de que la desesperada búsqueda de convertirse
en celebridad oculta una venganza. Jean-Jacques Annaud cuenta una curiosa
anécdota del rodaje de El nombre de la
rosa (1986) que se refiere al comportamiento en el set de uno de los actores de la cinta, F. Murray Abraham. No mucho
antes éste había obtenido un Oscar de actor de reparto por su interpretación de
Salieri en Amadeus (Milos Forman,
1984). Pese a que el papel de Abraham en El
nombre de la rosa era poco menos que secundario, exigió un tratamiento de
“estrella” superior al del protagonista, Sean Connery, debido únicamente a que
éste no había ganado ningún Oscar. Para demostrar esa “supremacía”, Abraham
solía llegar deliberadamente tarde al set,
manteniendo a todo el equipo esperando, debido a que —según explicó a Annaud
(banda de comentarios del director en el DVD de El nombre de la rosa)— su Oscar le había costado un enorme
sufrimiento a lo largo de los años, de tal manera que el hecho de haberlo por
fin obtenido le daba la oportunidad de “vengarse” por todo ese sufrimiento y
humillación.
En ninguna
forma se trata de un “caso aislado”. Lo sabe quien conoce la ley hollywoodense
por excelencia, el canibalismo, que se traduce no sólo en el sufrimiento, la
humillación y el ostracismo aplicados desde afuera a la comunidad de los
actores, sino a esos mismos rigores que los actores se infligen unos a otros.
El Óscar es un “privilegio” que (como bien muestra la anécdota anterior) no
sólo no “compensa” o “conjura” a las adversidades anteriores causadas por el
rabioso deseo de recibirlo, sino que es la peor de esas adversidades, puesto
que el ego no se siente vindicado sino en una situación aun peor que la
anterior, ya que la herida, que en ningún modo se ha cerrado, está más que
nunca a la vista de todos. Como dice la protagonista de la novela Desayuno en Tiffany’s de Truman Capote:
[Yo] sabía muy bien que
jamás llegaría a ser una estrella de cine. Es demasiado esfuerzo; y si eres
inteligente, da demasiada vergüenza. Me falta el suficiente grado de complejo
de inferioridad: para ser una estrella de cine hay que ser, según dice la
gente, tremendamente narcisista; de hecho, lo esencial es no serlo en absoluto.
Abraham —que
evidentemente seguía representando a Salieri en la vida cotidiana— define bien
al Óscar cuando lo llama “oportunidad de venganza”. El único privilegio real
que obtiene el actor oscareado (además de una posibilidad de ampliar el monto
de los honorarios) es el de vengarse de quienes lo han obstaculizado, humillado,
ninguneado. Y ni siquiera la venganza
es “dulce”, puesto que el ego no hace sino enfermarse más y más.
Uno de los actores
hollywoodenses que más claramente han denunciado las ilusiones de ese medio,
aún cuando es su ineludible centro de operaciones, es Alec Baldwin:
Tengo dos tipos de amigos. Tengo amigos o conocidos
que son actores ricos y famosos, y tengo amigos que trabajan para vivir [make a living]: de cuando en cuando
hacen un comercial, un pequeño filme, o algún papel de cuadro en una película,
hacen una poca televisión, y hacen teatro, teatro, teatro. Se las arreglan y
trabajan para vivir. Y pueden vivir. Y son actores. Y eso es lo que es la
actuación. [I-2, 10-10-1994.]
Y puntualiza:
Todo es un fracaso. El éxito es un mero accidente. En
todo lo que hagas debes tener tu propia brújula. Yo sé en mi corazón que he
tenido un éxito tremendo y que he sido muy afortunado y que he hecho una
carrera, pero sé que me queda un par de años, una ventana de diez años, y a
menos que te conviertas en uno de esos nombres-marca en el negocio, para que te
den diez o veinte millones por hacer una película, lo demás es simplemente hacer
lo tuyo. Y lo que suceda sucederá. La mayoría de las personas no lo hace, la
mayoría fracasa. La mayoría de mis experiencias han sido fracasos en la
taquilla. Todo es un fracaso. Lo demás es la ocasión y el día de fiesta, y
debes aprender a vivir con eso.
Baldwin es
uno de los poquísimos actores que se declara en contra de la fama (o
indiferente a ella):
Tomen a la mitad de las películas y a los programas de
televisión que he hecho: ¡los hice por el dinero! Es lo que hago para vivir. La
actuación (no toda pero sí alguna) es como la plomería: el plomero llega a tu
casa y te pregunta: “¿Usted quiere ese lavabo aquí en esta pared en la
recámara, señora Johnson? Muy bien, en donde usted quiera”. El plomero pone el
lavabo en donde le ordenaste. No llega y dice: “Jamás soñaría siquiera en
hacerlo, es el lavabo más feo que he visto. Necesita a otro plomero para eso,
señora”.
En la
actuación, si uno tiene una verdadera carrera, se encuentra a veces con esa
especie de marea que va de un lado a otro. A veces me levanto y digo “quiero ir
al trabajo”, y extiendo ante mí la gama de las cosas que me han ofrecido, me
persigno y elijo una. Y la hago. A veces no resulta muy bien, pero voy al
trabajo. En el teatro no funciona así: ahí has trabajado tanto, has ensayado cuatro
semanas, no te van a pagar un centavo, y si haces todo este esfuerzo, no dejes
que termine cuando se acabe el ensayo o cuando el show estrena. Mantente en esa vía durante todas las
representaciones. Cada actuación es una oportunidad para ti, para mejorar,
aprender, crecer. [XIII-13, 22-10-2007.]
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