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miércoles, 15 de enero de 2020
El misterio de los cien monos (XXIX)
La visión holográfica
Todo lo
que tocamos se vuelve materia
La mentalidad norteamericana, que todo lo
clasifica con siglas, ha llamado TOE (Theory of Everything) a esas
visiones que parecen tender al absoluto y explicarlo todo. Un cúmulo de
“teorías de todo” surgió con el cambio de siglo, acogidas con euforia por la New
Age. Por abierta, la teoría de Rupert Sheldrake corre el riesgo de ser
englobada en ese rubro (y de ahí la prudencia con que el biólogo avanza en sus
investigaciones). Una de las más singulares “teorías de todo” puede ser citada
no sólo como ejemplo sino porque en cierto modo resulta paralela a la de los
campos mórficos (aunque Sheldrake no la reconoce como tal): la del universo
holográfico.
El
neurocirujano canadiense Wilder Penfield había “probado” que la memoria está
localizada en el cerebro; su libro Mystery of the Mind (1975),
basado en los experimentos que condujo durante medio siglo,[1] afirma que en el cerebro de cada individuo se
halla grabada su vida entera, hasta el más mínimo detalle, en cadenas que llamó
“engramas”. A principio de los años cuarenta del siglo XX, Karl Lashley
cuestionó esa conclusión tras los experimentos que condujo en el laboratorio
Yerkes de biología primatológica, entonces ubicado en Florida. Tales
experimentos, típicos de la ciencia occidental, consistían en remover partes
del cerebro de ratas que habían aprendido a recorrer laberintos. Sin importar
qué parte era removida, las ratas conservaban la memoria de sus anteriores
recorridos en el laberinto. Más tarde otro neurocirujano, Karl Pribram,
continuó las investigaciones de Lashley, convencido de que la memoria no está
almacenada en específicos puntos del cerebro, sino que de algún modo se halla
“dispersa” en la totalidad de éste, hasta que en los años sesenta la lectura de
un artículo en que se describía la primera construcción de un holograma lo
lanzó en una nueva dirección.[2]
El
holograma es posible gracias a un fenómeno llamado interferencia, es decir el
entrecruzamiento de dos ondas o corrientes. Basta lanzar dos piedras en una
superficie de agua para ver cómo las olas generadas por una y otra dibujan un
“patrón de interferencia”. La luz o las ondas de radio se comportan de la misma
manera, pero es el láser el que crea mejores patrones por su carácter de luz
extremadamente pura y “coherente”. Un holograma se produce cuando un rayo láser
es dividido en dos haces; el primero es rebotado en el objeto a fotografiarse;
el segundo se hace cruzar la luz reflejada por el primero. Cuando esto sucede,
ambos crean un patrón de interferencia que es registrado en película. Para los
ojos de quien observa la imagen en película, el resultado dista de parecerse al
objeto fotografiado: lo que ve son ondas concéntricas similares a las de varias
piedras lanzadas a una superficie de agua. Pero en cuanto otro haz de láser (o
en ciertos casos una simple fuente de luz intensa) atraviesa la película,
aparece una imagen tridimensional del objeto fotografiado, con tal asombroso
detalle que el observador puede caminar alrededor de una proyección holográfica
y verla en diferentes ángulos, como sucedería con el objeto original. El efecto
es lo suficientemente convincente como para invitar a tocarlo, pero la mano pasa
a través de la imagen.
La
característica más asombrosa del holograma es la siguiente: si una imagen
holográfica, por ejemplo de una manzana, es cortada a la mitad e iluminada por
un rayo láser, cada mitad contendrá la imagen completa de la manzana. Esto sucede
incluso si se cortan las mitades en cuartos y luego en octavos: en cada porción
puede ser reconstruida la imagen total de la manzana, aunque la imagen perderá
nitidez a cada subdivisión. Pribram aplicó este modelo a su pregunta sobre
dónde se encuentra realmente la memoria. Sintetizada de un modo acaso
temerario, esta teoría sospecha que el universo es en realidad una especie de
proyección tridimensional: un holograma, una magna imagen de tres dimensiones
proyectada en el espacio, que se encuentra entera en cada una de sus partes o
subdivisiones. En un modelo holográfico de la memoria, los sentidos actúan en
“espectros de frecuencia”, proveyendo los “haces de interferencia”. ¿Se trata
de una antigua intuición idealista, una desmedida vuelta a la caverna
platónica? ¿O es una mirada, desde otro ángulo y con otros referentes, a la
forma en que actúan los campos mórficos en la teoría de Sheldrake?
Más
tarde, la investigación de Pribram sería completada por el físico londinense
David Bohm, que le añadió los principios de la física cuántica. Una vez más, la
teoría de Sheldrake muestra nuevas posibilidades cuando se la refleja en otras
visiones del Absoluto. Así, según Bohm, los cuanta actúan como partículas sólo
cuando alguien los observa; están interconectados a distancia,
instantáneamente, y en un plasma manifiestan un estado cercano a la conciencia
y un comportamiento auto-generador. El físico Nick Herbert explica una clave de
esta teoría en términos pasmosos:
Los humanos nunca podemos experimentar la verdadera
textura de la realidad cuántica porque todo lo que tocamos se vuelve materia.[3]
*
Notas
[1] Véase también
la autobiografía de Penfield, No Man Alone: a Neurosurgeon’s Life, Little Brown & Company, Nueva York,
1977.
[2] Cf. Karl H.
Pribram: Languages of the Brain:
Experimental Paradoxes and Principles in Neuropsychology, Brandon House,
Los Ángeles, 1982.
[3] Cit. por Michael
Talbot en The Holographic Universe, Harper Perennial, San Francisco,
1992.
Libros
citados
Herbert,
Nick: Quantum Reality: Beyond the New Physics, Anchor Books, Nueva York,
1987.
Penfield,
Wilder, Charles Hendel y William Feindel: Mystery
of the Mind: a Critical Study of Consciousness and the Human Brain,
Princeton University Press, Princeton, 1975.
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