domingo, 17 de marzo de 2024

Gabriel Celaya: “Debo salvarlo todo si he de salvarme entero”

 

DGD: Postales, 2024.

 

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Gabriel Celaya: “Debo salvarlo todo si he de salvarme entero”

 

[Rafael Gabriel Juan Múgica Celaya Leceta (Hernani, Guipuzcoa, marzo 18 de 1911-Madrid, abril 18 de 1991) formó parte de la generación literaria de la posguerra y fue un gran representante de lo que se denominó “poesía comprometida” o poesía social, a la que Celaya otorgó su gran declaración de principios: “La poesía es un arma cargada de futuro”.

   En Madrid hizo estudios de ingeniería y entre 1927 y 1935 vivió en la legendaria Residencia de Estudiantes, en donde conoció a García Lorca y Moreno Villa y escuchó conferencias de Marinetti, Calder, Aragon, Stravinsky, Jules Romain, Valéry. Durante la guerra civil española combatió en el bando republicano y estuvo preso en un campo de concentración en Palencia.

   Entre 1934 y 1945 trabaja en un libro axial, Tentativas, que reúne poemas, narraciones, teatro, ensayo, a partir de la certeza de que “cada hombre revive todas las grandes épocas de la cultura”. A partir de la considerable influencia de Gerardo Diego, Guillén, Alberti, Salinas y Aleixandre, Celaya afina su territorio esencial: “Nuestra poesía no es nuestra. La hacen a través de nosotros mil asistencias, unas veces agradecidas, otras inadvertidas. Nuestra deuda (la deuda de todos y de cada uno) es tan inmensa que mueve a rubor”. En el prólogo a Paz y concierto (1953) va aún más lejos: “Vivimos unos por otros, unos con otros, todos para un conjunto que se nos escapa entre los dedos cuando tratamos de apresarlo; nadie para sí mismo porque, cuando se mete en su soledad, se siente más que nunca habitado por presencias que son suyas mas no son él”. Esta magna intuición va más allá del colectivismo: “Cuando grito, no grita mi yo para decirse. / Cuando lloro, quien llora dentro de mí es cualquiera, / y es tan sólo en los otros donde vivo de veras”. De ahí su gran enunciado: “Nadie es nadie”.

   Esos principios no varían, aunque cambien las formas de asumirlos y entenderlos. “En los primeros años del sesenta”, recuerda, “la llamada ‘poesía social’ entró en crisis. Al cansancio que produce cualquier corriente literaria dominante y a la proliferación de epígonos que, como ocurre siempre, acabaron por convertir en un cliché lo que había comenzado como un deslumbrante descubrimiento, debe añadirse que el clima de furor y esperanza en que había nacido la primera poesía social se había ido extinguiendo con el paso de unos años en los que no se produjo más cambio que el de una derivación de nuestro país hacia una incipiente sociedad de consumo” (Historia de mis libros, 1975).

   De ahí la apuesta de Celaya en una búsqueda de nuevas formas, en libros como Campos semánticos (1971), Poemas órficos (1981) o Función de Uno, Equis, Ene (1973). Explica así el título de este último: “’Uno’ es el yo aislado; ‘Ene’, los otros o el colectivo, y ‘Equis’, un implacable e incomprensible orden que se rige según leyes o reglamentos no humanos: el del universo formado por unas micro y macro estructuras en las que nosotros desaparecemos, sin ser siquiera advertidos”.

   El propio Celaya aclara a qué apuntan estos libros: “Al decepcionante reconocimiento de que el hombre no responde a los modelos humanistas que, desde el clásico hasta el prometeico-marxista, se nos han dado”. Sin embargo, la decepción no basta para desarmar las construcciones de una obra tan copiosa: “Lo que llamamos ‘personalidad’ (y no digamos individualidad o subjetividad) es una fantasmagoría sin sentido último”. Y: “quizá otros puedan vivir la aventura como si fuera nueva”. Hay una actitud primordial que no es alterada: “pues aunque nada espero, todo es como esperar”.

   En el espléndido poema “Blas de Otero” (De Las cartas boca arriba), dedicado al amigo y colega con el que Celaya y su esposa Amparo Gastón formaron el llamado “triunvirato vasco de la poesía social”, está el descubrimiento más hondo: “Debo salvarlo todo si he de salvarme entero”.

   Entre 1977 y 1980 se publicaron sus Obras completas en seis volúmenes. Recibió el Premio Nacional de las Letras Españolas en 1986. (DGD)]

 


 


 


 


 


 

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Poesía selecta de Gabriel Celaya: Marea del silencio (1935), La soledad cerrada (1947), Movimientos elementales (1947), Tranquilamente hablando (1947, como Juan de Leceta), Objetos poéticos (1948), El principio sin fin (1949), Las cartas boca arriba (1951), Lo demás es silencio (1952), Cantos iberos (1955), Entreacto (1957), Las resistencias del diamante (1957), El corazón en su sitio (1959), Poesía urgente (1960), Mazorcas (1962), Versos de otoño (1963), La linterna sorda (1964), Los espejos transparentes (1968), Operaciones poéticas (1971), Campos semánticos (1971), Dirección prohibida (1973), Función de Uno, Equis, Ene F (1.X.N) (1973), Poemas órficos (1981), Cantos y mitos (1984), Orígenes / Hastapenak (1990), Mensajes (2002), Poesías completas (1977-2004).

 

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miércoles, 6 de marzo de 2024

Eliseo Diego: “Porque quién vio jamás las cosas que yo amo”

 

DGD: Postales, 2024.

 

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Eliseo Diego: “Porque quién vio jamás las cosas que yo amo”

 

[En el prólogo a Por los extraños pueblos (1949), el poeta cubano Eliseo Diego (La Habana, julio 2 de 1920-Ciudad de México, marzo 1 de 1994) describe la razón más legítima para escribir un libro: “sucedió que teniendo ganas de leerlo, y no hallándolo, así completo, por más que lo busqué en muchos sitios diferentes, decidí por fin escribirlo yo mismo”. Lo dedica a sus hijos en el tono de prever la pregunta “¿para qué sirve un libro de poesía?”, y responde en la sencilla y entrañable claridad que fue su característica: “para mí, [la poesía] es el acto de atender en toda su pureza”. Las líneas finales del prólogo dibujan un inmejorable retrato del poeta: “Conmigo se han de acabar estas formas de ver, de escuchar, de sonreír, porque son únicas en cada hombre; y como ninguna de nuestras obras es eterna, o siquiera perfecta, sé que les dejo a lo más un aviso, una invitación a estarse atentos”.

   Se trata de un ver, y de un decir lo que se ve: “Porque quién vio jamás las cosas que yo amo” (“Nostalgia de por la tarde”). Nadie ha visto jamás las cosas a las que el poeta ama; tal vez sí, muchas veces, pero precisamente invisibilizadas por la costumbre de verlas, es decir, de no verlas; en cambio, el poeta centra en ellas una atención que es fruto del amor (el máximo ejercicio de concentrar los sentidos) y las hace ver, por primera vez: “Pero quién vio jamás / el ruedo misterioso de tu falda / mientras cortas las rosas en la tarde / ni el roce y la tristeza de la lluvia / como un ajeno llanto por mi cara”.

   Decir lo que se ve es muchas cosas, entre ellas dejar un registro de cómo un solo aspecto del mundo, entre todos los aspectos posibles, nos ha devuelto la mirada y con ello se comporta del mismo modo que nosotros: elegir una imagen y excluir a las demás para que la contemplación devele —las multiplicidades y graduaciones de la selectividad— que no hay una (en contraposición al resto de imágenes) y que no hay demás (en oposición a una sola que actúa como soporte).

   El poema transmite indefectiblemente cómo ve el poeta —los métodos y afinaciones de la atención—: ¿se ve mirar?, ¿se pierde en lo que contempla? —las transparencias y traducciones de la contemplación—. ¿El poeta es el que viendo se sabe mirado? Y en este caso, ¿mira en compañía de quién o en fusión con qué? Es acaso la imago que tanto buscó Lezama Lima, amigo y colaborador de Eliseo Diego.

   En uno de sus textos en prosa más precisos (“Cómo tener y no tener una alondra”), Diego toma el ejemplo de un poeta del siglo XV, Juan de Padilla, y se detiene en una estrofa en la que éste habla de un pájaro: “¡Cuántas veces habrá visto Juan de Padilla a la alondra remontar, con su canto, el vuelo, sintiendo a lo más una pasajera sensación de agrado! Pero, de pronto, la vio, la vio de veras, con todos los sentidos despiertos”. Ver de veras es verlo todo: “El genio lo es justo porque su ser consiste en el don de realizarse expresando como un todo lo atrapado como un todo”.

   La poesía de Eliseo Diego está acaso en esta imagen: “Voy por la calle donde nunca estuve / como viniendo por la calle mía. / Recuerdo cosas que no fueron nunca / pero que el corazón apetecía”. Una calle interminable en cuyos altos muros quiebran las tinieblas. (DGD)]

 


 


 


 


 


 

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Poesía de Eliseo Diego: En la calzada de Jesús del Monte (1949), Por los extraños pueblos (1949), El oscuro esplendor (1966), Versiones (1967), Muestrario del mundo o Libro de las maravillas de Boloña (1968), Los días de tu vida (1977), A través de mi espejo (1981), Inventario de asombros (1982), Veintiséis poemas recientes (1986), Libro de quizás y de quién sabe (1989), Cuatro de oros (1990), Poemas al margen (1946-1992), En otro reino frágil (1999), Aquí he vivido (2000), Poemas manuscritos (2005), Desde la eternidad. Antología de poesía y prosa (2005).

 

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