lunes, 25 de octubre de 2021

Los dioses (Una tipología) (XVI)

DGD: Postales, 2021.

 

 

Humanos semidioses, dioses semihumanos

 

Nunca ofendí la fe con la esperanza.

Diego de Silva y Mendoza

Quien tiene dioses no tiene tedio. El tedio es la falta de una mitología. A quien no tiene creencias hasta la duda le es imposible; ni siquiera el escepticismo tiene fuerzas para desconfiar. Sí, el tedio es eso; la pérdida, por parte del alma, de su capacidad de engañarse, la falta, en el pensamiento, de la escalera inexistente por donde él sube con firmeza a la verdad.

Bernardo Soares (Fernando Pessoa): Libro del desasosiego

...que yo me salve del miasma de la sangre derramada, que controle la lengua, que tema a hybris, que tema al dios hasta que se exprese sin trabas por mi boca.

Seamus Heaney

 

—En su poesía, Tibulo habla de los dioses “mayores” con una discreta y acaso temerosa lejanía, y sólo los incluye en las elegías que requieren la solemnidad de los himnos. A Venus, que debería ser la más suave y tierna de las deidades, la retrata pavorosa, y nos recuerda que ella “ha nacido de la sangre y del mar impetuoso”, puesto que surgió de la sangre de Urano caída al mar.

          En cambio, este poeta ama a los antiguos dioses del campo, los Lares familiares, o al humilde y sencillo Genio, que era una divinidad típicamente hogareña. A diferencia de los dioses mayores, que contemplan a la criatura humana como ganado sexual o infantería de guerra, y castigan con fiereza cataclísmica la menor desobediencia o falta de sumisión (“Un dios quema con mayor crueldad a quien ve postrarse de mala gana” —Tibulo: Elegía 8), estas deidades “menores” a las que Tibulo venera se preocupan por los hombres y los acompañan.

          Se nos explica que los Lares no tenían categoría de dioses, pero eran objeto de culto, lo cual los convierte en entidades a mitad de camino. Tal vez así como hay humanos semidioses, haya dioses semihumanos. A mitad de camino, estos seres dialogan en la franja de sombra.

 

 

La suerte se iguala en el abismo

 

Una de las más pérfidas tentaciones es la curiosidad falsa y, por así decirlo, indiscreta hacia Dios. Hay que decidirse a ignorar muchas cosas y tomarlo con paciencia, como algo pasajero.

André Gide: Diario

La fe no es más que una superstición y una locura si no tiene como base a la razón, y no se puede suponer lo que se ignora más que por analogía con lo que se sabe. Definir lo que no se sabe es una ignorancia presuntuosa; afirmar positivamente lo que se ignora es mentir.

Eliphas Lévi: Dogme et rituel de la haute magie

 

—Plinio el Viejo es especialmente severo en su crítica a la religiosidad. Casi al principio de su Historia natural irrumpe con la frase “considero fruto de la debilidad humana buscar el aspecto o la forma de Dios”, y continúa con: “es incurrir en la mayor simpleza el creer que hay innumerables dioses”. Y ya que “cada quien rinde culto a aquellos aspectos de los que más falto está”, la multiplicación de dioses llega al extremo de que “la corte celestial puede suponerse mayor incluso que la de los humanos”. De ahí estos párrafos demoledores:

 

Es prácticamente un delirio infantil creer en matrimonios entre los dioses y que nadie haya nacido de ellos en tanto tiempo, y que unos son eternamente viejos y canosos, otros jóvenes o niños, de color negro, alados, cojos, nacidos de un huevo, o que viven y mueren en días alternos. Pero supera a cualquier otro descaro el imaginar adulterios entre ellos y, en consecuencia, riñas y odios, como, sobre todo, creer que haya dioses de los hurtos y los crímenes. [...]

  ¿Quién no reconocería que es algo ridículo basado en la interpretación de la naturaleza, que unos se llamen Júpiter o Mercurio y otros de otra manera, y que esa sea una nomenclatura celestial? ¿Vamos a creer o vamos a poner en duda que ese ser supremo, sea lo que fuera, asume el cuidado de los asuntos humanos y no se infecta en ese menester tan funesto y variado?

 

          Plinio incluso se enfrenta al recurso de apelar al Destino como dios ignoto: “en todo el universo, en todas partes y a todas horas sólo se invoca y se nombra a la Fortuna. Es la única a la que se acusa, la única a la que se considera culpable, la única en la que se piensa”, y “hasta tal punto estamos a merced de la suerte que simplemente es ella la que existe en lugar de Dios, con lo que se demuestra que Dios es hipotético”.

          Plinio no es menos terminante respecto a la adivinación y los auspicios. Comienza riéndose de la imagen de un “Dios [que] decidió de una vez para siempre respecto a todos los seres que iban a existir y se despreocupó del resto”, causa de que “hasta nimiedades como los estornudos o los tropezones son objeto de mención entre los augurios”.

          Este gran golpe contra la superstición termina con una nota no menos amarga: “la única cosa segura es que no hay nada seguro, ni nada más indigente ni más engreído que el hombre”, puesto que éste “no ha sido creado tan similar a [Dios] como para que luego esté al nivel de las bestias en vileza”.

          Finalmente, de un modo asombroso anticipa todos los dilemas teológicos y las discusiones doctrinales que saturarán los siglos posteriores: “los mayores consuelos para la naturaleza imperfecta del hombre son que ni siquiera Dios lo pueda todo, porque no puede darse muerte aunque quiera (que es el mayor don que concedió al hombre en tantas calamidades de la vida), ni premiar a los mortales con la eternidad, ni resucitar a los muertos, ni hacer que quien vivió no hubiera vivido, que quien obtuvo honores no los hubiera obtenido, que tampoco tenga ningún derecho sobre el pasado, salvo el del olvido, y por estrechar nuestra relación con Dios también con argumentos más amenos, que no pueda lograr que dos por diez no sean veinte y muchas otras cosas por el estilo”.

          Uno de los párrafos “naturalistas” de Plinio (Historia natural IX 70) habla de la relación del hombre y los animales:

 

Con los perros de mar [escualos] la lucha es encarnizada. Se lanzan a las ingles, a los talones y a todo lo blanco del cuerpo. La única salvación posible es hacerles frente y asustarlos más a ellos, porque tienen tanto pavor al hombre, como terror les tiene él a ellos y, por eso, la suerte se iguala en el abismo.[1]

 

Acaso es posible leer de otro modo y correr la escala. En efecto, podría muy bien entenderse así: “los dioses tienen tanto pavor al hombre, como terror les tiene él a ellos y, por eso, la suerte se iguala en el abismo”. También con los dioses la única salvación posible es hacerles frente.

 

*

 

Nota

[1] Trad. Ignacio García Arribas.

 

[Leer Los dioses (Una tipología) (XVII).]

 

P O S T A L E S  /  D G D  /  E N L A C E S

Voces de Antonio Porchia

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viernes, 15 de octubre de 2021

Los dioses (Una tipología) (XV)

DGD: Postales, 2021.

 

 

La jerarquía suprema

 

Dios es el Hombre de otro dios más grande.

Fernando Pessoa

También Zeus sirve piadosamente al Destino, pero además, en donde la luz más inescrutable oculta a todo pensamiento, ahí, más allá del límite, el Destino sirve constantemente al Desconocido primigenio, cuyo nombre está prohibido.

Hermann Broch: La muerte de Virgilio

Soy Dios, pero no soy el único Dios. Otros dioses me limitan y no conozco mi origen ni intento conocerlo. Tal vez todos los dioses seamos el artilugio autotrófico de un Dios omnipotente.

Jonuel Brigue: Holadios

Llamamos destino a todo cuanto limita nuestro poder.

Ralph Waldo Emerson

...y en la ruta que marca el destino / sobre las arenas que esperan camino / dolorosamente se alarga mi sombra / sobre el medanal.

Rafuche: “Sombra en los médanos”

 

 

—En la Eneida (XII, 816-817), Juno, la diosa hija de Saturno, hace un juramento a su consorte, Júpiter, y para volverlo realmente grave y solemne, jura —dice Virgilio— “por las fuentes implacables del río estigio, / el solo temor religioso que se asignó a los dioses del cielo”. ¿Quién —o qué— asignó a los dioses el único culto al que están sujetos (las aguas Estigias)? La mitología responde: la laguna Estigia no es un sitio impuesto a todos los dioses: esta laguna había ayudado a Júpiter en la Gigantomaquia y en compensación éste le concede el privilegio de que los dioses juren por ella.

          Y sin embargo los relatores de mitos parecen ignorar deliberadamente este origen debido a Júpiter y siguen señalando en los dioses un temor religioso y un culto que los desborda. ¿A qué —o a quién—? La respuesta se entrevé apenas en ciertos giros a través de eufemismos como Destino (Fatum: en la misma escena de la Eneida Juno pide a Júpiter algo “que no está fijado por ley alguna del destino”, lo cual hace posible que el padre de los dioses se lo conceda). En todo caso ha sido establecida esa jerarquía a la que aluden mitos y poetas por igual: también los dioses tienen un culto al que están obligados a atender y por el que juran con un temor religioso.

          En la Elegía 7, Tibulo señala a las Parcas, también llamadas Moiras, como las más poderosas de las deidades: “A este día lo han profetizado las Parcas que tejen los hilos del destino, a los que ningún dios puede romper”.

          En el último capítulo de Metamorfosis, Venus suplica a los dioses que eviten el asesinato de Julio César y lo hace de un modo que “conmueve a los dioses”. Sin embargo, éstos son incapaces de acceder a esa súplica porque “no pueden infringir los férreos decretos de las antiguas hermanas [Las Parcas]”. Como último recurso, la diosa acude ante el propio Júpiter y éste le dice: “¿Tú sola, hija, pretendes cambiar el destino inevitable? ¡Entra si quieres tú misma en la morada de las tres hermanas! Ahí verás en una inmensa mole de bronce y de sólido hierro el archivo del mundo, que no teme ni las sacudidas del cielo ni la ira del rayo, ni, seguro y eterno, a ninguna otra ruina. Ahí encontrarás el destino de tu descendencia grabado en un metal indestructible. Yo mismo lo he leído y lo grabé en mi memoria, y te lo referiré para que no sigas desconociendo el futuro”. El Dios desconocido (Deus Ignotus) es llamado solamente por medio de eufemismos. El más preciso de todos ellos es Destino.

          El mismo Ovidio no deja de burlarse de su solemnidad. En Arte de amar apunta que Júpiter “por las aguas de Estigia solía jurar con engaño ser fiel a Juno, y su mal ejemplo alienta hoy a todos los perjuros”. Júpiter es el único capaz de usar en vano el juramento que él mismo ha instituido como absolutamente coercitivo para los demás dioses. Pero Ovidio alcanza su fin último: “con su propio ejemplo nos apoya Júpiter ahora” (a los que juran en vano para conseguir una conquista amorosa).

          En Amores (I, 8, 85) había advertido: “Y no temas jurar en falso, si engañas a alguno. Venus vuelve sordas a las divinidades en estos juegos eróticos”. Tibulo va aún más allá en esta línea: “No temas hacer juramentos. Los perjurios de Venus los llevan vanos los vientos por la tierra y la superficie de los mares. Muchas gracias a Júpiter. El Padre mismo decretó que no tuviera valor todo lo que hubiera jurado apasionadamente un amante insensato” (Elegía 4). Y si bien Tibulo exclama: “El amante tiene dioses que lo protegen”, Calímaco esclarece el sentido de esa protección: “Juramento de amor no entra en el oído de los dioses”.

          Ovidio espera en un puerto el regreso de la amada y exclama: “Yo seré el primero en distinguir y reconocer tu nave desde la playa, y diré: ‘esa nave trae consigo a mis dioses’” (Amores, II, 11, 44). Es casi un lugar común la divinidad otorgada a la amada por los grandes elegiacos[1] y acaso no hay amante apasionado que desconozca esta tendencia.

          Sin embargo, hay quizás otra lectura. Cuando Ovidio en el contexto de sus Metamorfosis describe la morada de los dioses, apunta: “en esta parte los habitantes del cielo más poderosos e ilustres colocaron sus penates”[2] (I, 175). Los dioses dan culto a otros dioses que pertenecen a una esfera superior.

          —De una u otra manera, los autores paganos admitían a un dios supremo entre los dioses, que era superior a las deidades inferiores. A esta deidad mayor Orfeo la llamó grande; Antistane, artífice del Universo; Aristóteles, sumo; Séneca, dios de dioses; Cicerón, supremo; el pueblo griego, Zeus; el pueblo romano, Júpiter.

          (¿Por qué en la literatura medieval, y específicamente en el más representativo e influyente de sus textos, Le Roman de la Rose, cuando para designar al diablo se usa el nombre Mesfes, o Maufez (que dará Mefistófeles), los escoliastas explican que el origen etimológico de este nombre es fatum, “destino”?)

 

*

 

Notas

[1] Cf. G. Lleberg: Puella divina, Ámsterdam, 1962.

[2] En la vida de la Roma antigua, los penates, emparentados con los lares, los genios y las larvae, eran dioses de los hogares que ofrecían protección a la casa (penates familiares o menores); existían también los protectores del Estado (penates públicos o mayores).

 

 

[Leer Los dioses (Una tipología) (XVI).]

 

 

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