viernes, 25 de agosto de 2023

Gilberto Owen: Tréboles de seis hojas

DGD: Postales, 2023.

 

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Gilberto Owen: Tréboles de seis hojas

D.G.D.


 

Muy probablemente Luis Mario Schneider acierta en su afirmación de que, en el ilustre grupo de poetas mexicanos llamado Contemporáneos,[1] Gilberto Owen (El Rosario, Sinaloa, 1904-Filadelfia, 1952) “es el romántico, el menos civilizado, el más épico, aunque su epopeya sea la que se redime en el olvido”.[2] Un olvido que el propio Owen predice con su rigor característico y que Schneider identifica más bien con “la poderosa desmemoria de los que pueden hacer algo”. Desde la fecha de este reclamo buenos intentos se han hecho por reanudar el diálogo con un poeta que no sólo es fundamental sino fundacional.[3]

   Pero quizás Owen habla de otro olvido, ese al que se refiere en los versos iniciales de “Defensa del hombre” (poema de El infierno perdido): una desmemoria que si abandona es “sólo a que floreciese otra virginidad más dura en el olvido”. No sería, pues, un olvidar (acto) sino un olvido (esencia) y no del poeta y ni siquiera de su poesía, sino inmanente a todos los poetas y a toda la poesía: un abandono que no tiene otra finalidad que llegar por otro lado al verdadero reencuentro, el del hombre consigo mismo.

   Owen lo sabe, y es torturado por saberlo: “sin ser voz suena mi nombre / mas dónde suena no sé / que se me enredó la oreja / descifrando un caracol / tras una reja de olas”.

   El olvido que rige al mundo no es sino amnesia provocada: “el silencio ya no dice nada / porque nadie lo oye”. Quien lo desoye no es porque carezca de oídos sino porque las campanas de la distracción le sobreponen sin cesar nuevos barullos.

   Esta es la finalidad ulterior: “No ser y estar en todas las fronteras / a punto de olvidarlo o recordarlo todo totalmente”, y su carácter de objetivo universal reposa en que sea una meta tan pequeña e íntima como el recuerdo que es de todos sólo por pertenecer irrepetiblemente a cada uno: “Porque yo tuve un día una mañana / y un amor. Fino y frío amor, tan claro / que lo empañaba el tacto de pensarlo”. Es la demanda de “la enconada memoria del nacer, / indeclinable y terco, a tantas vidas”.

   Esa es la demoníaca rebeldía del poema (toda la obra es un único poema) de Gilberto Owen: volverse contra este mundo en “donde la rosa no es ya sino el nombre / sin rosa de la rosa y nuestros dedos / no saben ya el contorno de las frutas / ni los labios la pulpa de los labios”.

   El poeta contempla y deja en el verso aquello en lo que sus ojos se concentran: “Tréboles de seis hojas que siguen siendo tréboles”. Sí, el milagro sigue siendo milagro a mitad de lo cotidiano, y de hecho, sólo es portento si está rodeado por lo corriente; si sólo hubiera milagros, ellos conformarían lo ordinario y entonces tendría que haber milagros a la segunda potencia para que siguiera viva la noción milagro.

   Gilberto Owen es una forma portentosa de esa voz que trasplanta tréboles de seis hojas a manera de defensa contra el olvido prefabricado: “Ya no va a dolerme el mar, / porque conocí la fuente. // Ya no va a dolerme el viento, / porque conocí la brisa”.

 

 


 


 


 


 


 

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Gilberto Owen fue autor de Desvelo (1923), La llama fría (1925), Novela como nube (1926), Línea (1930), El libro de Ruth (1946), Perseo vencido (1948), Poesía y prosa (1953), El infierno perdido (1979, 2008).

 

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Notas

 

[1] Contemporáneos es el nombre de un grupo de escritores reunidos en torno a la revista del mismo nombre, cuya publicación comenzó en México en 1928: Jorge Cuesta, Enrique González Rojo, José Gorostiza, Gilberto Owen, Carlos Pellicer, Salvador Novo, Bernardo Ortiz de Montellano, Jaime Torres Bodet, Xavier Villaurrutia. En la integración del “grupo sin grupo” a decir de Villaurrutia, o del “archipiélago de soledades” según Torres Bodet, o incluso de la “agrupación de forajidos” a partir de una expresión de Cuesta, se incluyen asimismo los nombres de Celestino Gorostiza, Roberto Montenegro, Antonieta Rivas Mercado y Manuel Rodríguez Lozano. Lo que estos poetas pretendían es nítidamente planteado por Tomás Segovia: “hacer de la poesía mexicana una poesía contemporánea de la poesía mundial” (“Nuestro contemporáneo Gilberto Owen”, en Ensayos I. Actitudes/Contracorrientes, Universidad Autónoma Metropolitana, col. de Cultura Universitaria 44, México, 1988).

 

[2] Gilberto Owen: El infierno perdido, Universidad Nacional Autónoma de México, col. Material de lectura, Serie poesía moderna 36, México, 1979, 2008; prólogo de Luis Mario Schneider.

 

[3] La vida de Owen está rodeada por leyendas, las mejores de ellas creadas por el poeta mismo: “la trasmutación poética de la materia biográfica”, observa Tomás Segovia, “es precisamente, me parece, lo más profundo que hay en la obra de Gilberto Owen” (op. cit.). Cf. Vicente Quirarte: El azogue y la granada: el discurso amoroso de Gilberto Owen, UNAM, México, 1990.

 

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 [Leer Carta-poema a Rubén Bonifaz Nuño]

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miércoles, 16 de agosto de 2023

García Lorca, poeta oceánico (3)

 

DGD: Postales, 2023.

 

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García Lorca, poeta oceánico (3)

 

Nota

 

En 1929 un gran amigo de García Lorca, Fernando de los Ríos, le propuso que lo acompañara en un viaje de trabajo que haría a Nueva York. Lorca aceptó con entusiasmo: era su primera estancia en el extranjero y le serviría para ver mundo y mejorar su inglés. Según declaró más tarde, esos varios meses que pasó en la selva neoyorkina habrían de resultar “una de las experiencias más útiles de mi vida”, y aquí esa utilidad se refiere a muy diversos territorios. En esas tierras Lorca inició uno de sus libros fundamentales, Poeta en Nueva York, que sólo se publicaría cuatro años después de su muerte. Viaje iniciático en todos los sentidos: el más hondo ejercicio de abismo, ensueño y pesadilla, revelación y demolición (“Es allí donde sueñan los torsos bajo la gula de la hierba. / Allí los corales empapan la desesperación de la tinta, / los durmientes borran sus perfiles bajo la madeja de los caracoles / y queda el hueco de la danza sobre las últimas cenizas”).

   En Nueva York ve teatro de vanguardia que lo estremece e impulsa, y escribe los esbozos de tres libretos escénicos a los que él mismo llamará “teatro imposible”: Así que pasen cinco años, El público y la incompleta Comedia sin título. Los temas fundamentales de estas piezas, en las que Lorca veía el verdadero propósito de toda su dramaturgia, son los límites del teatro y la exposición colectiva de la verdad oculta. Según ha descubierto Antonio Monegal, la Comedia sin título tenía nombre: El sueño de la vida. En el prólogo, Lorca es implacable: “Ustedes vienen al teatro con el afán único de divertirse y tienen autores a los que pagan, y es muy justo, pero hoy el poeta les hace una encerrona porque quiere y aspira a conmover sus corazones enseñando las cosas que no quieren ver, gritando las simplísimas verdades que no quieren oír”.

   Desde el título El sueño de la vida se extiende una línea directa a aquel verso de Lorca de “Ciudad sin sueño. Nocturno de Brooklyn Bridge” (Poeta en Nueva York): “No es sueño la vida. ¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!”. No hay en ello contradicción, sino sólo acaso la señalización de un rumbo (en la poesía el único territorio posible es la paradoja, no hay otra certeza que la incertidumbre ni más tierra firme que la ambigüedad). Los sueños no necesariamente se acumulan en una gran ilusión. El camino hacia la lucidez es onírico. Para García Lorca la poesía es un estado de alerta que conduce al despertar. [DGD]

 

 

 

 

 


 

 

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 [Leer Gilberto Owen: Tréboles de seis hojas]

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