lunes, 26 de marzo de 2012

Fragmentario (VI)


DGD: Textiles-Serie blanca, 31 (clonografía), 2011

Equilibrio

Resulta indispensable encontrar un equilibrio entre el corazón y el cerebro, pero quien encuentra ese equilibrio es el corazón, no el cerebro.

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El mal se viste de bien

And captive Good attending Captain ill, dice Shakespeare en el Soneto 66: “Y al Bien que, cautivo, sirve al Mal, su Señor”. ¿Por qué el refranero popular nos aconseja no hacer cosas buenas que parezcan malas, sino porque a cada instante vemos por todas partes cosas malas que parecen buenas? En el fondo, he aquí una definición del mal. Al parecer malas las cosas buenas que hacemos, podrían semejarse al modo en que las cosas malas parecen buenas. Sólo cuando el bien se basa en la mera apariencia cae en el cautiverio del mal. Porque eso es el mal: ese arte por medio del cual se viste de bien.

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El biógrafo oficial

               But there’s more in me than thou understand’st.
               Why dost thou so oppress me with thine eye?
                                          W.S., Troilus and Cressida

“En estos tiempos”, observa Oscar Wilde, “todos los grandes hombres tienen sus discípulos y siempre es Judas el que escribe su biografía.”

B no comprende a A en absoluto; se deja convencer por los lugares comunes más burdos para situarlo (porque B cree firmemente que vivir es situarse, y que basta describir el lugar para entender al ocupante); no ve en A sino el reflejo deformado y precario de B. En conclusión: B habla más de B que de A: será nombrado, reconocido y festejado como su biógrafo oficial.

Para comprender por qué B habla de A de ese modo, cuáles son las razones profundas de que lo sitúe, defina y explique de esa manera, sería necesario que C escribiera una biografía de B. Y D una de C. Y E una de D, al infinito.

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[Leer Fragmentario (VII).]



viernes, 16 de marzo de 2012

¿Qué sucede en una sola mirada?


DGD: Textil 130 (clonografía), 2011


Cuando unos ojos, sean de humanos o de animales, se posan en los míos, siento de inmediato que una conciencia se está poniendo en contacto con la mía. Me sucede incluso con los animales diminutos cuyos ojos no puedo percibir, como esas arañas recién nacidas de las que cabrían veinte en una de mis uñas. Me sucede incluso cuando miro fotografías, en los casos en que los ojos del modelo —de nuevo, trátese de humano o de animal— sean claramente perceptibles. Pero también me sucede frente a un árbol. Es cierto que no se trata del mismo contacto, y sin embargo, aunque siento que el árbol está absorto en sus cosas, también experimento la inequívoca sensación de que, de alguna manera, está consciente de mí. Lo mismo, aunque de manera un poco más lejana, un poco menos perceptible por mis sentidos, me sucede con el mundo mineral: una gran roca, por ejemplo, o una montaña. Jamás he podido convencerme de que un paisaje, un panorama, un horizonte —el mar, por ejemplo— se hallan por completo indiferentes respecto a mi mirada. ¿El ser humano está aislado en su conciencia, como extremo de una escala, y esa conciencia se va abriendo y queda menos aislada a medida que en la escala se pasa de lo humano a lo animal, a lo vegetal y a lo mineral? ¿Qué sucede realmente en una sola mirada, sea de quien sea hacia quien sea? (Me resisto a decir “de lo que sea a lo que sea” porque la mirada ofrece un inmediato carácter de quién y no de qué, aunque nunca estaremos seguros de que no existe una forma de conciencia incluso en los “objetos”, a los que se la negamos por pura soberbia.) ¿Lo que sucede en todos los casos es que la gran conciencia se pone en contacto con ella misma? ¿Son los ojos la parte más especializada, pero ni con mucho la única, que tiene el mundo para ahondar la conciencia de sí?

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[Fragmento de Alteroscopio (Cuaderno de lectura sobre metáfora y visión), de próxima aparición por La Cabra Ediciones.]

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lunes, 5 de marzo de 2012

Fragmentario (V)


DGD: Textiles-Serie roja 4 (clonografía), 2008


París/Nueva York

París y Nueva York son polos opuestos. París es como el Sena, un río de murmullos incesantes, de voces entretejidas. Nadie te grita en París, y aun si lo hicieran sería como otra forma de murmullo que pronto retorna al río sedoso e inquieto. En cambio, si alguien te susurra en Nueva York, incluso ese murmullo se hace parte del grito, de la rugiente vociferación que es aún más taladrante en las noches, en los callejones umbríos y desiertos. Nueva York es como su bahía, aguas que parecen quietas porque son un grito contenido que en la ciudad no sólo deja de contenerse sino que resuena a toda hora.

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El sabor

Comemos para no tener hambre, amamos para no estar solos, vivimos para no morir.

¿Quién arrebató el sabor a los alimentos, al amor, a la vida? ¿En qué recodo de la pubertad se pierde la infancia, la pura delicia de comerse el mundo, el delirio de cuerpos que son almas, el ansia por vivir el instante inmortal?

Uno olvida que alguna vez comía el mundo en una manzana, y amaba a todos los cuerpos en una enramada, y vivía todas las vidas en una sola. Uno termina por olvidar el sabor de lo insaboro, la belleza de lo invisible, el rumor del silencio, la caricia de lo intocable.

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Sueño de los mitos

Cuando los mitos se duermen nacen las leyendas, y cuando las leyendas se duermen, nacen los estereotipos. Estamos en una época de estereotipos que brotan por todos lados, y peor aún: son estereotipos cuya función no es despertar a las leyendas —y menos aún a los mitos—, sino mantenernos dormidos a todos. Por eso hay que aferrarse a un mito, aunque esté dormido, como nuestro Iztaccíhuatl, la mujer dormida, guardada por su Popocatépetl, que la inventó y a la vez fue inventado por ella, y que está ya tan furibundo por no poder hacerla despertar, que en una de esas muy bien podría terminar por cubrirnos con su ígnea rabia de lava ardiente.

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Coda extemporánea

“Uno termina por.” Horresco referens. Uno termina. Ya es hora de advertir que algo grave sucede cuando comienzan a interesarnos los términos, cuando principian los finales por ocuparnos más que los comienzos. Fijarse en que se dice “Uno comienza a interesarse por los finales”. Hay comienzos incluso en los finales. La clave está acaso en dónde se coloca el acento.

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