jueves, 30 de abril de 2009

Galateanas

DGD: Textiles-Serie blanca 8, 2008

a Paloma, Alondra y Rama

[y a todos los niños que eligieron crecer y madurar
sin perder la mitad simultánea de su naturaleza]
1
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Luego de terminada
la escultura posa
para que el modelo
esculpa al escultor
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2
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La mano moldea grifos
y no inventa: recuerda
La piel todo ha tocado
hasta el día del exilio
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3
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Las gárgolas esperan
a que el libro de piedra
despierte en los ojos
catedrales dormidas
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4
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La marea terminó
por esculpir la luna
Ciertos seres arriban
tras una larga espera
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5
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Dos ciudades, dos tiempos
Las estatuas no yacen
Posan con parsimonia
para seres de luz
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6
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Cuando el viento moldea
los huecos, la escultura
pendiente se reanima
El mundo caracol
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7
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La selva canta
El silencio puede rastrearse
porque sólo él deja
huellas sonoras
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[Del poemario Para reconstruir a Galatea, Universidad Veracruzana, Ediciones Papel de Envolver, col. Luna Hiena, Xalapa, 1989. Edición agotada.]
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jueves, 23 de abril de 2009

Ursula K. Le Guin: “El verdadero viaje es el retorno”

DGD: Paisajes-Serie ártica 32, 2009
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Ursula K. Le Guin adoptó a la ciencia-ficción como un centro desde donde irradiar, pero su literatura no acepta otra clasificación que la que pueda darse a los más grandes autores de todos los tiempos. Desde el momento en que eligió ese centro hasta el presente, su obra comprende más de veinte novelas, siete poemarios, siete colecciones de relatos, seis libros de ensayo y quince libros para niños y jóvenes, así como algunos espléndidos prólogos (memorable el de The Book of Fantasy, traducción inglesa de la Antología de la literatura fantástica de Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo), además de media docena de guiones cinematográficos. Es también traductora, y se le debe una asombrosa versión del Tao Te King (Shambhala, 1997) y de una selección de poemas de su admirada Gabriela Mistral (University of New Mexico Press, 2003).
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Probablemente ha recibido más premios que ninguna otra escritora: cinco veces el Premio Nebula y otras tantas el Hugo (máximos galardones de la ciencia-ficción), así como docenas de otros reconocimientos que incluyen el World Fantasy Award for Live Achievement (1995) y el Premio Howard Vursell de la Academia Americana de Artes y Letras. En el año 2003 fue la primera mujer en obtener el título de “Gran Maestra” de la SFWA (Asociación de Escritores Estadounidenses de Ciencia-Ficción). El único inconveniente de estos nombramientos es que colaboran a mantener sus libros en un margen de la “literatura sin más”. Su obra en conjunto sería merecedora del Premio Nobel de Literatura si nuestros ojos dependieran menos de deslumbramientos pasajeros y de clasificaciones confinantes (“fantasía”, “ciencia-ficción”). Sin embargo, aun en este caso contemplaría al Nobel como a cualquiera de las otras distinciones que se le han otorgado, es decir, con modestia taoísta: hermosas piedras recogidas en el camino, no el camino.
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Le Guin nació en Berkeley, California, el 21 de octubre de 1929, hija del antropólogo Alfred L. Kroeber (autor de un buen número de trabajos esenciales sobre las tribus indígenas de California y la costa noroeste de Estados Unidos), y de la escritora Theodora Kroeber Quinn (a quien se deben dos crónicas sobre uno de los últimos sobrevivientes de las poblaciones autóctonas norteamericanas, Ishi, Last of his Tribe e Ishi Between Two Worlds, ambos de 1961). Desde la primera infancia, tanto Ursula como sus hermanos Clifton, Ted y Karl escucharon los cuentos que su padre había recolectado de las tribus del norte de California, y se nutrieron con los mitos y leyendas que su madre amaba, procedentes de todas las culturas.
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La familia vivía en una casona de madera en Berkeley y pasaba los veranos en un viejo rancho en el valle de Napa. “Durante la segunda guerra mundial”, recuerda Le Guin, “todos mis hermanos ingresaron al servicio y los veranos en el valle se volvieron solitarios, únicamente mis padres y yo en la vieja casa. No había televisión entonces; una vez al día encendíamos la radio para escuchar las noticias de la guerra. Esos veranos de soledad y silencio —una adolescente vagabundeando por las colinas, sin compañía, sin ‘nada que hacer’— fueron muy importantes para mí. Creo que fue entonces que comencé a hacerme un alma.”
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Uno de sus primeros encuentros decisivos fue con la obra de Rudyard Kipling, de quien aprendió lo que será la esencia misma de su propia escritura: “Kipling es capaz de contar una historia en cuatro o cinco niveles simultáneos”, comentará después. El taoísmo también sería esencial para su visión del mundo. Había aprendido a escribir a los cinco años y en su formación tuvo la suerte de encontrar apoyo y solidaridad de familia y amigos. “Cuando era joven, los pocos escritores mayores que conocí me animaron, y los escritores que cuento ahora como amigos son gente generosa con un fuerte sentido de comunidad. Me mantengo lejos de los escritores que consideran el arte como una competencia para lograr fama, dinero, premios, etcétera. Lo que importa es el trabajo”.
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En una entrevista del 2008 recuerda: “Ya escribía historias fantásticas cuando tenía ocho años de edad, así que no creo que mis experiencias vitales sean la base de mi forma de escribir fantasía. Simplemente, mi mente funciona así. La ‘razón pura’ es inaccesible para mí; mi razón trabaja a través de la imaginación”.
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En 1958 ella y Charles A. Le Guin, con quien se había casado en París en 1953, se establecieron en Portland, Oregon, en una casona victoriana situada en Thurman Street, a la orilla de Forest Park —una reserva ecológica en la parte noroeste de la ciudad—, desde donde se tiene una espléndida vista del Mount St. Helens. Medio siglo más tarde sigue viviendo ahí —bien podría decirse irradiando desde ahí.
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Ella misma establece la diferencia entre los géneros: “En la ciencia-ficción uno no puede atentar contra el hecho científico; si rompemos las leyes de la física, entonces pienso que eso más correctamente debe llamarse fantasía. Siento muy claramente esa diferencia, y más o menos desde 1970 tengo perfectamente claro cuál de las dos estoy escribiendo”. “¿Qué escribe más, fantasía o ciencia-ficción?”, le pregunta el periodista polaco Slawek Wojtowicz. Le Guin responde de un modo que rompe los confinamientos genéricos que ella misma ha parecido respetar en otras entrevistas: “No puedo generalizar de ese modo. Lo que me gusta es un buen libro. No importa si es fantasía o ciencia-ficción. Si es bueno, es bueno. Si no, no lo es”.
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Para Ursula Le Guin no existe una línea divisoria entre ciencia-ficción y literatura sin más: en uno u otro caso se trata de explorar culturas y el modo en que los hombres inventan sus sociedades y estructuran su realidad. A la manera de Kipling, el género existe en los primeros niveles, pero una vez que se profundiza, los confinamientos se rompen y lo que queda es profundidad en y por sí misma. En el mito, que es el gran territorio de la simultaneidad, no hay distinciones.
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El prólogo a su primera novela, El mundo de Rocannon (1966) comienza así:
¿Cómo distinguir la leyenda de los hechos en esos mundos tan alejados en el espacio y el tiempo? Planetas sin nombre, a los que sus habitantes llamaron simplemente El Mundo, planetas sin historia en donde el pasado es tema de mitos y en los que un explorador, a su regreso, se halla con que sus propios hechos —realizados unos cuantos años atrás— se han convertido en los gestos de un dios.
El mundo de Rocannon se inserta en un universo ficticio, llamado hainita o del Ecumen, que la autora irá explorando en las décadas siguientes. Aunque Le Guin irónicamente lo llama “mi pseudo-coherente universo con hoyos en los codos”, lo cierto es que su formación antropológica, así como su poderoso sustento mítico y poético, ofrecen al universo ecuménico un sustento pocas veces visto en la llamada ciencia-ficción, en un vasto tapiz que abarca unos 2,500 años en una secuencia que hasta ahora comprende seis novelas mayores, así como varias novelas cortas y relatos.
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En ese universo se encuentra su primera obra maestra, La mano izquierda de la oscuridad (1969), novela que marcó un hito ante todo por el cuestionamiento que hace de la identidad sexual humana y los tabúes relacionados con ella. Le Guin deconstruye el sentido humano del género sexual; la raza que habita el lejano planeta Gethen (o Invierno) está formada por individuos andróginos, asexuados la mayor parte del tiempo excepto cuando entran en kemmer; entonces adquieren, al azar, unos u otros caracteres sexuales masculinos o femeninos, de acuerdo con el género que haya adoptado previamente la persona con la que se relacionan. Despojados de la fundamental dicotomía humana, su cultura es otra en un sentido pocas veces vislumbrado por la ciencia-ficción. En este caso el contraste se da entre la raza nativa y el protagonista de la historia, un enviado del Ecumen llamado Genly Ai, que es, como todos los terrestres, unisexuado.
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La obra de Le Guin está hecha de agudísimas preguntas; acaso la más subversiva de todas ellas da título a un ensayo que incluyó en El lenguaje de la noche (1979): “¿Es necesario el género sexual?”. En El cumpleaños del mundo y otros relatos (2002) se incluyen dos textos, “Las costumbres de las montañas” y “Amor no escogido” que, como la anterior “Otra historia” (incluida en Un pescador del mar interior, 1994), postulan el sedoretu, una forma de matrimonio socialmente aceptado que implica no a dos sino a cuatro personas, y que abarca tanto la hetero como la homosexualidad.
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La autora examina el rubro con que se la ha identificado: “Al principio era una feminista tímida y conservadora. Pero hubo piedras de toque. Una de ellas fue la publicación de la Antología Norton de literatura femenina. Leí cada palabra. Fue una alegría descubrir que podíamos escribir como mujeres y no como ‘hombres honorarios’.”
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Más tarde Le Guin regresó al universo hainita en la novela El nombre del mundo es bosque (1972), que volvió a ganar el premio Hugo. Lo obtendría de nuevo, y además el Nébula, con la novela considerada su segunda obra maestra: Los desposeídos (1974), que lleva como subtítulo Una utopía ambigua. Todas las dicotomías encarnan en Urras y Anarres (los dos planetas enfrentados en los que se ubica la historia): occidente y oriente, razón e intuición, progreso y simultaneidad, materialismo e idealismo, colectividad e individuo. Y ahí se encuentra el gran diálogo del capítulo 11: “Yo creía saber lo que era el ‘realismo’“, dice un personaje, y otro responde: “¿Cómo puede saberlo, si no conoce la esperanza?”. Esta es la definición de anarquismo que la novela enfoca tan lúcida como desapasionadamente. Es, también, aquella frase de la última página que bien contiene a toda la novela (y acaso a toda la obra de Le Guin): “El verdadero viaje es el retorno”.
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En 1975 apareció una recopilación de cuentos llamada Las doce moradas del viento, en el que se recoge uno de sus relatos más implacables, “Los que se marchan de Omelas”. La fuerza de este relato, su apuesta valiente y su devastadora honestidad, así como esta característica en casi todo su trabajo, son en cierto modo asumidas por la escritora en una entrevista:
Pienso a veces que sólo estoy intentando supersticiosamente evitar el mal por medio de hablar de él. Ciertamente no considero proféticas a mis ficciones. Sin embargo, a lo largo de toda mi vida adulta nos he visto mancillar a nuestro mundo irrevocable, irremediable y despreocupadamente, sin hacer caso de las sucesivas advertencias y descartando cada alternativa benévola en la persecución del “crecimiento” y del beneficio económico inmediato. [Entrevista de Nick Gevers, 2001.]
Le Guin dista de ser gratificante o protectora de sus personajes protagónicos. En 2002 el periodista Mark B. Wilson le hace una pregunta clave: “Sus héroes realmente suelen pasar por el infierno. ¿Cómo se relaciona para usted el sufrimiento con el desarrollo del personaje?”. Le Guin responde:
Sí, tiendo a castigar a mis personajes centrales algo severamente. Eso es una pregunta enorme realmente, porque no creo que el sufrimiento purifica a un personaje. Generalmente el sufrimiento brutaliza a la gente: sólo lastima a las personas, y a veces las incapacita. Pero una cosa que la mayoría de las fantasías parecen hacer es mostrar a alguien que atraviesa por la adversidad usando inteligencia, valor y resistencia. Muchas historias de fantasía se pueden resumir en “el pequeño individuo triunfa sobre un mundo implacable”. Ese es un argumento muy antiguo, y lo necesitamos. Los niños lo necesitan, porque son pequeños individuos en un mundo que es muy difícil de entender. Y los necesitamos, porque todos enfrentamos una porción tremenda de adversidad y dureza.
El otro gran universo creado por Le Guin participa del género fantástico: la serie Los libros de Tarramar. En ella se narra la historia de Ged, un aprendiz de mago que debe luchar contra sus miedos y fantasmas; la serie fue iniciada con la novela Un mago de Terramar (1968) y continuada con Las tumbas de Atuan (1971), La costa más lejana (1972), Tehanu (1990), Cuentos de Terramar (2001) y En el otro viento (2001).
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Cuando se produjo el “fenómeno Harry Potter” en 1997, comenzó a debatirse el hecho de que la celebérrima saga de J.K. Rowling debe a Terramar mucho más de lo que parece. Le Guin ha respondido en numerosas entrevistas a esta pregunta:
No tengo una gran opinión sobre [las novelas de Rowling]. Cuando tantos críticos adultos insistían en la “increíble originalidad” del primer libro de Harry Potter, lo leí para descubrir cuál era el alboroto, y me quedé algo desconcertada; parecía una vivaz fantasía de chicos cruzada con una “novela de escuela”, buen material para su categoría de edad, pero estilísticamente ordinario, imaginativamente derivativo y éticamente más bien mezquino y malvado. [“Ursula Le Guin Q&A”, 2004, incluido en su página web.]
En todos los registros de la escritura de Ursula Le Guin son evidentes sus fundamentales intereses: taoísmo, anarquismo, feminismo, antropología y sociología. Todos ellos se conjuntan en su creación de la antropología-ficción, ante todo en El eterno regreso a casa (1985), en donde se muestra a plenitud su capacidad para crear mundos verosímiles poblados por personajes profundamente humanos.
Podría precisar que la infeliz Tierra aludida en algunas de las ficciones de la serie del Ecumen sería solamente un paso oscuro en el camino a la Tierra que se describe en mi libro más esperanzado, El eterno regreso a casa, ubicada en un futuro muy distante. La mayoría de las personas cree que no tenemos ningún otro futuro que el del desarrollo de la alta tecnología, el de la extensión urgente, el de la urbanización y el de la explotación despiadada de los recursos naturales y humanos; esa gente, que cree que tenemos que seguir tal como estamos ahora, tiende a ver ese libro como retrógrado, como vuelta al pasado. No lo es.
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El eterno regreso a casa mira al pasado, pero no regresa a él. Es una tentativa radical de pensar fuera de los sobreentendidos actuales; es una negación de esos sobreentendidos. Es la tentativa de retratar a una sociedad genuinamente madura. Es el esfuerzo de imaginarse una “tecnología del clímax”, cuyo principio no sea un crecimiento forzado, sino la homeostasis. Es ofrecer no un modelo mecánico sino uno orgánico para la cultura. [Entrevista de Nick Gevers, 2001.]
Esta más-que-novela guarda un lugar muy especial en su carrera: se trata de una minuciosa enciclopedia ficticia sobre una cultura indígena (los Kesh) situada miles de años en el futuro, reconstruida desde traducciones de una lengua desaparecida. “Resulta difícil traducir de un idioma que no ha llegado a existir”, escribe Le Guin en la nota preliminar, “pero tampoco hay que exagerar. Al fin y al cabo, el pasado puede ser tan oscuro como el futuro. [...] Lo que fue y lo que podría ser se halla, como niños cuyos rostros no podemos ver, en brazos del silencio. Lo único que tenemos en cada momento es el aquí y el ahora.” La minuciosa reconstrucción de otro mundo que es éste (concretamente la California indígena) implica todos los rubros: mitología, antropología, música y dramaturgia ritual, e incluso cartografía. Rigurosa y desafiante aventura: “Tuve que renunciar al argumento y a la convención”, comenta en una entrevista de 1997, “e imaginar lo que sería algo así como recorrer toda mi vida muy lentamente”. El resultado es una de las nociones más fascinantes que haya postulado la literatura: la arqueología del futuro.
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Las utopías fascinan a Ursula K. Le Guin; “el problema con ellas”, declara en entrevista conducida por Elisabeth Sherwin, “es que no tenemos forma de realizarlas. Esa es la razón de que existan las novelas. Cualquier cambio drástico de dirección en nuestras sociedades es enormemente difícil porque tanta gente está involucrada”. En cierto sentido, ese problema la ha llevado a imaginar pequeñas sociedades, grupos étnicos plenamente insertos en sus tradiciones milenarias. Las etnias, sí, pero también otras formas de la marginalidad, y no sólo colectiva sino individual; por ejemplo, la forma en que el adulto relega y olvida su mirada infantil: “A finales de los años ochenta dije que la ciencia-ficción ya no estaba funcionando para mí, y me moví a lo que llaman literatura para niños. Tuve que detenerme, reflexionar, reorganizar. Sin embargo, ahora me siento feliz saliendo de nuevo al espacio exterior. Vencí una dificultad”. La literatura infantil fue otra faceta de su labor esencial: la poesía; es así como define ese tipo de escritura: “Es como escribir poesía. Los niños leen y responden tan intensamente, que cada palabra debe ser perfecta”.
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Sus más recientes aportaciones a la literatura fantástica y de ciencia-ficción son una colección de cuentos publicada en el año 2003 titulada Planos paralelos y una nueva trilogía fantástica, los Anales de la Costa Oeste, compuesta por Los dones (2004), Voces (2006) y Poderes (2007). En 2009, Poderes la ha hecho acreedora a su cuarto premio Nébula, que se suma a los que obtuvo por La mano izquierda de la oscuridad, Los desposeídos y Tehanu (la cuarta parte del ciclo de Terramar). En Los dones, humildemente integrado en el cuerpo de la novela, radica una verdadera declaración de principios que revela la sabiduría de Le Guin, su irrepetible conciencia sobre lo sucesivo que es también simultáneo:
Ver que tu vida es una historia mientras estás ahí en medio viviéndola puede ayudarte a vivirla bien. Sin embargo, no conviene creer que sabes cómo te irá, o cómo acabará. Eso sólo debe saberse cuando ha terminado.
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E incluso cuando ha terminado, incluso cuando se trata de la vida de otra persona, de alguien que vivió hace cien años y cuya historia he oído una y otra vez, mientras la oigo espero y temo como si no supiera cómo va a terminar; por eso vivo la historia y la historia vive en mí. Es la mejor manera que conozco de tratar con la muerte. Las historias son aquello a lo que la muerte cree que pone un final. No puede comprender que son las historias las que ponen un final a la muerte, aunque no acaben con ella.
Continúa en su bibliografía su segunda novela histórica luego de Malafrena (1979), llamada Lavinia (2008); para redactarla, Le Guin aprendió latín por medio de traducir, línea por línea, la Eneida de Virgilio. La escritora se centró en el personaje femenino que jamás habla, Lavinia, amada de Eneas, y le dio voz en esta profunda reescritura de la Eneida. Recuerda:
[Lavinia] es la chica con la que Eneas está condenado a casarse, para poder fundar la ciudad y el imperio de Roma. Los últimos libros de la Eneida están llenos de batallas: Virgilio tenía bastante que contar sobre la guerra, su locura y tragedia, porque (creo) él quería mostrar a su nuevo emperador Augusto el costo real del Imperio y preguntarle: “¿Vale la pena?”. Pero no tuvo tiempo de contarnos mucho sobre Lavinia, o al menos de dejarla hablar. Así que, leyendo el poema, comencé a preguntarme sobre ella, y en un momento le pregunté: “¿Lavinia, quién eres?”. Y ella me respondió. Y aquí está la novela. Es diferente a todo lo que he escrito hasta ahora. Estoy muy contenta con ella.
El universo de Ursula K. Le Guin es todo menos un reducto escapista: surge de un profundo compromiso (tanto humanista como político, social y cultural) que permite situar su literatura en el punto más álgido de la experiencia humana: sus novelas son verdaderas sinfonías que examinan, como en muy pocos casos, el amplio rango de las contradicciones (pero también las posibilidades) del hombre.
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Le Guin ha creado una obra silenciosa y estentórea. Silenciosa porque no juega el juego de los ruidos cotidianos ni se presta a la farándula del “éxito” y el best-seller (lo que no contradice su enorme celebridad en círculos cada vez más amplios: su obra, traducida a dieciséis idiomas, cuenta sin duda con cientos de miles de lectores). Estentórea porque, sin ánimo retórico, bien puede encontrarse en ella la sabiduría y profundidad que tanto faltan en nuestro tiempo. Es en este sentido que también en esa obra reposa la única respuesta válida a si existe o no una literatura femenina: existe, si no se propone a priori como tal. Existe, si va más allá de todas las barreras genéricas. Existe, si contiene una mirada capaz de diseccionar las contradicciones de la civilización y arrojarles la violenta y definitiva luz del conocimiento ancestral, según esta declaración de principios: “La realidad es un pez huidizo que a veces sólo puede ser atrapado en una red de hechizos, o con el anzuelo de la metáfora” (Las llaves del aire, 1996).
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En 1988 Slawek Wojtowicz le pregunta: “Si pudiera elegir un lugar y un tiempo para vivir, ¿cuándo y dónde sería?” Le Guin responde: “Sería aquí y ahora. ¿Por qué? Porque estos son mi tiempo y mi espacio, y mi ‘ser’ está ahora y aquí. Creo que el hecho de que en este aspecto no podemos elegir, es muy interesante, y extremadamente importante”.
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Podría caerse en un fácil juego de palabras que sin embargo resultaría certero: “El nombre de Ursula es bosque”. Su obra se extiende en todas direcciones como el mundo vegetal descrito en su novela corta Más vasto que los imperios y más lento (1971). La intensidad de la escritura de Ursula K. Le Guin se encuentra justamente en la vida que en ella se refleja, según el método que la escritora delinea en la introducción de El cumpleaños del mundo: “Crear la diferencia, provocar un extrañamiento, y entonces dejar que el feroz arco de la emoción humana salte y cierre la brecha: esta acrobacia de la imaginación me fascina y me satisface como ninguna otra”. Como Ulises, Le Guin ha recorrido un largo camino para ser capaz de regresar a casa; y ese hogar es sin duda el mar interior.
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miércoles, 15 de abril de 2009

Espejos voladores

DGD: Textiles - Serie roja 4, 2008
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Mírame y dime
si soy lo que veo
en los espejos voladores de mi casa
Mírame y dime
si las miradas no son como guantes
que terminan por hacer manos
a fuerza de insistencia
O como zapatos
que nos vacían los pies
y dejan huecos a llenar
con forma de zapatos
Mírame y dime
cómo se ve el mundo
sin miradas como guantes o zapatos
O mírame y no me digas
pero mírame sin enguantarme
sin hacerme imagen
sin volverme lo que miras
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[Del poemario La raíz eléctrica, Conaculta-DGP, col. Práctica Mortal, México, 2006.]*
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