miércoles, 25 de septiembre de 2019

El misterio de los cien monos (XVIII)

DGD: Morfograma 69, 2019.


Ciencia y religión expandidas

“Está científicamente probado” es un exordio que indica que lo que se va a oír es mentira.

Jorge Luis Borges


Hierofanía

Hacia los años setenta del siglo XX, el biólogo inglés Rupert Sheldrake comienza sus investigaciones con prudencia. En 1981, la publicación de su primer libro, A New Science of Life: the Hypothesis of Formative Causation, despierta la suficiente resistencia de las áreas académica y científica como para demostrarle que va por buen camino. Así, el celebrado científico John Maddox, editor emérito la revista británica Nature, se limitó en las páginas de esta revista a solicitar que el libro fuera quemado. Entrevistado trece años más tarde por la cadena BBC de televisión, Maddox declaró: “Sheldrake está poniendo a la magia antes que a la ciencia, y eso debe ser condenado con el mismo exacto lenguaje con que el Papa condenó a Galileo, y por la misma razón: es herejía”. Este tipo de declaraciones revela que, a despecho de los “avances” de que se ufana el mundo científico, la ortodoxia de la ciencia no ha cambiado en actitud desde tiempos de Galileo.
          Es por ello que, antes de hablar de una ulterior reconciliación de ciencia y espiritualidad, Sheldrake prefiere aludir a una “ciencia expandida”. Declara: “Cuando la ciencia rompa este reducido mecanismo que ha sido su camisa de fuerza por tanto tiempo, y se aproxime a una visión más holística de la naturaleza, entonces habrá más posibilidades de una interacción fértil entre la ciencia y lo espiritual.” Y en otra parte:

Mi misión como científico es tratar de abrir el mundo de la ciencia de tal modo que fenómenos que son hoy ignorados o despreciados puedan ser traídos dentro del dominio científico. Espero que a través de esta ciencia expandida tengamos una mejor idea de las interconexiones entre nosotros y los animales, las plantas, e incluso con el planeta como un todo y con el universo. Esta ciencia expandida no estaría en conflicto con la espiritualidad sino que le sería complementaria, y podría llevarnos a sanar la grieta abierta entre ciencia y religión, grieta que tanto ha dañado a nuestra civilización y a la gente dentro de ella.

Ese daño es explorado a fondo por Mircea Eliade en Le Sacré et le Profane (1965), sustancioso análisis sobre las enormes pérdidas que implica un mundo desacralizado en el que los individuos intentan, de modos más o menos intuitivos y desesperados, permanecer tanto como sea posible en el ámbito de lo sagrado. La principal pérdida de la modernidad es, para Eliade, la de la hierofanía, el modo de manifestación de lo sagrado a mitad de lo profano, es decir, la de un distinto orden de realidad en plena experiencia humana.
          El londinense Sam Nico formula una crítica a la visión de Sheldrake en la que enfoca esa tensión entre el científico que no quiere abandonar del todo su territorio y el místico que ve avanzar su mirada más allá de lo previsible: “Como todo científico que trata de decir algo nuevo, Sheldrake lucha por mantenerse en el terreno del pensamiento aceptado y no hace más que inventar un nuevo lenguaje: su concepción de los campos morfogenéticos no hace mucho más que la vieja idea de los campos psi u holones, lo mismo que su idea de la resistencia a los cambios se inserta en las ya tricentenarias leyes de la inercia”. Aun los cambios más revolucionarios (y sobre todo ellos) son reducidos a los viejos esquemas de lo previsible. Con esto se pospone la aceptación generalizada y se dan más y más años de predominio de lo “malo por conocido”. Sheldrake lo sabe:

La imagen de la ciencia que la mayoría de la gente tiene, está cincuenta años atrasada, cuando no cien. No hay ninguna otra razón, más que el hábito, para que sigamos enseñando a los niños en las escuelas la vieja ideología de la ciencia. Las nuevas ideas científicas toman mucho más tiempo que las políticas, artísticas o incluso de modas, para filtrarse en la conciencia colectiva: décadas en lugar de meses. Por ejemplo, la revolución cuántica en la física sucedió en 1927, pero no fue sino hasta finales de los setenta que se convirtió en tópico y pudo ser discutida [...]. En el curso normal de los acontecimientos, los cambios científicos de los que hablo formarán parte de la conciencia popular alrededor de 2030. Eso puede ser demasiado tarde.

“Demasiado tarde” porque el hecho de que esos cambios científicos formen parte de la conciencia popular implica una transformación radical del paradigma dominante, sustituido por otro que detenga la sistemática destrucción que el hombre moderno perpetra contra su planeta natal y contra sí mismo. Cuando la humanidad contemple a la Tierra misma como un ser consciente, de cuya integridad depende la propia, puede ser ya demasiado tarde para reparar los cuantiosos y severísimos daños causados día tras día en los ecosistemas.
          Es cierto que las teorías (y sobre todo las científicas) aman inventar nombres nuevos para fenómenos antiguos, en un esfuerzo más de originalidad que de integración. Pero no fue así cuando Faraday usó “campo” como el nuevo nombre de “alma”, o cuando Einstein cambió anima mundi por “campo gravitacional”, aunque sí lo fue para sus seguidores. En primer lugar, Faraday y Einstein acuñaron esos términos para integrar lo nuevo con lo viejo; en segundo lugar, su objetivo fue que la noción milenaria pudiera ser aceptada por la ciencia ortodoxa sin desencadenar los prejuicios de ésta hacia lo “supersticioso” y lo “irracional”. Sin embargo, ambas intenciones fueron desechadas por los científicos y teóricos que heredaron esos conceptos: ellos los usaron como algo literalmente nuevo, algo que parecía haber apenas comenzado, que era hijo de la modernidad y no debía nada al pasado. La vanguardia científica se desentendió de estar utilizando el poderoso y antiguo impulso de la palabra “alma”; dicho de otra manera, negó las raíces místicas y hasta éticas de “campo” y “campo gravitacional”. Así, las teorías científicas nacen como “comienzo desde cero”, “borrón y cuenta nueva”.

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Libros citados
Sheldrake, Rupert: A New Science of Life: the Hypothesis of Formative Causation, J.P. Tarcher, Los Ángeles/Nueva York, 1981.
Eliade, Mircea: Le Sacré et le Profane, Gallimard, París, 1965. / The Sacred and Profane: The Nature of Religion, Harvest Books, Fort Washington (Pennsylvania), 1968. [Lo sagrado y lo profano. La naturaleza de la religión, Guadarrama/Punto Omega, 4ª ed., Barcelona, 1981; trad.: Luis Gil Fernández.]



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lunes, 16 de septiembre de 2019

El misterio de los cien monos (XVII)

DGD: Morfograma 68, 2019.


Una milla en cuatro minutos

Los numerosos transmisores de la fábula de los cien monos añaden otro ejemplo, ya decididamente instalado en la escala humana: el momento en que el primer atleta consiguió correr una milla en cuatro minutos. Se trata del inglés Roger Bannister, representante de la Amateur Athletic Association, que el 6 de mayo de 1954 hizo un tiempo de 3 minutos 59 segundos 4 centésimas. Antes de este récord, se pensaba que era imposible lograrlo, pero luego de que sucedió por vez primera, en cuestión de semanas numerosos atletas habían alcanzado la marca de una milla en cuatro minutos.[1] La Figura de los cien monos es una metáfora de lo imposible que se vuelve posible y luego habitual.
          Para ejemplificar lo que llama resonancia mórfica, Sheldrake actúa de un modo similar a como lo hiciera Lyall Watson en la primera difusión documentada de la fábula de los cien monos: menciona una serie de hechos reales de los que no puede sino imaginarse la hipótesis que los aglutina (porque existen grandes dificultades prácticas para que sea científicamente comprobada). El ejemplo de Sheldrake es este: durante largo tiempo, una importante compañía europea de productos químicos ha tratado de desarrollar un cristal con determinadas propiedades. Luego de enormes esfuerzos que duran años, los investigadores de esa compañía tienen éxito y comienzan a producir un buen número de esos cristales. De súbito, en diversos puntos del mundo, otros investigadores que buscaban el mismo resultado, casi sin esfuerzo logran cristales similares. Se piensa primero en espionaje industrial; luego se considera la risible teoría de que alguna de las “semillas” de los cristales originales ha sido portada en las barbas de científicos que han viajado de un lugar al otro. Más tarde se postula que las semillas fueron llevadas, como esporas, por las corrientes del viento.
          Para delinear este ejemplo, Sheldrake se basa en algo que varias veces parece haber sucedido (pero que no está documentado porque este tipo de fenómenos carece de una ilación teórica que los relacione): cuando varias personas se dedican a aprender algo o a conseguir un proceso para lograr determinado fin, una vez que tienen éxito, en otras partes del mundo ese proceso se vuelve cada vez más fácil (o menos arduo) para otras personas que buscan algo parecido.
          En este fenómeno, Sheldrake ve una confirmación de su teoría de los campos mórficos, que se relaciona con los casos climáticos de las llamadas “coincidencias”, y también con lo que Jung llamó sincronicidad,[2] idea a su vez ligada con la cosmovisión de Giordano Bruno y con la Ciencia de las Correspondencias de Swedenborg. Se trata de una cosmovisión que ha visitado las intuiciones de numerosos pensadores; se halla, por ejemplo, en la metáfora del árbol acuñada por Carlyle en la conferencia Los héroes (1841):

Cosa curiosa e insuficientemente considerada: como todas las cosas cooperan con el todo, sin que ni una hoja desprendida del árbol y pudriéndose por los senderos deje de formar indisoluble parte de los sistema solar y estelar, no hay tampoco pensamiento, palabra ni humana acción que no provenga de todos los demás hombres y que no trabaje influyendo, más o menos tarde, de un modo conocido o desconocidamente, sobre los demás hombres. Podemos comparar la cosa a un árbol: la circulación de la savia y demás influencias, la mutua combinación de la hoja más indiferente con la fibra más íntima de una raíz con todas y cada una de las demás partes grandes y pequeñas del todo.

Si se compara el ejemplo de los cristales con el “Principio del centésimo mono”, brota ya una simetría: hay una necesidad que enlaza a quienes la comparten sin importar la distancia que los separa o el hecho de que unos no sepan de la existencia de los otros (los monos tendrían esa necesidad de mejorar sus hábitos alimenticios; los investigadores buscan cristales similares). No se trata de “telepatía espontánea”, o mejor dicho, es algo que podría explicar a la telepatía una vez que se deja de considerarla como fenómeno aislado y se la contempla como un campo que mantiene unidos a ciertos seres y que depende de lazos sociales o de hábitos más o menos conscientes. Como exclamaban Pauwels y Bergier, lo realmente “paranormal” es que lo paranormal no suceda en todas partes sin cesar (o quizá lo hace, pero la mirada cotidiana está desalentada para advertirlo: el poder dominante se ha encargado de volver al estado de alerta el más impopular de los conceptos).


Subsistemas

Sheldrake ha basado su corpus teórico precisamente en una ambiciosa forma de ver que aglutina a todos los fenómenos aislados. No es posible ver o tocar un campo mórfico, o situar sus límites, más de lo que puede hacerse con un campo gravitatorio o magnético. Sin embargo, existe un elemento en común: el hábito o la costumbre parecen siempre fortalecer a los campos mórficos y al modo en que resuenan entre sí. La repetición de una conducta crea un hábito y éste genera un campo mórfico que se reproduce en donde hay una necesidad análoga: los monos de distintas islas, los pájaros de diversas ciudades, los investigadores que parecen comunicar sus resultados a desconocidos que buscan algo similar, etcétera.
          De vez en cuando aparecen ideas modulares que tienden a unir fenómenos aparentemente dispersos y percibir sus ligas secretas. Establecido el comportamiento del “esquema esencial”, es posible observar los más básicos elementos en común. El átomo, los cuanta o los fotones son buenos ejemplos, y a ese tipo de ideas pertenece la de los campos mórficos. El problema con este tipo de subsistemas es que para validarse deben convertirse en sistemas totales: no hay límite para su rango especulativo. No sólo el átomo o los fotones podrían ser insertados dentro de la teoría los campos mórficos, sino que estos últimos también podrían “explicar” áreas como la parapsicología, el arquetipo junguiano, las enseñanzas esotéricas y hasta el orden secreto del universo.
          La teoría de Sheldrake es cauta en sus aplicaciones concretas:

El concepto de leyes eternas tenía sentido en un mundo eterno, mas no en uno evolutivo. [...] Prefiero la idea de la naturaleza gobernada por hábitos, mantenidos por un proceso que llamo resonancia mórfica. Por ejemplo, [...] si los niños en Japón aprenden a jugar un nuevo juego de video, más fácil será para otros niños aprenderlo en otros países. Estos efectos deben suceder incluso sin ningún medio normal de comunicación. Estas hipótesis son controversiales, por supuesto, y están siendo comprobadas. Pero hasta ahora la mayoría de los resultados indica que esos efectos son reales. Más que ser gobernada por leyes eternas, la naturaleza podría muy bien tener una memoria inherente.

Sin embargo, detrás de las aplicaciones prácticas hay una enormidad (un atisbo de lo Absoluto), y ésta descansa en una corta y contundente frase que esa visión infiere directamente y que el biólogo no ha querido enfrentar en toda su inconcebible magnitud: no hay leyes. Basta una pregunta experimental para revelar el hecho de que esa mínima frase podría detonar cualquier territorio al que se aplicara: si el universo entero está vivo y se basa en costumbres que generan su propia inercia, ¿es también la muerte nada más que un hábito?

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Notas
[1] Bannister relata su hazaña en The Four Minute Mile (1955). En el año 2001 el atleta marroquí Hicham El Guerrouj estableció el récord mundial, con un tiempo de 3 minutos 43 segundos 13 centésimas.
[2] Carl Jung, en colaboración con el físico Wolfgang Pauli, definió a la sincronicidad como “coincidencias significativas que no pueden ser explicadas por las nociones convencionales de tiempo y causalidad”. La investigación conjunta de estos autores pretendió revelar tales coincidencias como fenómenos que involucran tanto a la materia como a la mente, a la ciencia tanto como a la espiritualidad, y que podrían explicar fenómenos como la intuición, la telepatía y la precognición. Cf. Allan Combs y Mark Holland: Synchronicity (2000).

Libros citados
Bannister, Roger: The Four Minute Mile, Lyons & Burford, Nueva York, 1955.
Combs, Allan, y Mark Holland: Synchronicity: Through the Eyes of Science, Myth and the Trickster, Marlowe & Co., Nueva York, 2000.
Carlyle, Thomas: On Heroes, Hero-Worship and the Heroic in History (1897), Kessinger Publishing Company, Belle Fourche (South Dakota), 2003. [Thomas Carlyle y Ralph Waldo Emerson: De los héroes/Hombres representativos, CONACULTA-Océano, México, 1999. Prólogo de Jorge Luis Borges.]


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jueves, 5 de septiembre de 2019

El misterio de los cien monos (XVI)

DGD: Morfograma 67, 2019.


Lo que está en el aire

La poesía unida a la realidad es la historia. Pero, no es preciso decirlo así, no debiera serlo porque la realidad es poesía al mismo tiempo y al mismo tiempo, historia. El pensamiento, el riguroso pensamiento filosófico tradicional separó a ambas y casi las anuló, reservándose para sí la realidad íntegra, para sustituirla en seguida por otra realidad, segura, ideal, estable y hecha a la medida del intelecto humano.



María Zambrano


La curvatura de alma original

El propio Rupert Sheldrake reconoce que los múltiples y muy diversos fenómenos englobados por su teoría han sido notados por numerosas personas en muy distintas especialidades a lo largo de las décadas, tanto así que se ha llegado a formar un lugar común: “lo que está en el aire”. Buen ejemplo es el caso de Newton y Leibniz, quienes a partir de 1675 pasaron años discutiendo cuál de los dos había creado el cálculo diferencial. Los inventores, los diseñadores de modas, los guionistas cinematográficos conocen bien el fenómeno. Sheldrake ha declarado que debe la idea de resonancia a Matière et mémoire (1896) de Henri Bergson; con toda probabilidad, en ese volumen el biólogo leyó con especial interés este párrafo:

¿Qué somos nosotros, qué es nuestro carácter sino la condensación de la historia que hemos vivido desde nuestro nacimiento, antes de nuestro nacimiento incluso, dado que llevamos con nosotros disposiciones prenatales? Sin duda no pensamos más que con una pequeña parte de nuestro pasado; pero es con nuestro pasado todo entero, incluida nuestra curvatura de alma original, como deseamos, queremos, actuamos...[1]

Sumergido a medias en lo cotidiano, el hombre piensa con una parte de su pasado pero desea y actúa inmerso en la totalidad de su ayer. Para Sheldrake, no sólo los campos morfogenéticos poseen una memoria, sino que el incesante diálogo de todas estas memorias —es decir, la resonancia mórfica— podría jugar una parte en el zeitgeist (“el espíritu de los tiempos”), en el sentido de aquello que “está en el aire” y es recogido por mentalidades análogas independientemente de la distancia que las separa, o incluso pese al hecho de que los individuos quieran mantener sus descubrimientos en el más riguroso secreto. La resonancia mórfica explicaría también cómo se “filtran” secretos militares o de Estado a los territorios más fértiles al inconsciente, como el chiste, el rumor, el folletín, las series de televisión o la Internet.
          Sheldrake se mantiene cauto ante las posibles ramificaciones de su teoría, sobre todo ante la más subversiva de ellas: decir “el universo no tiene leyes sino hábitos” es igual que exclamar “no hay leyes”. Por tanto, la ley darwinista de la selección natural es sólo la observación de un hábito que, como todos los hábitos, puede ser cambiado, por monumental que sea la inercia que lo mantiene. Vistas de esta manera, las “leyes” evolutivas (las “fuerzas ciegas de la selección natural”) se reducen a meros esquemas tan relativos y modificables como cualquier otro. ¿Es esto lo que alienta en lo más profundo de la fábula de los cien monos?


La corrección de rumbo en los ojos

Aunque esta fábula —cuyo mejor apelativo es metáfora— es una hipótesis, existen casos documentados de un patrón de conducta extendido de modo similar. Uno de ellos fue registrado no por haber sido el primero, sino porque se dio en un sitio en donde las observaciones comparativas fueron posibles. En 1921, en Southampton, ciudad en la que los repartidores acostumbraban dejar las botellas de leche en las puertas de las casas, la gente comenzó a darse cuenta de que los tapones mostraban perforaciones y de que la crema que se forma en la parte superior de las botellas había desaparecido. La repetición del fenómeno permitió deducir que esto se debía a una variedad de pájaros localmente llamados bluetit, que habían aprendido a abrir las botellas y beber la crema.
          Cuando eso mismo sucedió a cincuenta millas de Southampton y luego en otro punto al doble de distancia, se habló de migraciones, pero estas aves no suelen trasladarse más de cuatro o cinco millas. La conducta de estos pájaros se extendió por toda Inglaterra y luego en Holanda y la región nórdica, en donde era también usual esa forma de entrega de la leche. “Este ejemplo”, escribe Sheldrake, “demuestra la extensión evolutiva de un nuevo hábito que probablemente no es genético, sino que más bien depende de una especie de memoria colectiva debida a la resonancia mórfica, es decir, al modo en que se intercomunican los campos mórficos.”
          Desde tiempos inmemoriales, los poetas habían advertido otro diálogo a distancia. En Adán Buenosayres (1948), Leopoldo Marechal incluye esta intuición: “después algo indefinible que podía ser una conversación de gallos lejanísimos (los gallos ‘telepáticos’ de Lugones)”. En efecto, en “El pozo” (1927), Leopoldo Lugones describe a estas aves que, “A un tiempo heraldos y paladines, / Incrépanse alto y claro como héroes de Homero”. Entre tantos otros poetas, esa intuición se halla en José Juan Tablada: “Gallera sinfónica, / Entre tus clarines estridentes o roncos / Se fuga un azorado relincho / Como la estampida del potro” (“El alba en la gallera”, 1928). O en García Lorca: “Las piquetas de los gallos / cavan buscando la aurora” (“Romance de la pena negra”, 1924). Para la percepción común, regida por la lógica y la ley causa-efecto, la proximidad del alba hace cantar a los gallos. Los poetas consiguen una inversión prodigiosa: el diálogo lejanísimo de los gallos, su red de voces tejida a lo largo del espacio, es la que de manera ritual llama al amanecer, lo provoca, así como el cantar de las cigarras invoca a la noche. La fábula de los cien monos es parte de esta arcana intuición de los visionarios, de la inversión impensable, de la corrección de rumbo en los ojos: en su ladera más profunda, su territorio primordial no es el de la ciencia sino el de la poesía. Por ello no tiene el carácter esencial de “síndrome” sino de metáfora.

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Nota

[1] En L’union de l’âme et du corps chez Malebranche, Biran et Bergson (1947), Maurice Merleau-Ponty estudia el sentido bergsoniano de “curvatura de alma original” que, en otro terreno, bien podría equipararse a la “orientación” mencionada por Jámblico en el Libro de los Misterios: “Los dioses no están contenidos en los cuerpos, sino que sus vidas y sus acciones divinas los contienen; no están orientados hacia los cuerpos, sino que los cuerpos que contienen están orientados hacia la causa divina”.


Libros citados
Bergson, Henri: Matière et mémoire. Essai sur la relation du corps à l’esprit, Alcan, París, 1896; Presses Universitaires de France (Quadrige), París, 1999.
Marechal, Leopoldo: Adán Buenosayres (1948), Fondo de Cultura Económica, col. Archivos, Madrid, 1997.
Lugones, Leopoldo: “El pozo” (de Poemas solariegos, 1927), en Obras poéticas completas, Aguilar, Madrid, 1952.
Tablada, José Juan: “El alba en la gallera”, en La feria (Poemas mexicanos), ed. de autor, Nueva York, 1928. Reunida en Obras I. Poesía, Centro de Estudios Literarios de la UNAM (col. Nueva Biblioteca Mexicana), México, 1971.
García Lorca, Federico: “Romance de la pena negra” (de Romancero gitano, 1924-1927), en Obras completas, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, Barcelona, 1980.
Merleau-Ponty, Maurice: L’union de l’âme et du corps chez Malebranche, Biran et Bergson (1947), Librairie J. Vrin (Bibliothèque des textes philosophiques), París, 1978.


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