martes, 25 de febrero de 2014

Una versión de Impenitentia Ultima de Ernest Dowson


DGD: Textiles-Serie roja 5 (clonografía), 2009

Impenitentia Ultima
Ernest Dowson


Before my light goes out for ever if God should give me a choice of graces,
I would not reck of length of days, nor crave for things to be;
But cry: “One day of the great lost days, one face of all the faces,
Grant me to see and touch once more and nothing more to see.

“For, Lord, I was free of all Thy flowers, but I chose the world’s sad roses,
And that is why my feet are torn and mine eyes are blind with sweat,
But at Thy terrible judgment-seat, when this my tired life closes,
I am ready to reap whereof I sowed, and pay my righteous debt.

“But once before the sand is run and the silver thread is broken,
Give me a grace and cast aside the veil of dolorous years,
Grant me one hour of all mine hours, and let me see for a token
Her pure and pitiful eyes shine out, and bathe her feet with tears.”

Her pitiful hands should calm, and her hair stream down and blind me,
Out of the sight of night, and out of the reach of fear,
And her eyes should be my light whilst the sun went out behind me,
And the viols in her voice be the last sound in mine ear.

Before the ruining waters fall and my life be carried under,
And Thine anger cleave me through as a child cuts down a flower,
I will praise Thee, Lord, in Hell, while my limbs are racked asunder,
For the last sad sight of her face and the little grace of an hour.


*


Impenitentia Ultima*
Ernest Dowson


Antes de que mi luz se apague para siempre, si Dios me da una elección de gracia,
No pediré un aumento de los días, ni desearé cosas futuras,
Sino clamaré: “Uno de los grandes días perdidos, un rostro entre todos los rostros,
Concédeme ver y tocar una vez más, y nada más quiero ver.

”Porque, Señor, yo estaba libre de todas tus flores, pero elegí las rosas más tristes del mundo,
Y es por eso que mis pies están rotos y mis ojos se hallan ciegos por el sudor,
Pero en tu terrible asiento del juicio, cuando esta mi vida cansada se cierra,
Estoy listo para cosechar lo que sembré, y pagar mi deuda justa.

”Pero una vez antes de que se termine la arena y el hilo de plata se rompa,
Dame una gracia y haz a un lado el velo de los años dolorosos,
Concédeme una hora de todas mis horas, y déjame ver como muestra
Sus ojos puros y piadosos resplandecer, y bañarse sus pies con lágrimas”.

Sus manos piadosas habrán de tranquilizarse, y su cabello fluir hacia abajo y cegarme,
Fuera de la vista de la noche, y fuera del alcance del miedo,
Y sus ojos serán mi luz, mientras que el sol se pone a mis espaldas,
Y las violas de su voz serán el último sonido en mis oídos.

Antes de que las aguas de la ruina caigan y arrastren con ellas mi vida,
Y tu ira me abata como un niño que corta una flor,
Te alabaré, Señor, en el infierno, mientras mis miembros se devastan,
Por el último triste vislumbre de su rostro y la pequeña gracia de una hora.

[Versión de DGD.]


*


* El término eclesiástico en latín Impenitentia Ultima (“impenitencia final”) es usualmente definido como “obstinación en el pecado antes de morir”, pero puede entenderse sobre todo como una desafiante renuncia al arrepentimiento hipócrita de último minuto.



sábado, 15 de febrero de 2014

El Héroe de las Mil Caras contra el Emperador de Todas las Cosas (II de II)


DGD: Paisajes-Ciudad alienígena 10 (clonografía), 2001

Norman Spinrad es un escritor inclasificable que se ha interesado por la ciencia-ficción y la fantasía (un outsider a la segunda potencia), y por ello da por sobreentendido que estos territorios son no sólo capaces de examinar los temas humanos más profundos (en territorios filosóficos, políticos, sociales) sino que por su propia naturaleza se encuentran en un punto privilegiado para ese examen. No parece así a los lectores poco aficionados a la ciencia-ficción y la fantasía, y tampoco a los espectadores de cine que, cansados de la saturación de fórmulas y clichés en esos géneros fílmicos, optan por el “realismo”. Pero en ese mismísimo realismo, si se analiza a fondo, está presente la deformación de la única Historia contada por el mito. Y esta deformación es tanto menos notable cuanto se rodea de elementos “cotidianos”, de tal manera que en las historias de personajes “comunes” que se superan —o que al menos ventilan su amargura y resentimiento, en general por medio del resorte supremo del realismo, la venganza— no es tan fácil encontrar los elementos y la ideología del Emperador de Todas las Cosas. Pero están ahí, puesto que los resortes de la “superación” del personaje no son otros que el cinismo, la crueldad, la ambición y un muy especial sentido de la “superioridad” respecto a sus semejantes.
          En un esfuerzo por demostrar la seriedad que alienta detrás de su desparpajo irónico, Spinrad escribe:

Las repúblicas degeneran en imperios, los caminos para conseguir la iluminación degeneran en religiones jerarquizadas y los líderes inspirados por una idea degeneran en tiranos; y lo mismo ocurre a la historia del Héroe de las Mil Caras, que tiende a degenerar en la del Emperador de Todas las Cosas, y por razones muy parecidas.

Pero no es que “tienda a degenerar” —frase equívoca que parece definir la naturaleza del Héroe de las Mil Caras a través de su propia degradación—, sino que ha sido deliberada y muy estratégicamente manipulada a través de la desviación del más íntimo deseo de lo humano. Spinrad se libra de ese equívoco cuando usa el adjetivo “despojado”:  

Superficialmente hablando, tanto la una como la otra son fantasías de poder, pero la auténtica historia tiene también una dimensión moral y espiritual. Despojado de sus hazañas, el Héroe de las Mil Caras es un mito de iluminación, como Siddartha [Hesse], La Montaña Mágica [Mann] o Los vagabundos del Dharma [Kerouac], en los que el lector se ve recompensado con una trascendencia mística y una elevada conciencia moral vividas de manera indirecta. Pero despojada de su corazón espiritual, despojada del clímax de democracia mística [...], la historia sólo puede convertirse en lo que Hitler hizo de Nietzsche.

Y la pérdida no es poca, puesto que todos necesitamos historias y si se pierde ese corazón espiritual, “se pierde la luz interior de la historia, y en vez de un paradigma de madurez moral nos queda la pornografía del poder, con la egoísta fantasía masturbatoria faustiana de la mística fascista, mientras el lector en sus ajustados pantalones de cuero negro se ve a sí mismo como el super-hombre todopoderoso instalado en el podio definitivo”.
          Ahora bien: ¿cómo se traduce esto en la propia ficción de Spinrad? Pese a su postura anarquista, es un escritor profundamente norteamericano y sus modos de combatir al Emperador de Todas las Cosas pueden no ser tan eficientes como la denuncia que de éste emprende en ese ensayo. Su respuesta literaria fue una sangrienta ironía a la manera norteamericana, la novela El sueño de hierro (The Iron Dream, 1972), en donde incluye todos los engaños, trampas y traiciones del Emperador de Todas las Cosas en una novela dentro de la novela escrita por un oscuro autor de ciencia-ficción llamado Adolf Hitler. ¿Por qué los grupos nazis pusieron el libro de Spinrad en la lista de sus libros favoritos? Sin duda se debe a la elevada carga de estulticia necesaria a esos grupos, pero también a que la ironía de la novela, de tan concentrada, termina por volverse una mera literalidad para lectores no avisados.
          Spinrad insiste en que el paradigma del Héroe de las Mil Caras puede fácilmente ser manipulado hasta volverse el “paradigma” (entre comillas) del Emperador de Todas las Cosas. “Lo más corriente”, escribe, “es que ni el mismo escritor sea enteramente consciente de lo que hace, porque es demasiado fácil perder de vista el significado interior del Héroe de las Mil Caras. En ese momento, la entropía y la presión comercial suelen hacer que la historia degenere en el Emperador de Todas las Cosas, como sucedió incluso a Frank Herbert con las últimas novelas de Dune. Otro ejemplo es el descenso de Robert Silverberg, desde su genial versión de Hijo del hombre, hasta la narración hábil pero desapasionada de El castillo de Lord Valentine; o la trayectoria de Orson Scott Card desde Maestro cantor y La esperanza del venado, pasando por El juego de Ender, hasta llegar a La voz de los muertos”.
          Norman Spinrad publicó “El emperador de todas las cosas” en 1987; la distancia temporal permite apreciar, en ese último ejemplo, la culminación de tal línea: la exitosa adaptación al cine de la primera novela, El juego de Ender, estrenada en 2013, que es un enésimo canto al Emperador de Todas las Cosas y que al final amenaza claramente con la secuela, La voz de los muertos. Ya resulta perfectamente significativo el hecho de que no se han adaptado a la pantalla Maestro cantor ni La esperanza del venado; la película El juego de Ender se vende (y está hecha) con la misma antigua estrategia de mercado de The Matrix y Harry Potter (por no hablar de cientos de películas que van desde Terminator y Highlander hasta El rey león, o de interminables series de televisión semejantes). 
          Y en este panorama es aún más evidente otro fenómeno: el de que la ideología del Emperador de Todas las Cosas toma elementos, sin ningún escrúpulo (no es de sorprender, puesto que su esencial ingrediente es el cinismo) de su opositor ideológico y filosófico, el Héroe de las Mil Caras. Esto se nota, por ejemplo, en la influencia nunca confesada que la novela El juego de Ender de Orson Scott Card tiene de El nombre del mundo es Bosque de Ursula K. Le Guin, novela que ya había sido significativamente saqueada, desde luego sin crédito, en Avatar de James Cameron. Se ha convertido ya en una “tradición” el tomar impunemente y sin crédito alguno elementos de la obra de Le Guin para el cine de ciencia-ficción, por ejemplo el decidido plagio que hace la película Enemigo mío (Enemy Mine), de la gran novela de Le Guin La mano izquierda de la oscuridad; y lo mismo sucede en el cine de fantasía: basta mencionar todo lo que debe Harry Potter a Los libros de Terramar de la propia Le Guin. Esta última referencia permite una clara diferenciación: Harry Potter es el Emperador de Todas las Cosas, mientras que Ged, el protagonista de Los libros de Terramar, es sin duda alguna una encarnación perfecta del Héroe de las Mil Caras.
          En su página de Internet, Spinrad incluye unas líneas que son más vigentes en un tiempo como el nuestro, en el que cada vez se radicalizan más los paradigmas del reino de las artes narrativas; un tiempo en que la ciencia-ficción verdaderamente especulativa ha sido prácticamente desterrada del panorama:

Hay una cosa mal con la ciencia-ficción, y creo que proviene de la cultura también. ¿Cuánta ciencia-ficción de la que se publica ahora está ambientada en mundos que sean mejores que los nuestros? No que tengan grandes centros comerciales o naves espaciales más rápidas, sino mundos cuyos personajes sean moralmente superiores, y donde la sociedad funcione mejor y sea más justa. No muchos. Se vuelve difícil hacerlo, y eso es una relación de retroalimentación con lo que está pasando en la cultura, con la ciencia-ficción como la nota de menor importancia. ¡La gente ya no le da crédito! No sólo mejores aparatos y más equipos de realidad virtual, sino mejores sociedades. La gente no cree que el futuro será un lugar mejor. Y eso da miedo.
  Ofrecer esperanza es algo que la ciencia-ficción debería estar haciendo. Suena arrogante decirlo, pero si no lo hacemos, ¿quién diablos va a hacerlo? Una de las funciones sociales de la ciencia-ficción es ser visionaria, y cuando no lo está siendo, hiere al sentido visionario de la cultura. Y cuando la cultura no es receptiva, tampoco lo es la ciencia-ficción. Es una espiral descendente.

La mitología puede fabricarse (en el sentido de manipularse, de volverse producto manufacturado): lo sabe bien la “fábrica de sueños”, cuya tendencia ideológica quedó aplastantemente definida desde la aparición de Hollywood como “Meca”. Resulta evidente que el Emperador de Todas las Cosas, como matriz mítica, como paradigma moral (el reinado del cinismo y la crueldad) y filosófico (el fascismo infinitamente renovado y enésimamente vuelto fascinante) es la única veta que todos los poderes detrás de Hollywood están dispuestos a apoyar.

*

miércoles, 5 de febrero de 2014

El Héroe de las Mil Caras contra el Emperador de Todas las Cosas (I de II)


DGD: Paisajes-Ciudad alienígena 10 (clonografía), 2001

Existe una Historia que cuentan todas las historias, un Mito de fondo que se halla oculto detrás de las leyendas urbanas de moda, una única y persuasiva Moraleja debajo de las aparentemente diversas y contradictorias moralejas individuales en las obras del arte narrativo occidental. No es un “lujo” ni un “delirio” el intento de desentrañar esa Historia general, ese Mito global, esa Moraleja institucional; es, en todo caso, un deber de todo individuo que desee usar esa libertad expresiva e imaginativa que por todos lados se fomenta pero que prácticamente no se usa.
         En su ensayo “El emperador de todas las cosas” (“Emperor of Everything”, en Isaac Asimov’s SF Magazine, 1987), Norman Spinrad hace uso de esa libertad y coloca los puntos sobre las íes en un territorio sembrado de minas explosivas. Ahí Spinrad afirma que la gran mayoría de las novelas más difundidas de ciencia-ficción y fantasía (y, podría agregarse, de las películas basadas en ellas) cuentan casi siempre una única Historia bajo distintos disfraces. A continuación, con su desparpajo e ironía características, Spinrad procede a describir esa Historia en sus términos esenciales:

Nuestra historia comienza en los límites de la civilización, en donde un joven aparentemente normal está sufriendo los tormentos de la angustia adolescente. Sin que lo sepan los patanes que lo rodean (y quizá sin que lo sepa él mismo), es, de hecho, el heredero legítimo aunque exiliado del trono del Imperio, o un superhombre mutante de incógnito, o el propietario de poderes mágicos latentes, o quizá, sencillamente, un fuera-de-serie con una espada de doble filo.
  Pero las Fuerzas Oscuras están en auge, se está cociendo un Apocalipsis como la copa de un pino entre el Bien y el Mal, y nuestro héroe está destinado, por imperativos genéticos, hereditarios o argumentales, a ser el campeón de los Ejércitos de la Luz. Unos siniestros personajes merodean buscándolo, y puede que hacia el final del primer capítulo hayan estado cerca de eliminarlo.
  No tarda en aparecer un forastero procedente de los mundos centrales, un Forastero poseedor de conocimientos avanzados, perspectiva histórica, visión política y la misión de buscar al Enchufado del Destino para entrenarlo y conseguir que se enfrente a Darth Vader en la gran pelea por la corona de peso pesado del universo.
  Así comienza la educación errante de nuestro héroe bajo las directrices de Merlín el Mutante. Irá desarrollando sus poderes potenciales en un viaje organizado por la galaxia, y a golpes irá abriéndose paso desde la nada de la que provino, en una lenta trayectoria espiral hacia el Trono del Imperio.
  Por el camino sufre el desprecio de la Princesa, va acumulando a su alrededor un abigarrado sistema satélite de duros tenientes y sargentos de primera, monta un Ejército del Pueblo, salva a la Princesa —ganándose su amor de paso—, y por último le revela su Identidad Secreta de legítimo Emperador de Todas las Cosas y la convierte a la causa.
  El ejército guerrillero se abre camino luchando hasta Roma, y consigue llegar al Palacio Presidencial tras una batalla de unas sesenta páginas llena de sacrificios y proezas. Pero el Señor Oscuro no ha llegado a convertirse en Maestro del Mal chupándose un dedo: así que se mete una herradura en el guante de una mano y un disruptor neurónico en el guante de la otra, y el héroe y él se disputan quince asaltos mano a mano en lucha por el destino del universo.
  Pero resulta que el Tío Feo no ha oído hablar de las reglas de boxeo del Marqués de Queensbury: tumba al árbitro sobre la lona y nuestro chico recibe palos durante catorce asaltos, así que parece que al universo le espera una mala racha de un millón de años.
  Pero, justo cuando está en el suelo y a punto de oír el final de la cuenta regresiva, sus poderes mágicos entran en acción, la princesa le lanza un beso, Obi Wan Kenobi le recuerda que la Fuerza lo acompaña, su intelecto mutante le permite fabricar un lanzarrayos de partículas con palillos y clips, y un criado al que una vez salvó la vida le inyecta cien miligramos de anfetas sagradas.
  Nuestro héroe se levanta de la lona a la cuenta de nueve y lanza un inspirado discurso: “Eh, tú”, dice al Villano Definitivo, “se te ha desatado el cordón del zapato”. Cuando Ming el Implacable baja la vista para comprobarlo, el Héroe del Pueblo le lanza un gancho a la mandíbula que lo saca del cuadrilátero y de la novela, haciéndolo volar hasta el segundo libro de la serie.
  El bien triunfa sobre el mal, se hace justicia, el héroe se casa con la princesa y se convierte en Emperador de Todas las Cosas, y todo el mundo vive feliz por siempre jamás.... o, por lo menos, hasta que llegue el momento de fabricar la segunda parte.

          En “El emperador de todas las cosas”, Spinrad tiene la tremenda ambición no sólo de glosar la parte mayoritaria de la literatura de ciencia-ficción y fantasía sino a fin de cuentas toda la literatura desde un punto de vista arquetípico y global: el resorte secreto de prácticamente todas las historias centradas por la figura de un héroe. Éste en particular es “un héroe que inspira simpatía: es la fantasía masturbatoria definitiva, el lector como Emperador del Universo, como Divinidad”. Independientemente de que se esté de acuerdo o no con esta visión, de entrada es claro que Spinrad ha dado con la razón por la cual la ciencia-ficción es, como se dice, una “lectura de adolescencia”. Es tal vez por eso que se deja de leer ciencia-ficción y fantasía e incluso mitología cuando se deja atrás la juventud, entendida como etapa de “sueños”, y se aborda la adultez, con todas sus decepciones y desilusiones, como etapa de “realidades”.
          Si tiene tanto éxito esa “fórmula primigenia para la acción-aventura” a la que Spinrad denuncia es porque está dirigida a los adolescentes, sí, pero también a esa pequeña pero significativa parte del adulto que no se resigna del todo a perder la capacidad de crecimiento, de sueño, de enfrentamiento con lo imposible, de trascendencia. Por eso tiene tanto éxito Star Wars lo mismo que toda la literatura de auto-ayuda y el seudo-esoterismo: porque, al igual que la saga del “Emperador de todas las cosas”, promete una revancha de todas las pérdidas. Lo malo es que una idéntica fascinación es la que rodeó al nazismo, que no hizo otra cosa con las ideas de Nietzsche.
          Spinrad sabe ubicar un digno contrapeso: la más lúcida revisión que se ha hecho al respecto, la de Joseph Campbell en El héroe de las mil caras (The Hero with a Thousand Faces, 1949), al que Spinrad sabe dar su sitio preciso: “el Héroe de las Mil Caras, a diferencia del héroe del Emperador de Todas las Cosas, es un ser humano prototípico embarcado en una búsqueda mística”.
          La misma contraposición podría establecerse experimentalmente en el cine de ciencia-ficción norteamericano, entre Star Wars y Star Trek; en otras palabras: George Lucas es a Gene Roddenderry lo que el “Emperador de todas las cosas” al “Héroe de las mil caras”. El problema reside que en otros casos no es tan fácil deslindar los bandos, y hay sagas que pisan ambos territorios, como Dune de Frank Herbert. Spinrad advierte este complejo fenómeno:

También es cierto que muchas auténticas obras maestras del género encajan cómodamente dentro de estos parámetros formales. Dune, Neuromante [Gibson], El libro del Sol Nuevo [Gene Wolfe], ¡Tigre, tigre! [Bester], la mayor parte del ciclo Dorsai de Gordon Dickson, El Señor de los Anillos [Tolkien], Los tres estigmas de Palmer Eldritch [Philip K. Dick], El Señor de la Luz [Zelazny], Nova [Samuel R. Delany], La intersección Einstein [Delany], las novelas del Mundo del Río de Philip José Farmer, Forastero en tierra extraña [Heinlein], Tres corazones y tres leones [Poul Anderson], y otras muchas novelas de auténtico valor literario son hermanas encubiertas, al menos en términos argumentales, de esta fórmula primigenia para la acción-aventura.
  Y si a eso vamos, también lo son el Libro del Éxodo, el Nuevo Testamento, el Bhagavad Gita, las leyendas del Rey Arturo, Robin Hood, Sigfrido, Barbarroja y Musashi Murakami, las vidas [tal como las cuentan los libros de historia] de Alejandro el Grande, Napoleón, George Washington, Simón Bolívar, Tokugawa Ieyasu, Lawrence de Arabia y Fidel Castro, por no mencionar Una tragedia americana, [Dreiser], El conde de Montecristo [Dumas], David Copperfield [Dickens], El hombre que podía hacer milagros [H.G. Wells] y Superman.
  Por tanto, es obvio que nos enfrentamos a algo más profundo que una simple fórmula de ficción comercial: se trata de una historia arquetípica intercultural que parece surgir del inconsciente colectivo de la especie, presente ahí en donde se cuenten historias, e incluso hay quienes aseguran que es la historia arquetípica.

          Spinrad (nacido en 1940 en el Bronx neoyorquino) no es un teórico sino un escritor, un inventor de ficciones, y su ensayo es divagante y un poco débil a la hora de los soportes éticos o filosóficos, pero su llamada de atención no puede sino agradecerse. Qué bien que nos haga recordar que el Héroe de las Mil Caras de Campbell tiene “un maestro espiritual shamánico” y que su viaje “es la historia de su despertar espiritual. Libra batalla con las facetas más bajas de su propia naturaleza, ya sea de forma abierta o transmutadas en una imaginería de villanos o monstruos. El inframundo o centro al que por fin consigue penetrar, es el Vacío que hay en el centro de la Gran Rueda, el nivel de la mente en donde el ego y la conciencia emergen de la base colectiva de la creación. Y la batalla definitiva en el centro es la lucha por conseguir la fusión mística de su espíritu con el mundo, el clímax triunfal mediante el que obtiene una trascendencia espiritual con la que puede volver al mundo de los hombres como Portador de Luz e inspiración heroica”.
          Este fenómeno puede entenderse ya no como el choque de dos formas opuestas de concebir el destino humano, sino como una sola forma antiquísima de concebirlo, que ha sido deformada con fines de manipulación colectiva. En otras palabras: contamos una única historia de dos modos distintos; una de ellas, la minoritaria, la del Héroe de las Mil Caras, es, después de todo —dice Spinrad—, “la historia de nosotros mismos, o al menos la historia de nuestras vidas que todos escribiríamos si pudiéramos poner las manos sobre el teclado del Procesador de Textos del Cielo, y por eso los narradores profesionales nos la siguen contando una y otra vez por todo el mundo a lo largo de los milenios, y por eso siempre estamos dispuestos a vivirla indirectamente una vez más”.
          Si esta historia originaria se cuenta de forma sincera y sin trucos, “puede hacemos sentir valientes, fuertes y alegres, y ello puede animarnos a realizar hazañas de valentía espiritual en nuestras propias vidas”, pero si se cuenta con trampas y bajezas para explotar nuestros deseos, apetencias y necesidades más íntimas y volverlas cómplices del poder instituido y del ulterior conformismo, se convierte en el otro modo de contar la misma historia: la del Emperador de Todas las Cosas, el mayoritario canto del poder masculino predador y la barbarie: el espíritu adormecido.
          Por eso es tan resonante el momento en que Spinrad plantea la diferencia entre el Emperador de Todas las Cosas, que es un Arnold Schwarzenegger vociferante y cargado de armas fálicas, y el Héroe de las Mil Caras, que es “el Hombre Corriente transformado en el Portador de la Luz, como el auténtico Bodhisattva, [que] rehúye la cima de la trascendencia ególatra y vuelve al mundo de los hombres no como un avatar de la divinidad, sino como un Hombre Corriente renacido, como avatar democrático del dios que hay en el interior de todos nosotros. Y esa es la verdadera luz del mundo, no la magnificencia de algún ungido Enchufado del Destino”.

*