jueves, 26 de noviembre de 2020

El misterio de los cien monos (LX)

DGD: Morfograma 111, 2020.

 

 

Un mosaico mundial, un caleidoscopio cósmico

 

Desde la infancia, Paul Kammerer acostumbraba anotar todo tipo de coincidencias, tanto las de su experiencia personal como las vividas por otros, extrañado por la forma en que se habla siempre de este tipo de cosas: con un estupor que no deja rastro. Sus observaciones en parques y trenes buscaban recurrencias de primer grado, por así llamarlas, pero su meta era encontrar el sistema que a través de múltiples gradaciones culmina en casos que sólo pueden calificarse como “imposibles”. Los niveles de complejidad de las coincidencias pueden ser simples (sombreros o paraguas) o más sofisticados (sombreros y paraguas), hasta darse en un nivel tan alto que sólo puede hablarse de “un milagro” (como el encuentro que menciona: los dos soldados de nombre Franz Richter, de la misma edad y procedencia, que coinciden en un hospital en el mismo momento aquejados de un idéntico padecimiento); sin embargo, todos los niveles son capaces de recibir el nombre de figura. A partir de su colección de coincidencias, Kammerer concluyó: “De tal forma arribamos a la imagen de un mosaico mundial, o de un caleidoscopio cósmico que, a despecho de constantes permutaciones y combinaciones, también se encarga de unir lo semejante”.

          Para Kammerer, lo que llamamos coincidencias aisladas son sólo la parte notable, como la punta del iceberg, de un entramado no sólo existente sino perceptible minuto a minuto. Sin embargo, existe el acuerdo de no advertir ese entramado; Jung explica por qué: “En la mayor parte de los casos se trata de cosas de las que la gente no habla, por temor a exponerse a un terrible ridículo” (The Structure and Dynamics of the Psyche, 1960). Hay, pues, un condicionamiento de la percepción que es cultural y específicamente social, puesto que la mentalidad de las sociedades odia lo unido, es decir lo simultáneo. Educar la percepción equivale, en primer sitio, a rechazar el consenso de ignorancia deliberada. En un punto de su búsqueda, quien logra el portento de des-educarse dejará de ver “concurrencias” (regularidades) y se dará cuenta de que es la percepción humana la que da una “serialidad” a lo que en sí es una magnitud ubicua.

 

 

El arte y el lenguaje simultáneo de la naturaleza

 

En un texto aparentemente ligero (“The God Out of the Machine”, 1987, título que refiere a la locución latina Deus ex machina), James Bryson se pregunta por qué aceptamos maravillados las coincidencias en la vida cotidiana (pero es una maravilla en silencio: en todo caso las reservamos para conversaciones íntimas que no dejan rastro puesto que no existe un discurso capaz de englobarlas), mientras que las recibimos con el mayor rechazo en el arte narrativo: cuando una casualidad demasiado forzada aparece para resolver en un segundo un conflicto literario o cinematográfico, exclamamos con sorna “¡qué casualidad!” ¿Por qué sucede esto, si la narrativa (al menos en sus laderas así llamadas “realistas”) se concibe como un “espejo de lo real” y la realidad está colmada de este tipo de coordenadas azarosas? El propio Charles Fort parece responder a esta pregunta en El libro de los condenados:

 

Este libro es una mezcla de ciencia y de mala ficción. Y toda ficción es mala, mezquina o rudimentaria, desde el momento en que se apoya demasiado en la coincidencia. Ni siquiera la coincidencia triunfa en el escritor individual, sino en la dispersión del tema. [...] Pienso por mi parte que la lógica, la ciencia, el arte y la religión no son, en la corriente de nuestra “existencia”, más que premoniciones de un despertar que ha de venir, como la conciencia nebulosa de la realidad exterior en la mente de una persona que duerme.

 

Kammerer parece haberse obsesionado por probar que había una ley detrás, una gran coincidencia secreta expresada a través de una especie de “arte narrativo de la realidad”. Lo que en una novela o una película nos parece una absurda coincidencia, no es menos absurda en la vida cotidiana si se juzga con ese parámetro. Sólo en el primer caso las coincidencias suelen ser vistas como recursos: son una entre muchas de las herramientas dramáticas con que cuenta un novelista o un guionista (aquí se acepta sin pestañear que las leyes de la naturaleza han influido al arte); no obstante, en el segundo caso se conciben vagamente como misteriosos designios de la naturaleza o de la realidad (sólo con sorna y fugaz asombro se dice que el arte influye a la naturaleza). Si rechazamos las coincidencias forzadas en la dramaturgia narrativa es acaso porque pueden ser directamente atribuidas a un individuo (el autor), falible por definición; en cambio, las de la cotidianidad sólo pueden ser asignadas a magnitudes inciertas e inefables (azar, Dios, vida). Mas ¿por qué no aprovechar la analogía y ver a las coincidencias diarias como recurso dramático? ¿Por qué no concebirlas como parte de un lenguaje que posee su propia gramática y sintaxis? ¿Por qué no aceptar que el arte (es decir, esas otras magnitudes inciertas: mente, psique, espíritu) puede estar tratando de hablar el lenguaje simultáneo de la naturaleza?

 

*

 

Libros citados

Bryson, James: “The God Out of the Machine”, en Phlogiston SF Magazine, n. 15, University of Welington (Nueva Zelanda), noviembre de 1987.

Fort, Charles: The Book of the Damned (1919), Dover Publications, Mineola (Nueva York), 2002. [El libro de los condenados, Ediciones Petronio, Barcelona, 1976.]

Jung, Carl Gustav: “The Structure and Dynamics of the Psyche” (1960), en The Collected Works of C.G. Jung, vol. 8, Routledge-Princeton University Press, Princeton, 1973.

Kammerer, Paul: Das Gesetz der Serie, Deutsches Verlag-Anstalt, Stuttgart/Berlín, 1919.

 

 

[Leer El misterio de los cien monos (LXI).]

 

 

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domingo, 15 de noviembre de 2020

El misterio de los cien monos (LIX)

DGD: Morfograma 110, 2020.

 

 

Todo es, naturalmente, sobrenatural

 

Ya en el primer momento en que Paul Kammerer intenta re-educar su percepción, descubre la necesidad de unirse (“Si no se está unido no se capta el portento”). Así, se relaciona menos con sus colegas científicos (que buscan patrones para regularizar lo irregular) que con las búsquedas metafísicas de los “cazadores de coincidencias” (aquellos que requieren trascender la regularidad culturalmente inducida y ver), esa rara vocación ya manifiesta en el propio Jung, y tanto en el astrónomo francés Camille Flammarion como en el astrólogo Michel Gauquelin, de igual nacionalidad. Mas esa ilustre nómina debe coronarse con Charles Fort (1874-1932), cuya copiosa “colección” no sólo de coincidencias inexplicables sino de todo tipo de sucesos maravillosos e insólitos (colección difundida en sus libros y ahí comentada por él de un modo tan ecléctico como rotundo) generó la corriente Doubt,[1] apuntaló el desarrollo de la ciencia-ficción y fue una de las principales inspiraciones de esa otra gran corriente, el realismo fantástico de Pauwels y Bergier.

          El libro de los condenados (1919) de Fort, hoy objeto de culto, consagra su título a quienes se atreven a refutar los dogmas oficiales de la ciencia. Una de las premisas de este vehemente autor resuena con antiguos ecos: “Si a fin de cuentas nunca ha existido una explicación natural para cualquier cosa, todo es, naturalmente, sobrenatural”. En El libro de los condenados, Fort hace un enlistado de cientos de hechos insólitos consignados lo mismo en documentos antiguos que en las revistas y periódicos que Fort coleccionaba, y que parecen haber acontecido en todos los tiempos (aun en este presente que los sigue desconociendo no menos que el pretérito). En estas páginas hace especial énfasis en las misteriosas y abundantes “lluvias”: una y otra vez han caído del cielo objetos de metal, fibras de seda, sustancias desconocidas, telas de araña, trozos de hielo, sangre, y hasta cruces y animales (ranas, peces, medusas, larvas...). Con un corrosivo humor negro, Fort satiriza las ridículas “explicaciones” de estos hechos dadas por los científicos de su tiempo.[2]

          Mas en el fondo late en Fort una gran intuición, compartida con entusiasmo por los surrealistas. Escribe:

 

Siempre he encontrado interesante recorrer una calle, mirar lo que me rodea y preguntarme a qué se parecerían todas estas cosas si no se me hubiera enseñado a ver caballos, árboles y casas allí donde hay caballos, árboles y casas. Estoy persuadido de que, para una visión superior, los objetos no son más que constreñimientos locales fundiéndose instintivamente los unos con los otros en un gran todo global.

 

Fort encuentra que es más difícil cerrar la mirada voluntariamente que dejarla libre para advertir el gran juego de las configuraciones: “El precio de los pijamas en Jersey City se ve afectado por el mal carácter de una suegra groenlandesa o por la demanda en China de cuernos de rinoceronte para la curación de los reumatismos. Ya que todas las cosas son continuas, están unidas entre ellas con una homogeneidad subyacente”.

          Es exactamente la intuición de Julio Cortázar sobre las figuras, un tema del que son buen ejemplo estas líneas de La vuelta al día en ochenta mundos (1967):

 

Imposible tocar fondo hasta ese punto sin volver a la superficie con la convicción definitiva de que cualquier batalla de la historia pudo ser un té con tostadas en una rectoría del condado de Kent, o que el esfuerzo que cumplo desde hace una hora para escribir estas páginas vale quizá como hormiguero en Adelaida, Australia, o como los tres últimos rounds de la cuarta pelea preliminar del jueves pasado en el Dawson Square de Glasgow. [...] Metáforas que apuntan hacia esa vaga, incesante dirección: el latigazo de la triple carambola, la jugada de alfil que modifica las tensiones de todo el tablero: cuántas veces he sentido que una fulgurante combinación de fútbol (sobre todo si la hacía River Plate, equipo al que fui fiel en mis años de buen porteño) podía estar provocando una asociación de ideas en un físico de Roma, a menos que naciera de esa asociación o, ya vertiginosamente, que físico y fútbol fuesen elementos de otra operación que podía estarse cumpliendo en una rama de cerezo en Nicaragua, y las tres cosas, a su vez...

 

En su correspondiente libro (mucho más cauto que el de Fort pero no menos ambicioso), Paul Kammerer enlista sus cien ejemplos favoritos de serialidad; de todos ellos, el que menciona como su favorito es sin duda el más apabullante. En 1915 numerosos soldados que combatían en la Gran Guerra fueron internados en el hospital militar de Katowitze, Bohemia; entre esa multitud de heridos y enfermos, dos de ellos, que ingresaron al nosocomio procedentes de distintos puntos del conflicto, guardaban entre sí más de una relación: ambos tenían 19 años de edad, habían nacido en Silesia, eran voluntarios en los cuerpos de transporte, estaban afectados de neumonía y... los dos se llamaban Franz Richter. Nunca antes se habían encontrado ni sabían uno de la existencia del otro. La probabilidad de que se presente tal suma de coincidencias es tan remota que casi toca lo imposible. Y sin embargo, se trata de un hecho documentado, un ejemplo extremo de algo que nada tiene de excepcional en la vida cotidiana.

 

*

 

Libros citados

Cortázar, Julio: La vuelta al día en ochenta mundos, Siglo XXI, México/Madrid, 1967.

Fort, Charles: The Book of the Damned (1919), Dover Publications, Mineola (Nueva York), 2002. [El libro de los condenados, Ediciones Petronio, Barcelona, 1976.]

 

 

Notas

[1] Duda, nombre de la revista editada por la Sociedad Forteana en la que se recogen los “hechos malditos” por la ciencia.

[2] Si bien la corriente Duda ha sido banalizada hasta el cansancio e incluso incorporada a los contenidos dramáticos televisivos de consumo (el caso más representativo es la serie The X-Files), otros autores continúan con el intento de una investigación seria que, justamente por serlo, desafía a los aún sólidos paradigmas de la ciencia. Uno de ellos puede verse en la Mammoth Encyclopedia of the Unsolved (Carroll & Graf, Nueva York, 2000), en la que Colin Wilson reúne los “setenta y cinco misterios más persistentes del mundo”, desde la Atlántida y las pirámides hasta el Triángulo de las Bermudas, desde los milagros hasta los fenómenos conocidos como poltergeist.

 

 

[Leer El misterio de los cien monos (LX).]