domingo, 25 de junio de 2023

“El universo se investiga a sí mismo”: Roberto Juarroz

DGD: Postales, 2023.

 

r e t r a t o s   (e n)   (c o n)   p o s t a l e s

“El universo se investiga a sí mismo”: Roberto Juarroz

 

Nota

La poesía como la forma más sublime de la filosofía. La filosofía como un ejercicio de abismo que sólo en la poesía puede aprender equilibrismo. La paradoja entendida no como efecto sino como causa. El lenguaje sometido al pensamiento y no a la inversa. El rigor inaudito del zen aunado al compromiso más intenso con el ámbito de la experiencia humana. “Poesía de una abrasada transparencia” —en palabras de Vicente Aleixandre—, la poesía de Roberto Juarroz (Coronel Dorrego, Provincia de Buenos Aires, 5 de octubre de 1925-Temperley, 31 de marzo de 1995), fue descrita por Octavio Paz de esta manera: “Cada poema de Roberto Juarroz es una sorprendente cristalización verbal: el lenguaje reducido a una gota de luz. Un gran poeta de instantes absolutos”. Antonio Porchia, el gran maestro italo-argentino autor de Voces, cuya obra irrepetible fue conocida gracias al propio Juarroz (pronúnciese “juárros”), escribió: “Sin misterio, todo sería muy poco, tal vez nada. Y creador del misterio es el poeta, pero el poeta como Roberto Juarroz, uno de los mayores poetas de nuestro tiempo. Es difícil elogiar a quien merece más que elogios. En estos poemas cualquier palabra podría ser la última, hasta la primera. Y sin embargo, lo último sigue”. Juarroz dio a toda su obra poética una única designación: Poesía vertical, que se publicó en volúmenes numerados, desde Poesía vertical I (1958) hasta Poesía vertical XIV (1997). El texto siguiente está formado por fragmentos de La fidelidad al relámpago. Conversaciones con Roberto Juarroz.[1] [DGD]



 

Comencé a leer poesía muy pronto, tratando de penetrar en el conocimiento de los grandes poetas, que es la gran escuela para perfeccionar la escritura y la visión del lenguaje. Cuando a veces me preguntan “¿cuál es el método óptimo para perfeccionar la escritura poética?”, respondo que no hay sino un camino: leer, pero leer con detenimiento, saber detenerse en cada línea, en cada giro, en cada imagen, en cada elemento, en cada silencio de los grandes poetas.

            Unido a esto (y no pretendo que esta experiencia sea compartida por todos), en mi juventud fui sintiendo que en buena parte de la poesía, y aun en los grandes poetas, había zonas relajadas, un poco elásticas, remplazables, zonas que podían dejarse de lado. Encontraba en muchos autores (y hoy creo que en la mayor parte de la poesía) fragmentos de sus obras en donde la descripción, la anécdota o la efusión sentimental devoran a la poesía. Entonces empecé a vivir la nostalgia por la aventura de buscar una poesía más ceñida, donde cada elemento estuviera como algo insustituible y si corriéramos una coma o cambiáramos de lugar una palabra o un blanco se produjera una pequeña catástrofe; una poesía que no se limitara a cultivar lo atmosférico o las reacciones sentimentales, sino que tuviera (osara tener) la posibilidad de reunir de una vez por todas lo que ha sido tan falsamente dividido: el pensar y la emoción.



            Buscando todo eso sentí también que comúnmente vivimos en un espacio pequeño de la realidad, un segmento diminuto. No es que no sea realidad lo que se hace: todo es realidad, pero vivimos al costado, con las fronteras muy cerca, muy limitadamente. La poesía tiene como objeto inmediato, básico, producir una fractura y ésta consiste en quebrar la escala consuetudinaria, la escala repetitiva, empequeñecida de lo real. Es abrir la realidad y proyectarla en la escala mayor, entendiendo por escala mayor no una abstracción, una hipótesis o una utopía. El hecho mismo de estar nosotros reunidos en un lugar, es al mismo tiempo estar reunidos en el infinito. Así, eso de lo cual no nos acordamos, o que sólo vivimos como una escenografía, eso vivido, eso expresado, es el comienzo de la poesía.

            La idea de verticalidad supone atravesar, romper, ir más allá de la dimensión aplanada, estereotipada, convencional, y buscar lo otro. A veces digo que la poesía no tiene su reino en este mundo; evidentemente si uno ve lo que ocurre alrededor (los poderes, las políticas, las ideologías, toda esa pavada que nos circunda), concluye que la poesía no pertenece a este mundo. Sin embargo, le pertenece. Ante todo, porque no es tampoco del otro mundo; la poesía es cosa de hombres, no de ángeles. El poeta no tiene otra alternativa que inventar o crear otros mundos. La poesía crea realidad, no ficción. Afirmo que la poesía es realidad, y para mí es la mayor realidad posible porque es la que cobra conciencia real de la infinitud. Así entiendo aquella frase tan conocida de William Blake: “Si limpiáramos las puertas de la percepción, cada cosa aparecería tal cual es, es decir, infinita”.

 


            Me parece que una de las grandes exigencias de la poesía actual es sentirla como dimensión última del lenguaje, de la expresión del hombre en las cosas que no pueden decirse de otra manera (porque si no, sería mejor decirlas de otra manera). Como afirma Eliot, la poesía dice lo que no puede decir la prosa. Creo que cuesta mucho entender esto; parece un pequeño trabalenguas y por otra parte es tan simple. Una de las grandes perspectivas, de las grandes apetencias de la poesía moderna es reconquistar la unidad perdida. Reconquistar, por tanto, esa conjunción de palabra y silencio (el afuera y el adentro de la palabra) que es el poema.

 

 

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Graduado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, Roberto Juarroz realizó estudios de perfeccionamiento en La Sorbona, en donde alcanzó más tarde el cargo de profesor titular. Fue director del Departamento de Bibliotecología y Documentación de la mencionada facultad, en donde ejerció la docencia durante treinta años. Asimismo se desempeñó como bibliotecólogo para la UNESCO y la OEA en diversos países. De 1958 a 1965 dirigió la revista Poesía = Poesía y colaboró en numerosas publicaciones argentinas y extranjeras. Fue crítico bibliográfico del diario La Gaceta (Tucumán, 1958-1963), crítico cinematográfico de la revista Esto Es (Buenos Aires, 1956-1958) y traductor de varios libros. En 1980 fue invitado a París para la presentación de la más importante versión francesa de su poesía, editada por Fayard. Participó en una larga serie de congresos internacionales de escritores. Desde junio de 1984 fue miembro de número de la Academia Argentina de Letras. Recibió, entre otras distinciones, el Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía (1984), el premio Esteban Echeverría que concede anualmente la Asociación Gente de Letras de Buenos Aires por la totalidad de una obra (1984), el premio Jean Malrieu de Marsella (1992) y el premio de la Bienal Internacional de Poesía (Lieja, Bélgica, 1992). Su obra ha merecido abundantes estudios críticos y ha sido vertida a numerosas lenguas.

 

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Nota

[1] La fidelidad al relámpago. Conversaciones con Roberto Juarroz, Ediciones Sin Nombre/Juan Pablos Editor, col. Los Libros del Arquero, México, 1998; entrevista y edición de Daniel González Dueñas y Alejandro Toledo. (Traducción francesa de Jacques Ancet: Roberto Juarroz: Fidélité à l’éclair. Conversations avec Daniel González Dueñas et Alejandro Toledo, Éd. Lettres Vives, coll. Terre de Poésie 40, París, 2001.)

 

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 [Leer Dolores Castro: “Todo se vuelve fondo”]

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