martes, 25 de julio de 2017

La literatura “rara” y las corrientes subterráneas (XIII)



¿Qué queda luego de la lectura de estos libros antológicos mencionados, además del extrañamiento en el lector? Acaso una respuesta contundente es ofrecida por un texto incluido en el primer volumen de Locos, excéntricos y marginales en las literaturas latinoamericanas: “Del degenerado al raro (crítica psiquiátrica y modernismo)”. Un título así se vuelve una condescendencia casi conmiserativa hacia la extrañeza, y este registro se extiende a todos los autores recopilados en estos volúmenes.



          Nadie se preocupó por lo sensacionalista del título Locos, excéntricos y marginales en las literaturas latinoamericanas. De hecho, debe haber sido elegido con cuidado para buscar lo que se llama “una estrategia de mercado”. A fin de cuentas este libro no difunde a escritores secretos, sino vende formas más o menos pintorescas de la locura —y a veces, incluso, formas llamativas de la degeneración. ¿Cuántos de estos autores se horrorizarían de verse metidos en esta coctelera, y sobre todo del hecho de que la posteridad haya terminado concibiendo sus visiones del mundo como degeneración, como excentricidad, como demencia?


Los géneros inestables: la extrañeza

Intentemos ahora otra aproximación, ya con ejemplos concretos. Hay un eficiente lema según el cual



La elección de ejemplos o de nombres en el terreno de lo inaprensible es ya una forma de autodefinición. El adjetivo “raro” tiene varias inflexiones:



En el extremo de una escala, “raro” se usa como sinónimo de anomalía (en el sentido en que la medicina habla de psicopatía, la ley de crimen y la religión de pecado); a mitad de la escala se usa como infrecuente (“una rareza”) y en el otro extremo equivale a precioso (como en “rara gema”). Hay quien prefiere el extremo oscuro de la escala (la faceta demoniaca o demencial); hay quien se sitúa en la parte media (en la que suele colocarse una miscelánea de rubros: de lo vanguardista a lo naïf, de las ciencias alternativas a la teoría queer, de lo agenérico a lo intergenérico...); hay quien busca en los raros la enseñanza que falta en un mundo deshumanizado (extremo luminoso de la escala). Tomaremos este último camino.


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domingo, 16 de julio de 2017

La literatura “rara” y las corrientes subterráneas (XII)




Se dice, acaso sin demasiada exageración, que cada escritor que llega a la “marquesina” desbanca a sus antecesores y representa (u oculta) a otros cien que permanecen en la sombra y que “naturalmente” luchan con furia por ocupar el mismo sitio. Quien analiza el panorama a partir de esta mentalidad se basa en un razonamiento que, en principio, no parece falso: no hay escritor que voluntariamente se autodefiniría como “secreto”. Ergo, la meta de toda literatura es la marquesina, ya sea (en un extremo) por ansia de poder o (en el otro) por necesidad de divulgación. Y si todas las motivaciones —éticas o no— tienen una sola meta, el rubro “escritor secreto” surge siempre desde fuera e implica a aquel cuya estrategia de poder falla (en un extremo), lo mismo que a aquel otro que no tiene los medios para promocionarse (en el otro).
          Todos los escritores, pues, estarían jugando el mismo juego, independientemente de sus respectivas motivaciones: un juego de poder. Parte de ese juego, entonces, es que todo jugador acepte que si carece de “méritos” se le atribuyan rubros que jamás habría elegido para sí mismo o para su obra y que provienen siempre desde fuera: excéntrico, marginal, heterodoxo, anómalo, inclasificable.



Todos estos adjetivos están en la misma línea que loco, peligroso, olvidado..., y estos últimos se dirigirán a todo aquel que quiera jugar el juego, para advertirle de los peligros que corre si en verdad quiere dejar el anonimato, y si persiste, los modos aceptados de llamar la atención.
          Ese sobreentendido según el cual todo escritor heterodoxo necesita por fuerza de la ortodoxia, se apoya en la obviedad de que aun los escritores secretos publican, es decir requieren lectores, buscan reconocimiento.



Sin embargo, ¿se trata de lo mismo? ¿Será posible intuir una diferencia, aunque sea difícil especificarla en cada caso, entre los escritores que demandan ser reconocidos en todos los niveles, y los que publican para encontrar lectores, en el más alto sentido del término? Si esa diferencia existe, puede acaso enunciarse de otro modo: hay escritores que hablan para ser notados, y existen aquellos que “hablan como no debiendo hablar”, esto es, que son vencidos por lo que dicen. Es la afirmación del maestro italo-argentino Antonio Porchia:




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