sábado, 9 de agosto de 2025

Hugo von Hofmannsthal: realidad superada (1)

 

DGD: Postales, 2021-2025.

 

r e t r a t o s   (e n)   (c o n)   p o s t a l e s

Aforismos de Hugo von Hofmannsthal (1)

 

[Hugo von Hofmannsthal (Viena, febrero 1 de 1874-Viena, julio 15 de 1929) publicó su primer poema (La muerte de Tiziano) cuando tenía 16 años, así como piezas cortas en verso que le granjearon la amistad de Arthur Schnitzler, Stefan George y Rainer Maria Rilke. Más tarde exploró en otros territorios como la narrativa, el teatro (La torre, 1925) y la música, como libretista de Strauss (El caballero de la rosa, 1910). Su Carta de lord Chandos (1902) sacudió a la cultura europea desde sus bases mismas; supuestamente escrita en 1603 por Philip, Lord Chandos, y dirigida al filósofo Francis Bacon, esta carta no es sólo una renuncia a la poesía lírica y un cambio de rumbo literario a sus veintisiete años, sino que refleja la creciente desconfianza hacia el lenguaje que determinará a las sucesivas modernidades. Tal renuncia “tiene que ver con la compasión, con una asociación comprensible de ideas humanas; si otro atardecer encuentro bajo un nogal una regadera medio llena que ha olvidado ahí un jardinero, y si esa regadera, y el agua dentro de ella, oscurecida por la sombra del árbol, y un ditisco que rema en la superficie de esa agua de una oscura orilla a la otra, si esa combinación de nimiedades me estremece con tal presencia de lo infinito, me estremece desde las raíces de los cabellos hasta los tuétanos de los talones, de tal manera que desearía prorrumpir en palabras de las que sé que, si las encontrara, subyugarían a esos querubines en los que no creo”. La cosmovisión de Hofmannsthal cobró la forma de la literatura fragmentaria: El libro de los amigos, del que proceden las piezas incluidas en esta y las dos siguientes entradas. (DGD)]

 

El hombre sólo percibe del mundo aquello que ya está en él, pero necesita del mundo para darse cuenta de lo que tiene en sí mismo. Bien es verdad que para ello son necesarios la actividad y el sufrimiento.

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El amor y su transformación, el odio, son el medio propiamente dicho de la vida, porque sólo ellos sacan las consecuencias de los otros individuos.

 


¿No somos los más pobres allí donde más seguros estamos y los más ricos ahí en donde más amenazados nos sentimos? ¿No habría que buscar constantemente la amenaza? ¿No hay un cierto hálito de muerte y descomposición alrededor de todas las instituciones en las que la vida se relega frente a los mecanismos de la vida, frente a las instituciones, las escuelas públicas, el funcionamiento seguro de los sacerdotes, etcétera?

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De niño, cada hombre toma parte en los recuerdos de sus abuelos; de viejo toma parte en las esperanzas de sus nietos. De esta manera cada uno abarca cinco generaciones, de cien a ciento veinte años.

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A la experiencia hay que juzgarla desde una doble perspectiva: en la medida en que excita la conciencia y en la medida en que la oprime.

 


Un entendimiento normal es como un mal perro de caza que encuentra rápidamente el rastro de un pensamiento para perderlo rápidamente de nuevo; una inteligencia extraordinaria es como un perro-guía que sigue las huellas hasta que sorprende lo vivo.

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Quien se va haciendo viejo siente cómo sigue siendo culpable a lo largo de todas las situaciones y complicaciones de la vida. Sin embargo, en todo hombre habita una especie propia de inocencia. Es la que lo mantiene erguido, aunque él no sepa cómo.

 


El hacer valer una cosa y creer en ella son dos conceptos de esferas distintas.

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El que piensa que lo social es algo más que un puro símbolo se equivoca.

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Hay algo en nosotros que está sobre y detrás de cualquier época y que juega con todas ellas.

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Es al comienzo de la vida cuando más subjetivos somos y cuando menos comprendemos la subjetividad de los otros.

 


El amor moderno es una melodía débil con una gran orquestación.

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Las personas amadas son bocetos de cuadros posibles.

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No hay nada más raro en el mundo que la voluntad; y con todo, la poca voluntad que es concedida a los hombres es suficiente como para transformar todos sus juicios.

 


Los hombres de nuestro tiempo experimentan su peculiaridad en vivencias intermedias, en malentendidos inexplicables, en despistes productivos.

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La alegría exige más valor y más entrega que el dolor. Entregarse a la alegría es tanto como retar a algo desconocido y oscuro.

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El presente es la parte absolutamente penosa de la existencia, aunque es algo provisional.

 

 

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Hugo von Hofmannsthal: El libro de los amigos, Cátedra, Letras universales, Madrid, 1991.

Hugo von Hofmannsthal: Carta de Lord Chandos y otros textos en prosa, Alba Editorial, Barcelona, 2001.

 

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martes, 29 de julio de 2025

Lichtenberg: inmensidad de lo pequeño

 

DGD: Postales, 2022-2025.

 

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Lichtenberg: inmensidad de lo pequeño

 

[Georg Christoph Lichtenberg (Ober-Ramstadt, julio 1 de 1742-Gotinga, febrero 24 de 1799), matemático, astrónomo y el primer profesor de física experimental de Alemania, tenía como territorio fundamental a la filosofía; bastan para probarlo sus Aforismos, publicados de forma póstuma entre 1800 y 1806, y a los que irónicamente llamaba Waste Books (“a la manera de los tenderos ingleses que llevan un waste-book”, advirtió, “en donde anotan ventas y compras en total desorden para luego sumarlas y restarlas”). Escritos en multitud de cuadernos a lo largo de 34 años sin destinarlos a la publicación; admirados por Tolstoi, Einstein y André Breton; leídos con atención por Goethe y Kant; reconocidos por Nietzsche y Wittgenstein como influencia en sus respectivas cosmovisiones radicales, los aforismos de Lichtenberg son un invaluable testimonio de un pensamiento libre, crítico e insobornable. Acaso una representación visual de ese pensamiento son las “figuras de Lichtenberg”, resultado de los experimentos fotográficos con alta tensión que realizó en 1777, esparciendo licopodio en polvo sobre una placa altamente electrizada con objeto de estudiar las ramificaciones de las descargas eléctricas: árboles de luz, rueca del relámpago. Lichtenberg asumía plenamente la universalidad: “Quien sólo entiende de química, tampoco la entiende”. O bien: “El primer paso de la sabiduría es echar la culpa a todo; el último, reconciliarse con todo”.

   Uno de los fragmentos (“aforismo” es una palabra que Lichtenberg jamás usó para definir su escritura) sin duda central es aquel en que recoge un instante que para otros autores sería perfectamente insignificante: “No te haré sombra, pequeño animalito (era una araña). El Sol te pertenece tanto como a mí”. Reconocer una esencial igualdad (una hermandad, diría el de Asís) con una criatura consciente y sintiente, más allá de su tamaño y de su puesto en la escala superioridad/inferioridad en que se basa la mentalidad humana, muestra un desarrollo de la conciencia desconocido en Occidente. No hay en ese apunte (en esa voz, casi diríase en honor de Antonio Porchia) un intelecto condescendiente sino una transparencia que redefine a la humanidad del poeta.

   “A diferencia de casi todos los escritores de máximas, apotegmas o aforismos en sentido estricto”, escribe Juan Villoro, “Lichtenberg no habla desde una certeza sino desde un asombro. Su escritura es fragmentaria, no porque el pensamiento busque condensar sino porque se detiene, sorprendido de lo que es capaz al entrar en contacto con la página. [...] ‘Inmensidad de lo pequeño.’ Esta expresión cifra el estilo literario de Lichtenberg, que se mueve en rápidos cortocircuitos, privilegiando las chispas e ignorando los incendios.” (DGD)]

 









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Georg Christoph Lichtenberg: Aforismos (Sudelbücher, 1902-1908), Fondo de Cultura Económica, Breviarios 474, México, 1989, 1992; trad.: Juan Villoro.

 

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 [Leer Hugo von Hofmannsthal: realidad superada (1)]

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