sábado, 8 de noviembre de 2025

Reunión (29). El sueño, 5

 

DGD: Postales, 2022-2025.

 

r e t r a t o s   (e n)   (c o n)   p o s t a l e s

Abismos

D.G.D.

 

a Santiago Bao, poeta onírico

 

Cada noche de mi vida caigo en el gran engaño, el mismo, una y otra vez: lo que estoy viviendo es real, irrefutablemente real..., hasta el instante en que aquello que he vivido se revela como un sueño.

 

De nada sirve que lo haya experimentado cientos, miles de veces: cada ocasión es la primera porque esa realidad onírica —tan intensa, tan real— borra, así sea provisionalmente, la memoria de toda otra realidad.

 

La clave radica en que entonces yo ignoro que se trata de algo “provisional” y no sé que pueda existir “otra” realidad. (Pero existe, y no una sino innumerables: esa es la primera enseñanza.)

 

Si conservara la memoria, me diría “esto es un sueño” y no lo tomaría en serio; sin amnesia lo viviría como un simulacro, una farsa, un mero juego de la mente. Pero si soy engañado con tal eficacia, si cada noche el sueño me prueba su altísima realidad, ¿es acaso para que, durante el día, la vigilia me pruebe su abismal irrealidad?

 

Tengo memoria diurna: cuanto estoy despierto, recuerdo el día de ayer. Tengo amnesia nocturna: cuanto estoy dormido, no recuerdo ningún otro sueño y ni siquiera haber soñado (sí, a veces en sueños reconozco rostros, sitios y paisajes, me digo ya he estado aquí; a veces incluso me quedo dormido y hasta sueño, pero todo eso no hace sino intensificar y reunificar la realidad de lo que vivo). ¿En qué forma dependen, una de la otra, esa memoria que aparenta continuidad y esa amnesia discontinua?

 

¿Cuántas cosas olvido provisionalmente en la vigilia y a dónde van esos olvidos? (Pienso en el parpadeo, esa noche instantánea e inadvertida que refresca los ojos y la mente, y que rompe desde dentro lo que yo me obstino en creer que es una percepción continua sobre el mundo.)

 

¿Cuántas cosas recuerdo en el sueño y dónde se acumulan tales recuerdos? (Pienso en esas certezas inauditas que de modo abrumador y fragmentario brotan en los sueños y que parecen testimonios de otra continuidad, y acaso de un mundo en donde todo es simultáneo.)

 

No importa cuántas veces he sido engañado por el sueño: de nueva cuenta despierto entre alaridos y manotazos. Pero despierto, por unos instantes, lúcido.

 

Mientras tanto, las pruebas diurnas de la realidad del mundo se suceden insidiosas aunque una sola habría sido suficiente. Esa monotonía termina por arrullarme.

 

De noche se me engaña para despojarme de toda posibilidad de comparación: la realidad que vivo en los sueños es absoluta y única. De día soy capaz de recordar que he soñado y de comparar esa realidad nocturna con la diurna. Es sólo por esta comparación que la realidad soñada se vuelve relativa y abstracta, mientras que la realidad diurna (por si hicieran falta más “pruebas”) se torna a su vez absoluta y única.

 

La solidez del día depende de volver insustancial la solidez de la noche.

 

¿Quién engaña con tan recurrente perfección, puesto que cada sueño elimina el recuerdo de los engaños anteriores?

 

¿Y quién acumula “pruebas” de la concreción de la vigilia? Yo no pido esas evidencias, y de hecho me aletargan, puesto que cada una es la repetición al infinito de la misma evidencia.

 

Con qué facilidad el sueño elimina a la vigilia y también a los sueños anteriores: no podría ser engañado si supiera que estoy dormido.

 

Con qué dificultad la vigilia intenta parecer continua, cuando es rota de tanto en tanto por esos fragmentos nocturnos de realidad irrefutable.

 

Sin embargo, no sabría qué tan real es el sueño (o el engaño) si no despertara a continuación.

 

Y no sabría qué tan irreal es la vigilia (y qué tan engañosas son sus pruebas de realidad) si no me deslizara irremediablemente al sueño a cada tanto.

 

El engaño me sacude. La prueba me adormece.

 

El sueño no prueba nada. La vigilia engaña.

 

La noche muestra y demuestra. El día acumula simulacros. Y lo único irrefutable es el abismo.

 

¿Cuál es el verdadero engaño? ¿Por qué una supuesta memoria de lo “real” depende de una rotunda amnesia de lo “irreal”?

 

¿Es que de noche debo olvidar que estoy dormido para ser capaz de recordar, durante el día, que no estoy despierto?

 

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P O S T A L E S  /  D G D  /  E N L A C E S

Voces de Antonio Porchia

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martes, 28 de octubre de 2025

Reunión (28). El sueño, 4

 

DGD: Postales, 2022-2023.

 

r e t r a t o s   (e n)   (c o n)   p o s t a l e s

Reunión (28). El sueño, 4

 

[El sueño conforma uno de los más esenciales recursos de Marcel Proust en la redacción de En busca del tiempo perdido: “El sueño era todavía uno de los hechos de mi vida que más me habían impresionado siempre, que más debieron servir para convencerme del carácter puramente mental de la realidad, y cuya ayuda no desdeñaría en la composición de mi obra”. En El tiempo recobrado practica un recuento: “[E]ra la hora en que me reclamaba el otro maestro a cuyo servicio estamos cada día un tercio de nuestro tiempo. La tarea que nos impone la realizamos con los ojos cerrados. Todas las mañanas nos entrega de nuevo a nuestro otro dueño, sabiendo que, sin esto, nos entregaríamos mal a sus órdenes. Curiosos por saber lo que hemos podido hacer bajo el dominio de ese dueño que recuesta a sus esclavos antes de ponerlos a una tarea determinada, en cuanto nuestro espíritu abre de nuevo los ojos, intentamos mirar subrepticiamente. Pero el sueño nos gana y hace desaparecer las huellas de lo que quisiéramos ver. Y al cabo de tantos siglos no sabemos gran cosa sobre el particular”.

   No sabemos, en efecto, gran cosa sobre el sueño, y no quedan sino las grandes intuiciones para entrever su naturaleza; una de ellas, acaso la más profunda, indica inequívocamente que el soñador pasa cada noche al papel del demiurgo: “Cuando un hombre está durmiendo tiene en torno, como un aro, el hilo de las horas, el orden de los años y de los mundos”. Porque quien duerme emprende un retorno a lo primigenio y revive la Creación, tal como Proust lo certifica: “[A]l despertarme a medianoche, como no sabía en dónde me encontraba, en el primer momento tampoco sabía quién era; en mí no había otra cosa que el sentimiento de la existencia en su sencillez primitiva, tal como puede vibrar en lo hondo de un animal, y me hallaba más desnudo que el hombre de las cavernas; pero entonces el recuerdo —y todavía no era el recuerdo del lugar en donde me hallaba, sino el de otros sitios en donde yo había vivido y en donde podría estar— descendía hasta mí como un socorro llegado de lo alto para sacarme de la nada, porque yo solo nunca habría podido salir”. (DGD)]

 


 


 


 


 


 


 

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