viernes, 20 de junio de 2025

Hermann Broch: la fluida simultaneidad

 

DGD: Postales, 2022-2024.

 

r e t r a t o s   (e n)   (c o n)   p o s t a l e s

Hermann Broch: la fluida simultaneidad

 

[El novelista, dramaturgo y filósofo austriaco Hermann Broch (1886-1951) fue director de la empresa textil de su familia desde 1907 hasta 1928, año en el que abandonó esa empresa para estudiar matemáticas y filosofía en la Universidad de Viena. Tras la ocupación nazi de Austria en 1938 fue detenido como sospechoso de oposición. Se exilió en Estados Unidos, en donde enseñó en las universidades de Princeton y Yale. En 1945 apareció su obra maestra, La muerte de Virgilio, uno de los libros capitales del siglo XX (y acaso de cualquier siglo), que recoge las últimas horas de vida de Virgilio —autor de la Eneida y guía de Dante a través del Infierno y el Purgatorio— en el contexto de una de las aventuras literarias más bellas e intensas jamás emprendidas. Esta novela que es un poema contiene su declaración de principios: “Porque en el más apartado límite irradia la belleza; / desde la más apartada lejanía irradia sobre el hombre, / alejada del conocimiento, alejada de la pregunta, / sin esfuerzo / ya sólo perceptible a la mirada, /la unidad del mundo establecida por la belleza”. La siguiente es una pequeña antología de fragmentos extraídos de La muerte de Virgilio. (DGD)]

 

[E]l alma está siempre en su comienzo, se atiene a la grandeza del despertar de su comienzo; hasta el fin tiene para ella la dignidad del comienzo; ninguna canción se pierde que alguna vez roce las cuerdas de su lira y, abierta a una disponibilidad eternamente renovada, conserva en sí cualquier sonido con que resonó alguna vez.

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[M]ostrar la gran totalidad, la fluida simultaneidad en la que descansa lo eterno: oh meta de toda poesía, despertar de la palabra, cuando se eleva por encima de toda comunicación y toda descripción, oh momentos del lenguaje en los que él mismo se sumerge en lo simultáneo, de modo que permanece indeciso acerca de si el recuerdo brota del lenguaje o el lenguaje del recuerdo.

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Oh confianza del hombre que sabe que nada ha ocurrido en vano, que nada ocurre en vano, aunque sólo haya desengaño y ninguna senda conduzca fuera de la espesura.

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[E]l tiempo que corre sin pausa permite esperarlo todo en cualquier instante.

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[M]uchas cosas en la belleza de la tierra, una canción, el mar en el crepúsculo, el sonar de una lira, una voz de niño, un verso, un retrato, una columna, un jardín, una única flor, todo esto posee el don divino de llevar al hombre a escuchar los más internos y los más externos límites de su existencia.

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[L]o decisivo en el arte es el equilibrio balanceado, el gran equilibrio de límites de la más remota lejanía.

 


Nada puede el poeta, ningún mal puede evitar; se le escucha únicamente cuando magnifica el mundo, pero no cuando lo representa tal como es. ¡Sólo la mentira es gloria, pero no el conocimiento!

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La luz es más grande que la tierra, la tierra es más grande que el hombre y nunca jamás puede hacer pie el hombre, sino hasta que respira hacia la patria, regresando a la tierra, terrenalmente retomando a la luz, recibiendo terrenalmente la luz sobre la tierra, recibido por la luz sólo a través de ella, tierra que se vuelve luz.

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[S]ólo lo que verdaderamente se ha afirmado, aunque sea un único instante en el mar de millones de años, llega a la perduración eterna, se vuelve canto guía, conduce; oh, un solo instante de vida, ensanchado al todo, ensanchado al círculo del conocimiento total, abierto a lo infinito.

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[T]oda canción verdadera presiente el conocimiento, lleva el conocimiento, enseña el conocimiento.

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Porque no es dulce atracción la verdad de la mirada, no; sólo con sus lágrimas se vuelve vidente, sólo en el dolor es un ojo que ve, sólo sus propias lágrimas lo llenan con las del mundo, colmado de verdad con el húmedo olvido de todo ser.

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¿[P]or qué futuro valía ya la pena el indecible esfuerzo del recuerdo?

 


[N]ada puede madurar hasta la realidad, que no esté arraigado en el recuerdo.

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[N]ada es asible al hombre, que no le haya sido dado desde el principio.

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[T]odo era suyo, lo había asimilado todo, le pertenecía tanto como desde el principio le perteneciera en simultaneidad eterna, y era Troya la que ardía alrededor de él, era el inextinguible incendio de los mundos.

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[E]n el hervidero de lo despreciable, siempre renovado, sin nombre ni palabras, trasluce el conocimiento que tiene el hombre de su propia impotencia por ser humano, su preocupación por su dignidad que le es concedida sin que pueda llegar a poseerla.

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Prestado es el nombre que llevamos, prestado el pan que comemos, prestados nosotros mismos, suspendidos desnudos en lo extraño, y sólo aquel que se ha despojado de todo el prestado oropel, llega a ver la meta, es llamado a la meta, en donde se une definitivamente con su nombre.

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Nada terrenal es verdaderamente capaz de abandonar el sueño y sólo quien nunca olvida la noche que en él habita, puede cerrar el círculo, puede volver de la intemporalidad del comienzo a la del fin, puede comenzar siempre de nuevo el ciclo, astro él mismo en la inmutabilidad del decurso del tiempo, surgiendo del crepúsculo.

 


[P]oesía es espera que mira en la media luz, poesía es abismo en presentimiento del crepúsculo, en espera en el umbral, es comunidad y soledad al mismo tiempo, es promiscuidad y angustia de la promiscuidad, libre de lascivia en la promiscuidad, tan libre de lascivia como el sueño de los rebaños que duermen y sin embargo angustia ante esa lascivia; oh, poesía es espera, aún no partida, pero continua despedida.

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[E]l amor es ya caer bajo el espejo de la noche, es caer en el humus nocturno, en donde el ensueño se vuelve eternidad, superando el umbral de sí mismo, es hundimiento hasta el fondo de lo informe, de lo inescrutable, constantemente dispuesto al acecho para irrumpir destructor como una tempestad.

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Tú no sabes todavía, mi hermano pequeño, porque eres joven, de qué profundísimo interior de nosotros mismos sube la esperanza nocturna, tan abarcante y tan íntegramente animada en su inexorabilidad, tan delicada y suave promesa de nostalgia en su sufrimiento, que necesitamos un larguísimo tiempo antes de oírla, antes de oírla a ella y a su miedo, alzándose alrededor de nosotros como una cordillera de ecos, pared de eco junto a pared de eco, como un paisaje desconocido y a pesar de ello como una llamada de nuestro propio corazón.

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[S]ólo en imágenes puede comprenderse a sí mismo; las imágenes son indesterrables, están en nosotros desde el comienzo del rebaño, son más antiguas y más poderosas que nuestro pensamiento, están fuera del tiempo, abarcan pasado y futuro, son un doble recuerdo del ensueño y tienen más poder que nosotros:

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[L]as imágenes rebosan realidad, porque la realidad a su vez se representa sólo por realidad...; imágenes y más imágenes, realidades y más realidades, ninguna verdaderamente real mientras está sola, pero cada una aislada semejanza del último y más real incognoscible que es el conjunto de todas.

 


[E]n todo desprecio hay también un poco de desprecio de sí mismo.

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[O]h, ninguna otra criatura es tan absolutamente y tan no-divinamente mortal, como lo es el hombre, porque ninguna otra puede volverse tan perjura como el hombre y cuanto más depravado se hace, tanto más mortal se vuelve.

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[L]o transparente se lanza sobre lo transparente.

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[S]ólo es y puede llamarse creación aquello que siempre vuelve a bajar a las llamas del renacimiento.

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¡[O]h, nosotros somos criaturas de la creación sólo si nos despojamos por completo de lo creado, sólo si hemos aprendido a abandonar hasta el conocimiento, tanto el creado como el increado, si crecemos hasta asumir humildemente nuestra última contrición, si logramos destruir nuestra propia sepultura, sólo entonces somos creaturas de la creación!

 


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Voces de Antonio Porchia

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martes, 10 de junio de 2025

Roger Munier: la mirada de las cosas

 

DGD: Postales, 2020-2024.

 

r e t r a t o s   (e n)   (c o n)   p o s t a l e s

Apuntes del cuaderno de Roger Munier

 

[Desde Contre l’image (1963) hasta L’Extase nue (2003) y Vision (2012), el universo del poeta y filósofo francés Roger Munier (1923-2010) dialoga, entre otros grandes interlocutores, con los fragmentos de Heráclito, la ontología heideggeriana, las gnosis místicas, el pensamiento discontinuista de Maurice Blanchot, la teología negativa, la metafísica de Antonio Porchia, la poesía vertical de Roberto Juarroz. Eminente traductor de Angelius Silesius. Heidegger, Kleist, Rilke, Juarroz, Octavio Paz, Munier es autor de la espléndida versión francesa de las voces de Antonio Porchia, lanzada por Fayard en 1978 con prefacio de Borges y postfacio de Roberto Juarroz.

   En la obra de Munier, el mundo se dispersa en fragmentos, la realidad es la adición infinitamente repetida de fragmentos que no encajan entre sí. En palabras de Hugo von Hofmannsthal: “Todo se desintegra en fragmentos, y estos fragmentos a su vez se fragmentan, ya nada puede confinar dentro de un concepto” (Lettre de Lord Chandos, 1902).

   Munier lo certifica: “La masa misma del lenguaje en movimiento se agita, se mezcla silenciosamente. Partes, fragmentos, se empujan, lo que uno podría haber creído separado, inconexo. Las regiones aparentemente más distantes se unen. Se logra la relación impensable” (Le Parcours oblique, 1979).

   “Roger Munier es un poeta”, escribe José María Espinasa, “primero en un sentido amplio, en el mismo que se dice que, van Gogh o Satie lo son. Después, en el sentido más lato: que ha escrito poemas (textos en verso), de lo que es un ejemplo deslumbrante su libro El instante (L’instant, 1973) o su Mujer (Femme, 1986). Y es también poeta en un tercer sentido: el escritor contemporáneo que habla escindido entre el mundo y la escritura, y que por ello habla siempre y necesariamente tartamudeando. Poeta en el más terrible sentido, en el de un habla fragmentaria, cuya voz se oye mejor cuando se quiebra.” En los casos más altos, ese quiebre es reintegración, y el tartamudeo el único acceso a la relación impensable.

   Los aforismos de Roger Munier aquí seleccionados proceden de El orden del día (L’Ordre du jour, 1982), El visitante que no vendrá jamás (Le visiteur qui jamais ne vient, 1983), Permaneciente (Au demeurant, 1985), El cuerno de bruma (Le corne de brume, 1985) y Brazas (Braises, 1986). (DGD)]

 

 


Se puede escapar de la mirada de los hombres. Pero ¿de la mirada de las cosas?

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No apegarse ni sólo a lo visible, ni sólo a lo invisible. Porque éstos no son ni invisible, ni visible.

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La araña en su tela toca el arpa.

 

 


 

Esto no se deja decir. Es casi insignificante. Y sin embargo, es esto únicamente lo que está por decirse, lo que no ha sido, y no será nunca dicho, sino al sesgo.

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Jamás podremos decirlo. Es por esto, como por error, que hay un decir. Si pudiéramos decirlo, todo decir se detendría.

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Es la vista misma la que impide ver, el oído el que impide escuchar, el amor el que impide amar.

 

 


 

Rosa: al decir rosa, te he robado el nombre. Y ahora ya no tienes nombre.

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No estoy conmigo por causa del mundo. El mundo no está consigo mismo, por mi causa.

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En el fondo no hace falta sino una palabra, que todas las otras buscan febrilmente remplazar.

 

 


 

La cosa que se mira sin distancia, casi sin mirada, vuelve sobre sí, se colma, se diría que se anima, trepa sordamente como en otro espacio.

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Tenemos acceso sin comprensión, porque generalmente entendemos sin acceso.

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Tú perturbas al comprender, tal vez tanto como alteras aquello que comprendes.

 

 


 

Todo lo que los hombres piensan, dicen y hacen, no concierne finalmente sino a los hombres. ¡Qué soledad tan grande!

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Hay, en este mundo que es, un mundo que no es. No es diferente de este mundo que es.

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Nunca se consigue nada: así es la historia. Todo está a punto de lograrse, siempre lo ha estado. El tiempo, y la historia que es su lugar, es el dominio del casi.

 

 


 

Toco el árbol. Pero ¿es el árbol lo que toco o es que me toco en el árbol?

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Tuve que evitar esta piedra en el camino, no sé por qué. No se puede pisar impunemente cada piedra del camino.

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Todo aquello que es signo o maravilla llega como antes de que tenga lugar. Se precede admirablemente.

 

 


 

Eso no dice nada y sin embargo uno escucha. No aparece y sin embargo uno mira. Uno no ve ni escucha el mundo sino porque uno no escucha y no busca ver ante todo sino aquello que no dice nada, aquello que no aparece.

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Lo que no es sueño se llama estado de vigilia. Así que debemos vigilar.

 

 

 

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Antonio Porchia: Voix (Voces), Fayard, collection Documents spirituels, París, 1978; trad. de Roger Munier, prefacio de Jorge Luis Borges, postfacio de Roberto Juarroz,

Roger Munier, Universidad Nacional Autónoma de México, Material de Lectura, México, 2012; selección del autor; trad. y nota de José María Espinasa.

 

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 [Leer Hermann Broch: la fluida simultaneidad]

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